Brigitte Marcon con Francois Hollande, Nicolas Sarzozy y Alberto de Mónaco durante el homenaje a las víctimas del atentado en Niza.
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Durante el mes de mayo de 1968 un perfume de revolución embriagó a Francia. En París los estudiantes lanzaban adoquines contra el poder del general De Gaulle y en las provincias más recónditas del país hasta a las jóvenes más modositas se les subía a la cabeza las ganas de desmandarse. Entonces, Brigitte Trogneux era una adolescente de 15 años. Hoy, con 64, es conocida como Brigitte Macron, la esposa del presidente de la República Francesa, una mujer que despierta simpatías, envidias y mucha curiosidad.
En aquella época, Brigitte estudiaba en un colegio privado de Amiens al que la burguesía confiaba la educación católica de sus hijos. El centro no era mixto: los chicos iban a La Providence, un instituto imponente fundado por la Compañía de Jesús, y las chicas, al Sacré-Coeur, a Sainte-Clotilde o a La Sainte Famille, lugares en los que las monjas protegían a las jovencitas del pecado del desorden.
“En La Providence, los chicos, que eran nuestros amigos, podían ir a las manifestaciones —me contó ella hace un tiempo—. Nosotras también queríamos ir, pero cuando lo intentamos la madre superiora se plantó delante de la puerta y nos advirtió: ‘¡La que se vaya no vuelve a entrar aquí!’. Así que subimos a acabar la traducción de latín”.
Parece que hay muchas formas de resumir una biografía, pero en el caso de Brigitte Macron solamente existe una. Aquella muchachita dócil a la que mandaron estudiar las declinaciones latinas creció y se convirtió en la mujer más libre de entre las libres. Desafió los convencionalismos y rompió con su personaje de madre, esposa, profesora y burguesa para interpretar el papel de su vida junto a un adolescente: Emmanuel, 24 años más joven, al que había conocido en un taller de Teatro que ella dirigía en La Providence, donde era profesora.
La historia salió bien, pero podría haber acabado en tragedia y confusión. Un chaval de 15 años que seduce a una adulta es un héroe conquistador; la señora que se sale de la senda marcada se arriesga a perderlo todo.
La novela de la pareja presidencial está haciendo las delicias de las revistas y los chismosos. Las mentes impresionables se hacen eco de la obscenidad. Un conocido tertuliano de televisión se rio de la “gerontofilia” de un presidente de 39 años enamorado de una sexagenaria. Durante meses, en 2016, los expertos en fabricar rumores inventaron una “vida secreta” a Emmanuel Macron, una homosexualidad oculta, cómo no: un matrimonio tan mal conjuntado tenía que esconder alguna falla. La idea era debilitar al rival político, pero utilizaron como objetivo de sus maquinaciones a Brigitte e hicieron que pagara por su edad y por su marido. En París se chismorreaba sobre Macron, tan joven él, que no podía sino estar bajo el influjo de una mujer mayor que lo dominaba.
Se pusieron entonces a glosar la figura de aquella señora de largas piernas y vestidos llamativos que desafiaba la discreción que debería imponerle la edad. Brigitte escandalizaba, pero también seducía. Ahora ha pasado a ser objeto de admiración —victoria electoral mediante— por su osadía. Gracias a ella, Francia está aprehendiendo el concepto de libertad. Lo que se está viviendo es la puesta en escena de una historia colectiva. Brigitte Macron pertenece a esa generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial, en un mundo aún estructurado, que hizo saltar por los aires las barreras. Sin embargo, no fue un camino fácil.
Así celebró su llegada al Elíseo: de azul, de (muy) corto y de Louis Vuitton.@ Getty Images
Los Trogneux, la familia de Brigitte, son una fortaleza humana, uno de los clanes más ricos e influyentes de Amiens. Los macarons Trogneux, unos pastelitos muy dulces, pueden considerarse su blasón, un incunable. De joven, cuando Brigitte iba de visita, llevaba macarons a los padres de sus amigos. Todo transcurría en un orden inmutable apenas perturbado por placeres bien encauzados: jugar al tenis en su localidad natal, Amiens, y luego en Touquet, destino de vacaciones en la costa de Ópalo, conocido como la playa de París cuando se creó. Los padres de Brigitte tenían un chalé al que bautizaron Monejean, por la unión de sus nombres: Simone y Jean.
Brigitte estudió allí el bachillerato, que terminó, como buena alumna aplicada del Sacré-Cœur, con sobresaliente. Era graciosa, jovial, curiosa, carismática, pero no representaba aún una amenaza. “Era a la vez muy clásica y muy vivaz, muy curiosa. Abierta, guasona, una chica que encandilaba… —recuerda Marie-Christine Duvaut, compañera de clase en el último curso de bachillerato—. Respetaba los valores de sus padres, de su familia. ¡Me sorprendió lo que hizo después! Pero tenía el carácter de los Trogneux; son gente que sabe imponerse”.
Los Van den Herreweghe, amigos de Brigitte, tenían una “sala de guateques” en casa, donde se bailaba entre iguales. Ella destacaba en el rock y el jerk. “Le parecía que yo también lo hacía bien”, recuerda divertido el que era el pequeño de la familia, un apuesto joven que ahora está en silla de ruedas y que mantiene su amistad con Brigitte. A los 19 años, un virus fulminante le causó una meningoencefalomielitis y lo dejó parapléjico. “Vino a verme al hospital de Garches. En aquella época ella ya tenía esa necesidad de ayudar a los demás...”. La joven preguntó a su amigo: “¿Cómo es eso de no sentir las piernas?”. Una vida después, Philippe Van den Herreweghe, tras haber trabajado en el sector privado y en el Ministerio de Educación, asesora hoy a la primera dama sobre políticas de integración para discapacitados: el objetivo que se ha propuesto durante el mandato de su marido para ser útil a su lado. Cuarenta y cinco años más tarde, todo cobra sentido.
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En 1973, Brigitte se casó siendo aún estudiante, con 20 años. ¿Una vía de emancipación o una trampa? ¿Escapar de la familia para depender de un marido? En aquellos años setenta el país estaba todavía en sus primeros balbuceos del feminismo. Los franceses leían a las hermanas Groult, que en 1975 publicaron el manifiesto Así sea ella, todo un superventas. Las mujeres tanteaban su libertad.
André-Louis Auzière, el marido de Brigitte, se dedicaba a la banca. La pareja se trasladó a Alsacia. Tuvieron hijos, un niño y dos niñas.
Brigitte empezó a dar clases en un colegio privado protestante. Había acabado la carrera y tenía madera de profesora de Literatura: era su pasión y quería compartirla. En 1991, los Auzière volvieron a Amiens. A Brigitte la contrataron como profesora en La Providence. La Pro no era aquella fortaleza masculina de los años sesenta. Los jesuitas, dueños y fundadores del instituto, ya no impartían clases, pero su espíritu permanecía. Los profesores ahora eran seglares, a menudo católicos comprometidos, imbuidos de filosofía ignaciana, de apertura al prójimo y de realización personal. Era un colegio tranquilo. Brigitte desentonaba a la vez que cautivaba.
NO HAY IMPOSIBLES
“Nada le parecía demasiado difícil —recuerda Marc de Fernand, compañero de Brigitte que compartía con ella la pasión por el teatro, todo un arte y una pedagogía—. Siempre estaba dispuesta a dirigir un taller o a organizar una excursión”. Estaba viva. Sus alumnos la adoraban. Acababan de ver El club de los poetas muertos, estrenada en Francia en 1990, que contaba cómo el profesor Keating, interpretado por Robin Williams, estimulaba a sus alumnos para que espabilasen.
“¡Pero si Keating eres tú!”, le lanzó un día Domitille Cauet a aquella profesora que iba a ser determinante en su vida y a la que tuteó sin darse cuenta. Hoy confiesa que sus clases la incitaron a convertirse también en maestra. En concreto, cuando la escuchó hablar de Baudelaire y Boris Vian. Baudelaire, el poeta del spleen, cuyo poemario Las flores del mal fue censurado; Vian, el músico de jazz polifacético, obsesionado por la fugacidad de la existencia, que murió antes de cumplir los 40. “Notábamos que había determinadas cosas que la conmovían. Ponía mucho énfasis en El enemigo de Baudelaire y en El fugitivo de Vian. Utilicé los apuntes de Brigitte incluso para preparar las oposiciones a Secundaria”, reconoce Cauet.
El enemigo de Baudelaire es un poema que habla del tiempo que se nos escapa: “Mi juventud no fue sino una tenebrosa tormenta” es el primer verso. El último, un grito: “¡Oh, dolor!, ¡oh, dolor! El tiempo devora la vida”. El fugitivo de Vian describe la fuga de un hombre: “Bajó corriendo la ladera de la colina”, perseguido por unos soldados que acabarán matándolo, pero antes de morir “Tuvo tiempo de ver / Tiempo de beber en aquel riachuelo / Tiempo de reírse a la cara de los asesinos / Tiempo de correr hacia la mujer / Tuvo tiempo de vivir”.
Vivir. Carpe diem. “¡Oh, capitán, mi capitán!”, jaleaban al profesor Keating los estudiantes en la película. Pero los alumnos de Brigitte Auzière no armaban follón en clase. “Hay que sufrir para crear”, les decía ella, siguiendo a Baudelaire, quien quería “extraer la belleza del sufrimiento”. Se bebían sus palabras.
“Para nosotros, que éramos adolescentes, aquellos textos exaltaban la libertad, los valores de la vida —recuerda Domitille Cauet—. Brigitte ponía empeño, pasión por compartirlos... Venía muy arreglada, en traje de chaqueta, pero su discurso era muy audaz. Nos contaba que ejercía una profesión que había elegido ella, que se sentía libre y realizada”.
¿Realizada? A sus alumnos, Brigitte también les hablaba de Flaubert y de Madame Bovary, el destino de Emma, una burguesa normanda atrapada en sus sueños, atormentada por unos ideales románticos que le hacen la vida imposible hasta que ocurre la tragedia. “Leed Madame Bovary, es importante”, repetía la profe a principios de los noventa.
Un chico flaco se burló del consejo. Flaubert le aburría. Era Jean-Baptiste Deshayes, un adolescente que se había cansado de ser un estudiante aplicado y que, tras probar suerte en el mundo del cine como guionista, asistente y saltimbanqui con ambiciones, había retomado los estudios. La dirección de La Providence dudó antes de admitirlo. “Les preocupaba tener un alumno con un perfil diferente; era tres años mayor que mis compañeros, complicado… Fue Brigitte quien me ayudó. Le gustaba tener a alguien en clase que hubiera hecho otras cosas”, me cuenta.
Efectivamente, Deshayes no encajaba. Se resistía a leer la novela de Flaubert, pero por pura curiosidad vio la película basada en el libro. El azar es a veces juguetón, y en el examen oral de Literatura de Selectividad, en la primavera de 1993, le tocó Madame Bovary. Consiguió dar el pego y sacó un 9,5. A la vuelta de las vacaciones, Brigitte le preguntó intrigada: “¿Cómo hiciste para sacar tan buena nota sin leerte la novela?”. La respuesta de Jean-Baptiste la dejó perpleja: “No necesitaba leerme el libro, simplemente me inspiré en usted y en su vida…”.
¿Brigitte Bovary? ¿Brigitte, exaltada y presa de su destino? “Hizo como si le molestara lo que le dije. Pero meses después, y aún hoy en día, aquello acabó convirtiéndose en una broma entre nosotros: ‘¿Vas a leer por fin Madame Bovary o no?”.
Sin embargo, tras el chiste del chaval, la pregunta seguía allí. ¿Brigitte Auzière era como Bovary? “Había un abismo entre la pasión, la exaltación que mostraba cuando hablaba de literatura, cuando montaba una obra de teatro y lo que yo creía adivinar de su vida, de su hogar”, cuenta Deshayes.
Vivía en una bonita casa en la calle Saint-Simon, en Henriville, el barrio elegante de Amiens, con su marido, que trabajaba en la banca, y sus tres hijos. Y entonces llegaron los 40. ¿Bovary? En abril de 1993 celebró ese cumpleaños con sus alumnos. Los chicos se dedicaron a pincharla. “Así que, ¿ya es usted vieja?”. Ella se reía: “No entendéis nada. Para un hombre, la cumbre son los 20; pero las mujeres alcanzan todo su potencial a los 40. ¡Es la mejor edad para nosotras, en todos los aspectos!”.
¿BRIGITTE BOVARY?
Durante el curso 1993-1994 Brigitte montó El arte de la comedia, del italiano Eduardo de Filippo, en su taller de Teatro. La obra cuenta los problemas de un gobernador al que tiene en jaque una compañía de teatro. El bromista Jean-Baptiste Deshayes firmó la puesta en escena junto a Brigitte. Pero otro adolescente de la pandilla irrumpió en sus vidas: Emmanuel Macron, de 15 años y conocido en La Providence como “el genio sonriente”. Aquel muchacho inteligente que hablaba de igual a igual con los adultos reescribió la obra con Brigitte, se inventó personajes para sus compañeros, brilló y encandiló, y sedujo, y la sedujo.
La historia ya se ha contado cientos de veces: Brigitte, intrigada por la inteligencia del adolescente, más tarde impresionada, y atraída, y resistiéndose, y entendiendo al fin que ahí estaba su verdad, y decidiendo no ser madame Bovary, y no seguir conformándose solo con la literatura para exaltarse.
En 1994, cuando Emmanuel se fue a París para acabar sus estudios, ella se reunió con él. Primero, de vez en cuando; luego, definitivamente. Se divorció de André-Louis y se fue a vivir con Emmanuel. Se casó con él, 13 años después, y se puso a dar clases en otro instituto jesuita, pero esta vez en uno elitista y parisino, el Franklin, hasta 2015, cuando abandonó la enseñanza para acompañar a Emmanuel, convertido en un ministro en el que empieza a prender la ambición. Todo esto es de sobra conocido. Hoy sabemos, porque lo hemos leído, que al principio nada fue fácil. Ni el amor que la atrapa, ni la desaprobación que se cuchichea, ni el hijo que no entiende qué hace su madre... Y luego las cosas acabaron encajando. Los detalles que se queden para la intimidad. Lo interesante es la libertad.
Brigitte Macron dijo lo siguiente en uno de los muchos reportajes que se han hecho sobre su marido: “Cuando decido algo, lo hago”.
Quienes la conocen de sus tiempos de Amiens recuerdan que luchaba por su verdad. “Era una mujer entera; no quería hacer trampa”, cuenta Catherine Debry, profesora en La Providence que tenía conversaciones “largas y profundas” con ella mientras trabajaba allí. Cuando se instaló en París, Brigitte se encontró con Marc De Fernand, el compañero con el que compartía la pasión por el teatro, y con su esposa, Chantal, que es psicoanalista. “Sopesaba perfectamente los riesgos que asumía. Decía que iba a envejecer y que tenía que cuidarse. Pero no se arrepentía de nada. Aunque no durara, habría hecho lo que debía”.
Desde entonces, la vida ha seguido su curso. Brigitte Macron se cuida y hace deporte. A veces, conjura la edad bromeando. Los cronistas de sociedad cuentan un chascarrillo que parece que dijo durante la campaña electoral: “Emmanuel tiene que ganar ahora; si no, ¡imaginaos la pinta que tendré en 2022!”. También se ríe de las paradojas que le ha deparado el destino. Ella, que se había enamorado de un gran escritor en ciernes, se encuentra en el meollo mismo del poder. Emmanuel ha sido alto funcionario, banquero, secretario general del Elíseo, ministro y, ahora, presidente. Hasta el momento, Brigitte se ha adaptado y ha ido incluso más allá. Entusiasta y sin tapujos, atrevida y nada tímida, se siente naturalmente cómoda en las comedias mundanas. Es la anfitriona perfecta: organiza cenas para Emmanuel, encuentros con un mundo del arte no tan austero como los autores con los que ella se deleitaba, pero tampoco exento de grietas. Entre sus invitados, un escritor, Philippe Besson, que admira el don de fascinarse de Brigitte: “Es una auténtica mujer de provincias que se regocija de haber venido a París y que se maravilla por todo”, contó al semanario Le Point. Pero también hay actores, la cantante Line Renaud o el periodista Stéphane Bern, muy conocido en Francia por su programa sobre historia, quien la introduce en el mundo de las dinastías reales y además la llama por la noche, cuenta Brigitte, para conversar sobre Chateaubriand. “Le pregunté una vez si todo eso no era demasiado duro —dice Bern—. Me contestó que nada podía ser tan difícil como lo que habían vivido Emmanuel y ella”. Bern describe a una mujer pendiente de los demás, que cede la palabra en la mesa a aquellos que están en la sombra. “Sabe lo que significa ser solo ‘la mujer de’. La he visto interrumpir una conversación, girarse hacia la esposa de un empresario que estaba allí por Emmanuel y preguntarle a qué se dedicaba ella…”.
¿Ser “la mujer de”? La libertad hay que conquistarla, una y otra vez. Cuando Emmanuel era ministro, ella asistía a las reuniones del gabinete y su presencia, imprescindible para su marido, alimentaba los rumores de la ciudad. Durante la campaña se
reunía con él para comentar la marcha de los acontecimientos. Tenía el poder que otorga la proximidad, por no decir el de la influencia, y los estrategas del círculo de Macron apelaban a ella para que le hiciera llegar sus mensajes. Era su función. ¿Una relación muy apegada, táctil, intelectual, alegre, irónica, feliz?
Pero el Elíseo es otra cosa. Emmanuel Macron se ha convertido en rey y ahora su cuerpo es sagrado. Brigitte no va a asistir al Consejo de Ministros. El presidente quiere darle un papel público; ella no desea interferir. “No concederé ninguna entrevista hasta pasado un tiempo —me dijo poco después de la la victoria en las presidenciales—. No es a mí a quien han elegido. No quiero estorbar a Emmanuel”. Los primeros días estaba aliviada y preocupada a la vez. Impaciente por instalarse, por tener un despacho, un ayudante, por revisar por fin todos los correos electrónicos que se acumulaban en la bandeja de entrada y a los que no podía responder, y por encontrar su lugar. Ha decidido ocuparse de la discapacidad.
Brigitte está en contacto con su exalumna Domitille Cauet, hoy madre de un chico autista, que la estuvo poniendo al día durante la campaña; sabe que la discapacidad es el punto débil de la sociedad francesa, un asunto delicado, y quiere convertirlo en una prioridad. Siente la necesidad de dar.
En Nantes, durante una cena tras un mitín electoral de Emmanuel, la ironía de la historia quiso que al lado de Brigitte se sentara uno de aquellos diablillos de su juventud, de cuando las monjas la protegían del mal. En mayo de 1968, Daniel Cohn-Bendit, un estudiante pelirrojo y jovial, era la pesadilla de la burguesía: la encarnación del movimiento estudiantil, el anarquista judío-alemán travieso que bailaba frente al poder y al que acabarían expulsando de Francia… Se convirtió en un militante alternativo, después, ecologista, figura política en Francia y en Alemania. En 2017, Dani el Rojo se volvió macroniano en nombre de la renovación y apoyó públicamente a Emmanuel. “Me hace gracia verlo aquí —le dijo Brigitte—. Cuando yo era joven, usted era un personaje terrorífico para la gente de mi entorno. Alguien de quien había que protegerse”. Dani se rio: “Fui ese personaje para muchas chicas. Pero estoy seguro de que también desperté en ellas la curiosidad y el deseo de libertad”.
Allí estaban Brigitte y Dani, dos sexagenarios, poco antes de que Francia se dispusiera a elegir al presidente que ambos querían, un hombre nacido mucho después que ellos. Brigitte ha cruzado el umbral de la puerta, ha salido a manifestarse y ha conquistado el mundo. Encarna de alguna manera a todas aquellas mujeres que han dejado de pedir permiso