https://elpais.com/opinion/2024-01-30/carlos-vermut-el-s*x*-duro-y-la-conversacion-silenciada.html
Qué es (y qué no es) s*x* duro es un debate que ha despertado en X la investigación de Gregorio Belinchón, Ana Marcos y Elena Reina que ha hecho públicas las acusaciones de tres mujeres de haber sufrido violencia sexual a manos del director de cine Carlos Vermut. Una de ellas describe una inmovilización, estrangulamiento y s*x* forzado con oposición verbal y física, ya que trató de zafarse a patadas. “He practicado s*x* duro siempre de manera consentida, porque creo que es muy importante el consentimiento”, declaró Vermut en una de las tres entrevistas que mantuvo con los periodistas en respuesta a las acusaciones. “He estrangulado a personas, sí, pero de manera consentida. No lo estoy negando”, insistió.
“s*x* duro y s*x* consentido son necesariamente compatibles. Todo lo demás es agresión sexual”, tuitea Ángela Rodríguez, ex secretaria de Estado de Igualdad, en sintonía con otros mensajes que replican a la justificación del director.
Existe una conversación silenciada que las mujeres barremos bajo nuestra alfombra de traumas. Como si no existiera, la ignoramos en un rincón hasta que casos como el de Vermut nos obligan a encararla y airearla. La mayoría no lo tuiteará. Se tratará con indirectas y pocas pero suficientes palabras, en chats de amigas o a las tantas en un bar. Esa sinceridad puntual se sentirá como una interferencia del sistema. Como si por un instante se abriese un portal donde mostrar aquella herida que nos negamos a tratar como ejemplares amazonas del s*x* que somos. Lo que nos llevó a levantarnos rápido, sacudirnos el polvo y seguir adelante con la cabeza alta como si aquello que sabíamos que había pasado (siempre se sabe) no fuese para tanto.
“El mundo está inquietantemente cómodo con el hecho de que las mujeres a veces vuelven a casa llorando después de un encuentro sexual”, escribe Lily Loofbourow en The female price of male pleasure (“El precio femenino del placer masculino”), un texto del inicio del Me Too al que siempre vuelvo en momentos como este. Otro instante-interferencia en el que la sociedad señala de forma unánime a la manzana podrida, al monstruo fácilmente separable del pack. ¿Qué hacemos con el resto? De Loofbourow aprendí que los hombres hablan de “mal s*x*” cuando “se aburren” y que las mujeres lo hacen para referirse a “no tener confort emocional o, de forma más común, dolor físico”. Que el 30% de las mujeres sienten dolor durante el s*x* vaginal, el 72% durante el sexx anxx y un “elevado porcentaje” no comunica a su pareja sexual cuando le está doliendo. Datos que las amazonas del s*x* barremos al rincón de no pensar.
A las mujeres les gusta el s*x* duro. Les produce placer la asfixia. Las mujeres tienen fantasías de violación. Pero presuponer que no hay política en la cama, que su deseo es ajeno a lo que ocurre fuera de ella, resulta ilusorio. “Liberar al s*x* de las distorsiones de la opresión no es lo mismo que limitarnos a decir que todo el mundo puede desear lo que quiera o a quien quiera. Lo primero es una demanda radical; lo segundo, una demanda liberal”, recuerda la académica Amia Srinivasan en El derecho al s*x*, una invitación a preguntarnos el porqué de lo que nos excita y a detectar las fuerzas políticas que han dirigido nuestras fantasías.
Analizar la raíz del deseo no consiste para nada en disciplinarlo. No se trata de dictaminar qué se debe o no se debe desear. Tampoco es moralista pedir explicaciones sobre nuestro mal s*x*. Salir del silencio, visibilizar esa conversación, es la vía a su emancipación. Saber qué hacemos con el resto.