AZUL Y ROSA | MI SEMANA EN OKDIARIO
Esta semana, en TikTok alguien ha desvelado una gran noticia: «Los perros hablan». Alexis Divine, una ciudadana de Tacoma (Washington), ha demostrado la forma de hablar con su perro Bunny, un pastor inglés. Y lo ha hecho por medio de una alfombra desplegada en el suelo con botones que, al ser presionados por el perro, emite palabras grabadas con la voz de su ama y que el este identifica ese sonido con una acción, con un comportamiento. ¿Mediante inteligencia artificial? (?).
Tal vez a algunos de los lectores no les guste lo que voy a escribir, pero, si siguen leyendo, lo entenderán: prefiero un perro a un niño. Tal vez por mi mala suerte. La única hija que he tenido desapareció de mi vida a causa de la droga, produciéndome una herida que ni el paso de los años logra cicatrizar. Cuando algunos padres, con hijos pequeños, conocedores de mi historia, se cruzan en la calle conmigo, suelen decirme: «¡Ay!, señor Peñafiel, cuantas veces nos acordamos de lo que dice…».
Nunca se acordarían si, en vez de hijos, tuvieran… perros. Porque estos son «el mejor amigo del hombre», que dijo el abogado y senador por Missouri, George Graham Vest, en el juicio contra Leonidas Hornsby, que había asesinado a Old Drum, el precioso galgo de su vecino Charles Burden.
Un perro labrador, Sully, demostró ser el mejor amigo del ex presidente de los Estados Unidos George H.W. Bush. Emocionó hasta las lágrimas contemplar a su perro «con la cabeza entre sus patas y los ojos tristes» bajo la cúpula del Capitolio, donde se rendía homenaje póstumo al presidente.
Sully era el único acompañante de Bush desde que falleciera su esposa, Bárbara, y su salud comenzó a apagarse rápidamente. Desde ese día, el perro no se separó ni un metro de su dueño. Y no sólo eso, sino que le avisaba, según contaba Álvaro Martínez, cuando tenía que tomar sus medicamentos y le advertía cuando sonaba el teléfono que Bush no oía porque estaba medio sordo. Todo un ejemplo de fidelidad. Mas que perruna … ¡¡¡humana!!! Mas allá de la muerte.
Nunca he olvidado aquella tristeza visible, caminando, con la cabeza gacha, tras el féretro que llevaba a su amo. Tuvo el lugar que le correspondía.
Me contaron que los días que Rainiero había permanecido en la clínica de Montecarlo, donde había fallecido, Odin se los había pasado buscándole por las habitaciones del palacio, pero sobre todo en la habitación vacía del soberano, al tiempo que se le oía «llorar». Viéndole caminar tras el féretro por las calles del Principado hacia la catedral, uno no podía dejar de emocionarse ante aquel ejemplo de fidelidad incondicional a su amo. Como la de Sully a Bush. No exagero si les digo que Odin impresionaba y emocionaba mucho más que Alberto, Carolina y Estefanía, los tres hijos de Rainiero.
El rey Juan Carlos es quien más perros tenía, aunque, sobre todo, sentía pasión por los golden. Incluso poseyó un criadero de esta raza durante veinticinco años. Los solía regalar a sus amigos, entre ellos al diplomático Chencho Arias, que se lo llevó a Nueva York cuando fue representante ante la ONU. Del criadero se encargaba un empleado del Banco de España que solía escamotear algún que otro cachorro de las camadas para venderlo. Yo le compré, por 200.000 pesetas, un cachorro de golden.
Pero ningún miembro de la Familia Real amaba tanto a su mascota como el entonces príncipe Felipe, con su pequeño schnauzer, bautizado con el nombre de Puskin. El perrito formaba parte de su vida. Como ya he contado alguna vez que otra, era tal la identificación entre los dos que cuando Puskin intuía que Felipe se iba de viaje, empezaba a vomitar por todos sitios. El príncipe no llamaba a nadie del servicio para recoger los vómitos. Lo hacía el mismo.
Lo amaba tanto que, cuando la reina Sofía decidió visitar a su hijo en la época en la que estudiaba en Washington, en 1993, éste le pidió le llevara a Puskin.
Pero cuando Felipe contrae matrimonio en 2004 con Letizia, lo primero que ésta hace es poner al perrito de patitas en el jardín del pabellón construido y habilitado para ellos, a un kilómetro de Zarzuela. El pobre animal debió internarse en los montes que rodean las mansiones reales porque de Puskin no se volvió a saber. Posiblemente, moriría de frío o atacado por los jabalíes u otras alimañas. Felipe lo pasó muy mal, pero, para evitar mayores problemas, aceptó lo que Letizia había decidido. En la casa no habría nunca perros. De aquellos polvos vienen estos lodos de hoy. Para mi sorpresa, se vio en la escena de despedida en el pabellón de Zarzuela a la infanta Sofía, camino de Londres, junto a sus padres y a la nueva mascota Jan, un labrador. Desconozco a qué miembro de la Familia pertenece.
El perro, el mejor amigo de reyes, príncipes y presidentes
Esta semana, en TikTok alguien ha desvelado una gran noticia: «Los perros hablan». Alexis Divine, una ciudadana de Tacoma (Washington), ha demostrado la forma de hablar con su perro Bunny, un pastor inglés. Y lo ha hecho por medio de una alfombra desplegada en el suelo con botones que, al ser presionados por el perro, emite palabras grabadas con la voz de su ama y que el este identifica ese sonido con una acción, con un comportamiento. ¿Mediante inteligencia artificial? (?).
Tal vez a algunos de los lectores no les guste lo que voy a escribir, pero, si siguen leyendo, lo entenderán: prefiero un perro a un niño. Tal vez por mi mala suerte. La única hija que he tenido desapareció de mi vida a causa de la droga, produciéndome una herida que ni el paso de los años logra cicatrizar. Cuando algunos padres, con hijos pequeños, conocedores de mi historia, se cruzan en la calle conmigo, suelen decirme: «¡Ay!, señor Peñafiel, cuantas veces nos acordamos de lo que dice…».
Nunca se acordarían si, en vez de hijos, tuvieran… perros. Porque estos son «el mejor amigo del hombre», que dijo el abogado y senador por Missouri, George Graham Vest, en el juicio contra Leonidas Hornsby, que había asesinado a Old Drum, el precioso galgo de su vecino Charles Burden.
Sully, el perro de Bush
Me va a permitir, querido lector, que reproduzca algunas de las palabras del abogado y senador en el juicio que creó jurisprudencia contra el maltrato a los perros en Estados Unidos: «Caballeros del Jurado, el mejor amigo de un hombre podrá volverse en su contra, incluso su propio hijo o hija, a quien crio con amor infinito, puede demostrarle ingratitud. El único, absoluto y mejor amigo que puede tener el hombre, en este mundo egoísta, el único que no le va a traicionar o negar es su perro. Y cuando el amo muere y el cuerpo es enterrado bajo la fría tierra, no importa que todos los amigos se hayan ido. Allí, junto a la tumba, se queda su perro, la cabeza entre las patas, los ojos tristes, pero abiertos y alerta más allá de la muerte. Porque no lo olviden, ese perro era el mejor amigo de ese hombre».Un perro labrador, Sully, demostró ser el mejor amigo del ex presidente de los Estados Unidos George H.W. Bush. Emocionó hasta las lágrimas contemplar a su perro «con la cabeza entre sus patas y los ojos tristes» bajo la cúpula del Capitolio, donde se rendía homenaje póstumo al presidente.
Sully era el único acompañante de Bush desde que falleciera su esposa, Bárbara, y su salud comenzó a apagarse rápidamente. Desde ese día, el perro no se separó ni un metro de su dueño. Y no sólo eso, sino que le avisaba, según contaba Álvaro Martínez, cuando tenía que tomar sus medicamentos y le advertía cuando sonaba el teléfono que Bush no oía porque estaba medio sordo. Todo un ejemplo de fidelidad. Mas que perruna … ¡¡¡humana!!! Mas allá de la muerte.
También Odin, el perro de Rainiero
El 15 de abril de 2003, yo fui testigo de un hecho insólito, único, que difícilmente olvidaré, con motivo del entierro del príncipe soberano Rainiero de Mónaco, fallecido a la edad de 81 años a causa de una afección broncopulmonar, después de cincuenta y seis años de reinado. Se había convertido en el decano de las monarquías europeas. A los funerales asistieron casi todos los reyes de entonces, entre ellos, don Juan Carlos. Como es habitual en los entierros de los soberanos reinantes, tras el féretro suele caminar el caballo desmontado del rey. Sin embargo, en el entierro de Rainiero, tras el féretro, sobre un armón de artillería, caminaba, con una correa negra, en señal de luto, Odin, el perro triste de Rainiero, un ejemplar de grifón Korthal, raza caracterizada por la fidelidad incondicional a su amo. Fue el regalo del Consejo de la Corona del Principado en el 50º aniversario de su reinado. Seis años tenía Odin el día del entierro. Toda su vida. Tengamos en cuenta que seis años en la vida de un perro es más de media vida de un hombre.Nunca he olvidado aquella tristeza visible, caminando, con la cabeza gacha, tras el féretro que llevaba a su amo. Tuvo el lugar que le correspondía.
Me contaron que los días que Rainiero había permanecido en la clínica de Montecarlo, donde había fallecido, Odin se los había pasado buscándole por las habitaciones del palacio, pero sobre todo en la habitación vacía del soberano, al tiempo que se le oía «llorar». Viéndole caminar tras el féretro por las calles del Principado hacia la catedral, uno no podía dejar de emocionarse ante aquel ejemplo de fidelidad incondicional a su amo. Como la de Sully a Bush. No exagero si les digo que Odin impresionaba y emocionaba mucho más que Alberto, Carolina y Estefanía, los tres hijos de Rainiero.
Y Puskin, el perro del entonces príncipe Felipe
La Familia Real española es gran amante de los perros. Hace unos años, cada uno de sus miembros tenía el suyo y de razas diferentes. Felipe a Puskin, un schnauzer; su hermana Elena a Bruja, un golden retriever, y Cristina a Gringo, un teckel.El rey Juan Carlos es quien más perros tenía, aunque, sobre todo, sentía pasión por los golden. Incluso poseyó un criadero de esta raza durante veinticinco años. Los solía regalar a sus amigos, entre ellos al diplomático Chencho Arias, que se lo llevó a Nueva York cuando fue representante ante la ONU. Del criadero se encargaba un empleado del Banco de España que solía escamotear algún que otro cachorro de las camadas para venderlo. Yo le compré, por 200.000 pesetas, un cachorro de golden.
Pero ningún miembro de la Familia Real amaba tanto a su mascota como el entonces príncipe Felipe, con su pequeño schnauzer, bautizado con el nombre de Puskin. El perrito formaba parte de su vida. Como ya he contado alguna vez que otra, era tal la identificación entre los dos que cuando Puskin intuía que Felipe se iba de viaje, empezaba a vomitar por todos sitios. El príncipe no llamaba a nadie del servicio para recoger los vómitos. Lo hacía el mismo.
Lo amaba tanto que, cuando la reina Sofía decidió visitar a su hijo en la época en la que estudiaba en Washington, en 1993, éste le pidió le llevara a Puskin.
Pero cuando Felipe contrae matrimonio en 2004 con Letizia, lo primero que ésta hace es poner al perrito de patitas en el jardín del pabellón construido y habilitado para ellos, a un kilómetro de Zarzuela. El pobre animal debió internarse en los montes que rodean las mansiones reales porque de Puskin no se volvió a saber. Posiblemente, moriría de frío o atacado por los jabalíes u otras alimañas. Felipe lo pasó muy mal, pero, para evitar mayores problemas, aceptó lo que Letizia había decidido. En la casa no habría nunca perros. De aquellos polvos vienen estos lodos de hoy. Para mi sorpresa, se vio en la escena de despedida en el pabellón de Zarzuela a la infanta Sofía, camino de Londres, junto a sus padres y a la nueva mascota Jan, un labrador. Desconozco a qué miembro de la Familia pertenece.