FARHAD.
Farhard tenía 15 años cuando, en 2016, procedente de Afganistán, llegó a Alemania. Huía de la inseguridad de su país y, probablemente, del hambre. Llegó solo, y las autoridades alemanas lo acogieron en un centro para jóvenes en calidad de “menor no acompañado”. Le dieron comida, ropa, alojamiento, sanidad, escuela y dinero para sus gastos.
Entre 2016 y 2019, siendo todavía menor de edad, Farhard fue detenido en innumerables ocasiones por distintos robos y tráfico de drogas. Curiosamente, y esto es algo que jamás entenderé, Farhard pretendía instaurar en Alemania la misma inseguridad del país del que venía huyendo.
Por esos delitos, aunque no pisó la cárcel, le fue denegado el permiso de residencia permanente en Alemania y, desde finales de 2020, Farhard tiene en sus manos una orden de expulsión que, dicho sea de paso, ningún organismo público alemán se ha encargado de ejecutar.
Ayer jueves, Farhard, tras publicar un mensaje islamista en redes sociales, cogió un coche, pisó fuerte el acelerador y, con la firme intención de enviar al Paraíso de Alá a quienes le habían ayudado durante nueve años, embistió a varios miles de personas que se manifestaban en Múnich por unas mejoras laborales.
El balance de víctimas, hasta el momento, es de 28 heridos graves, entre ellos varios niños.
La semana próxima se celebrarán en Alemania elecciones generales. Y luego, tras el recuento de votos, habrá quien se lleve las manos a la cabeza con el “auge de la ultraderecha”.