Con unas altísimas pretensiones y una imagen que, en ocasiones (siempre que no vaya acompañada de texto), transmite cierto gusto por el encuadre y por el movimiento, Síndrome se ve sin embargo sepultada por una historia no ya mal narrada, sino tan absurda como inexistente. Rabal y Davidova frivolizan sobre temas tan profundos y tan peligrosos como las enfermedades terminales, la adicción a las drogas, el sadomasoquismo, el incesto, la violencia de género o la demencia. Con unos diálogos mínimos, una rotunda ausencia de información sobre los personajes y unas interpretaciones de aficionados (a Davidova, por ejemplo, no se le entiende casi nada por culpa de sus carencias en la dicción y su empeño en susurrar cada frase), la película acusa los mismos males que ya lastraban Las noches vacías, el corto realizado por el tándem hace cuatro años. Y es que se quiere hablar de demasiadas cosas y excesivamente elevadas, cuando en realidad da la impresión de que no se tiene absolutamente nada que contar.