CICLISTAS
El buenismo político ha impuesto el “carril bici” a la ciudadanía, y el ciclista y el patinetista se han adueñado de las calles.junio 3, 2022

Antonio Mingote era muy amigo de Luis García Berlanga. “Lo que no alcanzo a comprender, es que a un tipo tan inteligente e ingenioso como Berlanga le guste el ciclismo. Sigue a diario las etapas del “Tour” de Francia”. Antonio Mingote tuvo un romance de bicicleta. Terminada la Guerra Civil, en la que tomó posesión de Barcelona en completa soledad para visitar a su madre, fue destinado a San Sebastián, al cuartel de Loyola.
Y se echó novia en Tolosa, a treinta kilómetros de San Sebastián. Casi a diario, cubría a caballo la distancia, y paseaba con su novia de una manera extraña. Él, sobre el caballo, y ella, montada en una bicicleta. Y hacían manitas. El noviazgo terminó por dos motivos. La oposición de un párroco de Tolosa a que una “neska” tolosarra escandalizara a sus paisanos con su amor por un oficial “maqueto”, y porque fue destinado a Madrid. Su manía a las bicicletas le llevó a reírse en muchos dibujos del ciclismo. En uno de ellos, magistral, dos ciclistas extenuados, con la lengua fuera, sudando como pollos, suben un puerto de montaña del “Tour”. Quizá el Aubisque, el Tourmalet, el Puy de Dôme, al Alpe D, Huez o el Galibier. Y entre ellos, con la gorrilla al revés, en una bicicleta tosca, pedalea sonriente un vendedor ambulante de helados, con el cajón frigorífico entre los manillares. Y el vendedor les dice a los ciclistas profesionales: – Ahora vuelvo. Voy al pelotón de cabeza por si quieren algún helado y en un pispás estoy aquí de nuevo-.
En el Diccionario de Tontos que inició Jaime Campmany, se incluyó el “Tonto de las Cumbres” a petición mía. El tonto de las cumbres es aquel que en las etapas de montaña pasa la noche anterior en una tienda de campaña y anima a los corredores en los últimos kilómetros del ascenso.
Llevan banderas, y la mayoría de tontos de las cumbres españoles, ondean “ikurriñas” y “estrelladas” separatistas catalanas, lo que refuerza la justicia de su inclusión en el Diccionario de Tontos inconcluso. Ignoro los motivos de su emoción y entusiasmo. Ver cómo pasa un ciclista agotado carece de interés. Si el ciclista subiera cantando o haciendo cabriolas sobre la bicicleta, se entendería el entusiasmo del público. Pero no hacen otra cosa que pedalear. En el caso de que dejaran de pedalear, se darían un morrón. Quizá esa posibilidad, que tiene mucho que ver con Newton, sea la causa de su frenesí. El ciclismo es duro y peligroso. Algunos profesionales del ciclismo han fallecido ascendiendo por un puerto. El inglés Simpson, por ejemplo, en plena subida al Mont Ventoux.
Ahora, el ciclismo es peligroso para los peatones. Las ciudades se han convertido en un peligroso lugar para pasear. El buenismo político ha impuesto el “carril bici” a la ciudadanía, y el ciclista y el patinetista se han adueñado de las calles. Ellos van a su aire, y si arrollan a un viandante despistado, denuncian al viandante antes de que éste sea trasladado en una ambulancia al hospital más cercano.
En mi última estancia en Madrid, que es mi ciudad y mi cuna, he estado a punto de ser atropellado por siete ciclistas y dos patinetistas. De ahí que agradezca todos los días la maravilla de vivir en un pueblo pequeño y civilizado. A cien metros de mi casa, los lobos han matado en lo que va de año treinta ovejas. Pero el peligro de ser devorado por los lobos guarda mucha más dignidad que el riesgo a ser atropellado por un ciclista mal educado en la confluencia de las calles de Serrano y Ayala. Es un decir, claro está.
Alfonso USSÍA