Trabajo a diario con adolescentes y puedo ver rasgos en Álvaro que puedan explicar este desgraciado y fatídico final. En su día escribí aquí que pensaba que le habría ocurrido en accidente, pero jamás se me ocurrió que pudiera ser dentro de la estación y menos intentando subirse a un tren. Sin duda, entró en una niebla mental de la que no pudo salir y tomó las peores decisiones posibles.
Bajo el influjo de las redes sociales, los jóvenes se muestran cada vez más individualistas. Todo vale por el like, todo vale por la mejor foto posible, todo vale por el mejor paisaje, restaurante, etc. con tal de ganarse la reputación entre los demás. Hoy en día no vende ayudar a alguien, escuchar cuando alguien mayor te da un consejo, estar atento a los gestos, o simplemente, pedir ayuda. Todo eso se ha perdido. Especialmente grave es no escuchar a los demás, y en este caso, no escuchó a nadie. Solo quería volver a Córdoba fuera como fuera y sin avisar a sus padres. Ni siquiera se le ocurrió pedir ayuda a su amigo. Podría haberlo llamado y pedirle un dinero que le podría devolver.
Unido a esto, veo diariamente muchísima falta de autonomía. Con la aparición del móvil y el ordenador, se pasan gran parte de las 24 horas del día en navegar, ver memes, hacer vídeos, subir fotos, etc. En cuanto se les pide un ejercicio con algo de autonomía y creatividad, no tienen paciencia, se les nubla la mente y se apagan las ideas. Y esto es un problema grave, porque Álvaro no supo ver más allá de su idea inicial y además, tomó decisiones carentes de toda lógica, lo que me hace pensar que la noche se alargó demasiado en algún aspecto. Y sí, es complicado pedir a alguien claridad mental después de toda la noche, pero ni en el peor de los pensamientos debería estar en juego la vida.
Me da mucha pena este final, porque seguro que Álvaro era un buen chico, pero la responsabilidad en este caso es suya y nada más. Otro tema es no medir las consecuencias, pero ahí prefiero no meterme. Bastante triste ya es el asunto.