Carlota se levanta a las 5, todo oscuro, ni ha empezado a amanecer. Todo está cerrado, ni buena parte de las webs se han actualizado con las noticias de la mañana. Sólo puede hacer cosas importantÃsimas e hiperproductivas como su clase de barré, la ducha de una hora y un desayuno opÃparo de té matcha, porridge bio y revuelto de huevos eco. Llega al trabajo a las 9 y nadie quiere hablar con ella porque están medio dormidos y su energÃa los agobia. A las 11 Carlota se muere de hambre, el superdesayuno nutritivo de las 5 y media de la mañana se le ha bajado a los talones, sus compañeros pueden tirar bien el resto de la mañana porque el café con la media tostada de Bar Paco les vale hasta el almuerzo porque tomaron su café con galletas a las 8 en sus casas. En el Bar Paco no sirven a esa hora ensalada de quinoa con chÃa, asà que le toca tirar de tupper dando la nota. A las 12, 13, sus compañeros están a tope, a Carlota le va entrando sueño. A la salida los compañeros le proponen tomar una cerveza en Bar Manolo, pero está demasiado cansada y allà sirven tapas cutres y grasientas, asà que no se apunta al plan. Carlota acaba almorzando sola en su casa tostadas de pan de trigo sarraceno con aguacate y bayas de golji. Carlota cae rendida pero se tiene que poner el despertador porque a las 5 tiene clase de bikram yoga y además la siesta engorda mucho. A las 7 ya va tirando para cenar en casa, cuando es plena tarde, pega todo el solano y la calle está a rebosar de gente que no pertenece a su privilegiado club. Carlota se mete en la cama a las 9 cuando está atardeciendo, ya lleva un rato dormida cuando el noviete de turno le escribe si quiere cenar con él a las 10, ni el mensaje le llega porque ha apagado el teléfono. Él ya está hasta las narices de ella y su maldito club. Asà es la maravillosa vida de Carlota, perteneciente al club de las 5 de la mañana.
Por cierto, no aplicable al currito medio que trabaja de 9 a 2 y de 5 a 8.