ABC
El enigma de los asesinatos sin resolver en el interior del Vaticano
En 1998 aparecieron tres cadáveres en la Santa Sede que la Curia pontificia insistió rápidamente en investigar sin ayuda de nadie. Solo un día después, concluyó que el autor del crimen sufrió un «acceso de locura», en una versión oficial precipitada de la que muchos investigadores dudan

Israel Viana
06/03/2024
La versión oficial ofrecida por el mismo Vaticano, menos de 24 horas después de que aparecieran los tres cadáveres a menos de 200 metros de la habitación donde dormía Juan Pablo II, no satisfizo ni al entorno del Papa ni a la prensa internacional, pero nunca más se volvió a hablar del tema. Por lo menos, dentro de la Santa Sede, aunque a muchos investigadores externos les pareció siempre que se había cubierto un tupido velo sobre aquel terrible y misterioso crimen cometido en un lugar tan inaccesible como aquel para el común de los mortales.
Todo comenzó el 4 de mayo de 1998, poco después de las 21.00 horas, cuando una monja encontró tres cadáveres en uno de los edificios del Pontificado en Roma. Al día siguiente ABC llevaba el tema a su portada. Durante varios días, este diario fue cubriendo las nuevas informaciones con titulares como los siguientes: 'Conmoción en el Vaticano tras la muerte del jefe de la Guardia Suiza, su esposa y un cabo', 'El cabo asesinado se sentía ignorado y sufrió un rapto de locura' y 'La investigación descubre la existencia de un testigo'.
De forma sorprendente, al cuarto día, se publicaba una noticia cuanto menos inquietante: 'El Vaticano da carpetazo al caso de las muertes'. La versión oficial, que la Santa Sede hizo pública sin tan siquiera esperar a las autopsias de los cadáveres, no parecía ofrecer discusión la Curia, aunque convenciera solo a unos pocos. El portavoz del Vaticano, el español Joaquín Navarro Valls, fue el encargado de zanjar el tema al asegurar que las circunstancias en que se produjo el crimen ya estaban claras y eran «mucho más que hipótesis» y la autopsia «no cambiará la reconstrucción de los hechos».
Los cadáveres pertenecían a Alois Estermann, comandante de la Guardia Suiza, de 43 años; su esposa Gladys Meza Romero, que trabajaba en la embajada de Venezuela ante la Santa Sede, de 49, y el cabo del mismo cuerpo Cédric Tornay, de 23. Lo más insólito es que el primero fue asesinado solo unas horas después de que hubiera sido colocado al frente del 'Ejército de la Santa Sede' por el mismo Juan Pablo II.
La primera noticia la dio el corresponsal en Roma de ABC, Pedro Corral, que escribió: «La noticia del trágico suceso trascendió poco antes de la medianoche. Las dependencias del acuartelamientos de los cien guardias que componen el cuerpo de seguridad del Pontífice habían cerrado sus puertas a las nueve de la noche, como de costumbre, con puntualidad suiza. Pasada la medianoche, el portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro Valls, informó que todo apuntaba a que el asistente del comandante era el autor material del doble crimen y que, inmediatamente después, se suicidó de un disparo».
De los escasos datos que pudieron recabarse en la escena del crimen y en las pocas horas que duró la investigación se sacó la citada versión oficial, basada en viejas rencillas entre jefe y el subordinado, que el Vaticano ofreció tan rápido como pudo. «Esta versión fue facilitada por Navarro Valls en una multitudinaria e insólita rueda de prensa antes, incluso, de que se conocieran los resultados de las autopsias y el examen balístico. Por primera vez en su carrera fue obligado a hablar de balística y de posición de cadáveres », añadió la noticia.
El portavoz habló de «arrebato de locura» y de que la Curia tenía ya «la certeza de que el cabo mató con su pistola reglamentaria a su comandante y a la esposa de este». Pero en medio de todo ese misterio, pronto la prensa comenzó a barajar todo tipo de hipótesis: que si Estermann mantenía una relación con Tornay, que si este último la mantenía con la esposa de Estermann e, incluso, que Tornay había sido víctima de una conspiración al haber descubierto algún secreto oculto de su jefe.
La Stasi
Por si no fuera suficiente, un año antes el jefe de la Stasi, Markus Wolf, había alimentado la teoría de que la República Democrática Alemana tenía un agente encubierto en el Vaticano desde 1980 apodado 'Werder'. Lo hizo en su autobiografía 'Man without a Face' (PublicAffairs, 1997) y lo reconoció abiertamente, meses después, en una entrevista a un medio polaco: «En 1979 nos sentimos muy orgullosos al reclutar como agente a Estermann. Aquel hombre tenía acceso ilimitado a la Santa Sede y, con él, nosotros también».
A esa teoría se sumó el diario alemán 'Berliner Kurier' en el mismo mes de mayo de 1998, a través de un reportaje en el que relacionó a Estermann con los servicios secretos vaticanos y, de nuevo, con la Stasi. Y, a lo largo de las últimas dos décadas, otras más. En 2017, el escritor Eric Frattini enumeraba algunas más en 'El libro negro del Vaticano' (Espasa), como que la «ejecución» de Estermann había sido ordenada por la Santa Sede por todo lo que sabía sobre las operaciones encubiertas de esta o que este murió por sus estrechas relaciones con el Opus Dei.
Según el libro 'Poteri forti' (Bur, 2005) de Ferruccio Pinotti, Estermann viajó varias veces a Polonia, en 1981, para coordinar la llegada de material desconocido desde Escandinavia con el que se iba a apoyar a la organización anticomunista polaca Solidaridad. En 'Bugie di sangue in Vaticano' (Kaos Edizioni, 1999, 'Mentiras sangrientas en el Vaticano'), de autor desconocido, aunque atribuido a «un grupo de eclesiásticos del Vaticano», apoyaba la hipótesis de que fue ejecutado en medio de una supuesta lucha entre el Opus Dei y los masones que había en la Curia por anexionarse la Guardia Suiza.
Otros misterios
La versión oficial nunca cambió, lo que no gustó a muchos de los implicados. En noviembre de 2011, el abogado de la madre de Tornay escribió una carta abierta a Benedicto XVI para pedirle los documentos relacionados con el caso para buscar otras respuestas, pero nunca se los enviaron. La familia de Estermann, por su parte, solicitó su reapertura el 15 de diciembre de 2019, alegando que había encontrado nuevas pruebas y criticando, a su vez, la rapidez con la que se cerró la investigación.
El Vaticano, en efecto, zanjó la cuestión en menos de 24 horas. El 6 de mayo de 1998, ABC advertía de que «la historia está llena de incógnitas». Y continuaba: «Con la primera versión, comunicada apenas dieciséis horas después de los hechos, la Santa Sede dio ayer por cerrado un caso sin precedentes en la historia de los soldados del Pontífice que ha conmocionado a quienes viven en la ciudad del Vaticano, incluido Juan Pablo II. La explicación oficial, que venía a descartar cualquier hipótesis de delito pasional o de conspiración en el seno de la Guardia Suiza, no ha esperado a las autopsias ni a los análisis de balística, que ni siquiera se han solicitado todavía».
A lo largo del siglo XX hubo otros episodios oscuros en la Santa Sede a los que todavía no se ha encontrado explicación, empezando por la sospechosa muerte de Juan Pablo I en 1978, un mes después ser elegido. Cuatro días después, la aparición del cuerpo ahorcado de su confidente, el padre Giovanni Da Nicola en un parque de Roma. Se podrían citar también las extrañas defunciones de cinco cardenales relacionados con las investigaciones sobre el Instituto para las Obras de Religión y la Banca Ambrosiana, entre 1979 y 1982, todos «en buen estado de salud y con una media de edad de 69 años».
El enigma de los asesinatos sin resolver en el interior del Vaticano
En 1998 aparecieron tres cadáveres en la Santa Sede que la Curia pontificia insistió rápidamente en investigar sin ayuda de nadie. Solo un día después, concluyó que el autor del crimen sufrió un «acceso de locura», en una versión oficial precipitada de la que muchos investigadores dudan

Israel Viana
06/03/2024
La versión oficial ofrecida por el mismo Vaticano, menos de 24 horas después de que aparecieran los tres cadáveres a menos de 200 metros de la habitación donde dormía Juan Pablo II, no satisfizo ni al entorno del Papa ni a la prensa internacional, pero nunca más se volvió a hablar del tema. Por lo menos, dentro de la Santa Sede, aunque a muchos investigadores externos les pareció siempre que se había cubierto un tupido velo sobre aquel terrible y misterioso crimen cometido en un lugar tan inaccesible como aquel para el común de los mortales.
Todo comenzó el 4 de mayo de 1998, poco después de las 21.00 horas, cuando una monja encontró tres cadáveres en uno de los edificios del Pontificado en Roma. Al día siguiente ABC llevaba el tema a su portada. Durante varios días, este diario fue cubriendo las nuevas informaciones con titulares como los siguientes: 'Conmoción en el Vaticano tras la muerte del jefe de la Guardia Suiza, su esposa y un cabo', 'El cabo asesinado se sentía ignorado y sufrió un rapto de locura' y 'La investigación descubre la existencia de un testigo'.
De forma sorprendente, al cuarto día, se publicaba una noticia cuanto menos inquietante: 'El Vaticano da carpetazo al caso de las muertes'. La versión oficial, que la Santa Sede hizo pública sin tan siquiera esperar a las autopsias de los cadáveres, no parecía ofrecer discusión la Curia, aunque convenciera solo a unos pocos. El portavoz del Vaticano, el español Joaquín Navarro Valls, fue el encargado de zanjar el tema al asegurar que las circunstancias en que se produjo el crimen ya estaban claras y eran «mucho más que hipótesis» y la autopsia «no cambiará la reconstrucción de los hechos».
Los cadáveres pertenecían a Alois Estermann, comandante de la Guardia Suiza, de 43 años; su esposa Gladys Meza Romero, que trabajaba en la embajada de Venezuela ante la Santa Sede, de 49, y el cabo del mismo cuerpo Cédric Tornay, de 23. Lo más insólito es que el primero fue asesinado solo unas horas después de que hubiera sido colocado al frente del 'Ejército de la Santa Sede' por el mismo Juan Pablo II.
La primera noticia la dio el corresponsal en Roma de ABC, Pedro Corral, que escribió: «La noticia del trágico suceso trascendió poco antes de la medianoche. Las dependencias del acuartelamientos de los cien guardias que componen el cuerpo de seguridad del Pontífice habían cerrado sus puertas a las nueve de la noche, como de costumbre, con puntualidad suiza. Pasada la medianoche, el portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro Valls, informó que todo apuntaba a que el asistente del comandante era el autor material del doble crimen y que, inmediatamente después, se suicidó de un disparo».
De los escasos datos que pudieron recabarse en la escena del crimen y en las pocas horas que duró la investigación se sacó la citada versión oficial, basada en viejas rencillas entre jefe y el subordinado, que el Vaticano ofreció tan rápido como pudo. «Esta versión fue facilitada por Navarro Valls en una multitudinaria e insólita rueda de prensa antes, incluso, de que se conocieran los resultados de las autopsias y el examen balístico. Por primera vez en su carrera fue obligado a hablar de balística y de posición de cadáveres », añadió la noticia.
El portavoz habló de «arrebato de locura» y de que la Curia tenía ya «la certeza de que el cabo mató con su pistola reglamentaria a su comandante y a la esposa de este». Pero en medio de todo ese misterio, pronto la prensa comenzó a barajar todo tipo de hipótesis: que si Estermann mantenía una relación con Tornay, que si este último la mantenía con la esposa de Estermann e, incluso, que Tornay había sido víctima de una conspiración al haber descubierto algún secreto oculto de su jefe.
La Stasi
Por si no fuera suficiente, un año antes el jefe de la Stasi, Markus Wolf, había alimentado la teoría de que la República Democrática Alemana tenía un agente encubierto en el Vaticano desde 1980 apodado 'Werder'. Lo hizo en su autobiografía 'Man without a Face' (PublicAffairs, 1997) y lo reconoció abiertamente, meses después, en una entrevista a un medio polaco: «En 1979 nos sentimos muy orgullosos al reclutar como agente a Estermann. Aquel hombre tenía acceso ilimitado a la Santa Sede y, con él, nosotros también».
A esa teoría se sumó el diario alemán 'Berliner Kurier' en el mismo mes de mayo de 1998, a través de un reportaje en el que relacionó a Estermann con los servicios secretos vaticanos y, de nuevo, con la Stasi. Y, a lo largo de las últimas dos décadas, otras más. En 2017, el escritor Eric Frattini enumeraba algunas más en 'El libro negro del Vaticano' (Espasa), como que la «ejecución» de Estermann había sido ordenada por la Santa Sede por todo lo que sabía sobre las operaciones encubiertas de esta o que este murió por sus estrechas relaciones con el Opus Dei.
Según el libro 'Poteri forti' (Bur, 2005) de Ferruccio Pinotti, Estermann viajó varias veces a Polonia, en 1981, para coordinar la llegada de material desconocido desde Escandinavia con el que se iba a apoyar a la organización anticomunista polaca Solidaridad. En 'Bugie di sangue in Vaticano' (Kaos Edizioni, 1999, 'Mentiras sangrientas en el Vaticano'), de autor desconocido, aunque atribuido a «un grupo de eclesiásticos del Vaticano», apoyaba la hipótesis de que fue ejecutado en medio de una supuesta lucha entre el Opus Dei y los masones que había en la Curia por anexionarse la Guardia Suiza.
Otros misterios
La versión oficial nunca cambió, lo que no gustó a muchos de los implicados. En noviembre de 2011, el abogado de la madre de Tornay escribió una carta abierta a Benedicto XVI para pedirle los documentos relacionados con el caso para buscar otras respuestas, pero nunca se los enviaron. La familia de Estermann, por su parte, solicitó su reapertura el 15 de diciembre de 2019, alegando que había encontrado nuevas pruebas y criticando, a su vez, la rapidez con la que se cerró la investigación.
El Vaticano, en efecto, zanjó la cuestión en menos de 24 horas. El 6 de mayo de 1998, ABC advertía de que «la historia está llena de incógnitas». Y continuaba: «Con la primera versión, comunicada apenas dieciséis horas después de los hechos, la Santa Sede dio ayer por cerrado un caso sin precedentes en la historia de los soldados del Pontífice que ha conmocionado a quienes viven en la ciudad del Vaticano, incluido Juan Pablo II. La explicación oficial, que venía a descartar cualquier hipótesis de delito pasional o de conspiración en el seno de la Guardia Suiza, no ha esperado a las autopsias ni a los análisis de balística, que ni siquiera se han solicitado todavía».
A lo largo del siglo XX hubo otros episodios oscuros en la Santa Sede a los que todavía no se ha encontrado explicación, empezando por la sospechosa muerte de Juan Pablo I en 1978, un mes después ser elegido. Cuatro días después, la aparición del cuerpo ahorcado de su confidente, el padre Giovanni Da Nicola en un parque de Roma. Se podrían citar también las extrañas defunciones de cinco cardenales relacionados con las investigaciones sobre el Instituto para las Obras de Religión y la Banca Ambrosiana, entre 1979 y 1982, todos «en buen estado de salud y con una media de edad de 69 años».