La campaña de limpieza de imagen del emérito no hará que nos olvidemos de lo convenenciero y traidor que ha sido siempre. A Adolfo Suárez lo utilizo y luego lo abandono porque lo socialistas le prometían mayor libertad para sus fechorías.Suárez en las memorias dictadas por el Emérito a Herrera
«Conocí a Adolfo en Segovia, durante mis viajes por la geografía de España, siendo él gobernador civil de la provincia. Tenía cuatro o cinco años más que yo, pero a mí, acostumbrado a la gerontocracia del franquismo, me parecía un chaval. Era optimista, simpático y, en aquellos tiempos y aquel ambiente, yo apreciaba mucho a ese tipo de personas. Piensa en lo acostumbrado que estaba de vivir a la defensiva en un entorno que, a veces, era algo hostil. Sugerí, y no fui el único, que Suárez obtuviera protagonismo en la Administración del Régimen. Carrero le nombró director general de TVE y desde ese puesto me ayudó no poco en el impulso a mi imagen después del 69, cuando fui designado heredero a la Corona. Curiosamente los principales valedores de Adolfo murieron en circunstancias trágicas. Carrero primero, asesinado por ETA, y Herrero Tejedor después, en accidente de coche. Torcuato, que le tenía puesto el ojo, convenció a Arias Navarro para que le nombrara ministro secretario general del Movimiento. Para ello hubo que mover a José Solís, que era el elegido por Arias, al Ministerio de Trabajo. De esa manera, Suárez era el hombre que tenía las condiciones que Torcuato interpretaba imprescindibles para hacer el trabajo que teníamos por delante. Cuando Arias aceptó la realidad inevitable y me presentó la dimisión que le pedí, cumpliendo con grandeza con su deber de patriota, y a pesar de todas las diferencias que habíamos mantenido, decidí con Torcuato que Suárez era el hombre indicado para la aventura que nos esperaba».
«Había un pequeño inconveniente: para que yo pudiera nombrarle, según la legislación de aquel entonces, debía estar incorporado a la terna de candidatos a la Presidencia de Gobierno que el Consejo del Reino me había de presentar. Y ese fue el gran trabajo de Torcuato, poder decir aquello de ‘Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que el Rey me ha pedido’. Con la ayuda inestimable de mi gran amigo Miguel Primo de Rivera, entonces consejero, el Consejo incluyó a Adolfo en una terna en la que estaban también Federico Silva Muñoz y Gregorio López Bravo, dos candidatos extraordinarios, en cualquier caso. A eso de las cinco, llegó Torcuato a mi despacho y yo pude llamar a Adolfo: ‘Adolfo, vente a la Zarzuela de inmediato’. Muy pocas personas esperaban esa elección. De hecho, España entera y él mismo creían que el elegido iba a ser Areilza, a quien siempre tuve gran afecto, pero Areilza era del tiempo de mi padre, no del mío. Ello le llevaba a comportarse, incluso, de forma algo paternalista conmigo. Yo necesitaba a alguien de mi cuerda, de mi edad, de mi vitalidad, con empuje y valentía. Adolfo era el perfil ideal. Y, sinceramente, visto desde la perspectiva que da el tiempo, creo que no me equivoqué…».
«…Para él (Adolfo Suárez) fue una liberación ganar las elecciones del 77. Y cuando ganó contra pronóstico las del 79 hubo algo que le hizo creer que entraba en un cierto declive. Nuestra complicidad fue siempre total, pero no te negaré [a Carlos Herrera, su interlocutor] que se crearon algunas tensiones políticas que le sometieron a situaciones muy difíciles. Los problemas de aquellos años eran muchos. Siempre se dijo que había que cambiar las cañerías sin poder cerrar el grifo, y eso pone a cualquiera en situaciones muy extremas. Siempre se ha resaltado su dificultad de relaciones con el estamento militar: digamos que no había feeling, pero creo que se ha exagerado mucho. Aquello de que un general le puso una pistola, nunca me lo he creído. Conociendo a Adolfo, ese general no hubiese durado un minuto en su cargo. Y me lo habría dicho, por supuesto. Pero eso no obsta para reconocer que los militares no le tenían demasiado afecto. El Ejército, entonces, era una institución por actualizar, con muchos altos mandos veteranos de la Guerra Civil y muy ‘franquistas’. Para conseguir la actualización a que me refiero, la entrada en la OTAN era muy importante, pero a Adolfo no le dio tiempo a dar ese paso».
«Cuando me dijo que se iba, que quería dimitir, no le entendí.
–Tienes que aguantar Adolfo. Piensa que yo me quedo con el culo al aire.
–No tengo apoyos -me decía-. Estoy solo.
Y ciertamente se sentía así. Pero como para mí fue una gran sorpresa que me dijera que quería dimitir, y no me pareció conveniente en aquellos momentos, intenté convencerle para que no lo hiciera.
–Tienes en marcha muchas cosas, y dejar ahora la Presidencia las pones en peligro -le dije una y otra vez-.
Pero no hubo manera. Ese mismo día me dijo que su decisión era firme y que su respuesta para proponerle al Parlamento como sustituto suyo era Leopoldo Calvo Sotelo, entonces ministro de Economía y vicepresidente del Gobierno».
«Habrás leído, [hablaba con Carlos] como yo, muchas fantasías acerca de la dimisión de Suárez: presiones militares, amenazas de golpe, discusiones acerca de la conveniencia de que Alfonso Armada fuera o no segundo JEME, sugerencias acerca de una moción de confianza, peticiones mías de dimisión… Nada de ello me consta o fue así. Fue un tiempo muy difícil y Adolfo era víctima de una fortísima división de la UCD. Efectivamente no tenía apoyos entre los suyos y, además, era víctima de un temible acoso de la oposición».
Y se fue, y en la sesión de investidura de Calvo Sotelo, aquel 23F de infausta memoria, ya sabemos qué pasó.
«Yo había quedado aquella tarde con mi amigo Miguel Arias para jugar al pádel. Estaba en chándal y corrí a mi despacho para poner la televisión. No me lo podía creer. Cuando vimos la que se estaba formando…».
Nota de autor de esta columna: habrá que esperar a que Carlos Herrera publique estas apasionantes y apasionadas Memorias para saber, no sólo lo que el Rey vio «la que se estaba formando…» sino por qué llamó a Alfonso Armada y por qué el general Juste, Jefe de la División Acorazada Brunete, también le llamó en esos momentos, preguntándole «¿Esta Armada ahí en Zarzuela?». Al responderle que no, añadió: «Pues que no entre. Ya llamaré otra vez en cuanto pueda hablar, Señor». Y colgó. «La señal estaba clara…».
Habrá que esperar a que se publiquen las Memorias para saber qué estaba pasando o, a lo mejor, la próxima semana si el querido Carlos me lo permite… porque yo no pretendo ser un spoiler. ¡Dios me libre!
Los militares y autoridades del antiguo régimen asumieron la voluntad de Franco para convertir a España en un país democrático, la restauración de la monarquía se aceptó como nexo de unión del estado no porque él hiciera algún mérito
Todos en aquella época buscaron el acuerdo para empezar una nueva etapa en la historia de España.
Carlos Herrera después de todo lo que ha salido sobre el emérito me parece que es él el que no quiere sacar la biografía. La versión del emérito es una inaceptable fábula