AZUL Y ROSA | MI SEMANA EN OKDIARIO
La noticia de que la vida de mi amiga Farah Diba está siendo llevada al cine me ha llenado de satisfacción. Porque, si hay una persona que haya vivido una existencia tan dramática, desde las glamorosas alturas como Emperatriz de Irán hasta las profundidades del desprecio y el exilio amén del duelo por la muerte de su esposo el Sha, es Farah. Sin hablar del su***dio de dos de sus cuatro hijos, Leila, quien fue encontrada muerta en un hotel de Londres, y Ali Reza, que se suicidó en Boston, víctima de la misma depresión que su hermana, incapaces ambos de superar el exilio.
La película está siendo dirigida por la cineasta franco-iraní Emily Atef, varias de cuyas películas han ganado premios en los últimos años.
Todo el mundo sabe que mi vida, y no sólo la profesional, ha estado ligada a Farah, la joven iraní becaria de arquitectura en Paris que, de la noche a la mañana y con poco mas de veinte años, se arrodillaba, frágil y temblorosa, a los pies de su Rey para entrar en la historia como Emperatriz de Irán. Y se convertiría en ello después de haberse casado en 1959 con uno de los hombres mas poderosos de la tierra, el Sha de Irán, el Rey de Reyes, Sombra del Todopoderoso, Regente de Dios en la Tierra y Centro del Universo. Y ella coronada, cual Josefina, en Emperatriz del imperio mas viejo del mundo y protagonizando junto a él los fabulosos fastos conmemorativos de los dos mil quinientos años del Imperio Persa, en Persépolis.
«Hasta un collar de turquesas que yo había comprado con mi propio dinero, no quise llevarlo», me confesó. «Lo dejé en mi joyero con otras joyas del patrimonio nacional. Si algún día regreso, me las pondré, me dije».
En mi archivo conservo la fotografía de Carmen, mi mujer, poniéndole a Farah, en su exilio mexicano de Cuernavaca, el collar El niño y el Delfín de Dalí, que yo decidí regalarle.
Cuando el 6 de octubre de 1979 yo le entregaba a Farah, en este exilio, la mantilla negra de blonda que le llevé como regalo, ¡qué lejos estábamos, los dos, de pensar que con esta prenda tan española, cubriría su luto y su dolor! No una vez, ni dos, ni tres, sino… cuatro. Cuando se la llevé, porque ella me la pidió por teléfono, sabía que la muerte de su esposo el Emperador era, si no cosa de días, sí de algunas semanas. Y que cuando se produjera no iba a cubrirse con el chador impuesto por Jomeini, el hombre que les había arrojado a las tinieblas del exilio.
Cuando me reencontré con Farah, se desahogó de tanto dolor, intentando reconstruir conmigo lo que había sido el calvario de su hija. Pero, ¿cuándo saben los padres que sus hijas se drogan? Casi siempre, cuando lo conocen, es demasiado tarde.
Esto es lo que yo pretendí transmitir a la Reina Sofía al solicitar una entrevista para hablar del drama de la droga que había matado a mi hija, a la hija de Farah y a tantos y tantos jóvenes. Simplemente buscaba una respuesta a una pregunta que ella, presidenta de una fundación contra la droga, no quiso, no pudo o no supo dar. ¿Por qué jóvenes inteligentes y brillantes como Leila y como Isabel, con un magnífico porvenir, se apartan de una vida familiar para caer en la adicción de los fármacos o las drogas sin que los padres lleguemos a saber nada y destrozando no sólo su vida sino también la de su madre en el caso de Leila o la de sus padres en el caso de Isabel? Eso, nada más que eso y sólo eso es lo que yo le preguntaba a la Reina Sofía. Su silencio me llenó de pena. Como de pena me llené cuando supe la muerte de la hija de mi querida Farah.
A lo peor, Farah tiene razón cuando me reconoció que es imposible luchar contra la fuerza del destino. Con frecuencia se cumple nuestro destino a pesar de los caminos que tomamos para evitarlo. Farah pensaba que el hado, la fatalidad, el destino se apagaría con la muerte de su esposo el Sha, ignorando que sólo el destino permanece invariable en la vida e incluso después de la muerte. Porque lo que está escrito no se borra jamás.
Una prueba del afecto que siempre me ha profesado, la dedicatoria de Sus Memorias: «Para Jaime Peñafiel, que estas memorias sean un viaje a mi vida que tú conoces y aprecias tanto», Farah Pahlavi.
La vida de mi amiga Farah, al cine
La noticia de que la vida de mi amiga Farah Diba está siendo llevada al cine me ha llenado de satisfacción. Porque, si hay una persona que haya vivido una existencia tan dramática, desde las glamorosas alturas como Emperatriz de Irán hasta las profundidades del desprecio y el exilio amén del duelo por la muerte de su esposo el Sha, es Farah. Sin hablar del su***dio de dos de sus cuatro hijos, Leila, quien fue encontrada muerta en un hotel de Londres, y Ali Reza, que se suicidó en Boston, víctima de la misma depresión que su hermana, incapaces ambos de superar el exilio.
La película está siendo dirigida por la cineasta franco-iraní Emily Atef, varias de cuyas películas han ganado premios en los últimos años.
Todo el mundo sabe que mi vida, y no sólo la profesional, ha estado ligada a Farah, la joven iraní becaria de arquitectura en Paris que, de la noche a la mañana y con poco mas de veinte años, se arrodillaba, frágil y temblorosa, a los pies de su Rey para entrar en la historia como Emperatriz de Irán. Y se convertiría en ello después de haberse casado en 1959 con uno de los hombres mas poderosos de la tierra, el Sha de Irán, el Rey de Reyes, Sombra del Todopoderoso, Regente de Dios en la Tierra y Centro del Universo. Y ella coronada, cual Josefina, en Emperatriz del imperio mas viejo del mundo y protagonizando junto a él los fabulosos fastos conmemorativos de los dos mil quinientos años del Imperio Persa, en Persépolis.
Mantilla española sobre su dolor
De todos estos acontecimientos, yo fui privilegiado testigo. Todo este sueño, convertido en una maravillosa realidad, se derrumbó bajo los pies de la bella Farah, como un castillo de arena en menos de veinte años, principio y fin de la historia de esta mujer tan ligada a mi vida por diversas circunstancias, abandonando sus palacios, sus joyas y hasta las fotografías que recogían toda su existencia, fotografías que yo le repuse con las que conservaba en mi archivo durante unas tristes y solitarias vacaciones en el hotel Valparaíso de Palma de Mallorca, con sus hijos. Durante esta estancia, no recibieron ni una sola llamada de los reyes Juan Carlos y Sofía, quienes, al igual que la totalidad de dirigentes del mundo entero, se negaron a recibirles tras el derrocamiento del Sha por Jomeini, llevándose tan solo su vida en una maleta.«Hasta un collar de turquesas que yo había comprado con mi propio dinero, no quise llevarlo», me confesó. «Lo dejé en mi joyero con otras joyas del patrimonio nacional. Si algún día regreso, me las pondré, me dije».
En mi archivo conservo la fotografía de Carmen, mi mujer, poniéndole a Farah, en su exilio mexicano de Cuernavaca, el collar El niño y el Delfín de Dalí, que yo decidí regalarle.
Cuando el 6 de octubre de 1979 yo le entregaba a Farah, en este exilio, la mantilla negra de blonda que le llevé como regalo, ¡qué lejos estábamos, los dos, de pensar que con esta prenda tan española, cubriría su luto y su dolor! No una vez, ni dos, ni tres, sino… cuatro. Cuando se la llevé, porque ella me la pidió por teléfono, sabía que la muerte de su esposo el Emperador era, si no cosa de días, sí de algunas semanas. Y que cuando se produjera no iba a cubrirse con el chador impuesto por Jomeini, el hombre que les había arrojado a las tinieblas del exilio.
La muerte de nuestras hijas nos unió
Nadie puede atravesar la vida sin sufrir golpes y experimentar momentos dramáticos. Como el sucedido el 10 de junio de 2001, cuando el mundo se conmovió con el anuncio de la muerte de la hija de Farah, Leila Phalevi, que se había suicidado con una sobredosis de droga en la solitaria habitación del hotel Leonard de Londres, víctima de una profunda depresión. Nunca olvidaré la imagen de mi Farah, con la cabeza cubierta con la mantilla española que le regalé, enterrando a su hija en el cementerio parisiense de Passy, a su hija, muerta casi con la misma edad que tenía Isabel, la mía. Esta muerte y después el su***dio de su hijo Ali Reza, que se quitó la vida de un disparo en Boston, consolidaron nuestra amistad de desgraciados padres.Cuando me reencontré con Farah, se desahogó de tanto dolor, intentando reconstruir conmigo lo que había sido el calvario de su hija. Pero, ¿cuándo saben los padres que sus hijas se drogan? Casi siempre, cuando lo conocen, es demasiado tarde.
Esto es lo que yo pretendí transmitir a la Reina Sofía al solicitar una entrevista para hablar del drama de la droga que había matado a mi hija, a la hija de Farah y a tantos y tantos jóvenes. Simplemente buscaba una respuesta a una pregunta que ella, presidenta de una fundación contra la droga, no quiso, no pudo o no supo dar. ¿Por qué jóvenes inteligentes y brillantes como Leila y como Isabel, con un magnífico porvenir, se apartan de una vida familiar para caer en la adicción de los fármacos o las drogas sin que los padres lleguemos a saber nada y destrozando no sólo su vida sino también la de su madre en el caso de Leila o la de sus padres en el caso de Isabel? Eso, nada más que eso y sólo eso es lo que yo le preguntaba a la Reina Sofía. Su silencio me llenó de pena. Como de pena me llené cuando supe la muerte de la hija de mi querida Farah.
A lo peor, Farah tiene razón cuando me reconoció que es imposible luchar contra la fuerza del destino. Con frecuencia se cumple nuestro destino a pesar de los caminos que tomamos para evitarlo. Farah pensaba que el hado, la fatalidad, el destino se apagaría con la muerte de su esposo el Sha, ignorando que sólo el destino permanece invariable en la vida e incluso después de la muerte. Porque lo que está escrito no se borra jamás.
Una prueba del afecto que siempre me ha profesado, la dedicatoria de Sus Memorias: «Para Jaime Peñafiel, que estas memorias sean un viaje a mi vida que tú conoces y aprecias tanto», Farah Pahlavi.