GUERRA ARANCELARIA
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (Reuters/Kevin Lamarque)
Por Carlos Sánchez 11/02/2025 - 05:00 Actualizado: 11/02/2025 - 07:30
Si es verdad que la mejor defensa es un buen ataque, Donald Trump ha cumplido el dicho al pie de la letra. Su ofensiva arancelaria, al margen del interés electoral por razones de política interna, tiene que ver, fundamentalmente, con un problema de fondo que hay que vincular a las crecientes dificultades de su país para competir en los mercados internacionales de bienes (no así en los servicios). Lo dijo incluso, durante su anterior mandato, su asesor principal en comercio, Peter Navarro, muy cercano al presidente: “Los problemas estructurales relacionados con el comercio en la economía estadounidense han dado lugar a un crecimiento más lento, menos empleos y una mayor deuda pública”.
La paradoja estriba, sin embargo, en que eso ocurre cuando EEUU barre a sus socios comerciales en productividad o inversión extranjera, lo que ha acabado por generar una economía dual. O expresado en otros términos, el país es incapaz de mejorar su posición competitiva con sus socios comerciales, pero su supremacía en factores que impulsan la productividad, como la inteligencia artificial o el uso de capital tecnológico, es indiscutible. Lo demuestra el hecho de que su PIB per cápita ha crecido más que el de Europa desde que comenzó el siglo.
Algunos datos ponen negro sobre blanco las dificultades comerciales de EEUU. El país acumuló el año pasado un impresionante déficit comercial equivalente a 918.416 millones de dólares, pero es que si se elimina el superávit registrado en los servicios, el desequilibrio entre lo que el país vende al extranjero y lo que compra supera ya los 1,21 billones de dólares, lo que representa un 14% más que un año antes. Es decir, el 3,1% del PIB, tres décimas más que en 2023.
El deterioro, hay que decir, según datos de Census Bureau, la oficina estadística de EE. UU., es persistente en el tiempo, y ni siquiera la subida arancelaria iniciada en el primer mandato Trump para penalizar las importaciones —que en líneas generales mantuvo Biden— ha servido para mitigar el desequilibrio. Es más, el déficit no ha dejado de crecer desde entonces en el caso de los bienes y mercancías, que es lo que más preocupa a la Casa Blanca por su efecto sobre el tejido industrial del país. Entre otras cosas porque las manufacturas son más intensivas en empleo que los servicios.
Esta falta de competitividad de la economía de EEUU en el ámbito comercial se manifiesta en una cifra que no da pie a interpretaciones, y que explica que la ofensiva arancelaria de Trump haya puesto sus ojos también en Europa. La UE logró el año pasado un superávit comercial en bienes equivalente a 235.600 millones de dólares, casi 27.000 millones más que un año antes.
Esto significa que la cuarta parte del desequilibrio tiene que ver con la capacidad de Europa de penetrar en los mercados estadounidenses. En particular, los países más competitivos, como Alemania, que acumula un superávit de 84.800 millones de dólares con EEUU. El superávit de Irlanda es ligeramente mayor (86.700 millones), pero en este caso hay que tener en cuenta que una parte importante tiene que ver con empresas estadounidenses radicadas en la isla para producir por razones fiscales.
China, en todo caso, continúa siendo el gran agujero de la economía norteamericana. Con un excedente entre ingresos y pagos equivalente a 295.400 millones de euros, representa prácticamente la tercera parte del desequilibrio. A ello contribuyen tanto el apetito de EEUU por bienes importados (sus automóviles u otros bienes manufacturados son menos competitivos que los chinos o los europeos) como el tipo de cambio del dólar, fortalecido en los últimos años por la entrada de inversión extranjera. Una apreciación que será todavía mayor si la Reserva Federal diseña una política monetaria más dura para compensar los efectos en la inflación de los aranceles.

Los problemas de competitividad de la economía estadounidense son tan relevantes que ocho de las diez rúbricas que utiliza el Census Bureau para reflejar de forma sintética la evolución del comercio con el exterior tienen déficit. Sólo se salva la industria aeronáutica (por el efecto Boeing) y la venta de armas, espoleada en los últimos años por la guerra de Ucrania, el rearme europeo y la invasión de Gaza por Israel. En el primer caso, algo más de 78.538 millones de dólares, y en el segundo casi 3.000 millones. En el resto de rúbricas el déficit es inapelable. Nada menos que 231.466 millones en el caso de la información y las comunicaciones, que incluye los productos informáticos o el suministro de equipos de telecomunicaciones. La biotecnología, las ciencias de la vida o la optoelectrónica, igualmente, generan enormes déficits en el comercio de EEUU, que lejos de remitir van en aumento.
El argumento utilizado en los últimos años por la Casa Blanca para justificar los aranceles tiene que ver, en parte, con que las reglas del comercio no son justas. Se esgrime, en concreto, que sus empresas deben interiorizar en sus balances elevados costes (salariales y no salariales), lo que les impide competir con otras del exterior cuyo punto de partida es sensiblemente mejor en términos comparativos. El caso de China es el más evidente, pero también México o Vietnam. No es de extrañar, por eso, que China y México estén en la lista negra de Trump, junto a Europa.
A falta de contabilizar los últimos movimientos de la Casa Blanca sobre el nivel arancelario, el promedio aritmético de los tipos arancelarios de EEUU en 2021 (último análisis), según la Organización Mundial de Comercio, sigue siendo bajo. En su conjunto, un 4,8%. Ahora bien, el proteccionismo es especialmente relevante en el caso de los productos agropecuarios, un 9,2% el arancel medio. Es decir, más del doble, principalmente para salvar a la industria láctea y a los productores de tabaco.
Esta madrugada Trump ha firmado la imposición de un 25% de aranceles a todas las importaciones de acero y aluminio, sin excepciones
No hay que olvidar, sin embargo, que EEUU recurre con frecuencia a los derechos antidumping para defender su posición comercial. Entre 2018 y 2021 se iniciaron nada menos que 178 investigaciones, pero es que aún se mantienen en vigor 489 órdenes de imposición de derechos antidumping, de los que el 48% se aplican a productos de hierro y acero. Precisamente, el sector que ahora quiere proteger Trump con su política arancelaria. De hecho, esta madrugada el presidente ha firmado las órdenes ejecutivas anunciadas sobre la imposición de un 25 por ciento de aranceles a todas las importaciones de acero y aluminio, sin excepciones ni exenciones, que, según la Casa Blanca, entrarán en vigor el 12 de marzo.
No es una actividad cualquiera para su economía. Según la patronal, la industria siderúrgica estadounidense genera más de 520.000 millones de dólares en producción económica y emplea a casi dos millones de trabajadores de forma directa e indirecta. Lo singular es que, según un estudio de Brookings, un think tank especializado en políticas públicas, los aranceles de represalia anunciados por China castigarán más a los condados que votaron a Trump, lo que da a entender que se trata de una respuesta quirúrgica, como la que hizo Europa contra el whisky de Kentucky, de mayoría conservadora.
Ocurre, sin embargo, que también Europa está en las mismas circunstancias que EEUU en cuanto a la capacidad para competir con terceros países de menor nivel de renta, y en los que los salarios son sensiblemente más bajos y las normas medioambientales o fitosanitarias son menos exigentes.
Europa, sin embargo, mantiene un extraordinario superávit comercial con EEUU (casi un cuarto de billón de euros) pese a factores que juegan en su contra como los mayores costes de la energía, los problemas regulatorios en una economía compleja con 27 Estados miembros y, por supuesto, el hecho de que puede aprovechar menos las economías de escala al contar con un mercado único subóptimo, incluyendo un deficiente mercado de capitales para financiar a las pymes.
Su punto negro se manifiesta en el comercio de servicios, cuyo peso en el PIB, según este trabajo de los economistas Enrique Feás y Judith, Arnal, pesa 30 puntos menos en el PIB que el de bienes. Esto sugiere que el problema estructural de EEUU tiene que ver con su pobre producción de manufacturas y su escasa penetración en el exterior. Entre otras razones, porque aunque tenga una posición muy favorable en servicios, el peso del comercio exterior de servicios respecto del PIB es de apenas el 6,3%. Es decir, muy poco para compensar el abultado déficit comercial en bienes. Ni siquiera el hecho de que EEUU sea el primer destinatario en el mundo de la inversión extranjera directa equilibra la balanza comercial. Los aranceles, en este sentido, sólo servirán para desviar la atención sobre un problema de naturaleza estructural. El comercio exterior de EEUU, simplemente, no es competitivo.
Lo que esconde la estrategia de Trump: EEUU es un desastre comercial
EEUU es una economía más competitiva y productiva que otras áreas del planeta. Pero su enorme déficit comercial revela un problema de fondo. No compite en la producción de manufacturas. El desequilibrio crece y crece
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Por Carlos Sánchez 11/02/2025 - 05:00 Actualizado: 11/02/2025 - 07:30
Si es verdad que la mejor defensa es un buen ataque, Donald Trump ha cumplido el dicho al pie de la letra. Su ofensiva arancelaria, al margen del interés electoral por razones de política interna, tiene que ver, fundamentalmente, con un problema de fondo que hay que vincular a las crecientes dificultades de su país para competir en los mercados internacionales de bienes (no así en los servicios). Lo dijo incluso, durante su anterior mandato, su asesor principal en comercio, Peter Navarro, muy cercano al presidente: “Los problemas estructurales relacionados con el comercio en la economía estadounidense han dado lugar a un crecimiento más lento, menos empleos y una mayor deuda pública”.
La paradoja estriba, sin embargo, en que eso ocurre cuando EEUU barre a sus socios comerciales en productividad o inversión extranjera, lo que ha acabado por generar una economía dual. O expresado en otros términos, el país es incapaz de mejorar su posición competitiva con sus socios comerciales, pero su supremacía en factores que impulsan la productividad, como la inteligencia artificial o el uso de capital tecnológico, es indiscutible. Lo demuestra el hecho de que su PIB per cápita ha crecido más que el de Europa desde que comenzó el siglo.
Algunos datos ponen negro sobre blanco las dificultades comerciales de EEUU. El país acumuló el año pasado un impresionante déficit comercial equivalente a 918.416 millones de dólares, pero es que si se elimina el superávit registrado en los servicios, el desequilibrio entre lo que el país vende al extranjero y lo que compra supera ya los 1,21 billones de dólares, lo que representa un 14% más que un año antes. Es decir, el 3,1% del PIB, tres décimas más que en 2023.
El deterioro, hay que decir, según datos de Census Bureau, la oficina estadística de EE. UU., es persistente en el tiempo, y ni siquiera la subida arancelaria iniciada en el primer mandato Trump para penalizar las importaciones —que en líneas generales mantuvo Biden— ha servido para mitigar el desequilibrio. Es más, el déficit no ha dejado de crecer desde entonces en el caso de los bienes y mercancías, que es lo que más preocupa a la Casa Blanca por su efecto sobre el tejido industrial del país. Entre otras cosas porque las manufacturas son más intensivas en empleo que los servicios.
Locos por consumir en el extranjero
Esta falta de competitividad de la economía de EEUU en el ámbito comercial se manifiesta en una cifra que no da pie a interpretaciones, y que explica que la ofensiva arancelaria de Trump haya puesto sus ojos también en Europa. La UE logró el año pasado un superávit comercial en bienes equivalente a 235.600 millones de dólares, casi 27.000 millones más que un año antes.
Esto significa que la cuarta parte del desequilibrio tiene que ver con la capacidad de Europa de penetrar en los mercados estadounidenses. En particular, los países más competitivos, como Alemania, que acumula un superávit de 84.800 millones de dólares con EEUU. El superávit de Irlanda es ligeramente mayor (86.700 millones), pero en este caso hay que tener en cuenta que una parte importante tiene que ver con empresas estadounidenses radicadas en la isla para producir por razones fiscales.
China, en todo caso, continúa siendo el gran agujero de la economía norteamericana. Con un excedente entre ingresos y pagos equivalente a 295.400 millones de euros, representa prácticamente la tercera parte del desequilibrio. A ello contribuyen tanto el apetito de EEUU por bienes importados (sus automóviles u otros bienes manufacturados son menos competitivos que los chinos o los europeos) como el tipo de cambio del dólar, fortalecido en los últimos años por la entrada de inversión extranjera. Una apreciación que será todavía mayor si la Reserva Federal diseña una política monetaria más dura para compensar los efectos en la inflación de los aranceles.
Los problemas de competitividad de la economía estadounidense son tan relevantes que ocho de las diez rúbricas que utiliza el Census Bureau para reflejar de forma sintética la evolución del comercio con el exterior tienen déficit. Sólo se salva la industria aeronáutica (por el efecto Boeing) y la venta de armas, espoleada en los últimos años por la guerra de Ucrania, el rearme europeo y la invasión de Gaza por Israel. En el primer caso, algo más de 78.538 millones de dólares, y en el segundo casi 3.000 millones. En el resto de rúbricas el déficit es inapelable. Nada menos que 231.466 millones en el caso de la información y las comunicaciones, que incluye los productos informáticos o el suministro de equipos de telecomunicaciones. La biotecnología, las ciencias de la vida o la optoelectrónica, igualmente, generan enormes déficits en el comercio de EEUU, que lejos de remitir van en aumento.
Reglas comerciales justas
El argumento utilizado en los últimos años por la Casa Blanca para justificar los aranceles tiene que ver, en parte, con que las reglas del comercio no son justas. Se esgrime, en concreto, que sus empresas deben interiorizar en sus balances elevados costes (salariales y no salariales), lo que les impide competir con otras del exterior cuyo punto de partida es sensiblemente mejor en términos comparativos. El caso de China es el más evidente, pero también México o Vietnam. No es de extrañar, por eso, que China y México estén en la lista negra de Trump, junto a Europa.
A falta de contabilizar los últimos movimientos de la Casa Blanca sobre el nivel arancelario, el promedio aritmético de los tipos arancelarios de EEUU en 2021 (último análisis), según la Organización Mundial de Comercio, sigue siendo bajo. En su conjunto, un 4,8%. Ahora bien, el proteccionismo es especialmente relevante en el caso de los productos agropecuarios, un 9,2% el arancel medio. Es decir, más del doble, principalmente para salvar a la industria láctea y a los productores de tabaco.
Esta madrugada Trump ha firmado la imposición de un 25% de aranceles a todas las importaciones de acero y aluminio, sin excepciones
No hay que olvidar, sin embargo, que EEUU recurre con frecuencia a los derechos antidumping para defender su posición comercial. Entre 2018 y 2021 se iniciaron nada menos que 178 investigaciones, pero es que aún se mantienen en vigor 489 órdenes de imposición de derechos antidumping, de los que el 48% se aplican a productos de hierro y acero. Precisamente, el sector que ahora quiere proteger Trump con su política arancelaria. De hecho, esta madrugada el presidente ha firmado las órdenes ejecutivas anunciadas sobre la imposición de un 25 por ciento de aranceles a todas las importaciones de acero y aluminio, sin excepciones ni exenciones, que, según la Casa Blanca, entrarán en vigor el 12 de marzo.
No es una actividad cualquiera para su economía. Según la patronal, la industria siderúrgica estadounidense genera más de 520.000 millones de dólares en producción económica y emplea a casi dos millones de trabajadores de forma directa e indirecta. Lo singular es que, según un estudio de Brookings, un think tank especializado en políticas públicas, los aranceles de represalia anunciados por China castigarán más a los condados que votaron a Trump, lo que da a entender que se trata de una respuesta quirúrgica, como la que hizo Europa contra el whisky de Kentucky, de mayoría conservadora.
Problemas similares
Ocurre, sin embargo, que también Europa está en las mismas circunstancias que EEUU en cuanto a la capacidad para competir con terceros países de menor nivel de renta, y en los que los salarios son sensiblemente más bajos y las normas medioambientales o fitosanitarias son menos exigentes.
Europa, sin embargo, mantiene un extraordinario superávit comercial con EEUU (casi un cuarto de billón de euros) pese a factores que juegan en su contra como los mayores costes de la energía, los problemas regulatorios en una economía compleja con 27 Estados miembros y, por supuesto, el hecho de que puede aprovechar menos las economías de escala al contar con un mercado único subóptimo, incluyendo un deficiente mercado de capitales para financiar a las pymes.
Su punto negro se manifiesta en el comercio de servicios, cuyo peso en el PIB, según este trabajo de los economistas Enrique Feás y Judith, Arnal, pesa 30 puntos menos en el PIB que el de bienes. Esto sugiere que el problema estructural de EEUU tiene que ver con su pobre producción de manufacturas y su escasa penetración en el exterior. Entre otras razones, porque aunque tenga una posición muy favorable en servicios, el peso del comercio exterior de servicios respecto del PIB es de apenas el 6,3%. Es decir, muy poco para compensar el abultado déficit comercial en bienes. Ni siquiera el hecho de que EEUU sea el primer destinatario en el mundo de la inversión extranjera directa equilibra la balanza comercial. Los aranceles, en este sentido, sólo servirán para desviar la atención sobre un problema de naturaleza estructural. El comercio exterior de EEUU, simplemente, no es competitivo.