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ING​

Lo importante del asunto, lo que está científicamente demostrado, es que el «running», antaño «jogging» o «footing», es un ejercicio innecesario rebosado de peligro y riesgo. De lo que hay que escribir para no mencionar a Begoña Gómez.​

23/03/2024Actualizada 01:30
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Un viejo amigo, no tanto como yo, ha sufrido un infarto cuando corría entre los encinas y pinos de El Pardo. Se lo tenía advertido. Correr es malísimo para el corazón, aunque muchos médicos opinen lo contrario. A partir de determinada edad, el ejercicio físico más saludable es el de ascender por los peldaños de una escalera de biblioteca para consultar un libro ubicado en la zona más alta de la estantería. O pasear, eso tan aburrido. Aquí en el norte, hay muchos aficionados al ciclismo de fin de semana. Produce dolor contemplar sus esfuerzos, sobre todo en los ascensos. Pedalean con titánico ardor y apenas se mueven. Me refiero a los ciclistas aficionados que han elegido el padecimiento del fin de semana sin trampas ni cartón. Otros se mueven sobre bicicletas con motor. Superan las cuestas con el motorcillo en marcha y se lanzan en los descensos con absurda velocidad. El motivo está en la sílaba final «ing». Cuando éramos jóvenes, algunos de nosotros practicaban el «footing». Posteriormente, el «footing» perdió adeptos en beneficio del «jogging», que es lo mismo que el «footing», y a su vez, lo que en España siempre se ha entendido por correr.
Pero el «jogging» ya no priva, y ahora se denomina «running». El «footing», el «jogging» y el «running» no son otra cosa que correr en poquito inglés.
Un amigo de Sánchez ha quebrado Correos. El gran humorista Evaristo Acevedo, una de las glorias de «La Codorniz» fue cartero hasta que pudo vivir de sus colaboraciones periodísticas y libros. Autor de dos secciones geniales –gracias a sus comentarios–, en la desaparecida revista de humor, «La Cárcel de Papel» y la «Comisaría de Papel». Recordaba Evaristo, hombre pudoroso y tímido, que le avergonzaba acudir como cartero a los hogares particulares para llevar las cartas a domicilio. «Se trataba de una incitación sexual y pecaminosa. Pulsaba el timbre de la puerta, se la abrían, se identificaba como cartero y la señora de la casa se fijaba en la plaquita que llevaba sobre la tetilla izquierda con este estímulo provocativo: «Correos». Quizá, la doble interpretación del lenguaje es la que ha estimulado que el hecho de correr se haya amparado en la lengua angloamericana. Así, el maduro hombre de la casa, con su chándal carmesí y sus zapatillas de deporte le anuncia a su mujer. «Me voy a hacer «jogging», con el fin de evitar la frase de doble interpretación: «Mi amor, me voy a correr un poco».
Pero lo importante del asunto, lo que está científicamente demostrado, es que el «running», antaño «jogging» o «footing», es un ejercicio innecesario rebosado de peligro y riesgo. En las urbanizaciones, hacer «running» equivale a correr apresuradamente, a toda pastilla, cada vez que el maduro ejercitante es perseguido por un perro con evidentes –Wodehouse–, deseos de mutilación. Y según mis noticias, es lo que le ha sucedido a mi amigo en su malogrado «running». Vestía una camiseta naranja fosforescente – sucedió en la atardecida–, y pasó excesivamente cerca de un jubilado que sacaba a su perro a pasear. Ante la visión luminosa del corredor, el perro, con toda la razón del mundo, se enfureció, y acompañando su carrera de gruñidos persiguió a mi amigo hasta que éste, sintió ahogos y cayó al suelo. El perro, con gran nobleza, al contemplar a su enemigo de decúbito prono sobre la pinaza, abandonó a su víctima y fuése hacia su amo, que en premio a su persecución, le proporcionó un par de galletas energéticas para que persiguiera al siguiente corredor, que abundan en aquella zona. Los perros ignoran que el hecho de correr por correr, se llame «footing», «jogging» o «running». Para ellos, un ser humano que corre es un malhechor que huye, y van a por él.
A Dios gracias, he hablado por teléfono con mi amigo deportista, se encuentra bien, y el médico le ha recomendado, después de una temporada de reposo, una hora de paseo cada día. –¿Paseo o «paseing»?–, Ha preguntado mi amigo que no sabe inglés. –Mejor «paseing», que es más elegante. Y si es posible, proceda al «paseing» por el pasillo de su casa–.
De lo que hay que escribir para no mencionar a Begoña Gómez.

Más de Alfonso Ussía​

 

El ruiseñor de otro nido​

Que un militar haga en público el canelo, me abruma. Y más aún si ha alcanzado un grado y un empleo que son consecuencias de una carrera más que estimable​

24/03/2024Actualizada 01:30
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Los que me conocen saben que mi admiración y gratitud por los militares son tan hondas como libres y desinteresadas. Les debo mucho. Después de quince meses de Mili de verdad, volví a la vida civil con pesadumbre. Aprendí de ellos, de los militares, la vocación del servicio, el rechazo a la codicia, el profundo sentido de la cortesía, el cumplimiento del deber, la decencia y la disciplina. Para escribir un artículo diario durante toda la vida, se necesita ante todo, una férrea disciplina militar. De ahí, que cincuenta años después de licenciarme, me siga considerando y enorgulleciendo por esa consideración, un soldado. Que un político haga el ridículo me la trae al pairo. Que un sinvergüenza psicópata ascienda desde la mentira y la traición a las cumbres del poder civil, me entristece como español, pero en nada me sorprende. Que un militar haga en público el canelo, me abruma. Y más aún si el militar que hace el canelo ha alcanzado un grado y un empleo que son consecuencias de una carrera más que estimable. Y me refiero, con pesar, al teniente coronel Manuel González Hernández, el que canta a destiempo, el ruiseñor de otro nido que muy poco tiene que ver con la milicia.
Los militares cantan con emoción sus himnos. Firmes o en posición de descanso. No se mueven mientras cantan y mantienen las caderas y los brazos sin gestos ni requiebros de cuplé. En un acto de entrega de premios, presidido por la ministra de Defensa, el teniente coronel entonó una canción que nada tiene que ver con el compromiso de su uniforme. Canta muy bien, pero esa cualidad no justifica su espectáculo. Para ello están su hogar, su familia y sus amigos.
Los militares están sujetos al cumplimiento de las Reales Ordenanzas, que se ciñen a los deberes y los derechos. Sin vestir el uniforme, don Manuel González Hernández puede cantar donde quiera, le apetezca y se lo demanden. Con el uniforme, el teniente coronel González Hernández no delinque cantando en público, pero rebaja la discreción que se espera de su rango. Es posible que se haya apercibido de su talento artístico a destiempo, y en tal caso, lo más recomendable es que se instale en otro nido que nada tenga que ver con la condición de militar, de jefe del Ejército de Tierra. En la Mili, en las horas libres previas al toque de retreta, cantábamos en la cantina canciones regionales. Los vascos añoraban, los andaluces trinaban las coplas de Rafael de León, los catalanes «La catalineta», y los castellanos «eres alta y delgada como tu madré, morená saladá». Una tontería. Pero éramos reclutas, y habíamos calentado el gaznate, después de una agotadora jornada de instrucción, con algunos cubatas. Los solistas de los coros militares cantan con la naturalidad y la medida gestual que les exige el uniforme. Porque el uniforme manda, y su estética y ética no pueden mostrarse con comportamientos discutibles.
Los militares han elegido un camino difícil, de vocación, servicio y honra. Un camino duro, tanto en tierra, como en la mar o en el aire. Sin uniforme, los militares son libres y pueden cantar hasta sardanas, que manda huevos. Pero con el uniforme en su sitio, y el sitio en un militar es vistiendo su cuerpo, las tonterías sobran. Pero todo, menos el ridículo, tiene arreglo. Si el teniente coronel insiste en sus trinos uniformado y con los distintivos de su rango en cantar canciones en actos públicos, es muy dueño de optar a dos decisiones. Seguir el duro, ejemplar y maravilloso camino de la milicia, o presentarse para representar a España en el próximo festival de la Eurovisión.
Y yo, con la mano en el corazón, le recomiendo que renuncie a los trinos y recupere la voz de mando.

Más de Alfonso Ussía​

 

Mi primo chorizo​

Salgo en defensa del honor de mi familia. Este Aldama nada tiene que ver con nosotros. Ser socio y amigo de Koldo es motivo suficiente para airear nuestra indignación​

25/03/2024Actualizada 08:54
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Nada puede interpretarse como presunción, porque desde los tiempos de mi bisabuela, lo hemos perdido todo. Y todo era muchísimo. Menos mal que, al cabo de los años, sus biznietos hemos descubierto que tenemos un primo multimillonario y emprendedor.
Mi bisabuela paterna, María Cubas y Erice, se casó con mi bisabuelo Francisco de Ussía y Aldama, marqués de Aldama. Y tuvieron cuatro hijos. Francisco, marqués de Aldama, José Luis, conde de los Gaitanes –mi abuelo, y posteriormente mi padre, mi hermano Pedro y en la actualidad mi sobrina Macarena de Ussía y Bertrand–, Ramón –doctor en Medicina y mi padrino– y Consuelo, casada con Jaime Milans del Bosch y del Pino, militar, Teniente General y padre de Jaime Milans del Bosch Ussía, militar y Teniente General, asimismo. María Cubas Erice, fallecido su marido, pasó a ser la marquesa viuda de Aldama, propietaria de La Moraleja, creadora de empresas –La Minero Siderúrgica de Ponferrada y la Sociedad Financiera y Minera–. Vivía en su piso –el que hoy ocupan la Infanta Doña Margarita de Borbón y su marido el doctor Carlos Zurita, duques de Soria, en la calle Jorge Juan de Madrid– durante los meses de invierno, en primavera en La Moraleja, y en verano lo dividía entre San Sebastián y su casa de Málaga, «San Joaquín». En San Sebastián en «Aldama Enea», una villa espectacular que se vendió a los pocos años por su escaso uso.
En la familia era «la abuela María», y era una mujer inteligente y desconcertante. Tuvo durante veinte años un capellán, don Raúl, que bautizó y preparó para la Primera Comunión a sus nietos, entre ellos el mayor de todos, mi padre, y oficiaba diariamente la Santa Misa. En la Moraleja, además de su capellán, gustaba invitar a un obispo, y por el palacio de La Moraleja –ubicado en la zona que hoy ocupa el chalé del golf– pasó prácticamente toda la Conferencia Episcopal. Un obispo, paseando junto a ella por el llamado paseo de los Lilos, le preguntó: «Doña María, ¿usted está segura de que don Raul es sacerdote?». La Abuela María se sintió ofendida. «Señor obispo, don Raúl lleva más de veinte años en casa, ha bautizado y ha dado la Primera Comunión a todos mis nietos, cumple estrictamente con su obligación de oficiar la Santa Misa, habla divinamente, y dudar de su condición sacramental se me antoja una grave desconsideración. Don Raúl es un santo». Pero don Raúl, que había tenido previamente una charla no del todo convincente con el obispo, huyó de La Moraleja aquella misma noche, oliéndose la tostada, y llevándose de recuerdo toda suerte de cálices y custodias de oro y plata. Cuando le recomendaron que lo denunciara a la Guardia Civil, se opuso tajantemente. «Sacerdote o no, ha cumplido durante veinte años con su deber, y me niego a verlo en la cárcel. No me importa lo que se ha llevado de casa. Lo único que me preocupa, es que vosotros, mis queridos nietos, por haber recibido los sacramentos de manos de un impostor, podríais terminar en el limbo». Y organizó una segunda Primera Comunión para sus nietos, entre los que destacaban mi padre y mis tíos Francisco de Ussía y Jaime Milans del Bosch, bastante creciditos, ya superada por los tres la mayoría de edad, que se alcanzaba a los veintiún años. Mujer peculiar y con un gran sentido común.
Ilustración coches

Barca
Y ahora nos enteramos que tenemos un primo que nos ha salido sinvergüenza. Nadie en la familia sabía de su existencia y menos aún de qué rama de los Aldama proviene. Pero sí que principió su fortuna haciéndose pasar por descendiente, en condición de nieto preferido, de los marqueses de Aldama. Mi «primo», por lo tanto, se llama Víctor Gonzalo de Aldama, nació en 1978 en Madrid y ganó millonadas abriendo puertas y negocios con desparpajo y simpatía. Es el propietario del club de fútbol Zamora, estuvo a un paso de comprar al Córdoba Club de Fútbol, engatusó con sus raíces aristocráticas a inocentes millonarios sudamericanos, y fue fundamental para engañar –o compartir las ganancias– de las mascarillas inservibles que compraron por nada y vendieron por muchísimo a los dirigentes socialistas durante la pandemia. Gran amigo de Koldo y de Ábalos, también actuó como presentador de Javier Hidalgo a la esposa del Gobierno, Begoña Gómez, para una pequeña cuestión de trámite empresarial. Conseguir, en pocos días, una ayuda del Gobierno presidido por el marido de la señora Gómez de –más o menos– 600 millones de euros. Una minucia.
Para colmo, es un amante de los Ferrari y los Masseratti, cuando en mi familia, en tiempos de la abuela, éramos más de los Hispano-Suiza y los Daimler. Un Ferrari es una horterada.
Y claro, los nietos de la marquesa viuda de Aldama nos sentimos atenazados por el ridículo y nuestra incapacidad para emular la gesta de nuestro falso pariente, que ha resultado ser el más inteligente de todos, si bien, su futuro penal nos alivia la frustración. Pero que un Aldama, que presume de ser nieto de la Abuela María, sea simultáneamente amigo y colega de fechorías de Koldo, nos ha humillado hasta el talón de Aquiles.
Salgo en defensa del honor de mi familia. Este Aldama nada tiene que ver con nosotros. Ser socio y amigo de Koldo es motivo suficiente para airear nuestra indignación. También es cierto que es el único «pariente» de la marquesa de Aldama que ha ganado dinero en varias generaciones. Algo bueno tiene este farsante y embaucador. Pero si en verdad se apellida Aldama, no es de nuestros Aldama. Es de una rama de Aldama bastante mal.

Más de Alfonso Ussía​

 

Hacia la quiebra​

Inaugurar en esas condiciones una taberna, es como abrir una tienda de bolsos sin bolsos, ejemplo de surrealismo marxista​

26/03/2024Actualizada 01:30
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Don Juan Tenorio acude a la Hostería del Laurel para saldar sus cuentas amatorias con don Luis Mejía. Pero antes de entrar en la taberna, se cerciora de ello.
-¿La Hostería del Laurel?
-En ella estáis, caballero.
-¿Está en casa el hostelero?
-Estáis hablando con él.
Así se entra en una taberna.
En la calle Ave María del barrio de Lavapiés acaba de ser inaugurada una taberna. Un rojo de provincias visita Madrid y acude al novísimo local de la cadena hostelera de Pablo Iglesias. El indómito progresista llama a su puerta, después de superar los tres altos escalones que dan acceso, por un angosto espacio, al interior del local, con la finalidad de entorpecer la visita del pelmazo de Echenique. Marra en el primer intento.
- ¿Taberna del proletario?
- En ella estáis, caballero.
-¿Está en casa el propietario?
-Perdón, soy el fontanero.
El visitante, herido por la tristeza, da una vuelta a la manzana para dar tiempo al propietario a llegar a su local. Es tarde. En la taberna recién inaugurada sólo está el fontanero. Cumplida la vuelta a la manzana, opta por intentar de nuevo tomar una cerveza catalana en el tugurio carmesí. El diálogo se enriquece con tres octosílabos más, porque la fachada es un derroche de cultura.
-¿Está abierto este lugar?
-En él estáis, caballero.
-¿Está en casa el tabernero?
-Descansa en Galapagar
Durmiendo con la Montero
E ignoro si va a llegar.
Sigo siendo el fontanero.
Consternación. Viajar hasta Madrid para conocer una taberna y no poder consumir ni una cerveza catalana, desmoraliza a cualquiera. No ha iniciado bien la Taberna Garibaldi-Sólo para Rojos, su singladura. El primer día, se anularon reservas porque la mitad de los platos ofrecidos en la carta no estaban disponibles por falta de materia prima. El segundo día, la apertura del local se retrasó porque no tenían cerveza y aguardaban la llegada del pedido. Y el cuarto día del triunfal inicio, el nuevo local se cerró a cal y canto por una preocupante avería en las tuberías que afectaban a los lavabos donde unos cumplen con las urgencias naturales y otros se refrescan con algunas chicas.
Un buen hostelero está obligado a ser más previsor. Una taberna sin cerveza, sin platos ofrecidos en la carta que no existen y sin agua no invita a las muchedumbres, por prestigioso que sea el tabernero –que lo es– a visitar el afamado local. Un local de altísimo copete estalinista y bolivariano, en el que un visitante al Foro puede coincidir con poetas como Monedero, feministas como Irene Montero y Pam, y actores de cine como Pepe Viyuela, Guillermo Toledo o Alberto San Juan. Pero claro, sin cerveza y sin agua en los lavabos e inodoros, la experiencia puede resultar merecedora del olvido. Posibles clientes de antaño, hogaño no se atreverían a visitar el gran local. Yolanda Díaz, el ave zancuda Errejón, Alberto Garzón, y demás antiguos compañeros pasados por la trituradora del propietario. Y tampoco Urtasun, el ministro de Cultura, que ha reconocido en un alarde de sinceridad, que entre la taberna de Iglesias y el bar del Ritz, prefiere el bar del Ritz. Y en ese punto, coincido plenamente con Urtasun.
Inaugurar en esas condiciones una taberna, es como abrir una tienda de bolsos sin bolsos, ejemplo de surrealismo marxista. Para mí, que la taberna es una estrategia de aprendizaje del futuro cubano que nos aguarda. Una taberna en la que no se puede comer porque no hay comida, en la que no se puede beber porque la bebida se ha terminado, y en la que no se puede ir a los lavabos porque no hay agua. En ese aspecto, como escuela de aprendizaje del futuro cercano, el emporio hostelero de Iglesias es muy provechoso, amén de benefactor.
No obstante, mucho me temo –y nada deploro– que este chico corre impetuosamente hacia la ruina. Porque muchos no se han apercibido de ello, y hora es de que lo sepan.
Es tonto.

Más de Alfonso Ussía​

 

Invencibles​

Sumando a vuela pluma los votos que obtendría el partido de Puigdemont y la pequeña Borrás, me salen veinte millones de votos, resultado que me preocupa a sabiendas de que no hay veinte millones de catalanes​

27/03/2024Actualizada 01:30
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El presente texto nada tiene que ver en esta ocasión con Begoña Gómez. Sirva la advertencia para recordar a los jueces su nombre y apellido.
El presente texto sí tiene que ver, y mucho, con la imposibilidad de derrotar en las urnas catalanas al partido político del fugado «caganer». Somos muy pocos para competir con ellos. En elCorreo de Bilbao, cuando se llamabaEl Correo Español-El Pueblo Vasco, se publicó la crónica de un partido de fútbol del Athletic disputado en San Mamés contra la Unión Deportiva Las Palmas. Y saltó la errata. Se intercaló en el texto de la crónica futbolística el final de la esquela de un fallecido. Decía así: «Cuando el empate se daba por hecho, en el minuto 89, el Athletic marcó el gol de la victoria. Sarabia controló el esférico, galopó por la banda, y centró el balón hacia el área rival, donde esperaba para rematar Dani, tíos, primos y demás familia». Lógicamente, Dani no marró. Cuando un futbolista recibe un balón en el área y se sabe protegido por sus tíos, primos y demás familia, marcar gol no supone nada del otro mundo por el lío y el desconcierto que experimentan los defensas y el portero del equipo contrario.
Más o menos, algo parecido va a suceder en las próximas elecciones autonómicas catalanas. Casi todos los partidos se presentan modestamente, con sus siglas. ERC, el PP, el PSE y Vox. Pero el partido que preside la condenada por malversación Laura Borrás y dirige desde Waterloo el delincuente amnistiado, es decir, Junts (Juntos), lo hará en compañía de otras siete formaciones políticas. Y contra esa muchedumbre no se puede combatir ni en las urnas. El forajido en trance de ser amnistiado a cambio de sus siete votos en el Congreso de los Diputados, garantía de estancia a todo tren de Sánchez y Begoña Gómez –recordad su nombre y apellido– en la Moncloa, se presentará a las elecciones con Joventut Republicana (Juventud Republicana), Alternativa Verda (Alternativa Verde), Reagrupament (Reagrupamiento), Acció per la República (Acción por la República) Moviment de Esquerres de Catalunya ( Movimiento de Izquierdas de Cataluña), Demócrates (Demócratas) Y Estat Catalá (Estado Catalán). Entre paréntesis me he permitido, gracias a los conocimientos del complicado idioma catalán de mi traductor, Lluis (Luis) García (García) López (López), miembro de Demócrates (Demócratas), incluir la traducción al español de los partidos políticos catalanes que se suman a Junts (Juntos) para arrasar en las elecciones y conseguir, al fin, después de cinco siglos de sigilosos planteamientos, la independencia de Cataluña.
Creo, honestamente, que Puigdemont juega con ventaja. El apoyo, principalmente, de Altarenativa Verda (Alternativa Verde) y Estat Catalá (Estado Catalán) son determinantes. El segundo de los partidos seleccionados fue fundado en 1922 por Francesc (Francisco o Paco) Maciá, presidente de la Generalitat (Generalidad) de Cataluña, un peso pesado de la política local de gran influencia en nuestros días.
Sumando a vuela pluma los votos que obtendría el partido de Puigdemont y la pequeña Borrás, me salen veinte millones de votos, resultado que me preocupa a sabiendas de que no hay veinte millones de catalanes. Pero con la tardanza que se aplican en España los recursos, el cansancio de los miembros del Tribunal Constitucional y demás minucias, esos veinte millones de votos –¿qué menos entre ocho partidos de esa importancia social?–, le concederán al partido del ocupante del maletero una mayoría absoluta abrumadora. Con ella, democráticamente, Puigdemont podrá proclamar por segunda vez la independencia de Cataluña, que durará el mismo tiempo que se invierta en detener en la Moncloa al auténtico artífice de la independencia, el deportista que está casado con Begoña Gómez, a la que, en verdad, no tenía pensado mencionar en el presente texto más allá de la inicial advertencia.
Ocho partidos de esa importancia arrasan en cualquier elección de cualquier nación europea. Son muchísimos, y por ende, invencibles.
Begoña Gómez.

Más de Alfonso Ussía​

 

Aquellas Semanas Santas​

La Semana Santa se ha convertido en una excusa de vacaciones y no se le concede importancia a su fuerza y sentido religioso​

28/03/2024Actualizada 15:51
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En la Semana Santa apenas se viajaba. Jueves y viernes, oficios y visitas a la iglesia. En la radio,Las Siete Palabrasdel padre Laburu, jesuita y médico. Al final, el comentario de mi madre a sus hermanas. «¡Qué maravilla! ¡Cómo hemos llorado!». El Viernes Santo, interminable. Todo estaba prohibido. Oír música que no fuera sacra. La ascendencia andaluza de nuestra madre se interpretaba en el luto. Los hermanos –los ocho últimos– salíamos a pasear por el bulevar de la calle de Velázquez de luto riguroso. Muchos vecinos del barrio nos daban el pésame. El Sábado Santo se aflojaban las restricciones, y el Domingo de Resurrección, después de la Santa Misa en los Carmelitas de Ayala, colas en El Riojano o en Neguri, en pos de tartas y pasteles. Nuestra madre se encontró con unos vecinos, pioneros en acudir a esquiar durante la Semana Santa. «Son de la cáscara amarga», nos comentaba. Los de la cáscara amarga, por supuesto, eran los de izquierdas que intentaban parecer de derechas pero se les notaban las intenciones. En TVE, las pláticas del Padre Urteaga, y las películas de todos los años.Los Diez Mandamientos,Rey de Reyes,Balarrasa,Marcelino Pan y Vino, yLa Caída del Imperio Romano.
El Domingo de Resurrección, la retransmisión desde la Plaza de San Pedro de la Misa oficiada por Su Santidad, finales de Juan XXIII y principios de Pablo VI. Sucede que aquellas tradiciones no nos molestaban en absoluto. Nos habían enseñado que la Semana Santa era para rezar, no para divertirse. En Sevilla y Málaga se entremezclaban la fe y el vino. Y el Domingo de Resurrección, en la plaza de Toros de Sevilla, se abría la temporada taurina. Durante decenios, siempre con Curro Romero en el cartel. En la tarde del Domingo de la esperanza, cazábamos en La Moraleja y disparábamos a todo lo que se movía entre las jaras y las encinas. Mi hermano Álvaro, prudentemente, se abstuvo de pulsar el gatillo al oído de un gran animal que resoplaba y gemía detrás de un arbusto. Se trataba de una pareja que culminaba las ansias del principio de la primavera. Se les cortó el gustirrinín y fueron despedidos por mi hermano de esta manera:
–Se hace, pero no se resopla, guarros.
En la actualidad, la Semana Santa es un trajín de coches, trenes abarrotados y vuelos a los destinos más exóticos, pero como tal, la Semana Santa se ha convertido en una excusa de vacaciones y no se le concede importancia a su fuerza y sentido religioso. A mí, particularmente, me emocionan los pasos y las procesiones, demostración palpable y visual de eso que tanto molesta al retroprogresismo. «España es cristiana y no musulmana». Sánchez, el marido de Begoña Gómez, felicita a los musulmanes por el fin del Ramadán, pero no lo hace con los cristianos que celebramos y respetamos la Semana Santa. (Ignoro lo que me sucede. Hasta escribiendo de la Semana Santa, el nombre de la mujer de Sánchez se cuela en mi texto, y no por culpa de los diablillos de la imprenta).
Me considero un cristiano –católico, apostólico y romano– más que deficiente. Pero en Semana Santa mantengo en mi casa las tradiciones sagradas de mis padres y mis abuelos. Algunas, tediosas, pero siempre, al final, elevan el ánimo y me ayudan a pensar que vivimos en una nación atacada que resiste. Esa Legión con su Cristo de la Buena Muerte en Málaga.
Mi amigo Mark Inch, más ingles que Wodehouse, Dickens y Turner juntos, estuvo presente, años atrás. «Me habían hablado del Cristo de Mena y la Legión. Y me uní a la muchedumbre. No soy español, pero al final, cuando se oye el Novio de la Muerte, me emocioné como todos los que me rodeaban». Algo tendrá. Pero Sánchez no nos desea lo mejor a los católicos españoles por Semana Santa como a los musulmanes en el Ramadán porque ello supondría una humillación para su soberbia. La suya o la de su mujer, Begoña Gómez, que santa justicia tenga.
No es posible que el tiempo vuelva hacia atrás. Pero aquellas Semanas Santas de mi infancia eran mejores que las de hoy.
Eso que tanto intrigaba al místico y profundo teólogo el padre Ramón Ceñal. «Eso, el Misterio, el Misterio».

Más de Alfonso Ussía​

 
Visita a la decencia
Periodista y escritor
Alfonso Ussia

ASSOPRESS
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Millones de españoles, críticos por herencia estúpida de nuestras Fuerzas Armadas, ignoran que mientras duermen, mientras ellos hacen uso de su libertad, mientras trabajan, mientras comen y mientras aman, hay miles de compatriotas uniformados que velan por ellos. Los que velan por ellos no tienen asegurado el sueño y el descanso, ni su libertad, a la que han renunciado voluntariamente, ni su posibilidad de estar con sus amores, sus familiares y sus hijos. Están, por todos nosotros, a centenares de kilómetros, velando por la seguridad de nuestra convivencia y cultura. Están, por todos nosotros, a diez mil metros de altura, vigilando día y noche nuestros cielos. Están por todos nosotros, navegando en los buques de la Armada, custodiando nuestras costas y cumpliendo con sus deberes lejanos. No visten el uniforme del poder omnímodo, como los militares chinos, norcoreanos, cubanos o venezolanos. No visten el uniforme de las naciones aliadas con el terror, como Irán, Irak, Siria, Yemen o determinados Estados del Golfo. Visten el uniforme de la libertad, de la democracia y la decencia.
Buena visita la que ha rendido la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, acompañada del ministro de Defensa, Pedro Morenés, a nuestros militares que cumplen misión en Afganistán. Misión de riesgo, de vocación y de servicio. Una visita oficial a la decencia. Militares y guardias civiles desplazados a las tierras más ásperas y enconadas del mundo con el único objetivo de mantener la paz, allí donde la paz es una ilusión de imposible alcance. Ellos, en Herat, casi lo han conseguido, pero en cualquier momento, esa situación de convivencia aparente puede convertirse en un infierno. Y ahí están nuestros soldados, alejados de sus familias, orgullosos del cumplimiento de sus deberes, felices por representar a España en el difícil escenario de la permanente inquina. Soldados que no preguntan por sus ingresos, que no engañan a nadie, que viven con la honestidad por mochila, que no descansan, que van a pasar la Navidad en el compañerismo de su segunda familia, que es la milicia, naturalmente. Soldados, que por jugarse la sangre y la vida por todos nosotros, por nuestra cultura, por nuestra libertad, perciben menor contraprestación económica que Íñigo Errejón por defraudar con su beca nepotista. Mucho menos de lo que ingresa de una nación enemiga de Occidente y de la libertad, el camarada de las coletas. Muchísimo menos de que lo que llega desde la tiranía venezolana a las arcas de quienes dicen representar al pueblo. Al pueblo lo representan esos soldados que están en Afganistán, y los que hacen guardia en nuestros regimientos, o vigilan la inmunidad de nuestros cielos o nuestras costas. Ellos son pueblo, honor y ejemplo permanente.

En la lejanía, muchas veces se sienten solos e incomprendidos. No entienden que su sacrificio y la búsqueda constante del deber sean recompensados en España con el más vil de los desprecios. Ellos han jurado, generales, jefes, oficiales, suboficiales y miembros de la tropa, lealtad a España y a su Constitución. Ellos no piden aplausos, ni elogios, ni gratitudes. Han elegido voluntariamente el ejercicio del servicio a los demás. Ellos no actúan con heroicidad en pos de medallas ni distinciones. Ellos están allí porque así lo han elegido. Pero no merecen el silencio, el desafecto y la ingratitud de los que viven libres gracias a su esfuerzo y responden a sus desvelos con la distancia y la miseria.

Enhorabuena a la vicepresidenta por rendir visita a casi quinientos españoles que mantienen en alto, en estos tiempos, la Bandera de España y el símbolo de la honestidad y la decencia. Buena visita.
 

El susto​

Este tipo de incidentes en el aire produce en quienes lo padecen una súbita reacción adversa a volar por capricho y para asuntitos particulares que nada tienen que ver con los intereses del Estado​

29/03/2024Actualizada 01:30
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Por un desagradable incidente mecánico que no le deseo a nadie, el Falcon que llevaba a Pedro Sánchez, Begoña Gómez y al resto de su familia hacia el prodigio natural de La Marismilla de Doñana, se vio obligado a retornar, entre sustos y lógicos alborotos intestinales, al aeropuerto de origen, Torrejón de Ardoz. La despresurización de la cabina es un atentado contra la tranquilidad de un vuelo, y entra en el cálculo de las posibilidades. Si un terrestre vuela en pocas ocasiones, las probabilidades de experimentar tan angustioso incidente son mínimas. Si lo hace cada dos por tres y vive entre las nubes, como el caso de Sánchez y Begoña Gómez, las posibilidades aumentan. Nada me divierte que hayan experimentado la angustiosa situación, resuelta gracias a nuestros formidables pilotos militares del Ejército del Aire. Ya en Torrejón, cambiaron de avión, despegaron y aquella noche durmieron en La Marismilla, después de aterrizar en Sevilla o en Jerez, porque en La Marismilla de Doñana no hay aeropuerto, y los Falcon no son hidroaviones capacitados para amerizar en la boca del Guadalquivir, entre el Coto y Sanlúcar de Barrameda.
El gran director y actor de cine Orson Welles y el compositor y cantante húngaro Al Boliska pasaron media vida a bordo de los aviones. Coincidieron, Boliska escribió que el viaje en avión consiste en horas de aburrimiento interrumpidas tan sólo, por momentos de completo terror. Y Orson Welles sentenció que hay sólo dos terrores en un avión. El aburrimiento y el terror en su más alto grado. El que fuera director deLa Codornizy también escritor Álvaro De Laiglesia, decía que viajar en avión es una tontería, porque puedes sobrevolar Astorga, pero no te dejan bajar para comprar mantecadas. Martha Zimmerman era una mujer voluminosa, más o menos como Laura Borrás, la condenada por subvencionar con dinero público a sus amigos. Y así como a Laura Borrás, el Parlamento de Cataluña le pagaba los viajes en avión en primera clase o preferente, la enorme señora Zimmerman lo hacía en clase turista para ahorrar. Y no es desdeñable su razonamiento: «Si Dios hubiera querido que viajásemos en clase turista, nos hubiera hecho más estrechos». Y la actriz inglesa Hermione Gingold –bastante fea, por cierto–, advirtió al resto de la humanidad de los inconvenientes de la comida en los aviones. «Si lo que te sirven es marrón, acostumbra a ser carne. Si es blanco, lo normal es que sea pescado. Y si tiene otros colores, no se les ocurra probarlos».
En el Falcon es diferente. Jamoncito de bellota, langostinos frescos, ostras de Arcade, caviar iraní y demás delicias. Y no es necesario ser más estrecho, porque los asientos superan en comodidad a los de la primera clase de los míticos Boeing 747, los míticos Jumbo. Por ahí no hay problema. Pero este tipo de incidentes en el aire produce en quienes lo padecen una súbita reacción adversa a volar por capricho y para asuntitos particulares que nada tienen que ver con los intereses del Estado. Vivir en La Marismilla es muy tentador, pero no un asunto de Estado. Por otra parte, el AVE a Sevilla, en su vagón privado, apenas invierte dos horas y treinta minutos en alcanzar el destino. Maravilloso paisaje de Puertollano a Córdoba, con sus dehesas hasta los horizontes. Y de Santa Justa a Doñana, con treinta coches de escolta por si a un gamo o un lince les da por insultar al presidente del Gobierno, o a su señora, el trayecto se cubre en menos de una hora. Y de rechazar el tren, los Sánchez pueden alejarse de sus Koldos y Cascajosas en seis horas, deteniéndose para comer en La Perdiz de La Carolina, en la Aguzadera de Valdepeñas o en Casa Pepe, en Venta de Cárdenas, donde pueden adquirir a módico precio toda suerte de productos iluminados por la Bandera de España. Y por la noche, a dormir en Doñana, que después de una semana de lluvia en la Baja Andalucía, es un primor de manto verde y flores en estos días de nueva primavera.
Pero la afición a los Falcon puede menguar. De ahí que se disponga a encargar unos aviones más modernos, más caros y más seguros que le pagaremos felices y encantados todas sus víctimas.
¡Qué susto, Pitpit!
¡Los tengo todavía de corbata, Begbeg!

Más de Alfonso Ussía​

 

Lo de Rubiales y Hermoso​

He vuelto a ver y analizar la escena, y no se me ocurre otra cosa que aquello constituyó una común metedura de pata. No se puede exigir discreción ni estilo a un patán. Y no es admisible el cambio de actitud en veinticuatro horas de una mujer mal aconsejada​

30/03/2024Actualizada 01:30
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Rubiales, el anterior presidente de la RFEF, era íntimo de Sánchez. Un Koldo más. Sus irregularidades se las pasó el Gobierno por los paisajes entreperniles. Presumiblemente se embolsó comisiones. Paralizó, lo que pudo, el expediente de sobornos continuados del Barcelona a determinados árbitros. Se rodeó de sospechosos. Con Piqué de comisionista, se llevó la Supercopa de España a Arabia. Apoyó al presunto mantenedor del fraude arbitral, Medina Cantaleix, que últimamente anda desaparecido. A Rubiales tendrían que haberle llamado los jueces muchos años atrás. Ahora descansa en la República Dominicana, la nación que han elegido los corruptos del socialismo para disfrutar de sus fortunas indocumentadas. Y ha sido reclamado, a petición de la Fiscalía, por la Justicia, para que explique un poco lo que se antoja inexplicable.
Rubiales es un «malaclase». En la final del Campeonato del Mundo de fútbol femenino –que en mi humilde opinión, ni es futbol ni es femenino–, la selección española se proclamó campeona. Asistieron la Reina y la Infanta Sofía, y delante de ellas, Rubiales, máximo federativo del fútbol español, protagonizó una escena de insuperable grosería. Cuando felicitaba a las jugadoras, le llegó el turno a Jenny –o Jeni–, Hermoso, gran experta en fallar los lanzamientos desde el punto del penalti. Lo he visto en muchas ocasiones. Rubiales abraza a la futbolista, ésta responde al abrazo, se dicen algo, Rubiales le da un pico en los labios, ella no aparta los brazos ni parece sentirse incómoda, y aquí se acaba el cuento. Pero un día más tarde, se pone en marcha la maquinaria del 'solo sí es sí', y una abogada del sindicato de las futbolistas españolas, le acusa de haber abusado de quien no pareció sentirse abusada o no se apercibió de ello durante el abuso. Y a ese chuleta que no había sido empapelado por asuntos mucho más graves, se le cayó el mundo sobre su calva. La maquinaria del ultrafeminismo, ha conseguido que una fiscal solicite para este ser tan poco recomendable, una pena de dos años de prisión y una indemnización a la sufrida centrocampista de 100.000 euros. El problema, a mi modo de ver, que puede estropear las ambiciones del sindicato y la jugadora, es que la escena ha sido vista por millones de testigos en todo el mundo, y no se aprecia en la jugadora española ningún gesto de rechazo o de incomodidad.
Rubiales es un pájaro de cuentas, pero en el caso que nos ocupa, su posible extralimitación no supera la gravedad de la ridiculez.
En torno a la futbolista madrileña, se montó un barullo histérico. Fue cuando ella se dio cuenta de que había sido vejada y casi violada por el presidente socialista de la Federación. Lágrimas y declaraciones. Heroína nacional para Irene Montero y Yolanda Díaz.
Un montaje desorbitado. El fútbol femenino es mucho más activo en el vestuario que sobre el terreno de juego. He vuelto a ver y analizar la escena, y no se me ocurre otra cosa que aquello constituyó una común metedura de pata. No se puede exigir discreción ni estilo a un patán. Y no es admisible el cambio de actitud en veinticuatro horas de una mujer mal aconsejada.
Sucede que el miedo paraliza el respeto a la verdad de cada uno. El miedo a ser insultado, tachado de fascista y machista en las redes sociales, y de ultraderechista enemigo de las reivindicaciones –muchas de ellas lógicas, justas y bienvenidas–, de las mujeres. Pero este caso no tiene recorrido, comparado con los que podrían acercar a Rubiales, a sus colaboradores y socios a las puertas de los albergues penitenciarios.
Y prueba de los silencios atemorizados es el escaso seguimiento voluntario de los aficionados al fútbol a una Selección que se ha proclamado campeona del Mundo. El fútbol femenino es ruinoso, y cuando parecía que podía dejar de serlo, las maniobras políticas del feminismo visceral han detenido su ascenso en la estima popular.
Rubiales es un manipulador, un mequetrefe y un comisionista. Que se enfrente a sus responsabilidades. Socio de Piqué, y leal defensor del escándalo de los sobornos arbitrales del Barcelona. Exportador de torneos españoles a cambio de petrodólares. Y otras cosas, que irán apareciendo. Pero esos 2 años de cárcel y 100.000 euros de indemnización que solicita la señora fiscal no tienen ni una rendija de seriedad.
Otra cosa es que ya esté condenado.

Más de Alfonso Ussía​

 

La presa Ussía​

Ingresaré en el Dueso como Alfonsa Ciriaca Ussía Muñoz-Seca​

31/03/2024Actualizada 01:30
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Se calcula que en menos de cinco años desaparecerán en España los centros penitenciarios para penados masculinos. Todos los presos serán mujeres. En Madrid, seis condenados han cambiado de s*x*. En el Dueso de Santoña, dos empresarios se han acogido a la Ley Trans de las estúpidas, han cambiado de s*x*, se han declarado lesbianas, y sus DNI han sido modificados con prontitud, lo que les permite beneficiarse de condiciones penitenciarias favorables. Exigen ser cacheados por funcionarias de prisiones –«a nosotras, mujeres, sólo nos pueden tocar otras mujeres»–, y están encantadas con su nueva condición. Cuando cumplan la condena, quizá recuperen su s*x* original, pero se trata de conjeturas, no de una declaración de intenciones.
A mis años, no creo que me atreva a delinquir gravemente. En el remoto caso de que así fuera y la Justicia considerara que debo ingresar en prisión, lo haría en una cárcel de mujeres. Alfonsa Ciriaca Ussía Muñoz-Seca. Siempre me he llevado mejor con las mujeres que con los hombres, y mi condena sería más sobrellevable. Celdas más amplias, con mejores vistas, y trato más suave. Sería una mujer rompedora, sin sujetador y con calzoncillos, pero mujer al fin y al cabo, y con todos sus derechos respetados, gracias a Ione Belarra, Yolanda Díaz e Irene Montero, a las que solicitaría amparo de vigilancia constante. Tengo que reconocer algunos fallos como mujer. Mi voz es grave, de barítono, y mi gestualidad no la podré cambiar de la noche a la mañana. Por otro lado, no aceptaría someterme a operación transexual alguna, porque me daría bastante susto.
No soy muy peludo, y ese detalle ayuda. Pero tengo la mala costumbre de afeitarme todas las mañanas, después de la ducha o del baño con esponja y patito de goma. Me encantaría que la Ley Trans y las autoridades de prisiones me concedieran la instalación de una gran bañera en mi celda, con el fin de someter mi higiene a los baños de espuma. En caso contrario, lo consideraría como una agresión machista a mis mejores intenciones y constitucionales anhelos. Y para colmo, mi cuerpo alberga algunas cositas que las mujeres de verdad no transportan entre sus muslos, pero haría lo posible para disimular el tolón tolón durante mis desplazamientos y en el recreo en el patio.
Sería una presa barata para el Estado, que no reclamaría con carácter gratuito ni cajitas tampaxianas ni compresas con alas o sin alas. Y exigiría, dentro de mis derechos, compartir la celda con una mujer joven, porque de la juventud se aprende una barbaridad, no por otros motivos que se escapan a mis pretensiones. Todo, menos que me endosen como compañera de celda al etarra «Chapote» –Chapota– que es una terrorista sangrienta y malísima. Aquí en La Montaña se usa una fórmula descriptiva de superlativo adornado. A «Chapota» le dirían que es una hija de la muy putísima, y mi convivencia con ella, la verdad, y lo escribo y digo con el corazón en la mano, no me hace ilusión alguna.
Claro, que para ello, hay que delinquir con gravedad. No tengo agilidad para atracar un banco. Aborrezco la violencia. Ni a mi peor enemigo le deseo la muerte. Vivo de lo que escribo. No tengo amigos comisionistas, ni me veo negociando a favor de las compañías aéreas en trance de quiebra. Para timar a millones de españoles comprando mascarillas de coña tengo que esperar a la próxima epidemia, y no creo que Dios me lo permita. No estoy en condiciones para financiar a una red de periodistas dedicados a callar y elogiar mis estafas. La única posibilidad que tengo, y la tengo de muy sencilla culminación y público escándalo, es la de dar un pico a una mujer que lo acepte y posteriormente me acuse de agresión sexual. Procederé a ello inmediatamente.
Y claro está, ingresaré en el Dueso como Alfonsa Ciriaca Ussía Muñoz-Seca. Cumplida la condena, a la calle, y de nuevo, a recuperar mi género natural y primitivo.
A ver si me sale bien.

Más de Alfonso Ussía​

 

Puesta de ancho​

La nobleza española soporta con estoicismo toda suerte de adversidades, pero ante una cola de langosta, combate con ardor guerrero​

01/04/2024Actualizada 01:30
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Durante el Papado de Su Santidad Pío XII, un millonario español de nuevo cuño fue ennoblecido por la Santa Sede. Abonó durante un año completo la factura de la luz de la Basílica del Vaticano, y recibió el título pontificio de conde del Resplandor, ya en desuso. Los condes del Resplandor tenían una hija, Amalita, que a sus 18 años daba en la báscula 137 kilogramos de peso. Pero se empeñó, como era habitual en las clases altas, ponerse de largo y «vestir sus primeras galas de mujer» como se leía habitualmente en los Ecos de Sociedad de ABC. Más de mil invitados asistieron a la puesta de ancho de la niña de los Resplandor. La madre, también gorda, «vestía un elegante conjunto de Givenchy color esmeralda que fue muy elogiado por los invitados», según la crónica de Ángel Gil, periodista especializado en este tipo de festejos. «Y Amalita, un vestido blanco, un conjunto que representaba la pureza, con escote palabra de honor. Bailó su primer vals con su padre, «Rosas del Surde Johann Strauss, con alegre, ágil y divertido ritmo», según la crónica.
Lo que omitía la crónica es que el vestido blanco que representaba la pureza de la debutante, transparentaba, y se adivinaba a través de su fina tela unas enormes bragas color carmesí, que también fueron muy celebradas por los invitados y los más de doscientos colados que se sumaron a la fiesta sin invitación. Amalita se sentía feliz con tanto agasajo. La puesta de ancho tuvo lugar en los terrenos de la Yeguada Ipintza, cerca de San Sebastián. Se montaron unas enormes carpas y cuando se abrieron las correspondientes a los comedores, el tumulto estuvo a punto de sepultar a los condes del Resplandor y a la feliz Amalita, cuyas bragas rojas parecían que se proponían explosionar de un momento a otro.
barca

Barca
Fue cuando la condesa, que llevaba sobre su pecho izquierdo, junto al corazón, un marco de plata con esmeraldas con la fotografía de su hijo Samuel, fallecido a temprana edad, tomó un micrófono, y para evitar aplastamientos anunció lo que sigue. «Hay tres carpas, numeradas, Carpa I, Carpa II, y Carpa III, en las que servirá la cena a los invitados. Y no se preocupen. Hay langosta de sobra en los tres comedores». Pero ya era tarde.
Los invitados se dispersaron en pos del preciado marisco, pero en la entrada del Comedor I, el primero en abrirse y en el que se concentró la muchedumbre, yacía en el suelo, en decúbito prono, el anfitrión, con un aspecto nada halagüeño. El anfitrión había fallecido, aplastado por el hambre de los miembros de las mejores familias de España. La nobleza española soporta con estoicismo toda suerte de adversidades, pero ante una cola de langosta, combate con ardor guerrero. No obstante, cuando fue retirado el cadáver del anfitrión, todos los invitados comían y bebían en los tres comedores, y Amalita bailaba con el «Compte De Bavarois-Lucerne», un conocido delincuente valenciano de Manises que se hacía pasar por conde francés residente en Biarritz.
La condesa, escandalizada por los acercamientos y toqueteos del falso conde con su hija como único objetivo, se acercó a la feliz pareja y le soltó un soplamocos al fresco impostor, mientras le informaba a su hija del fallecimiento de su padre. A la hija, que estaba siendo acariciada por primera vez en su vida, en nada le afectó conocer la noticia de su inesperada orfandad, y se mantuvo danzando el «Limbo Rock» con «Monsieur le Compte de Baravarois- Lucerne», que aquella noche se la llevó al huerto.
Una semana después, el falso conde también falleció. Su corazón no resistió tanto esfuerzo.
La fiesta terminó a muy altas horas de la madrugada.
¡Tiempos pasados que no volverán!

Más de Alfonso Ussía​

 

Yamamoto​

Esa sumisión del Real Madrid al merluzo de Yamamoto se me antoja humillante para los millones de seguidores madridistas esparcidos por el mundo​

02/04/2024Actualizada 01:30
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Si me dicen hace dos años que el Real Madrid disputaría un partido de la Liga Nacional en el Santiago Bernabéu uniformado de azul-morado contra un Athletic de Bilbao vestido de blanco, le hubiera concedido al arúspice un premio internacional al mejor bromista. Ninguna broma. Según leo y me informo, el Real Madrid está económicamente fuerte, saneado y muy bien gestionado. Lo mismo que el Athletic de Bilbao, en un plano más modesto. Ni uno ni el otro necesitan de ese tipo de extravagancias. Otros sí. El Barcelona ha saltado a su estadio –por decir algo–, en diferentes partidos vistiendo la camiseta con los colores de la Señera del Reino de Aragón. Los aragoneses lo celebran con entusiasmo. Pero el Real Madrid juega en el Bernabéu de blanco, y así lleva más de 120 años, y el Athletic con la camiseta rayada en blanco y rojo y calzones negros, y así lo ha hecho desde que el Real Madrid y el Athletic de Bilbao se enfrentaron en el primer partido. En la noche del pasado domingo, pasé por momentos de tribulación. ¿Qué hace Kroos jugando con el Athletic? ¿Qué hace Williams jugando con la camiseta del Real Madrid? Siete u ocho minutos con la olla en otro sitio.
Me explican que la nueva camiseta del Real Madrid ha sido diseñada por Yamamoto. Y que su inspiración viene de las flores. Está muy bien y queda muy bonito lo de las flores, pero la camiseta del Real Madrid, desde los tiempos de René Petit y Bernabéu a los de ahora, ha olido a sudor, no a flores. Para mí, respetuosamente, que Yamamoto se meta las flores por donde le quepan, siempre que no sean de tallo espinoso, como las rosas. Aunque don José Martí obviara las espinas.
Cultivo una rosa blanca
En junio como en enero,
Para el amigo sincero
Que me da su mano franca.
Para el cruel que me arranca
El corazón con que vivo,
Cardo ni oruga cultivo;
Cultivo la rosa blanca.
En Adidas, Yamamoto ha diseñado camisetas feísimas, pero respetuosas con la historia de los clubes a los que ha perjudicado con su mal gusto. No entro en otros aspectos de su obra, pero como creador de camisetas metafóricas, Yamamoto es más hortera que Pedro Sánchez. Es más, no lo puedo asegurar, pero estoy seguro de que Sánchez duerme con pijamas de seda con dragones rampantes creados por Yamamoto.
- Pitpit, ponte esta noche el Yamamoto, que me encanta;
- Eres de lo que no hay, Begbeg.
Esa sumisión del Real Madrid al merluzo de Yamamoto se me antoja humillante para los millones de seguidores madridistas esparcidos por el mundo. Me dicen que un tal Jota Jordi y un grosero sevillano que trabajan para Atresmedia, se abrazaron de alegría cuando Rodrygo, de azul-morado de Yamamoto, marcó el primer gol del Real Madrid. Abrazo que se deshizo cuando les informaron que los azules eran los madridistas y los blancos los bilbaínos. Con las ilusiones de los tontos no se puede jugar, entre otros motivos, por constituir una falta de caridad y misericordia, y menos aún, durante el Domingo de Resurrección.
En el fútbol, lógicamente, manda el presidente de cada club, no el representante de las marcas deportivas, por mucho que ingresen por la exclusiva de las camisetas en las grandes instituciones del fútbol. Las camisetas de las selecciones, al día de hoy y salvo heroicas excepciones, son horribles. Si el Real Madrid se mantiene en sus trece de jugar de azul-morado en el Bernabéu cediendo el blanco al equipo contrario, será lógico deducir que Florentino Pérez es el vicepresidente del club y Yamamoto el presidente en la sombra.
Una majadería.

Más de Alfonso Ussía​

 
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