Este es el enorme Acueducto de Segovia(ESPAÑA), construido durante el reinado del emperador Trajano entre el 98 y el 117 d.C., que es un testimonio del ingenio de la ingeniería romana.
Sorprendentemente conservada, esta estructura monumental se extiende por 727 metros y se eleva con 165 arcos, cada uno de los cuales supera los 9 metros de altura.
Excepcionalmente, está ensamblado a partir de aproximadamente 24.000 bloques de granito oscuro de Guadarrama, colocados sin mortero, lo que demuestra la precisión y durabilidad de las antiguas técnicas de construcción romanas
Una de las reinas consortes más queridas de Inglaterra fue Leonor de Castilla. Tanto que, tras su muerte, su marido Eduardo I ordenó levantar una cruz en todos los lugares donde parase el cortejo fúnebre. Son conocidas como Eleanor crosses.
Leonor de Castilla, la reina que dio nombre a uno de los lugares más famosos de Londres
Charing Cross es uno de los puntos neurálgicos de la capital inglesa. En el siglo XIII, esa antigua aldea acogió los restos de Leonor de Castilla en su camino hacia la abadía de Westminster
Hija de Fernando III el Santo y hermanastra de Alfonso X el Sabio, Leonor fue una de las reinas consortes más importantes de la Inglaterra medieval. Culta, apasionada por las artes y la política, aprendió de su medio hermano y acompañó a su marido, Eduardo I, en los tumultuosos conflictos internos de su reinado. Lo siguió a las cruzadas y tuvo con él una extensa lista de hijos (probablemente, quince). Su esposo lloró sinceramente su muerte y la honró como pocos reyes habían hecho hasta entonces.
Las crónicas no registraron la llegada al mundo de Leonor de Castilla. Fernando III ya había tenido muchos hijos de su primera esposa, Beatriz de Suabia, de modo que los que tuvo con Juana de Ponthieu ya no eran tan relevantes. Mucho menos si el recién nacido era una niña. Leonor debió de nacer en algún momento alrededor de 1241, y sus primeros años de vida transcurrieron rodeados de batallas y libros.
Creció en una corte itinerante en la que su madre acompañaba a Fernando III a los puntos calientes de la lucha entre cristianos y musulmanes. La familia real se hallaba en Sevilla cuando el rey falleció en la primavera de 1252. Leonor tenía entonces once años. Pocos días después, en el alcázar de esa ciudad, se celebró la llegada de Alfonso X al trono. De todo ello debió de ser testigo la pequeña infanta, que encontró en su hermanastro a un importante mentor intelectual y al artífice de un matrimonio que sellaría para siempre su destino.
Adiós a Castilla
La alianza dinástica entre Inglaterra y Castilla se celebró el 1 de noviembre de 1254 en la abadía del monasterio de las Huelgas de Burgos, un punto crucial para la corte de los reyes castellanos. Hasta allí se trasladó el príncipe Eduardo, de quince años, para unirse en matrimonio con una Leonor de apenas trece. Ambos eran descendientes directos de Leonor de Aquitania y Enrique II de Inglaterra, por lo que eran miembros de la célebre dinastía de los Plantagenet.
Finalizadas las celebraciones, en las que Alfonso X nombró caballero a su cuñado, los príncipes pusieron rumbo al norte. Leonor no volvería a pisar nunca más su tierra natal.
Sus primeros años en Inglaterra no fueron un camino de rosas. A sus desencuentros con su suegra se añadieron problemas mucho mayores a ambos lados del canal de la Mancha. Tanto en Gascuña como en Gales las fuerzas contrarias a la autoridad real habían encendido la mecha de un conflicto que llevó a una frágil situación cuando el propio príncipe fue encarcelado durante la conocida como guerra de los Barones.
Mientras Eduardo estuvo en prisión, Leonor permaneció en el castillo de Windsor, abanderando la resistencia y asumiendo el control de la situación. Una etapa complicada de su vida en la que, además, tuvo que soportar la muerte de su hija Catalina, que falleció a los veinte meses de edad.
Al dolor provocado por su pérdida se sumó la circunstancia de tener que pedir prestado dinero para pagar el funeral. La guerra contra los barones, abanderados por Simón de Montfort, se alargó durante años, en los que el príncipe y su esposa demostraron, aun sin ser reyes, una gran capacidad de liderazgo.
Las cruzadas
En 1268, pacificado ya el reino, el príncipe Eduardo inició los preparativos para emprender el camino de las cruzadas. Acompañado de Leonor, permaneció en Tierra Santa durante más de tres años. La joven no fue solo un apoyo determinante para su compañero, sino que sufrió las penalidades de la guerra lejos de casa, junto con varios embarazos y partos en medio de la campaña. En efecto, dos niñas nacieron en aquel tiempo; una no llegó a recibir nombre, al fallecer pocas horas después del parto; la otra sería conocida como Juana de Acre.
De aquella etapa en las cruzadas se extendió una leyenda con muy poca base histórica sobre la salvación de Eduardo a manos de su esposa. Según cuenta la tradición, el príncipe fue atacado-y herido con una espada envenenada, y Leonor, para salvarle la vida, no dudó en extraer el veneno succionándolo ella misma.
Lo único cierto es que Eduardo sufrió un intento de asesinato, pero la historia anterior contribuyó a poner de relieve la buena fama de Leonor. Una fama que afianzó, tiempo después, como reina de Inglaterra. Cuando estaban a punto de finalizar la lucha en Tierra Santa, los príncipes recibieron dos noticias tristes y muy relevantes para su futuro: el rey Enrique III y su primogénito, de apenas cinco años de edad, habían fallecido.
Luz en la sombra
Convertido en rey, Eduardo I encontró en su esposa a su más fiel asesora y confidente. Leonor estuvo siempre presente en las cuestiones de gobierno, y, aun sin tener un cargo oficial, se convirtió en una estratega en la sombra y una importante diplomática en las cuestiones internacionales que afectaron al reinado de su marido.
Asimismo, hizo lo posible por trasladar a las frías estancias de la corte londinense todo aquello que había visto y vivido en los palacios castellanos y alcázares musulmanes. Además de incorporar costumbres más civilizadas, como el uso del tenedor, o lujos domésticos como el baño con azulejos, y diseñar jardines con espléndidas fuentes, Leonor organizó su propio scriptorium, promoviendo la producción de manuscritos ilustrados, mientras supervisaba la educación de sus hijos.
Hija de Fernando III el Santo y hermanastra de Alfonso X el Sabio, Leonor fue una de las reinas consortes más importantes de la Inglaterra medieval. Culta, apasionada
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Las “cruces de Leonor”
Leonor de Castilla falleció el 28 de noviembre de 1290, a los 49 años, probablemente a causa de la malaria que había contraído en un viaje a Gascuña. Se hallaba lejos de Londres cuando le sorprendió la muerte, y Eduardo I quedó consternado.
Al rey solo le quedaba el consuelo de honrar a su esposa, a la que había amado y admirado siempre. En el camino desde Harby hasta su última morada en la abadía de Westminster, ordenó construir doce monumentos, que bautizó como las “cruces de Leonor”, en una peregrinación sin precedentes en la historia de Inglaterra.
En el año 722, un puñado de guerreros cristianos derrotó en Covadonga al ejército del gobernador musulmán de Gijón. En torno a su caudillo, Pelayo, surgió pronto una leyenda que lo convirtió en el héroe iniciador de la Reconquista.
Considerado tradicionalmente como el primer soberano del reino de Asturias, Don Pelayo es un personaje de cuya existencia histórica apenas nadie duda, pero cuyos orígenes, vida y logros militares están envueltos en toda suerte de leyendas. Más conocido con el título de «don» (es decir, dominus, «señor») que con el de «rey», su figura está asociada a un único hecho histórico: la batalla de Covadonga, supuestamente acaecida en 722 y siempre considerada la primera gran victoria de los cristianos frente a los árabes que habían invadido la Península en 711.
Don pelayo es elegido rey de Asturias. Óleo por José Madrazo. Siglo XIX. Basílica de Covadonga.
Tras vencer al rey Rodrigo en Guadalete ese mismo año y destruir el reino visigodo, los musulmanes habían progresado hacia el norte sin hallar resistencia suficiente o, al menos, efectiva. Su avance sólo empezó a frenarse y encontrar dificultades a raíz de la victoria de Pelayo, que, a su vez, significó el comienzo de la marcha cristiana hacia el sur.
Pertenece Pelayo a ese linaje de héroes que en diferentes literaturas y culturas están asociados a relatos fundacionales de pueblos, a victorias épicas y decisivas sobre enemigos terribles, y a hechos trascendentales que han cambiado la historia. Es cierto que no ha tenido la fortuna literaria de un Eneas o un Rómulo, fundadores de Roma, o del célebre Arturo de Inglaterra –rey mítico que ha dado origen a la tan fecunda literatura «artúrica»–, pero, aun así, son muchas las fuentes que transmiten sus gestas, reales o supuestas.
Los relatos sobre Pelayo son muy dispares, en especial en lo que se refiere a sus orígenes. Se le han atribuido diferentes procedencias: astur o cántabra, vascona e incluso bretona, mientras que las crónicas antiguas siempre señalan que era de origen godo, hasta de estirpe regia.
Esta última tesis es problemática, pues resulta difícil admitir que los astures, que al igual que cántabros y vascones habían ofrecido resistencia a la monarquía visigoda en diferentes momentos, especialmente en tiempos de Wamba, eligieran ahora como líder a un noble godo.
UN CAUDILLO ASTUR?
Parece lógico pensar que Pelayo fuese un astur que acaudillara a sus compatriotas para hacer frente a la opresión de los musulmanes que controlaban sus tierras. De hecho, la denominada Crónica mozárabe de 754, que narra la invasión musulmana de la Península desde la perspectiva de la población visigoda, no registra el episodio de la batalla de Covadonga.
Por otra parte, salvo su hijo Favila (o Fáfila), también personaje semilegendario, los sucesores de Pelayo no llevan nombres godos, por lo que cabe pensar que éste pertenecía a una familia de nobles o acomodados hispanorromanos de Asturias. De hecho, sabemos que poseían importantes dominios en Siero, según se deduce del testamento de Alfonso III, uno de los más famosos monarcas del reino de Oviedo y descendiente de Pelayo.
Don Pelayo, rey de Asturias. Óleo de Luis de Madrazo, 1854, Museo del Prado.
Cueva de Covadonga, considerada el escenario de la batalla entre don Pelayo y Alqama. En ella se encuentra la tumba de Pelayo, cuyos restos fueron trasladados aquí en el siglo XIII, a iniciativa del rey Alfonso X el Sabio.
Don Pelayo en una crónica de la batalla escrita en el siglo XII. Biblioteca Nacional de España.
Don Pelayo en una estatua por José María López Rodríguez, situada en la plaza del Marqués de Gijón. 1891. El soberano levanta la Cruz de la Victoria como se cree que hizo en Covadonga.
En el año 722, un puñado de guerreros cristianos derrotó en Covadonga al ejército del gobernador musulmán de Gijón. En torno a su caudillo, Pelayo, surgió pronto una leyenda que lo convirtió en el héroe iniciador de la Reconquista.
En el año 1669, cuando Sicilia era parte del Imperio español, se produjo la mayor erupción del Etna. Se ha calculado que los daños ascendieron a lo que hoy serían 7 mil millones de euros por la destrucción que provocó y que afectó incluso a la ciudad de Catania.
Fragata española «Numancia», la olvidada historia del primer acorazado en dar la vuelta al mundo
Desde su participación en la batalla de El Callao hasta su final frente a las costas portuguesas, este barco participó en muchos de los acontecimientos históricos más relevantes de la España del siglo XIX
Dentro de esa larga sucesión de capítulos de la Historia de España a los que, quién sabe por qué, nunca se ha prestado demasiada atención, se encuentra el de la fragata « Numancia ». Una nave que condensa parte importante de la historia de ese siempre convulso siglo XIX español. Fue el primer acorazado en dar la vuelta al mundo -comiéndole la tostada a ingleses y franceses-, luchó por el cantón de Cartagena durante la rebelión de 1873, y sirvió como base flotante en Tánger poco antes de que estallase la Guerra del Rif . Una gran epopeya que llegó a su fin en 1916, cuando, como si de un acto de insubordinación se tratase, encalló frente a costas lusas en su camino a los altos hornos de Bilbao, donde su herrumbroso casco iba a ser fundido.
La «Numancia» fue construida en el astillero de la ciudad francesa de Tolón entre el 1862 y 1863. Llegaba tan solo un par de años después de la botadura del primer navío de este tipo, el francés « La Gloire ». Su aspecto debía ser imponente. Tenía 96,8 metros de eslora y 17,3 de manga. Su casco estaba protegido por una coraza de pesadas planchas de hierro, que lo cubría desde la línea de flotación hasta la cubierta. Contaba, además, con una artillería compuesta por 34 cañones lisos de 68 libras.
Desde su participación en la batalla de El Callao hasta su final frente a las costas portuguesas, este barco participó en muchos de los acontecimientos históricos más relevantes de la España del siglo XIX
El viaje con el que inició la vuelta al mundo, comenzó en Cádiz pero en un principio no se trataba de dar la vuelta al mundo, sino que fue enviada a las ...