Vivo de maravilla en mi casa, si es que lo tengo todo, hasta jacuzzi y piscina, así que no lo hecho de menos. Mi casa es como un hotel rural en invierno, con su chimenea, bodega y sala de billar y un resort en verano, con la zona de aguas y solarium más barbacoa.
Sobre los cruceros, coincido con lo de Costa Diadema, esos amarillos chillones, esas plantas sintéticas, esa avalancha de gente, porque a mí me daba la sensación de que había más gente y más suciedad. Vómitos de niño sin limpiar, mierdas por el suelo, hubo un reyerta en las escaleras, menuda movida. Ibamos a meternos en un ascensor, cuando de repente sale uno corriendo detrás de otro, y se lía a pegarle. Mi marido dando al botón para que no se nos metieran en el ascensor. O sea, gente de baja estofa haciendo cruceros. Nos tocó en una mesa, en Costa, con una familia que les daba todas las noches por pasarse el cuchillo entre los dedos, el juego ese de poner la mano en la mesa y con el cuchillo chuletero clavarlo entre medias a toda pastilla. Otra de las noches, además de lo de los cuchillos como era la noche especial gala del capitán pusieron música en el comedor y una borracha bailando sola en las escaleras, haciendo movimientos eróticos con la barandilla, un espectáculo lamentable.
Y siempre, en todos los cruceros, da igual la compañía, el día de navegación ha habido ostias literales por las hamacas. Podría contarte la discusión interracial entre una china y una italiana por una tumbona. O aquella vez que yo estaba dormida en cubierta y creía que era megafonía, y no, resulta que eran dos hombres a ostias por una disputa a cuenta de la hamaca. Pero a puñetazo limpio. No me lo podía creer. Ya no te cuento de los jacuzzis, que se metían los niños y había broncas entre adultos y niños maleducados que no se querían salir. A mí el tema me dio mucho asco, tanto es así que decidí comprarme uno en casa para sentir que no me hacía falta salir de crucero para disfrutar de uno.