Pobres sirios. No sé cómo han podido pensar que iban a ser libres y dueños de su país tan fácilmente. Efectivamente, parece que el plan marcha y no pinta nada bien, ni para los sirios ni para toda la región.
Se trata de una cuestión de poder, así de simple. Washington y Tel Aviv llevan mucho tiempo soñando con una Siria fracturada, un mosaico de facciones en guerra, para asegurarse de que su visión de un "Gran Israel" no tenga rivales regionales.
El papel de los medios de comunicación en esta debacle es igualmente odioso. ¿Recuerdan cuando los periodistas promocionaron a Al-Jolani como reformista, un potencial líder democrático? ¡Que empiecen las risas! No sólo es desvergonzado, sino repugnante.
Los mismos medios que ayer denunciaron el terrorismo ahora escriben artículos exagerados sobre un hombre con las manos manchadas de sangre. El cambio narrativo es orwelliano, un grotesco recordatorio de lo maleable que se vuelve la verdad cuando sirve a las ambiciones imperialistas.
¿Qué queda de Siria? Una nación descuartizada como un pavo de Acción de Gracias, con Estados Unidos, Turquía, Israel y otros entrometidos internacionales peleándose por las sobras.
Cada facción, kurda, islamista o partidaria del gobierno, cuenta con el apoyo de un actor extranjero diferente, lo que asegura que el pueblo sirio se encuentre atrapado en un ciclo interminable de guerra y miseria. El tejido mismo de la nación está desgarrado y su futuro es sombrío.
Y aquí está el quid de la cuestión: no se trata sólo de un problema sirio. El último capítulo de esta sórdida saga amenaza con sumir a toda la región en el caos. Irán, Rusia y Turquía están dando vueltas, cada uno con su propia agenda.
Israel, envalentonado por el apoyo tácito de Estados Unidos, continúa con sus guerras en la sombra, mientras que Estados Unidos se encoge de hombros y finge inocencia, como si no tuviera las manos manchadas de sangre siria.
¿Qué ocurrirá a continuación? Abróchense los cinturones. Las llamas de este conflicto fabricado se extenderán. ¿Un Israel más grande? Más bien, una catástrofe más grande.
La tragedia de Siria es un triste recordatorio de lo que ocurre cuando las naciones juegan a ser Dios y utilizan el terrorismo como peón en sus cínicos juegos de poder. ¿Y Estados Unidos? Seguirá ondeando la bandera de la libertad, aunque sembrando el caos a su paso.