De no haber ido Ana, el titular sería "la divertida boda de Sara Verdasco con un Carmona", porque la boda hubiera salido en las revistas por los invitados, sobre todo los flores. Hubieran salido fotos de la celebración cantando y bailando y no hubiera habido ninguna acritud.
Al tener a la Boyer-Presley de testigo, pues hay que meter con calzador el adjetivo "elegante" y ahí se fastidia todo. Son familias trabajadoras, con el puntito nuevo rico quizás, pero por la parte gitana sobra decir que en las bodas se tira el resto y suelen ser barrocas, por la parte tenista, es la hija y el padre se quiere lucir. Se ve gente feliz y con ganas de pasarlo bien, pero no era una boda junco style. De hecho, creo que a la novia no le habrá gustado ese viraje y el novio hubiera preferido una boda más tradicional, más calé.
Ahora tendrán que aguantar los análisis estilísticos, que a la mayoría de los invitados les importarán un güevo, porque a las bodas se va a comer, a cantar y a bailar, que es lo que toca, a celebrar las cosas buenas de la vida con la familia y amigos. En otros ambientes se va a posturear, a subirte en una bici con zapatillas o ponerte un lazo rojo enoooorme.
Y la madrina no entenderá que no se lleve mantilla a la boda de su niño. Porque es lo que toca.
Y la Ana fliparía con la ruidera del convite, los gritos y los besos exageraos. Ella que querría una boda con un aristócrata licenciado en St Andrews vestido con kilt en una abadía escondida con el glamú de la flema británica. Pues le ha tocado un tenista socarrao enamorado de sí mismo y su coche, con dinero pero sin caché. Y tendrá que trabajar tooooda su vida.
Y ojo que no tiene 20 años...