La caída de un narcoestado
Una de las razones de la caída de Al Asad está escondida en esta bolsa de droga: en la fábrica siria de captagon
Al Asad producía captagon para financiar un Estado en crisis. En cada estancia de la fábrica se ve una forma distinta en la que se camuflaba la droga blanca: escondida en motores eléctricos falsos, entre ladrillos, muebles…
Rebeldes sirios descubren una fábrica de captagon. (EFE/Mohammed Al Rifai)
Por
Miguel Flores. Douma (Siria)
15/12/2024 - 05:00
Estas
montañas de droga salvaron a Bashar Al Asad en tiempos de guerra y sanciones, convirtiendo Siria en un narcoestado. Algunos sabían qué eran, por dónde salían de Siria y cómo se producían. Pero nadie había estado antes dentro de una de
las 15 fábricas de captagon, custodiadas con celo por un régimen demasiado avergonzado como para admitir que
se financiaba vendiendo anfetaminas mezcladas con teofilina.
La noche del 7 de diciembre, los guardas de la sucursal de Duma salieron corriendo de la nave de producción en cuanto el grupo islamista Tahrir el-Sham (HTS) arrebató al Gobierno este pueblo a la entrada de Damasco.
Sin Al Asad no hay captagon. Por eso, antes de huir,
prendieron fuego a millones de pastillas en la que hasta la fecha parece la fábrica más importante de esta droga en toda Siria, según Caroline Rose, directora del centro de investigación estadounidense New Lines Institute.
A las
pocas horas de caer Damasco, Fares al-Tut llegó al edificio en llamas. Era la primera vez en seis años que este empresario local se atrevía a volver a la que había sido su pequeña industria de snacks de maíz. El Ejército del régimen capturó su nave en 2018, cuando tomó el pueblo entero de Duma de manos rebeldes. "Se encapricharon de este sitio porque está lejos, en lo alto del pueblo, pero fuera de la vista de nadie. Es un l
ugar perfecto para hacer las barbaridades que hacían", cuenta Al-Tut a El Confidencial.
Pero el fuego no borró ninguna prueba de cómo Al Asad producía captagon para financiar un Estado en crisis. En cada estancia de la fábrica
se ve una forma distinta en la que se camuflaba la droga blanca:
escondida en motores eléctricos falsos, entre ladrillos, muebles… y metida en frutas de plástico. Granadas, manzanas y melones rellenos de anfetaminas dejan bodegones falsos en los rincones de la habitación. En la habitación adyacente, una cantidad industrial de palés y un número ingente de cajas de una marca de mandarinas sugieren que la droga se exportaba a guisa de fruta. Acompañando a Al-Tut, un combatiente del Ejército del Islam —afiliado a la HTS— que ahora custodia el lugar hace una demostración. Abre una manzana roja en dos, y de cada mitad caen cientos de pastillas.
Rebeldes sirios en una fábrica de captagon. (EFE/EPA/Mohammed Al Rifai)
Tres milicianos yihadistas nos conducen con Al-Tut a la materia prima: en la planta de arriba sigue intacto un almacén de
garrafas interminables de compuestos e hidrocarburos. Acitrato de etilo, solución de amoníaco, ácido acético glacial, éter de petróleo 40-60°C, ácido clorhídrico, benceno, solución de formaldehído, cloroformo, solución de formaldehído... "Aquí no hacían solo captagon. Hay sustancias y ácidos que me huelen a algo más fuerte", sospecha el propietario. Todos los químicos están etiquetados por la misma distribuidora: Surechem Products, con sede en Needham Market, un pueblo de Inglaterra.
Los jóvenes armados se ríen mientras se mueven torpemente por el espacio con miedo de que sus cigarrillos se acerquen a algún material inflamable. "¿Qué hacemos ahora con esto?", dice uno. "Esto" es lo que queda de una
ambiciosa campaña de recaudación con la que Al Asad intentó reponerse de la ruina de la
guerra civil y las sanciones occidentales. Y con la que, de paso, convirtió a Siria en un narcoestado. En 2023, el mismo New Lines Institute calculaba que el mercado mundial de captagon —ocupado en un 80% por el Gobierno sirio— valía unos 57 mil millones de dólares, más de la mitad que el de la cocaína en Europa. Solamente esta droga constituía hace dos años una cuarta parte del PIB del país, y diez veces el presupuesto anual.
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Pastillas de captagon escondidas dentro de frutas de plástico. (Reuters)
El hecho de que Siria tuviera que dejarse caer hacia un narcoestado es una de las señales de que la economía del régimen de Damasco estaba en una grave crisis. Pero no solo una crisis económica. La dependencia del comercio de captagon indica
lo “desconectado” que estaba el gobierno de Al Asad de la población siria, cuenta Rose. “Era el círculo íntimo del régimen, y no el Estado sirio, el que dependía del captagon para obtener fuentes de ingresos alternativas. Esto permitió a los compinches del régimen y a los miembros de la familia Al Asad mantener estilos de vida cómodos frente a las sanciones”, cuenta la directora del New Lines Institue, profesora además en la Universidad el Georgetown. Según Rose, el hecho de que los ingresos no se canalizaran hacia los servicios gubernamentales demuestra lo ensimismado que estaba el régimen.
Más allá de la Siria de Al Asad, el captagon ha
ayudado a su socia Hezbolá. La milicia chií ha incorporado la producción de este narcótico a su imperio de la marihuana y la cocaína en el valle de la Becá libanés. Con eso y con la supervisión de la producción en Siria,
la organización pudo rearmarse en los últimos años para hacer frente a la guerra contra Israel que acabó con un
desesperado alto el fuego el pasado 27 de noviembre. A finales de mayo, la oposición a Al Asad denunció que la red se extendía a Irak, y en ella participaba también el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán. El captagon, apodada la
cocaína de Oriente Medio por ser la más consumida en la región, también ha consolidado una clientela en Arabia Saudí —adonde entra de contrabando a través de Jordania—, entre combatientes del Estado Islámico y en las filas de Hamás antes de los ataques del 7 de octubre de 2023.
Pero, si algo ha catapultado en los últimos años el comercio del estupefaciente, eso ha sido su
exportación desde el puerto sirio de Lataquia a otros puntos del Mediterráneo. El mérito se lo lleva Maher Al Asad, hermano del presidente derrocado. Como comandante de la Cuarta División Blindada, Maher se responsabilizó durante la guerra civil de capitanear también la producción y distribución del captagon. "Él controlaba directamente esta instalación, y de vez en cuando venían helicópteros de la Cuarta [División]", explica Al-Tut desde la fábrica de Duma. En los recovecos de la nave,
se apilan aún tarjetas de visita de Amer Jiti, empresario y miembro del Parlamento sirio afín al régimen que poseía concretamente esta planta de producción al norte de Damasco.
Los nuevos guardianes del captagon
Cuando el 8 de diciembre, Fares al-Tut vio que su fábrica de aperitivos de maíz había mutado en un almacén de captagon del régimen medio incendiado, tuvo clara la jugada. Salió en busca de la fuerza nueva, y no le costó encontrarla. Tras una vuelta por el pueblo, a la media hora
volvió a la nave con una decena de hombres armados —sirios y extranjeros— que una semana después siguen apostados en el aparcamiento del edificio fumando cachimba y comiendo kabsa con pollo.
Un rebelde sirio frente a una pila de elementos con los que se fábrica la droga. (EFE)
"Para evitar que salga ninguna pastilla de aquí, esperaremos al comité de la sharía de la HTS. Se harán cargo de la situación, ya han iniciado una investigación en curso", confía Al-Tut.
Este empresario de Duma tiene fe ciega en las nuevas instituciones de su país: "El nuevo gobierno actuará y la ley decidirá, esto es algo que no me preocupa. Elijan lo que elijan hacer con la droga, será una decisión oportuna", augura. Y predica: "
Quienquiera que traficara con ella carece de religión, valores, honor o conciencia, por lo que no le importa el dueño, ni sus hermanos, padres o hijos. Quien trabaja con esta droga está privado de humanidad".
Mientras bajamos triturando pastillas con las pisadas, uno de los milicianos me confiesa: "El captagon de antes estaba mejor". Le pregunto cómo era, y saca el teléfono para enseñarme una foto. Es de 2015, tiene la cara tapada con un emoji sonriente y en el brazo no lleva el parche de la Brigada Abderramán con la que lucha ahora. En su lugar, este es negro, y el paisaje desértico recuerda al este de Siria. Un compañero le pega un pellizco en la pierna: no hace falta entrar en detalles de dónde estuvimos antes de estar aquí. Pero Qásem solo quería enseñar que, en un tiempo pasado,
consumió la misma sustancia que hoy mismo vigila.