Hay dos puntos que me parecen a destacar de este análisis:
Entonces, ¿por qué Israel sigue actuando con ese grado de violencia e impunidad?
La violencia con la que está actuando Israel está orientada a crear hechos consumados irreversibles que obliguen a considerar en una nueva etapa algunos de sus postulados. Es decir, Israel sabe que su discurso victimista [tras el atentado del 7 de octubre] ya no vale. Ha quedado totalmente desnudado. Ahora ya es evidente que lo que defiende es otra cosa. No es una democracia ni su ejército es el más moral del mundo.
Su discurso es: “Somos capaces de hacer barbaridades, las estamos haciendo y hemos creado una realidad sobre el terreno que obliga a abordar el futuro de una forma distinta y no es la del derecho internacional o la de los derechos del pueblo palestino”. Diría que estamos ante el inicio de la desintegración del proyecto estatal israelí. No digo la desaparición del Estado, eso es una elucubración, pero sí que Israel como cierto tipo de proyecto nacional estatal está tocado en su esencia.
La solución de los dos Estados vuelve a estar sobre la mesa, ¿será posible después de la guerra?
Vuelve a cometerse el mismo error: la cuestión palestina va más allá del derecho de los palestinos a decidir si quieren tener un Estado y establecerlo en Cisjordania y Gaza. Incluye, entre otras cosas, el derecho de los expulsados a retornar a sus lugares de origen o a ser compensados. Y hay una tercera dimensión: el conflicto no va a terminar si se mantiene una situación de apartheid dentro del propio Estado de Israel. Imaginemos que finalmente hay un mini Estado palestino con el que Israel puede vivir en paz pero, si al mismo tiempo se sigue discriminando al 20% de su población precisamente porque no es judía, el conflicto no terminará. Por tanto, deben abordarse las tres dimensiones. La cuestión palestina es mucho más que la estatalidad.
Hay una tradición judía que reza que cuando se establece un estado judío, este termina desapareciendo y sus miembros condenados nuevamente a la diáspora, ya que contradice la fé hebrea que no admite el estado de Israel hasta la venida de Yahvé.
Está también ligada a una serie de fechas que ya no recuerdo.
Es simplemente una anécdota y no sé hasta qué punto el Estado de Israel, como tal, está en proceso de descomposición.
Sí puedo afirmar, porque lo he vivido, que el Israel de los años ochenta no se parece absolutamente nada al Israel actual.
Y no hablo en relación con los palestinos.
Hablo en relación con lo que eran y ahora son los israelies, la sociedad como tal.
De un Israel abierto, cosmopolita, con un babel de lenguas y culturas distintas, moderno, buscando igualarse a Occidente a un Israel donde la religión se impone sobre la sociedad civil, las visiones más ultranacionalistas sobre la convivencia, la discriminación, no solo de los musulmanes, sino también de los cristianos, como si solo los judíos tuvieran derecho a habitar allí.
Realmente parece encaminado a convertirse en la Arabia Saudí judía.
La última vez que estuve, en 2019, poco antes de la pandemia, me llamó la atención la proliferación de ultraortodoxos, incluso en ciudades donde su presencia era mínima, así como la radicalización de gran parte de la juventud judía en relación a los cristianos y no digamos ya respecto a los árabes.
En cuanto al segundo punto, es muy interesante porque fue precisamente la actitud de los gobiernos Israelies respecto a la Cisjordania trazada en los acuerdos de Oslo la que hundió su economía (en los tratados se obligaban a un comercio preferente entre los dos estados, por ejemplo)
Bien, los gobiernos Israelies suspendieron paulatinamente los contratos con empresas Cisjordanas, despidieron a los trabajadores palestinos, como tenían el control de la seguridad de las carreras, bloqueaban el transporte de materiales y bienes hacia Israel, etc.
El tema del regreso de los refugiados o de la compensación económica por los bienes robados no creo que tenga solución.
La vuelta de todos ellos daría un vuelco demográfico a Israel, que tendría una mayoría de habitantes palestinos.
La única forma sería la vuelta a la partición del 47 y, francamente, antes se cargan a todos los palestinos.
Y, por último, la discriminación que sufre el 20% de la población musulmana de Israel (descendientes de los que se resistieron a la Nabka) no tendrá solución mientras sean las ideas más extremistas las que se impongan. Y, además, hay que sumarle la creciente discriminación hacia los cristianos.