ICONO AD: Darro, la firma de Paco Muñoz y Fernando Alonso

Una retrospectiva dedicada a la editora 'Darro' muestra el empeño de Paco Muñoz y Fernando Alonso, sus alma mater, por modernizar la España franquista con un diseño que unió la cultura mediterránea y la nórdica.
Entre muebles castellanos, tallas religiosas, aperos rurales y herencias de familia de estilo Remordimiento hubo quien fantaseó durante la dictadura franquista con una España moderna, un pequeño grupo de emprendedores decidieron aventurarse en el diseño contemporáneo industrial; como Paco Muñoz (Santander, 1925-Pedraza, 2009), que en 1958 creó la editora Darro junto a su socio Fernando Alonso (con quien siete años antes había fundado Casa & Jardín) con el fin de abastecer de sillas, escritorios, camareras o camas a casas, oficinas y ministerios con espíritu visionario. Buenas piezas, sobrias, prácticas, desmontables, con aires internacionales y cultos y producidas en serie en España. Y aunque este atrevimiento escondía ideología, el mobiliario se salvó de la censura, aunque les vigilaban de cerca.
“A finales de los 50 hay una apertura, se comienza a salir de la autarquía y del aislamiento, sobre todo con la mejora de las relaciones con EEUU y con los ministros tecnócratas del Opus Dei, que avisan de la necesidad de exportar para que entren divisas”, explica Pedro Feduchi, comisario de la exposición Darro. Diseño y arte (1959-1979) que muestra 60 de sus iconos que han recopilado sus organizadores, la Galería Machado-Muñoz, formada por Mafalda Muñoz, hija del fundador de la marca, y su marido, el fotógrafo Gonzalo Machado.

En este contexto comenzaron a fabricar modelos firmados por los grandes de la época como Miguel Fisac, Javier Carvajal, Manuel Barbero o José Luis Picardo. “La modernidad lo arrastró todo, el cine americano entraba a raudales y la gente necesitaba objetos con los que sentirse parte de Europa”, continúa Feduchi. El catálogo de Darro bebe de la cultura popular mediterránea, como desde los 30 reivindicaran los arquitectos Josep Lluís Sert o Le Corbusier. Así la silla Riaza de Muñoz recuerda un sillón frailero, la Pastrana reinterpreta los asientos de enea o la butaca Toro remite con su respaldo a una cornamenta. Otra potentísima referencia es el Movimiento Moderno de los países nórdicos, muy bien vistos por el Régimen porque fueron neutrales durante la guerra. A partir de los escandinavos nacieron aparadores y mesas de nogal con patas de hierro, sillas de acero y cuero a juego de sus escritorios de despacho o sus butacas de finas varas de madera.
Piezas resistentes, austeras y lógicas que habitaron desde el Instituto Nacional de Industria, hasta el Club de la Casa de Campo o el RACE. Este registro, de lo laboral a lo doméstico (incluyendo lámparas, vajillas y elementos decorativos), se mostraba en la tienda de Ortega y Gasset de la editora, donde se reunía la burguesía intelectual de la época atraída por sus exposiciones de arte de Canogar, Vaquero Turcios, Chirino o Zóbel y para descubrir las innovadoras creaciones sociales de arquitectos consagrados y de jóvenes talentos que Darro apoyaba como Coderch, Milá, Oriol, Equipo 57 o Fernando Ramón Moliner. “De este último es la silla Vista Alegre, bautizada por el poblado de reinserción al que iba dirigida y del que él decoró uno de los módulos. O los pupitres que hizo Roberto Terradas. Todo ello parte de la vocación del negocio”, puntualiza Feduchi.
Tras unos años de expansión, en la que llegó a exportar a Alemania, el impulso creativo fue decayendo. Su sede se convirtió en una tienda de decoración que ofrecía las novedades de marcas internacionales como Arflex o Herman Miller. Y en 1968 se produjo la reforma del local. “La hizo mi padre, Javier Feduchi (que había proyectado Galerías Preciados, atendiendo a la mercadotecnia americana). Entrabas y debías recorrerla entera, a través de todos los espacios que reproducían las estancias del hogar, hasta llegar a la salida. Algo hasta ahora desconocido”, explica el arquitecto. La crisis de los 70, las huelgas, y el escaso apoyo de la burguesía de izquierdas acabó con esta firma. “Al contrario que en Barcelona, donde se incorporó el diseño como parte de su identidad, aquí lo rechazaron”, concluye Feduchi mientras señala el cartel de la muestra, y avisa “Machado-Muñoz planea reeditar los iconos de Darro y ya ha comenzado por un banco de Javier Carvajal que está en la muestra”. Es justo y necesario.