Ser de pueblo

Yo nací en ciudad y siempre he vivido en ciudad, pero ir al pueblo de mi abuela era lo que más ilusión nos hacía a mi hermana, a mis primos y a mí. La mejor parte de las vacaciones era esos días que pasábamos allí todos juntos.
Sí que creo que te marca, para bien y para mal. Para los que somos de ciudad creo que lo tenemos idealizado por el tipo de infancia, pero luego hablas con gente que ha pasado casi toda la vida en uno y te va contando cosas que derivan en lo mismo: pueblo pequeño, infierno grande.
Totalmente de acuerdo. Es que no es comparable ir de vacaciones al pueblo y conectar con la naturaleza que vivir allí. La gente que vive en otro lado lo tiene muy romantizado porque solo vive la parte buena. El chisme malicioso está a la orden del día, las enemistades entre familias se heredan, el caciquismo es absoluto, luego además está la falta absoluta de servicios y la falta de trabajo excepto en el sector primario. Por mucho que estés en la naturaleza el ambiente opresivo de pueblo pequeño no favorece a la salud mental de quien vive allí.
 
Está claro que todo tiene sus “pros” y sus “contras” pero por lo visto es más “saludable” estar más en un pueblo que en una ciudad porque en un pueblo estás conectado con la naturaleza, y esa conexión es muy importante a nivel mental según me dijo mi terapeuta, de hecho me comentó que en ciudad hay más cantidad de gente con enfermedades mentales que en pueblo por esa desconexión con uno mismo y con la naturaleza.
Pero como digo, todo tiene su parte buena y parte mala. Lo “malo” de un pueblo es que todo el mundo se conoce y todos saben la vida de todos, eso sí. También es curioso ver como la gente de pueblo es de diferente manera de ser que los de ciudad. Yo también pienso que es mucho mejor pasar la infancia en pueblo, y que de adulto es importante salir y conocer más sitios, abrirte en ese sentido.
Me has recordado estas palabras de Ernesto Sábato. Aún así estoy muy de acuerdo con la opinión de @IsabellaSempere
Ver el archivo adjunto 45d9dce70d7d7578e96d8ba57f90a422.mp4
 
Pueblo pequeño, infierno grande. O eso dicen.
Yo soy de ciudad. De gran ciudad.
Creo que todo marca.
Yo sería la misma persona de haber nacido y haberme criado en un lugar de 500 habitantes? Por supuesto que no. Ni mejor ni peor. Simplemente diferente.
Para mí, todos somos nosotros y nuestras circunstancias. Y eso incluye el lugar de nacimiento, claro que sí.
 
Depende del pueblo, pero desde luego la gente que nunca ha vivido en uno se piensa que aquello es una especie de comuna hippie donde sólo hay paz, amor y conexión con la naturaleza. Cualquiera que conozcamos bien un pueblo pequeño sabemos que se parecen casi todos más a Puerto hurraco que a la idea que se tiene de ellos.
Y lo digo habiendo sido de pueblo muy pequeño (menos de 100 habitantes)
 
Yo nací en ciudad pequeña, pero viví hasta los 25 en un pueblo pequeño que comenzó a hacerse más o menos grande (de unos 800 a 8.000 habitantes en esos 25 años). Casi nunca jugaba en la calle porque en mi infancia apenas había niños y yo vivía muy a las afueras, lejos de la poca vida social que podía tener. No os podéis hacer una idea de la sensación de aislamiento con la que crecí.

Creo que ahora mi pueblo es otra cosa y podría haberlo disfrutado mucho más ahora si fuera niña. Me encantan mis vecinas de allí, para mí son mi familia y me han cuidado tanto como mi madre. Y sí, me gusta su tranquilidad y el ambiente "contemplativo", pero el invierno y necesitar coche para todo se me hace bola incluso siendo ya adulta. Hay que estar hecho de una pasta dura para aguantar allí todo el año.

Ahora vivo en Madrid y, aunque fue un shock el cambio en su momento, no me veo volviendo allí por voluntad propia de forma indefinida, la verdad.
 
Criarse en un pueblo tiene sus luces y sombras, no puedo negar que guardo un recuerdo entrañable de mi infancia: pasar las tardes correteando por las calles, jugar con libertad, sentirme segura y conocer a todo el mundo. Ese ambiente cercano, donde la comunidad se cuida mutuamente, puede ser algo muy valioso.
Sin embargo, también hay una cara menos amable. Vivir en un entorno tan pequeño hace que todo se sepa, que cada gesto o decisión esté bajo la lupa de los demás. Lo que debería ser cotidiano muchas veces se convierte en motivo de chisme. Crecer en mi pueblo me hizo desarrollar una preocupación constante por el “qué dirán”, porque incluso los detalles más insignificantes parecen alimentar la conversación del día.
Además, no puedo evitar sentir que hay una especie de competencia silenciosa, una envidia sutil que se cuela entre relaciones que deberían ser más sanas. Muchas personas están más pendientes de la vida del vecino que de construir la suya propia, y eso termina por generar un ambiente que a veces puede resultar tóxico.
 

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