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Personajes: Jackie Kennedy: ni tan santa:
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La imagen de la esposa abnegada con su traje manchado de sangre quedó fijada en la mente de toda una generación, el 22 de noviembre de 1963. La primera dama se negó a cambiarse de ropa para que el mundo entero fuera testigo de lo que le habían hecho a su marido, el presidente número 35 de Estados Unidos, asesinado en Dallas. Pero ese día Jacqueline Kennedy logró algo más: inmortalizarse como
heroína y convertirse en objeto de una admiración superior a la que experimentó a su llegada a la Casa Blanca, cuando tenía escasos 31 años y con su juventud le imprimió glamour a la sede de gobierno. Viuda a los 34, con dos niños, sería adorada por los norteamericanos de su época y los que estaban por venir.
Su reputación de santa solo se vio minada
al casarse en 1968 con Aristóteles Onassis. Después de todo, el magnate griego opacaba el esplendor de la era de Camelot, debido a su fama de pirata financiero nuevo rico, cuya fortuna despertaba sospechas. Pese a la “
traición”, no se cayó del pedestal gracias a la discreción con la que manejó su vida esa mujer que se rehusaba a dar entrevistas. Incluso Frank Sinatra la bautizó “la reina de América”. Se necesitó que Jackie muriera víctima del cáncer, a los 64 años para que empezara a revelarse su lado más oscuro:
una ambiciosa que de compañera fiel no tenía un pelo.
Ahora que se cumplen cincuenta años del magnicidio el mito sigue derrumbándose. Un reciente libro la describe como
una persona fría emocionalmente, que sufría de abruptos cambios de humor y que, al igual que su esposo, s
e aplicaba regularmente inyecciones de anfetaminas. Agrega que ella sabía quiénes formaban parte de la larga lista de amantes de John F. Kennedy, aunque ni él fuera capaz de recordar sus nombres. "These Few Precious Days: The Final Year of Jack with Jackie" cuenta que la primera dama prefería hacerse la de
la vista gorda. Pero según su autor, Christopher Andersen,
solo había una mujer que le parecía rival de cuidado: Marilyn Monroe. Debido a su fama, esta podía poner en peligro
la estabilidad de su reino, perfecto ante los ojos del público.
El relato cuenta que a los 36 años, la diva de Hollywood estaba atravesando por una crisis y creía que debía ser algo más que un símbolo sexual. Al parecer, el papel de segunda esposa del jefe de Estado era el que más le sonaba. El periodista revela que Peter Lawford, cuñado del presidente, tenía conocimiento de una llamada que la aspirante a primera dama le hizo a la titular para ponerla al tanto de sus intenciones: “Marilyn, genial que te cases con Jack. Vendrás a la Casa Blanca, asumirás mis responsabilidades y todos los problemas serán tuyos”, le habría respondido Jackie impasible. Evelyn Lincoln, secretaria del mandatario, expresó que
en ese matrimonio no había amor: “
Cuando se casaron, él era un político que quería ser presidente y para eso necesitaba una esposa”.
Otro texto sobre los últimos cien días de Kennedy, escrito por Thurston Clarke, lo confirma. Señala que pese a lo fotogénicos que lucían,
escasamente se hablaban. Solo al final un episodio amargo los unió: la muerte de su bebé Patrick. El presidente se habría sentido culpable porque nunca estaba al lado de su esposa cuando ella lo necesitaba. En 1955, Jackie había tenido un aborto y al año siguiente dio a luz una niña que nació muerta mientras él disfrutaba de un crucero con compañía femenina en abundancia. Pese a su
distanciamiento, valoraba el
capital social y el
pedigrí que ella le aportaba
a su administración y más con el auge de la televisión.
“Era un
modelo de primera dama porque
brillaba en la escena pública, representando con estilo al país en el exterior. Su belleza, combinada con su porte y el exquisito gusto para vestirse, la hicieron una creadora de tendencias”, comentó a FUCSIA Barbara Perry, biógrafa de los Kennedy. “Prendan las luces para que el público la vea”, pedía el presidente. De hecho, las últimas palabras que le dirigió a su esposa en Dallas fueron: “
Quítate las gafas oscuras, Jackie”.
Para nadie es un secreto que Kennedy tenía fama de galán, aunque quizá por respeto a su memoria el diario The New York Times tardó treinta años en reconocerlo. Se ha hablado de sus orgías y entre sus conquistas hubo una practicante de la oficina de prensa llamada Mimi Alford que confesó, en un testimonio publicado el año pasado, haber perdido su virginidad a los 19 años en la habitación privada de la primera dama. Aseguró además que el propio gobernante le pidió que en su presencia le practicara s*x* oral a su asistente Dave Powers, “para quitarle la tensión”. Pero también habría tenido mujeres de más alto perfil, como las actrices Marlene Dietrich y Zsa Zsa Gabor. Lo paradójico es que Jackie le habría confesado a Frank Finnerty, su médico de confianza, que el modus operandi de Kennedy en la cama consistía en “hacerlo rápido y quedarse dormido”.
Ella se encargó de aderezar su desabrida vida marital con una serie de amoríos del mismo calibre.
Dicen las malas lenguas que se acostó con William Holden, uno de los actores más cotizados de la época, en la misma cama en que Kennedy había hecho de las suyas con Monroe; y que sedujo a
Gianni Agnelli, fundador de la fábrica de automóviles
Fiat. Pero ningún romance habría sido tan ilícito como el que tuvo con su cuñado
Robert Kennedy, luego del asesinato del presidente. “Al menos tienes la tranquilidad de que John ha encontrado la felicidad eterna”, fueron las palabras de pésame que Ethel, la esposa del entonces fiscal general, le dijo a la viuda.
“Sí, pero yo hubiera querido algo más. Tienes suerte de que Bobby esté aquí para ti”, le contestó Jackie. Ethel quiso consolarla replicándole: “Él también está aquí para ti”. La mujer no sabía la literalidad con la que su marido y concuñada tomarían ese ofrecimiento. Hace algunos años el escritor C. David Heymann aseguró en su libro "Bobby and Jackie, A Love Story", que había pruebas en los archivos secretos del FBI de esa apasionada relación. La escena de ambos tomados de la mano en el cementerio de Arlington pasó a mayores: él empezó a estar más tiempo con la familia de su hermano que con la suya hasta que terminó mudándose solo, de Washington a Nueva York, para postularse al senado en 1964.
Al mismo tiempo, Jackie hizo planes para radicarse en Manhattan. Los choferes de Robert habrían dejado saber que varias veces a la semana lo dejaban en el apartamento de ella en las noches y lo recogían en las mañanas. “Un día que fui a ver a Kennedy, todas sus oficinas estaban vacías. Caminé hasta su despacho y vi la puerta entreabierta. Adentro, en el sofá, Jackie estaba sentada en sus piernas, de frente, y abrazada a su cuello”, reveló Kenneth McKnight, uno de los asesores del político.
El documento cuenta que a Jackie no le fue mejor con este Kennedy, pues además de su esposa celosa le tocaba aguantarse a sus otras amantes. Ella no se quedó de brazos cruzados y terminó teniendo una aventura con
Marlon Brando. El actor habría tratado de incluir un capítulo sobre su fugaz encuentro en su biografía, afirmando que ella tomó la iniciativa, pero fue retirado antes de la publicación en 1994. “
Hambrienta de dinero”, aceptaría los acercamientos de
Onassis, un hombre acostumbrado a pagar por los favores sexuales, pese a los ruegos de Bobby, quien odiaba al millonario debido a que este había formado parte de su lista negra en sus años de fiscal.
Pero en esta historia lo habitual era que todo quedara en familia:
los dos hermanos habían compartido a Marilyn y ahora Jacqueline iniciaba una relación con el griego, que había vivido un affaire con su hermana Lee Radziwill, casada con un príncipe polaco. Entonces, la compañera “oficial” de Onassis era la cantante de ópera María Callas, quien tildaba a su reemplazo de ser “una geisha”.
Jackie tenía claro que lo suyo con Bobby no tenía futuro y menos por cuenta de sus aspiraciones presidenciales. Por su parte, él se prometió que solo sobre su cadáver ella se casaría con Onassis. Cuatro meses después de su asesinato, en junio de 1968, Jackie le dio el sí al magnate. Explicó que se iba del país asustada de que sus hijos corrieran peligro por la persecución a los Kennedy. Sin embargo, cuando su amigo Truman Capote le preguntó por su decisión ella le respondió: “No podía quedar bien casada con un dentista de Nueva Jersey”.
La leyenda de
Camelot que enamoró al público no fue más que una invención de Jackie para que el mundo recordara el paso de los Kennedy por la Casa Blanca como un
reinado mágico. Quedó impresa en el imaginario colectivo una semana después del homicidio del presidente, cuando ella le narró a Theodore White, en una de las pocas entrevistas que dio en su vida, que su esposo era aficionado a las historias de caballeros y que todas las noches escuchaba un musical de Broadway sobre el rey Arturo. “Su parte favorita era ‘no olviden que alguna vez hubo un breve momento de gloria, conocido como Camelot’... Nunca habrá otro Camelot”.