Entró con Moncayo y lo primero que dijo fue que nunca había cantado tan cerca de la gente en un concierto. El teatro es pequeñito y la sensación de cercanía era brutal. Alabó muchísimo la ciudad, que había comido genial, y estaba feliz, gracioso, súper entregado. Atendía a todo el mundo que le gritaba cualquier cosa, respondía, se reía, muy él.
Cantamos el cumpleaños feliz a varias personas, y una niña pequeña le regaló un recuerdo como de ganchillo de un recardelono, precioso. Otra le pidió un abrazo en mitad del concierto y él, sin pensárselo, se lo dio.
Cuando llegó El Destello, no presentó a Martin, pero avisó antes de empezar que podría haber cambios. Y al terminarla dijo que habíamos sido el mejor destello, que había notado una energía y una magia chulísima.
En uno de los momentos en los que hacía el coro con el público, hacía un calor horroroso y una señora le dio un abanico. Y él, encantado, lo cogió y se puso a abanicarse en pleno escenario. Una fantasía.
Luego con la bandera de Murcia... casi la lía, porque no podía abrirla bien, pero al final lo consiguió. Y la rondadera a la Virgen de la ciudad fue de esos momentos que se te quedan clavados.
A mitad del concierto contó que estaba malo, que no sabía ni cómo iba a aguantar, pero sinceramente no se le notó nada. Afinadísimo como siempre, con una voz increíble. Al final se despidió súper contento porque después de una semana de antibióticos, el concierto había salido redondo.
Y el final... el final pufff. Maravilloso. Con el Destello Remix de fondo y ellos dos siendo ellos, disfrutando, riéndose, bailando.
Seguro que me estoy dejando mil cosas, pero lo comentábamos al salir: fue tan especial, tan único, que teníamos la sensación de que se nos había borrado la memoria de lo que acabábamos de vivir. Increíble.