Ringo Bonavena: mito, leyenda y tragedia del boxeador asesinado por la mafia
La historia del inolvidable púgil argentino que murió acribillado por un sicario en los Estados Unidos
Por
Cherquis Bialo
9 de octubre de 2016
Especial para Infobae
Genio y figura. Nació el 25 de septiembre de l942 en Parque Patricios. Murió el 22 de mayo de l976, acribillado a balazos por un sicario en Nevada, Estados Unidos. Tenía 33 años
"Su atención, por favor, su atención por favor… Aerolíneas Argentinas comunica a los señores pasajeros que el vuelo 645 con destino a Nueva York , se encuentra demorado…"
—¿Qué pasó señor? ¿se sabe por qué?
—No sé, parece que hay una bomba. Se da cuenta a lo que ha llegado ésta sociedad enferma, ¡una bomba en un avión!
—Pero, perdóneme, ¿quién lo dijo?
—La chica del uniforme, la empleada que está en el mostrador.
Ezeiza era menos de la mitad de lo que es hoy. El avión era un "Comet 4" que voló hasta los 70'. Y la seguridad, entendida como tal, no existía.
En 1963 no había scanners, ni revisión de equipajes de mano, ni tecnología digital en la ventanilla de inmigraciones. Ezeiza era un edificio "ministerial" hecho a ladrillos y mármol, donde los pasajeros eran despedidos o recibidos por sus familiares emocionados
con pañuelos en mano, desde la terraza.
¿Una bomba?, ¿Quién podría pensar en tamaño atentado en 1963 en la Argentina? Se iba
José Maria Guido y asumía
Arturo Humberto Illia, la presidencia de la Nación…
Un pasajero
corrió al teléfono público color anaranjado que se apoyaba en una de las columnas interiores.
—Hola, hola, ¿Crónica? ¿hablo con Crónica? Ah, bueno, mire yo soy un pasajero de Aerolíneas que iba para Nueva York y no salimos porque dicen que hay una bomba a bordo. Vengan rápido si quieren tener la foto del avión explotando. ¿Cómo? ¿Qué quien habla?
Mire mi nombre es Oscar Bonavena, soy boxeador y estoy aquí con mi hermano José. Estoy en el hall, pregunten por mí, cuando lleguen con el fotógrafo.
Colgó, se restregó las manos y le dijo a José:
"Vos decías que no había ningún periodista para hacer la nota de nuestro viaje, ahora vas a ver si hay prensa o no hay prensa…"
En menos de una hora estaban allí
Crónica y La Razón, 1.200.000 ejemplares entre los dos vespertinos (los diarios por entonces se leían más en la noche, cuando la gente regresaba a su casa y la televisión era "paleozoica").
68 peleas. Ganó 57, 13 por puntos y 44 por fuera del combate. Empató 1 (Goyo Peralta). Perdió 9, 6 por puntos, 2 por descalificación y 1 sola antes del límite (Muhammad Alí)
El testimonio del pasajero
Oscar Natalio Bonavena, boxeador amateur sancionado por haberle mordido la tetilla derecha a su rival Lee Carr en los Juegos Panamericanos de San Pablo,
sería la tapa. Su primera tapa de diarios explicando sobre una bomba en un avión que jamás existió.
Su objetivo de salir en los medios se había cumplido.
Suspendido por la Federación Argentina de Box –un año-, se iba a probar suerte a Nueva York, donde le
darían la licencia profesional. Una gestión de
Tino Porzio, manager numero uno del Luna de la época ante
Charlie Goldman, su nuevo co-representante.
El chico nacido en la calle Gibson y criado, crecido y realizado como hombre en la calle Treinta y Tres -Parque Patricios-, a quien
su madre Doña Dominga cargaba en brazos cuando tenía ocho años para llevarlo al hospital Rawson
donde le corregirían los pies planos, ya era un profesional del boxeo. Aquello que empezó siendo "fierros" o "complementos de pesas" como se denominaba a lo que hoy es musculación, le había expandido la caja torácica, los bíceps, triceps, piernas y abdominales a tal punto, que su figura resultaba tan estética como armoniosa.
Junto a su madre, Doña Dominga. Ella, el amor por su hijo y sus ravioles se hicieron famosos de la mano del campeón
Nunca supimos si amaba al boxeo o el boxeo reemplazó a otros deportes que le hubiera gustado practicar, como el fútbol, tal como lo hiciera su hermano Vicente. Pero
sus pies no le permitían desplazamientos a velocidad y en extensión. Tenía que ser algo de corto desplazamiento, el boxeo.
—¿Te juego a que meo desde el trampolín?, le propuso a su hermano José, después de entrenarse en San Lorenzo, donde aprendía a boxear con el maestro Rubén Tabarly.
—Estás loco, está lleno de gente, como vas a orinar desde el trampolín, nos van a rajar.
Subió la escalerilla, alcanzó el trampolín, caminó por él hasta el extremo,
se bajó la malla y comenzó a hacer pis.
Lo echaron. Y fue al
club de sus amores, a su segundo hogar,
Huracán para siempre y por siempre. Allí se puso las ordenes de los hermanos
Juan y Bautista Rago, sus maestros.
Uno de ellos, Juan, algunos años después viendo cómo nevaba en Nueva York en la vigilia de la pelea contra
Floyd Patterson (1972) me convidó un mate y mientras la voz de Gardel emergía de la cinta desde un grabador, en el piso 32 del hotel Statler Hilton, dijo:
"¡Qué lindo sería ver nevar en verano…!".
Oscar Bonavena desafió y provocó a Muhammad Ali: lo trató de cobarde y le dijo “Chicken” (gallina) por no ir a pelear a Vietnam
Bonavena fue producto de su esfuerzo. Fui comentarista de la mayoría de sus peleas. Lo acompañé por todo el Mundo. Nunca supe si realmente tenía vocación por el boxeo. Muy pocas veces hablábamos técnicamente de boxeo. Como que no le atraía el tema. En cambio,
se apasionaba por el marketing de las peleas que él mismo se inventaba.
La de
Cassius Clay es un ejemplo. Luchó hasta ser tenido en cuenta. La sacó sin resultados merituales. Pero
se paseó por la 5ta Avenida con un toro, lo iba a ver pelear y lo desafiaba, lo trató de cobarde o "chicken" (gallina) por no ir a combatir como soldado a Vietnam.
Lo acosó de tal manera que
Cassius primero preguntaba quién era ese loco blanco de apellido italiano que lo seguía a todas partes para provocarlo, y luego terminó dándole una chance que resultó epopéyica. Más aún,
cerca estuvo de noquearlo, pues hubo un cruce en el último round, el 15°, que definió dos destinos. Apenas por milímetros llegó antes la derecha de Cassius que provocó la primera de las tres caíidas. Atribuible a la mayor velocidad de partida,
el enorme Clay, quien ya había recibido la pesada izquierda de Ringo, logró anticiparse.
Fue durísima esa pelea. Tanto que el gran Muhammad, nunca se despegó del cuerpo caído de Bonavena. El
referí Arthur Mercante se lo permitió, cada una de la dos oportunidades en que Bonavena quiso pararse, estaba allí Clay para seguir peleando sin dejarle armar la guardia. Y después de la segunda, Ringo, fue quien comenzó a retroceder para quedar lejos de la descarga, pero fue inútil.
Apenas lo tocó con el gancho abierto de derecha, volvió a caer y eso significó la derrota por nocaut técnico.
Bonavena, quien estába manifiestamente abajo en las tarjetas, realizó en el último asalto aquello que hacen
los verdaderos guapos: se fue a jugar. Tomó todos los riesgos buscando un
golpe de suerte –
lucky punch– y
cayó en la ley de quienes quieren ganar, antes que realizar "una digna actuación".
—¿¡Pero guapié o no guapié!?, exclamaba Ringo extenuado, a
rrastrando sus pies en agonía, sin potasio, ni aliento mientras lo llevábamos en vilo para cruzar la 9na. Avenida hasta alcanzar el hotel de enfrente, hoy Pensylvania.
—La pucha que lo hiciste bien, muy bien, le dijo Tito Lectoure, mientras unos veinte argentinos, bajo la nieve de aquel 7 de diciembre del 70', lo esperaban en la calle.
Fue el día en que la televisión alcanzó su segundo mayor ráting histórico con 79.3 de audiencia, solo superado por Italia-Argentina, semifinal del 90' con 82 puntos.