Caso Asunta Basterra. Rosario Porto y Alfonso Basterra culpables del asesinato de su hija. Rosario Porto se ha suicidado

Hoy publica La Voz de Galicia este artículo:
Me llamó la atención el final:
"Hay otras cartas con un Alfonso arrepentido que vuelve a insistir en su inocencia, pero ya no defiende a Rosario. Estas misivas aún no salieron a la luz pública. En ellas ya no habla de suicidarse y sí de salir de prisión «y abandonar Santiago y Galicia». Esto último lo va a cumplir: su próxima parada es el penal de Topas."

No sé si nos están anunciando la próxima publicación de esas cartas o qué.
¿Será que quiere echar la culpa de todo a Rosario ahora que ya no está y no puede replicar?
 
Hoy publica La Voz de Galicia este artículo:
Me llamó la atención el final:
"Hay otras cartas con un Alfonso arrepentido que vuelve a insistir en su inocencia, pero ya no defiende a Rosario. Estas misivas aún no salieron a la luz pública. En ellas ya no habla de suicidarse y sí de salir de prisión «y abandonar Santiago y Galicia». Esto último lo va a cumplir: su próxima parada es el penal de Topas."

No sé si nos están anunciando la próxima publicación de esas cartas o qué.
¿Será que quiere echar la culpa de todo a Rosario ahora que ya no está y no puede replicar?
Yo creo que buscaba la autoinculpación de ella desde el principio. Asique efectivamente, tiene toda la pinta. De tu mismo enlace:

La carta que hizo llegar a Rosario Porto estando los dos en prisión preventiva. Tras anunciarle que ha roto relaciones con su familia, le adelanta que «no es un pretexto para pedirte ayuda económica», y le anuncia que ha tomado una decisión trascendental: «Pleno de sentido común y tranquilidad y paz interior, he de decirte que trataré a la mayor brevedad posible de reunirme con Asunta». Le pide que «cuando conozcas la noticia de mi fallecimiento llores, pero de alegría, porque habré cumplido un deseo que llevo analizando desde hace meses». Habla Alfonso de reunirse ya con «mi pajarito a la que tanto añoro. Porque sé que mi vida sin ella será imposible de sobrellevar». Recuerda que fuera de la cárcel «ya nadie me aguarda. Ya no os tengo y tampoco cuento con amigos… así que entenderás que nada me retenga».

Un pelín de chantaje emocional 👀
 
Es mi impresión,, o al Don Juan le ha salido otra pretendiente?.

Evidente, que los jueces, se agarraron a lo más fuerte, el asesinato de una nena, que solo iba con sus padres. No iba por libre, ni de botellón. Solo pudieron matarla ellos puestos de acuerdo.
El, y su abogada, no se defendieron más, porque no quería ir a la cárcel por abusador, eso le horrorizaba. Y también porque pensaba que se libraría. Lo tenía bien creído.
 

INFORME BASTERRA


¿Y SI ALFONSO BASTERRA, PADRE DE ASUNTA, NO FUE TAN CULPABLE COMO DICE LA SENTENCIA?

  • Un exhaustivo trabajo de documentación y análisis realizado por Julián Peña desvela datos pasados por alto que siembran dudas razonables

  • El autor, profesor de latín en el País Vasco, es bilbaíno, como el condenado, ambos nacieron en 1964, no se conocen, reside en San Sebastián y publicó varios libros en castellano y euskera

  • Tras muchas lecturas sobre el caso está convencido de que no hay ninguna prueba de que el padre hubiera matado a su hija



Capítulo I: Introducción


“Cuando mis amistades supieron que estaba escribiendo sobre ‘el caso Alfonso Basterra’, me preguntaban con sorpresa por qué había elegido ese tema. Un amigo mío llegó a decirme que no podía creer que todo el mundo se hubiera equivocado y yo fuera el único en descubrir el error”, relata Julián Peña. Y no es para menos.

Porque hablar de Asunta Basterra y su trágico asesinato, hace ya más de 11 años, supone referirse a uno de los episodios más mediáticos, polémicos y truculentos no solo de la capital compostelana, sino de toda la historia de nuestro país. Al respecto se han escrito ríos y ríos de tinta, se han filmado documentales e incluso recientemente se estrenó en Netflix una serie de gran éxito que volvió a poner de actualidad un hecho de tal magnitud.

Ante esto, uno podría llegar a pensar que poco o nada queda por decir que no se haya dicho ya acerca de este caso… ¿o tal vez no sea así?

Precisamente para Peña, veterano profesor de latín en el País Vasco y también licenciado en antropología, quedaba muchísimo por decir. Él mismo, tras una exhaustiva y profunda investigación, se decidió a hacerlo, pero desde una perspectiva diferente y nunca antes vista, desafiando las narrativas establecidas y yendo un paso más allá al atreverse a cuestionar firmemente la culpabilidad de Basterra a través de su libro.

“No soy exactamente el único que cree que Alfonso Basterra es inocente, pero sí es cierto que es una opinión muy poco habitual”, confiesa.


Nacido en Bilbao en 1964 (curiosamente en el mismo lugar y el mismo año que el propio Alfonso Basterra, si bien jamás llegaron a conocerse), hoy reside en San Sebastián y ha dedicado gran parte de su vida a la enseñanza y a la escritura, publicando obras en euskera y castellano. A lo largo de su carrera, ha creado un variado repertorio que incluye narraciones satíricas y de ciencia ficción, además de un diccionario escolar de latín-euskara-castellano y una traducción de la «Apología de Sócrates». Con todo, es bien probable que nada de esto pueda compararse a la decisión y el trabajo de abordar un caso que no estuvo exenta de dudas. Tal y como confiesa el propio Peña, esa reacción escéptica de algunos allegados lo llevó a reflexionar sobre su papel en la defensa de alguien ya condenado por la opinión pública y los medios.

“¿Qué pinto yo en esto?, ¿qué tengo que ver yo con este caso?, ¿cómo me metí a defender a alguien ya condenado por todo el mundo, todos los tribunales y todas las cadenas de televisión?”, llegó a preguntarse el profesor, quien, sin embargo, no dudó en echar el resto y seguir adelante, profundizando en los hechos.

Según comenta, Peña se interesó en el caso de Alfonso tras la lectura de un libro de Cruz Morcillo sobre el asesinato de Asunta, que ya había tenido lugar varios años atrás, al igual que el impactante su***dio de su madre, Rosario Porto.

“Tenía un doble interés”, explica. Por un lado, varios detalles del suceso habían llamado poderosamente su atención. “¿Por qué habían detenido al padre si era la madre la que aparecía en una grabación con la hija y era ella la que había mentido a la policía y luego había cambiado de versión?, ¿cómo podía afirmarse en un veredicto que, si un acusado no ha sido grabado por ninguna cámara, puede ir oculto en la parte trasera del coche? Había estudiado primero de derecho antes de torcerme hacia las lenguas clásicas y eso era una barbaridad. La barbaridad fue corregida por el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia, pero aun así lo condenaban a la misma pena, por colaborar y participar con el mismo grado de responsabilidad. Entonces ¿daba igual que lo hubiera hecho o no?”, cuestiona.

Por otra parte, también le motivaba el encontrar un argumento para una “narración sórdida, con detalles escandalosos”, pero fue a medida que investigaba cuando se dio cuenta de que estaba ante un tema mucho más complejo: “No había ninguna prueba de que Alfonso Basterra hubiera matado a su hija. Los argumentos contra él, argumentos por los que había sido enjuiciado y condenado, eran totalmente inconsistentes, a veces no pasaban de insultos a la inteligencia”, afirma el profesor, quien de repente cayó en la cruda realidad de que su novela sobre un crimen macabro había terminado por convertirse en un relato sobre un error judicial… sin embargo, podría decirse que aquello no hizo sino motivarle aún más en su investigación.

Buscó información adicional en el libro de Mark Guscin («Lo que nunca te han contado sobre el caso Asunta») y se sumergió en recursos legales, series documentales y respuestas de tribunales que aparecían en línea. Su búsqueda de información lo llevó incluso a conectarse con abogados y periodistas, tratando de desentrañar la verdad detrás de la condena de un Alfonso Basterra cuya historia lo llevó a casi replanteárselo todo.

“A menudo me venía a la mente un reparo muy serio: ¿cómo convencer a la gente de la inocencia de un padre que había llevado a su hija a clase con síntomas de haber consumido orfidal?, ¿mi esfuerzo serviría para algo?”, nos confiesa Peña, quien incluso rememora ese escepticismo de algunos que, tras leer el libro y a pesar de reconocer ciertas incongruencias, no paraban de plantearle una cuestión más que recurrente: ¿cómo puedes defenderlo?

“Porque todo lo que se ha dicho y escrito sobre Alfonso Basterra, a veces cierto y a veces inventado, nos confunde y nos distrae de lo que sí se sabe: no hay ninguna prueba de que Alfonso Basterra saliera de su casa la tarde del crimen, no hay ninguna prueba de que lo planeara ni de que colaborara y, desde luego, Alfonso Basterra no dominaba a Rosario Porto ni podía manipularla para que ella cumpliera sus deseos”, afirma nuestro autor.

Con todo, dentro de este caso tan plagado de interrogantes que sobrepasan por mucho a las certezas con las que contamos, en la cabeza de Peña resonaba uno por encima de todos los demás. Si de verdad un hombre inocente podría ser condenado y convertirse en el criminal más odiado del país como consecuencia, en gran parte, de la fallida cobertura mediática y de un sistema judicial que a veces parece simplemente actuar sin justicia.

Es justo decir que no sería la primera vez que sucede algo similar. La coruñesa Dolores Vázquez o Sally Clark, Lindy Chamberlain y Lucia de Berk fuera de nuestro país son el mejor ejemplo de esta realidad, pero, también es conveniente señalar algo bien cierto, y es que, tal y como señala este, la presunta inocencia de Alfonso Basterra no es una noticia muy comercial.

De hecho, en cierto modo el profesor vasco incluso se resigna al afirmar que “seguramente no valga la pena intentar defender a Alfonso Basterra”. En este sentido, el Supremo confirmó la sentencia años atrás y resultaría difícil el crear un movimiento que apoye la presunción de inocencia de alguien tan denostado y arrastrado por el fango de la prensa y las cadenas televisivas.

Sin embargo, la detallada y profunda investigación y el trabajo de Peña sí tiene para este un propósito muy claro.

“Al menos, quede para el recuerdo una instrucción deficiente y parcial, así como un auto de apertura de juicio oral, tan lleno de contradicciones, razonamientos pueriles y supuestos infundados que debería ser estudiado en la escuela judicial y en todas las facultades de derecho de nuestro país”, reflexiona.


EDITORIAL
Por nuestra parte, desde DIARIO DE SANTIAGO, y tirando de la analogía empleada por el propio Peña, nosotros no buscamos ni mucho menos una “noticia comercial”. Tan solo, movidos por la naturaleza de esta nuestra profesión, buscamos una sola cosa: hacer periodismo. Esto es, recabar información y datos y ser valedores de la responsabilidad que dicho oficio nos confiere: la de ir tras la verdad, la de ser intermediarios entre esta y la opinión pública y, sobre todo, la de escuchar y dar cabida a todas las voces que existan en esta sin distinción.

Justo por eso, por nuestro afán irrenunciable de poner blanco sobre negro, decidimos volver sobre este caso que conmocionó a la capital compostelana y a todo un país. Analizando, recabando, escuchando, corroborando…

Y es que si bien, a priori y tal y como señala el autor, el papel de los propios medios de comunicación en este preciso caso refleja en buena medida algunos de sus grandes defectos y la capacidad de los mismos para influir en la opinión pública y (por consiguiente y sobre todo) en un proceso judicial, nuestra máxima es la de alejarnos de ese plano.

Nosotros huimos de eso. Nosotros, desde el instante mismo de nuestro humilde nacimiento como diario independiente, solo perseguimos una cosa: trabajar incansablemente con la mayor objetividad y diligencia para ser el altavoz de los hechos para aquellos que nos leen y que confían en nuestro trabajo. A quienes, huelga decirlo, les estamos profundamente agradecidos.

Justo por eso, desde nuestro diario decidimos hoy dar inicio, con este primer capítulo, a un especial a través del cual diseccionar todo cuanto conocemos, todo cuanto creemos conocer y todo cuanto el exhaustivo trabajo del profesor Peña nos aporta con un único fin: dar con los hechos. Justo por eso nos cuestionamos: ¿Y si Alfonso Basterra, padre de Asunta, no fue tan culpable como dice la sentencia?



Capítulo II - La ruta invisible de Alfonso


Uno de los puntos en los que más hincapié hace el profesor Julián Peña a lo largo de su extenso trabajo es en el de la importancia de discernir entre “las pruebas concluyentes y los meros indicios”.

Es precisamente por este motivo, tal y como enfatiza nuestro autor, donde la culpabilidad de Alfonso Basterra comenzaría a tambalearse, ya que existen varios elementos no exentos de dudas y controversia que sirvieron para cimentar en buena parte el relato acusatorio contra el padre de Asunta. Uno de ellos es el asunto de las cámaras de seguridad, un total de 37 que fueron revisadas minuciosamente por la Policía.

Ninguna de ellas sitúa a Alfonso ni en la calle ni en el trayecto entre Santiago y Teo en la tarde de los hechos
, haciendo que este fuese condenado tras aparentemente recorrer una suerte de “ruta invisible”…

LAS CÁMARAS QUE NO VIERON NADA


Uno de los principales aspectos que genera dudas en torno a la participación de Alfonso Basterra en el crimen sería la evidencia (o más bien “no evidencia”) proporcionada por las cámaras de seguridad. El propio Alfonso afirmó en todo momento que nunca abandonó su domicilio durante la tarde de aquel fatídico 21 de septiembre de 2013, cuando según este estuvo leyendo en su casa. Y, si atendemos estrictamente a lo que nuestros ojos pueden ver en todas las filmaciones, no hay nada en ellas que demuestre lo contrario.

“No hay ninguna cámara de seguridad
en el centro de Santiago de Compostela, de las 37 examinadas, que lo sitúe esa tarde en la calle”, resalta el profesor Peña, algo que resulta más que extraño teniendo en cuenta que fueron las cámaras las que comenzaron a desmontar el relato inicial de Rosario Porto. De hecho, la acusación sostuvo que Alfonso ayudó a su mujer a trasladar a Asunta desde su casa hasta la finca de Teo, donde fue hallado el cuerpo de la niña.

Sin embargo, aquella tarde, tan solo Rosario fue captada en varias ocasiones por las propias cámaras de seguridad conduciendo su coche con Asunta en el asiento del copiloto. Esta, inicialmente, había afirmado que había dejado a su hija en casa haciendo los deberes, descubriendo al llegar que no estaba. Con todo, las imágenes obtenidas por la cámara de la Galuresa a las 18:21 horas mostraban claramente a la niña en el coche junto a su madre, lo que la obligó a cambiar su versión de los hechos y decir que se detuvo en su domicilio dejando el coche en doble fila y que subió a coger algunas cosas, diciéndole entonces Asunta que no se quería quedar sola y prefería acompañarla.

Por tanto, siguiendo esta narrativa a través de cierta lógica, alguna de las diversas cámaras instaladas en puntos como República Argentina o General Pardiñas tendrían que haber capturado la imagen de Alfonso, pero no. Ni una sola.

“La acusación afirmaba que Alfonso Basterra salió de casa, esquivando las cámaras, y acompañó a Rosario Porto para ayudarla en el crimen. Esto, de nuevo, es una suposición; lo cierto es que no hay ninguna cámara que recoja a Alfonso Basterra saliendo de la casa o paseando por la ciudad. Si Alfonso Basterra hubiera querido salir de casa sin ser grabado para colaborar en un asesinato, sabiendo lo que se jugaba, jamás podría haber estado seguro de conocer la colocación de todas las cámaras. Hay cámaras para controlar el tráfico, sobre los semáforos, dentro de las tiendas, aunque a menudo graban también a los que pasan por delante de los escaparates, otras situadas en el exterior de muchos establecimientos y en edificios públicos, algunas que recogen imágenes de 360 grados, y las hay ocultas”, comenta Peña, quien no solo pone en duda lo verosímil de esta teoría, sino que apunta a que, aún de haber conseguido escabullirse de ser filmado, “nada lo protegía de darse de bruces con o ser visto por cualquier conocido”.

En definitiva, Alfonso habría tenido que conocer con exactitud la ubicación de todas y cada una de las cámaras de seguridad instaladas en la ciudad y así planificar minuciosamente su recorrido para no ser captado por ninguna de ellas, una tesis que no solo parece improbable, sino que también carece de pruebas concretas que la respalden.

Por supuesto, también hay que considerar que las cámaras captaron a Rosario conduciendo el coche con Asunta en el asiento del copiloto, por lo que si Basterra hubiera estado implicado en el traslado de su hija a Teo, como sugirió la acusación, lo lógico habría sido que él también fuera visto en las grabaciones donde aparece el vehículo. Pero no es así. No se puede comprobar la presencia del propio Alfonso en ningún punto de dicho trayecto, aunque la acusación justificó este hecho con un argumento un tanto cogido con pinzas y contra el que el profesor Peña carga fuertemente.

“Sostenían los acusadores que Alfonso Basterra pudo ir agachado en el asiento trasero del coche donde viajaba Rosario Porto con su hija adoptiva, la víctima, porque en las imágenes de las cámaras no se ve si alguien ocupa el asiento posterior. Se puede suponer que Alfonso Basterra se escondía en el asiento de atrás pero también vale suponer que allí iba oculto un astronauta o dos vulcanólogos”, comenta este con sorna.

Según el propio Peña, una de las afirmaciones más curiosas en el veredicto del jurado es precisamente la de que “no se podía descartar” la presencia de Alfonso en el asiento trasero del Mercedes de Rosario.

“En un caso normal, un buen recurso habría conducido, como mínimo, a la repetición del juicio. Si el jurado afirma que no lo pueden descartar, es que entonces tampoco lo pueden afirmar. Y en caso de duda deben fallar a favor del imputado, es decir, deben considerar no probada la presencia de Alfonso Basterra en ese vehículo, por tanto, en la casa de campo”, llega a afirmar.

También vale la pena reparar en otro hecho que no es en absoluto baladí. Vale, pongamos que asumimos como cierta la narrativa que se terminó imponiendo y que, efectivamente, de alguna forma incomprobable, Alfonso salió de su casa, acompañó y ayudó a Rosario y estuvo en la casa de Teo. ¿Cómo hizo para regresar después desde la escena del crimen al centro de Santiago? Y es que resulta que a las 20:43, el propio Alfonso llama por teléfono a Rosario y esta no responde. En ese instante, los repetidores lo sitúan en Compostela y en la zona de su apartamento. Es decir, que no existe evidencia alguna ni de cómo fue a Teo ni tampoco de cómo volvió a Santiago.

Incluso, la posterior sentencia del TSXG admitió que se trataba de un “razonamiento poco racional” e “incompatible con los criterios lógicos de la inducción asentada en hechos probados”, aunque en su momento los miembros del jurado aceptaron este razonamiento que, afirma Peña, resulta incompatible con la presunción de inocencia.

Sin embargo, destaca el autor vasco, “fue un juez instructor con mucha experiencia el primero que lo utilizó”.

“Como era culpable seguro, entonces ‘debió de’ estar en el lugar del crimen”, cuestiona el profesor, quien añade que “todo el empeño en convencerse de que Alfonso Basterra, a quien hay que condenar, acompañó a la madre hasta el lugar del crimen, procede de la presunción, que sólo es una presunción, de que Rosario Porto no era capaz de hacer todo eso por su cuenta”.

Alfonso Basterra con su abogada, Belén Hospido, durante el juicio.
Cabe señalar a modo de cierre que no queda ahí la cosa, ya que si bien ambos progenitores fueron condenados a 18 años de cárcel por drogar y asesinar a su hija, finalmente, en 2016, el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia y más tarde el Tribunal Supremo corrigieron el veredicto del jurado y declararon como «no probado» que Alfonso Basterra hubiera acompañado a su ex mujer aquel trágico día, pero continuó siendo condenado a los mismos 18 años por planear, colaborar y permitir que sucediera el asesinato, con igual grado de responsabilidad que el de Rosario.

“Primero has matado y luego no, no estabas en la escena del crimen pero te vas a la cárcel igual porque lo has planeado y tienes la misma responsabilidad”, comenta Peña, que cierra con una interesante reflexión: “La prensa, que recogía los más nimios detalles de la vida y circunstancias de los implicados, por ejemplo, que la madre acudió a la peluquería el día antes del asesinato, apenas hizo comentarios sobre este cambiazo, que calificó de ‘matiz’. ¿No resulta curioso?”.
 
Capítulo III - ¿Una testigo "totalmente creíble"?


Otro de los elementos clave en la acusación contra Alfonso Basterra fue el testimonio de una joven, compañera de Asunta en sus clases de francés, que declaró haberlo visto caminando por Santiago junto a Asunta el día de su desaparición. Según la testigo, ella y un amigo estaban saliendo de una tienda cuando, a unos 50 metros de distancia, vieron a Alfonso caminando junto a la niña. Aunque no intercambiaron palabras ni se acercaron a saludar, la joven afirmó con total certeza que las personas que vio eran Alfonso y su hija.

Este testimonio fue rápidamente considerado «totalmente creíble» por parte de los investigadores y del tribunal. “Alfonso afirma que no abandonó el domicilio de República Argentina, en toda la tarde, pero una testigo afirma haberlo visto sobre las 18:20 horas en la calle República de El Salvador”, se puede leer en el auto de apertura de juicio oral, a lo que más tarde se añade: “Pero por encima de todo, existe una prueba directa de una testigo totalmente creíble. Dicha testigo es indudable que pasó por el lugar, pues está acreditado mediante un recibo de compra y posteriormente se le ve en una cámara de General Pardiñas”.

La propia testigo no parecía tener motivos para mentir y su relato encajaba, al menos en un principio, con la cronología que la acusación estaba construyendo. Sin embargo, un análisis más profundo comenzó a dejar a la luz varias inconsistencias temporales.

La primera de ellas tiene que ver con el tiempo. Las cámaras de seguridad que registraron el movimiento de Rosario Porto y Asunta en su coche muestran que, a la hora en que la testigo dice haber visto a Alfonso caminando con su hija, Asunta ya estaba en el coche con su madre. Rosario fue grabada sacando su coche del garaje a las 18:14:57 y, tan solo siete minutos después, la cámara de una gasolinera captó a Asunta sentada en el asiento del copiloto a las 18:21:24. Estos datos no dejan margen a la interpretación: Asunta estaba en el coche con su madre a esa hora, lo que contradice el testimonio de la joven.

Según su versión, la testigo había visto a padre e hija a su salida de la tienda, a unos 50 metros, y el tíquet de compra de las zapatillas marcaba las 18:21. Las 18:21 cuando se produce la lectura del código de barras, y las 18:22:23 cuando se abre la caja.

“Una vez que ella y su amigo pagan las zapatillas, salen al momento y otra cámara los grabó a las 18:24:54, tras alejarse 50 o 60 metros del cruce donde “avistó” a Alfonso. Si lo que “recuerda” la testigo fuera cierto, Asunta esperó ante el semáforo, recorrió una pequeña manzana, unos 30 metros, sin ser captada por una cámara situada en la otra acera, hasta la calle Doctor Teixeiro, y subió al coche de la madre, que pasa ante el parlamento de Galicia a las 18:20:21 y ante la gasolinera a las 18:21:24, pero la testigo, sin pararse ante ningún semáforo, llega hasta el banco Sabadell, un recorrido de unos 50 o 60 metros, a las 18:24:54, cuatro minutos y treinta y tres segundos más tarde”, destaca el profesor Peña, lo cual arroja una incongruencia más que reseñable: ¿cómo podría Asunta estar en dos lugares a la vez?

En primer lugar, explica Peña, se planteó que el reloj de la caja registradora de la tienda donde la testigo compró las zapatillas no estuviera en hora, habiendo pasado ya tanto tiempo que era inútil hacer una comprobación, “pero este resguardo de compra podía quitar bastante fuerza a la declaración de la testigo”, comenta el profesor.

“Los investigadores pudieron y debieron, pero no lo hicieron, comprobar la exactitud de la hora marcada en el tíquet: podrían haber contactado con el proveedor de software de la caja, que suele estar conectada con un servidor central; podrían haber hablado con los empleados de la tienda y comprobar su funcionamiento; sobre todo, podían contrastar las horas de todos los pagos realizados con tarjetas de crédito o débito aquella tarde. Así dispondrían de lo marcado en la tienda y en los bancos o entidades emisoras, del momento en que se solicita la operación y en el que se realiza, una vez verificados los datos y el saldo. Con esta sencilla comparación podrían haber averiguado la hora real incluso dos años después”, destaca el propio Peña, algo lo que incluso puso el acento el abogado de Rosario: “Esa caja nunca se inspeccionó si estaba en hora o no, cosa que se hizo en todos los demás registros de cámaras y de grabaciones”, comentó.

Después de obtener una imagen de la testigo captada por la cámara de un banco en la calle General 11 Pardiñas, a su salida de la tienda, se supuso que podía ser la cámara de la gasolinera la que fallaba, “aunque había servido a la policía para reconstruir el itinerario de madre e hija.”, cuestiona Peña, mientras que, hasta el momento de la aparición de la testigo, “no habían sentido la más ligera desconfianza sobre la hora marcada”.

En definitiva, y si una cámara, cuya hora había sido comprobada por agentes de la Guardia Civil, captó a Asunta a las 18:21:26 y otra, también comprobada por los mismos agentes, capta a las 18:24:54 a una testigo que afirma haber visto a Asunta cincuenta o sesenta metros atrás. ¿cómo se explica todo este galimatías?

“Lisa y llanamente, el jurado alteró en sus reflexiones el contenido –confirmado– de un medio de prueba para que los hechos “probados” coincidieran con su opinión”, opina Peña, quien se reafirma en que los propios miembros del jurado, previamente seguros de la culpabilidad de Alfonso, quedaron convencidos por la solidez del testimonio y por la confianza que transmitía la testigo en su propia declaración, llegando incluso a negar las coincidencias horarias.

LA FIABILIDAD DE LOS TESTIMONIOS

La memoria humana no es en absoluto una grabadora o un mecanismo perfecto. El propio profesor Peña señala que “no existe ningún testigo totalmente creíble”.

“Por una elemental prudencia, en las antiguas leyes de enjuiciamiento criminal estaba descartado condenar por un solo testimonio: testis unus testis nullus”, añade.

Tanto es así que los psicólogos cognitivos piden que se vuelva a la vieja norma, recomendando que no se condene a una persona basándose únicamente en el reconocimiento realizado por un testigo en una rueda de identificación, si no hay pruebas forenses que le acusen u otros testigos que también le hayan reconocido.

¿El motivo? Con mucha frecuencia se producen errores de identificación.

Los testimonios oculares, aunque inicialmente considerados fiables, pueden estar llenos de fragilidades y serios problemas de precisión. Desde un punto de vista psicológico, los recuerdos pueden distorsionarse o moldearse de manera inconsciente a lo largo del tiempo, y esta realidad tuvo un peso crucial en el juicio contra Alfonso Basterra, cuyo destino estuvo condicionado, en buena medida, por el testimonio de la joven.

La ciencia ha demostrado repetidamente que los recuerdos son susceptibles de distorsión. Diferentes estudios psicológicos han evidenciado que las personas no siempre recuerdan los eventos tal como ocurrieron, sino que a menudo los reinterpretan, omiten detalles importantes o incluso crean falsos recuerdos a partir de influencias externas. Un concepto ampliamente estudiado en la psicología del testimonio es la «memoria reconstructiva», donde, cada vez que recordamos un evento, nuestra mente lo reconstruye, y en ese proceso, el recuerdo puede verse alterado por nuevas informaciones, emociones o por los propios sesgos cognitivos del testigo.

Otro factor muy a tener en cuenta es la influencia del contexto mediático en el que se desarrollan ciertos casos, como podría ser este. La cobertura del asesinato de Asunta Basterra fue masiva y los detalles del caso fueron objeto de especulación y debate en prácticamente todos los medios de comunicación. Por tanto, es plausible que la testigo, aunque de buena fe y totalmente convenida de lo que vio, pudiera haber construido un recuerdo basado en la información que escuchó posteriormente en las noticias.

En psicología, este fenómeno es conocido como «contaminación del testimonio». Los recuerdos no son estáticos; pueden verse afectados por la información que los testigos reciben después de los hechos. En muchos casos, los testigos pueden incorporar detalles falsos o inexactos a sus recuerdos debido a lo que han leído o escuchado en los medios de comunicación o de otras personas.

“En casi todos los crímenes mediáticos se produce una abundancia de testimonios imaginarios”, explica el profesor Peña.

“Hubo diversas declaraciones expresadas con total seguridad que no merecieron la misma credibilidad por parte del juez instructor: un profesor que aseguró haber visto a Asunta sola por la calle y luego se desdijo; un fiestero que vio a una chica de origen chino bailando en una verbena a la hora en que ya se había encontrado el pequeño cuerpo; el matrimonio que vivía a cien metros de donde apareció Asunta, quienes afirmaron que el bulto de la niña no estaba en la pista forestal antes de la medianoche y tampoco habían observado ningún Mercedes Benz verde como el de Rosario esa noche; de los dos juerguistas que encontraron el cadáver uno sintió que alguien los acechaba y contó en televisión que alguien cambió de posición el brazo izquierdo de la muerta cuando ellos se alejaron por primera vez”, argumenta Peña.

Incluso, si nos alejamos de este caso, los ejemplos se multiplican. Tenemos por ejemplo el caso de los asesinatos de Soham, en Inglaterra, comparado con el de Alcàsser en España, donde dos niñas de diez años desaparecieron tras salir a comprar chucherías y sus cadáveres fueron encontrados trece días después tras una de las mayores búsquedas de la historia británica. A pesar de los esfuerzos, varios testimonios resultaron ser falsos, como el de una mujer que aseguró haberlas visto vivas un día después de que ya hubieran sido asesinadas, o el de un taxista que dijo haber presenciado a un hombre forcejeando con dos niñas, todo lo cual resultó incorrecto.

En el secuestro de Natascha Kampusch en Austria, un testigo declaró haber visto a dos hombres secuestrando a la joven, cuando en realidad fue obra de un solo individuo.

Más cercano es el de Déborah Fernández, desaparecida en Vigo en 2002. Varios testigos afirmaron haberla visto en diferentes lugares: en un bar, en un tren rumbo a Madrid, e incluso uno aseguró haber visto una furgoneta de la que sobresalían las piernas rígidas de una mujer fallecida, todas afirmaciones que resultaron falsas.

También tenemos el caso Diana Quer, en el que la policía recibió numerosos testimonios de ciudadanos que aseguraban haberla visto en distintos puntos de España. Sin embargo, como se descubrió después, Diana había sido asesinada y ocultada el mismo día de su desaparición.

La fragilidad de los testimonios oculares y el peso que se les otorga en ciertos procesos judiciales, donde se sigue confiando en los testimonios como una prueba central, encuentra en este caso un buen ejemplo.

Y es que en lugar de considerar la posibilidad de que la testigo se hubiera confundido o malinterpretado lo que vio, se buscó justificar la declaración alegando la existencia de posibles fallos en las cámaras de seguridad, algo que, al igual que la presencia de Alfonso en la casa de Teo, nunca fue demostrado.



Capítulo IV - El orfidal


La administración de orfidal, un potente sedante (lorazepam), representó otro de los pilares del caso y de la narrativa de la acusación, que sostuvo que tanto Rosario Porto como Alfonso Basterra habrían estado implicados en la propia administración de este medicamento a lo largo de los meses previos al asesinato, algo que se interpretó como un indicio de premeditación.

Sin embargo, la prueba del orfidal está llena de incertidumbres. En primer lugar, los médicos forenses no pudieron en ningún momento determinar con exactitud cuándo ni quién le suministró la dosis letal a la niña el día de su fatal asesinato. Si bien se encontraron niveles tóxicos de este medicamento en su cuerpo, no se pudo concretar si lo había ingerido durante la comida con su padre, Alfonso, o más tarde en casa de su madre, Rosario.

“Entre las 14 horas y las 17:15 aproximadamente del día 21 de septiembre de 2013, los dos imputados comen con la menor. Sobre esa hora Asunta sale de casa del imputado Alfonso y se dirige posiblemente a la casa de la imputada Rosario. Así se refleja en la cámara de la esquina de ambas calles. Pasados unos minutos sale Rosario que no se dirige a su domicilio, tal y como se aprecia en las cámaras de Doctor Teixeiro. No es posible determinar dónde estuvo Rosario entre las 17:30 y las 18:15 horas”, recoge el auto.

Los expertos en toxicología que testificaron durante el juicio señalaron que, de haber ingerido el orfidal antes o durante la comida, Asunta no habría podido caminar sola por la calle, algo que fue capturado en imágenes de cámaras de seguridad poco después de salir de casa de su padre. Las grabaciones mostraban a la niña caminando con paso firme, orientada y erguida, lo que contradecía la versión de que había sido drogada severamente en ese momento.

Hablamos aquí, tal y como destaca el profesor Peña, de un detalle crucial, ya que la cronología de los hechos y la condición en la que se encontraba Asunta al salir de casa de Alfonso no coincide con la idea de que había sido sedada para facilitar su posterior asesinato.

“¿Es normal adormecer a una víctima una hora y cuarenta y cinco minutos, como poco, antes del asesinato? ¿No sería más práctico darle el medicamento una media hora antes, el tiempo que tarda el tranquilizante en producir su efecto?”, cuestiona este.

Tal como desvelan las ya famosas y tan comentadas cámaras de seguridad de un banco situado entre el apartamento del padre, donde comieron, y la casa de la madre, adonde Asunta se fue a hacer los deberes, la niña salió después de comer y caminó sola y a buen paso por la calle, algo que no hace sino generar aún más dudas acerca de un presunto plan coordinado por ambos progenitores por presentar inconsistencias más que evidentes.

“Si estaba drogada, ¿es comprensible que la dejasen salir sola de casa? ¿No temían que en cualquier momento, por la calle, se marease o se desmayase? ¿No hubiera sido indispensable estar encima de ella todo el rato, una vez sedada, para evitar que nadie se acerque a ella? La drogan, permiten que se vaya sola… ¿y la asfixian dos horas más tarde en otro lugar?”, insiste el profesor.

Algunos han llegado a especular que, dado que el trayecto era muy corto, podían vigilarla desde el balcón de la casa del padre, aunque esto no hace sino plantear nuevas dudas acerca de un presunto plan coordinado por ambos progenitores por presentar inconsistencias más que evidentes.

“¿Qué habría pasado si Asunta se hubiera encontrado con una amiga y se hubieran puesto a charlar? ¿O si ese día a Asunta le hubiera dado por salirse de lo establecido y, en vez de entrar en el portal, se hubiera ido de paseo? ¿Qué le costaba a Rosario acompañar a su hija?”, continúa Peña.

“No existe ningún otro caso en la historia del crimen de sedar a una víctima con la intención de matarla, pero dejarla irse sola, y luego volver a juntarse con ella para proceder al último acto del homicidio”, sentencia este.

Sin embargo, y como bien sabemos, a lo largo del juicio la fiscalía sostuvo que el asesinato de Asunta fue planeado y ejecutado por ambos padres, que actuaron de manera conjunta. Más de uno ha reparado en la completa falta de lógica de este presunto plan coordinado en caso de que realmente ambos tuvieran como objetivo el asesinar a la niña.

Y es que la narrativa oficial sostiene que Asunta fue sedada para que su muerte fuera más fácil de ejecutar, pero al mismo tiempo, la dejaron caminar sola por la calle, lo que habría representado un riesgo evidente de que pudiera encontrarse con alguien que interfiriera o que se desmayara en público. Además, Rosario Porto, la madre de Asunta, no volvió directamente a casa tras la salida de su hija. Se desconoce adónde fue durante más de media hora, lo que genera aún más incertidumbre sobre la coordinación entre ambos padres en el supuesto plan criminal. Si ambos estaban confabulados para asesinar a su hija, ¿por qué Rosario se ausentó en un momento tan crítico? Esto plantea la cuestión de si realmente existía una coordinación efectiva entre ambos o si, en realidad, uno de los padres actuaba de forma independiente del otro.

“Más ridículo aún es pensar que se puedan echar veintitantas pastillas de orfidal a una tortilla o revuelto sin provocar un sabor amargo y repugnante. No se puede disimular el gusto de una sobredosis de orfidal machacado”, reflexiona el autor.

El supuesto plan de asesinato también es cuestionable en cuanto a los tiempos. Si Asunta fue drogada con la intención de ser asesinada, la administración del sedante se habría hecho varias horas antes de su muerte, lo que genera dudas sobre la lógica de este enfoque. ¿No habría sido más efectivo administrarle el sedante poco antes del asesinato para asegurarse de que estuviera incapacitada en el momento preciso? En lugar de eso, los padres permitieron que la niña caminara sola, sin supervisión, lo que resulta una estrategia extremadamente arriesgada para un plan tan macabro.

Otro elemento que añade aún más complejidad si cabe al caso es un incidente reportado en julio de 2013, dos meses antes del asesinato de Asunta. Según Rosario, un hombre enmascarado habría entrado en su casa durante la noche e intentado estrangular a Asunta. La historia parece sacada de una novela de suspense, ya que Rosario afirmó haber sorprendido al agresor, quien luego huyó del lugar. Lo más sorprendente es que esta no denunció dicho intento de asesinato inmediatamente, algo que resultó sospechoso para la policía y para el público. No fue hasta que una amiga de Asunta insistió en la necesidad de denunciar el hecho que Rosario acudió a la comisaría, pero incluso en ese momento, no formalizó la denuncia.

¿Por qué Rosario no actuó de inmediato ante un evento tan grave? La policía nunca encontró pruebas de que dicho ataque hubiera ocurrido y muchos consideraron que se trataba de una invención de Rosario para preparar una coartada en caso de que algo le sucediera a su hija en el futuro. Otros interpretaron este episodio como un síntoma del estado mental inestable de Rosario, quien sufría de episodios depresivos. No obstante, Alfonso no estuvo presente durante este incidente, ni tampoco hay pruebas de que estuviera al tanto de lo que sucedió esa noche, lo que genera aún más dudas sobre su implicación en este aspecto de la trama.

De igual forma, el comportamiento de Asunta en los meses previos a su muerte también se convirtió en un foco de atención durante el juicio. Varios profesores de la academia de música a la que asistía la niña testificaron que en distintas ocasiones la vieron en un estado de somnolencia evidente, incapaz de concentrarse o de realizar sus tareas habituales. Alfonso Basterra, que a menudo acompañaba a su hija a estas clases, explicó en ese momento que el estado de la niña se debía a una reacción alérgica y al uso de antihistamínicos.

Sin embargo, durante la autopsia no se encontró ningún rastro de estos medicamentos en el cuerpo de Asunta, lo que llevó a la fiscalía a argumentar que en realidad estaba siendo drogada con orfidal desde meses antes de su asesinato.

Además, un testimonio clave durante el juicio fue el de una de las profesoras de Asunta, quien afirmó que la niña le había dicho que su «mamá» le había dado «unos polvos» antes de una de sus clases.

“A mí nadie me quiere decir la verdad; me están engañando. Mi madre me ha dado unos polvos que le entregó una mujer en el portal de la casa. Dijo que era la médico de mamá”. Aquí la que droga es la madre, no el padre. Esta testigo repitió claramente las palabras de Asunta durante el juicio: “mi mamá… mi mamá me ha dado unos polvos”. El jurado, al parecer, no lo oyó.”, resalta Peña.

Tal y como argumenta el propio profesor, “si de verdad Alfonso Basterra planeaba matar a su hija ya en julio, ¿por qué la llevaba a las clases en esas condiciones?”.

Este detalle apuntaría directamente a Rosario Porto como la responsable de haber drogado a Asunta, lo que pone en entredicho la versión de que Basterra era el único responsable del suministro de orfidal.

La propia Asunta pareció tener dudas sobre lo que le estaba sucediendo, ya que les comentó a sus profesores que no entendía por qué se sentía tan mal y que «nadie le decía la verdad». Este testimonio refuerza la idea de que el comportamiento de los padres de Asunta durante los meses previos al asesinato no solo fue confuso, sino también inconsistente con la idea de un plan premeditado.

“Cuando los investigadores y el juez instructor descubrieron que Asunta había tomado orfidal tres meses antes de morir, y que por esas fechas Alfonso la había llevado mareada y medio dormida a clases de música, cerraron sus mentes a todo lo que no coincidiera con la primera impresión. Movidos por el noble afán de castigar un crimen espantoso, sólo consideraron la posibilidad de que ambos padres fueran culpables y sin darse cuenta forzaron las evidencias y aventuraron todos los supuestos que hiciera falta para meter a Alfonso Basterra en el mismo saco”, sentencia el profesor Peña.
 
Capítulo V - Cómo el relato mediático dibujó a un monstruo llamado Alfonso

“En estas circunstancias la imparcialidad va a ser imposible”, declaraba años atrás el abogado de Rosario Porto, rememorando aquellos convulsos días en los que Santiago se convirtió en el foco mediático por excelencia de todo nuestro país.

Las imágenes de los registros domiciliarios y reconstrucciones donde se congregaba una auténtica multitud de ciudadanos y medios de comunicación dan buena cuenta de ello y, por supuesto, esto también se puede aplicar al propio Alfonso Basterra.

Y sí, resulta más que comprensible el interés genuino de la ciudadanía ante un caso de estas características, no es que se la pueda culpar o reprochar nada en relación a esto. Sin embargo, el papel que jugaron los propios medios de comunicación en la cobertura y, sobre todo, la construcción de un relato contra los acusados, particularmente contra Alfonso, ya es otra historia…

Ángel Galán, considerado como uno de los grandes investigadores criminales de nuestra historia moderna, (Comisario con cuarenta años de servicio, jefe superior de policía de Extremadura, jefe de la U.D.E.V, etc.) lo explicaba a la perfección en una entrevista del pasado 2014.

“La presión mediática cambia todo. (…) Los juicios paralelos son una consecuencia de la sociedad actual. Por una razón muy sencilla: porque la sociedad demanda esa información. Y los medios se la quieren dar como sea, de donde salga. No cabe la menor duda de que existen los juicios paralelos. (…) ¿Quién hoy en día no se llevaría las manos a la cabeza si a los padres de la niña Asunta Basterra no los condenaran? (…) ¿De verdad alguien se podría creer que podrían salir a la calle, sin más, después de todo lo que se ha dicho y se ha publicado?”, declaraba este.

Otro famosísimo periodista de sucesos de nuestro país como Nacho Abad también se pronunció en este sentido en un artículo para La Razón en ese mismo año: “Tras examinar el sumario a fondo, las pruebas sólo implican a Rosario Porto, mientras al padre sólo le inculpa su conducta (…) Sin embargo, nadie duda en Santiago de Compostela de que Rosario Porto y Alfonso Basterra serán condenados por asesinato a los veinte años que va a pedir el Ministerio Público para cada uno de ellos”, escribía este. Y su predicción no anduvo lejos, siendo finalmente la pena de 18 años para ambos.

¿Cómo pudo saberlo ya meses antes de la celebración del juicio o siquiera de la elección del jurado? Según apunta el profesor Peña, “le bastó con ver la intensa y machacona campaña de desprestigio contra los acusados en todos los medios y deducir los prejuicios de los juzgadores”.

CREANDO UN MONSTRUO

Desde el mismo inicio de la investigación, la prensa se volcó en cubrir el asesinato de Asunta con un nivel de detalle y sensacionalismo que transformó el caso en una suerte de telenovela nacional. Alfonso pasó rápidamente de ser un sospechoso más a convertirse en el blanco de un juicio paralelo mediático, donde se fue construyendo la imagen de un auténtico monstruo. Precisamente, una de las primeras piezas clave de esta construcción fue el hallazgo de material por**gráfico en el ordenador personal del propio Basterra, un hilo del que comenzaron a estirar sin reparo, insinuando que esta presencia de por**grafía en su ordenador era un indicio claro de sus inclinaciones sexuales perturbadoras y que estas podrían tener relación con su hija Asunta.

“En el estudio del anexo 02 perteneciente al contenido eliminado del ordenador, en las carpetas jpg y mp4 se han observado archivos de contenido por**gráfico, llamando especialmente la atención los vídeos e imágenes pornográficas con mujeres de rasgos asiáticos”, recoge un informe de la Guardia Civil incluido en el libro de Cruz Morcillo acerca del caso (El crimen de Asunta).

Este oscuro retrato de Alfonso, tal y como destaca el profesor Peña, nunca fue sustentado de manera adecuada por las pruebas forenses o policiales, teniendo un impacto devastador sobre su imagen pública y, más crucialmente, sobre su juicio.

“Si la Guardia Civil hubiera contabilizado los registros y hubiera detallado, por ejemplo: “hay cien vídeos y en noventa aparecen mujeres con rasgos orientales”, o “de mil fotografías, en ochocientas se ve a mujeres con rasgos orientales”; en tal caso, sí podríamos creer que Alfonso Basterra sentía fijación por las chicas asiáticas, como la de su propia hija adoptiva, pero los investigadores, que no ahorraban nada que fuera negativo para la reputación de Alfonso, no echaron esas cuentas pese a que les llamaba “especialmente la atención”, comenta Peña.

Tal y como añade este, no se puede considerar como algo tan extraño que un varón adulto y divorciado poseyese este tipo de contenido en su ordenador. Además, el análisis del dispositivo demostró que el acusado consultaba todo tipo de páginas eróticas y de contenido sexual, no exclusivamente relacionado con mujeres asiáticas y, sobre todo, nunca se encontró ni una sola imagen de una menor. Todo esto fue relegado a un segundo plano, mientras que la prensa se centró en resaltar el contenido asiático del material, insinuando que había una conexión perturbadora entre sus gustos sexuales y el origen de su hija, lo cual se convirtió en un punto central en la narrativa mediática, que encontró en este elemento tan morboso un auténtico filón.

Esta narrativa se reforzó con insinuaciones sobre las actividades de Basterra en redes sociales. Se mencionó que en su cuenta de Facebook tenía «numerosas» mujeres jóvenes de origen asiático entre sus contactos, aunque nunca se especificó cuántas de esas mujeres eran realmente jóvenes. Estos detalles fueron tratados de manera vaga pero alarmista, lo que ayudó aún más a construir una imagen de Basterra como un hombre con inclinaciones inapropiadas y peligrosas.

“De la difamación se encargaban las teles, la instrucción sólo sacaba los temas. Aunque todo esto nada tenía que ver con el crimen, ya que en el asesinato no hubo móvil sexual, la imagen pública del padre se arrastró por el fango”, argumenta el profesor Peña.

LAS FOTOS FAMILIARES

Por si esto no fuese suficiente, el descubrimiento de una serie de fotos de Asunta que se encontraban en un móvil que había sido utilizado anteriormente por su madre, Rosario Porto, no hicieron sino alimentar más aún el ruido y el discurso mediático.

Las fotografías en cuestión mostraban a Asunta en poses que, fuera de contexto, podían resultar desconcertantes. Algunas de las imágenes mostraban a la niña maquillada en exceso y vestida con ropa provocativa, mientras otras la presentaban tumbada en una postura que los medios no tardaron en describir como “inapropiada”. Sin embargo, el contexto original de las fotos era mucho más inocente: habían sido tomadas durante una actuación de ballet de fin de curso, en la que todas las niñas llevaban el mismo tipo de vestimenta y maquillaje como parte del espectáculo.

Otra de las imágenes que generó más especulación mostraba a Asunta tumbada en una butaca con las piernas abiertas, una postura que, para los investigadores, carecía de cualquier significado perverso, pero que fue manipulada por los medios. Estas fotos, que fueron encontradas en un móvil que había sido de Rosario Porto, no tenían ninguna relación directa con el caso del asesinato ni mostraban a la niña en situaciones de abuso o maltrato. Sin embargo, la prensa las utilizó (nuevamente) para añadir más leña al fuego de la narrativa que perfilaba a Alfonso Basterra como un hombre perverso y depravado, llegando a insinuar que había una conexión perturbadora entre sus gustos sexuales y el origen de su hija.

Aunque no había ninguna prueba que relacionara estas fotos con un posible abuso sexual o con alguna conducta delictiva, los medios comenzaron a alimentar la sospecha de que había algo más oscuro detrás de ellas. Se insinuó incluso que las fotos podrían ser la prueba de que Basterra, o incluso Porto, tenía una relación inapropiada con su hija, o que formaban parte de un patrón de conducta sexualizada hacia la niña. Estas insinuaciones, aunque carecían de fundamento, contribuyeron a enrarecer aún más el clima mediático en torno a Basterra, quien ya estaba siendo retratado como un hombre con tendencias pedófilas debido a la por**grafía hallada en su ordenador (si bien, conviene insistir, nunca se encontró material de este tipo), mientras que ahora ya se insinuaba incluso que este abusaba de su hija.

“Alfonso Basterra quedó ante el país, y ante los futuros miembros del jurado, como un pederasta incestuoso. Irrelevante, ya que en principio no hubo ninguna agresión sexual. El s*x* no tuvo nada que ver, que se sepa. El móvil de la perversión sexual secreta sólo es un comodín muy útil para subsanar la falta de motivos, y las fotografías sacadas de contexto, probablemente tomadas por la madre, ni siquiera las pudo ‘disfrutar’ el padre, porque estaban en el antiguo teléfono de ella, algo que no se entiende si él fuera el pervertido”, argumenta el profesor Peña, quien destaca también que el fiscal, “que conoce bien su trabajo”, exhibió la más llamativa durante un buen rato del juicio con una excusa banal.

“Los investigadores disponían de esas fotos meses antes del descubrimiento del ordenador. No es aventurado suponer que se eligió el momento oportuno para soltar todas esas primicias”, reflexiona Peña y, si bien el jurado no mencionó las imágenes en su veredicto, “el daño ya estaba hecho”.

“Si lanzas una sospecha de ped*filia, es imposible quitar la mancha”, sentencia el profesor.

LA PRESENCIA DE ADN

No iba a quedar ahí la cosa, ya que todavía quedaban más elementos dentro del macabro cóctel para continuar retratando a ese monstruo que aparentemente era Alfonso Basterra.

En el apartado de ‘motivaciones’ el juez instructor escribió: “Alfonso no ha explicado todavía cómo, si en su vivienda Asunta no tenía más que un cepillo de dientes y unas zapatillas, se encontraban sobre la mesilla, y no colgados del armario, los trajes de ballet de la pequeña. Por qué su ADN estaba en la braga de la menor”.

“Hay que tener cuajo para escribir eso”, dice el profesor Peña. “Alfonso, que llevaba a la niña a todas sus actividades extraescolares, tenía en su casa la ropa de ballet de ésta, no colgada en el armario sino tendida en cualquier sitio porque muchos varones que viven sin compañía femenina no se distinguen por su amor al orden”, añade.

Si bien es cierto que el ADN de Alfonso Basterra fue encontrado en las bragas de Asunta, este hallazgo fue rápidamente interpretado de manera alarmista. A pesar de que el análisis forense dejó claro que no se trataba de s*men ni de ningún fluido corporal relacionado con una agresión sexual, combinar las palabras «ADN» y «bragas» juntas en una misma frase tenían un evidente peso significativo y, para el público general, evocaban imágenes de abuso o agresión.

“Cualquier juez de instrucción sabe que vamos por la vida dejando rastros de ADN”, explica Peña, quien destaca que este podía ser el resultado de contacto casual, algo que sucede comúnmente cuando las personas conviven y están en contacto constante, especialmente en una relación familiar.

“Sudor palmar, salivilla o restos de un estornudo; y pudo haber llegado a esa prenda de mil modos casuales. El ADN se puede transferir, por ejemplo, durante la colada, basta mezclar ropa en el cesto. Podría tratarse de una trasferencia secundaria, es decir, la mano de Rosario o de la misma Asunta recibe el ADN accidentalmente al tocar a Alfonso y luego esa mano va a la ropa interior. Alfonso se toca la nariz, la cara, o habla mientras pasa a Asunta la ropa que debe ponerse”, explica Peña, quien, con todo, reitera que para aquel entonces el destino de Alfonso estaba ya más que sentenciado (valga la redundancia).

“Alfonso Basterra fue juzgado tras un aluvión de noticias morbosas e inexactas durante dos años. Era imposible conseguir un jurado imparcial, que es garantía y requisito indispensable de un juicio justo. Nadie puede negar la cantidad de artículos y programas en los medios de comunicación más difundidos del país, donde Alfonso apareció como asesino y pederasta durante dos años antes de que el juicio se celebrara. Ningún jurado de nueve personas elegidas al azar entre la población de nuestro país puede ser imparcial tras dos años de titulares condenatorios”, asevera Peña, quien cierra con una más que pertinente reflexión .

«A fin de cuentas, en los crímenes mediáticos, cuando una persona es detenida, la prensa goza de carta blanca para acusarla de casi cualquier cosa que se le ocurra: la más burda mentira carece de consecuencias».



Capítulo VI - Una mujer subyugada o un matrimonio de dependencia práctica


Si, por un lado, el sensacionalista discurso mediático se encargó a lo largo de los años de retratar la imagen de Alfonso Basterra como un auténtico monstruo del que se llegaron a insinuar todo tipo de inclinaciones depravadas e incluso pedófilas, también durante el juicio se defendió la existencia de otra faceta más del tan presuntamente siniestro padre de Asunta y ex marido de Rosario: la de un hombre que tenían dominado y completamente subyugada a la propia Rosario, un punto clave para crear el relato acusatorio que implicaba a ambos.

“A lo largo de los años, había descargado hasta la más mínima gestión en Alfonso Basterra. A ello ha de añadirse la dominación, sobre todo psicológica,que Alfonso había adquirido sobre Rosario, de tal modo que ésta llegaba a consentir el maltrato físico, si bien éste era todavía esporádico (…) Alfonso Basterra actúa para recuperar su posición de privilegio (…) él reacciona (…) sabedor de que ha recuperado su ascendencia (…) La sensación de sumisión es palpable en Rosario (…) Siempre subyugada a Alfonso. Como después se verá, tal situación de preeminencia hace que sea imposible concebir el asesinato de Asunta Yong Fang al margen del imputado Alfonso Basterra”, destaca el juez instructor.

Este relato, que atribuye a Alfonso una capacidad de control sobre Rosario no solo simplifica la realidad, sino que omite detalles clave sobre la vida y la personalidad de ambos.

Para comprender cómo surge la imagen de Rosario como una mujer dominada por Alfonso, es crucial revisar el contexto en que se desarrolló su matrimonio. Rosario, hija de una familia prominente en Santiago, estaba acostumbrada a una vida de privilegios. Su carrera como abogada no fue especialmente destacada, y después de heredar una considerable fortuna de sus padres, vivió rodeada de comodidades. Sin embargo, esta enfrentaba problemas de salud que marcaban su día a día. Sufría de lupus eritematoso sistémico, una enfermedad crónica debilitante, y además presentaba un carácter depresivo que la hacía incapaz de atender incluso las tareas más simples de su vida cotidiana.

Alfonso, por su parte, era periodista, pero en el año de la muerte de Asunta estaba en paro, lo que generaba una dependencia económica hacia Rosario. En las dinámicas de poder dentro de una relación, la estabilidad económica suele jugar un papel crucial y, en este caso, era Rosario quien sostenía la relación desde el punto de vista financiero.

“En tales circunstancias es difícil subyugar a las mujeres”, destaca Peña, quien señala que resulta difícil imaginar que un hombre en situación de paro y que dependía de su esposa pudiera ejercer una dominación total sobre ella. Por tanto, el desequilibrio económico es una de las primeras pistas que desmontan la narrativa de la subyugación.

Más tarde, llega el divorcio. En enero de 2013, Alfonso descubrió la infidelidad de Rosario, quien mantenía una relación con un hombre casado, una revelación de este engaño marcó el comienzo del final de su matrimonio.

Alfonso revisó los correos electrónicos de Rosario durante tres días, acumulando pruebas antes de confrontarla. Lejos de reaccionar de manera violenta o impulsiva, Alfonso esperó a tener toda la información antes de actuar, una actitud que algunos describieron como «maquiavélica».

Sin embargo, tal y como argumenta el profesor Peña, esta interpretación de su comportamiento no se corresponde con la de un hombre que ejerce control absoluto sobre su pareja.

“El proceder de Alfonso no fue tan “maquiavélico”. Efectivamente, constituye delito contra la intimidad revisar los mensajes de tu pareja. Aun así, es habitual, e incluso sensato, si descubres que tu pareja te engaña, obtener toda la información y las pruebas posibles para actuar con conocimiento de causa antes de poner fin a una relación de más de veinte años”, comenta Peña.

Al contrario, la confrontación y posterior separación muestran que Rosario no estaba bajo el dominio psicológico de Alfonso. De hecho, después de la discusión, Alfonso abandonó el hogar, y Rosario se quedó con la custodia de Asunta.

Tras el divorcio, Rosario no mostró señales de estar emocionalmente afectada o controlada por Alfonso. Por el contrario, en una carta a una amiga, expresó alivio al concluir el proceso de separación. Describió a Alfonso como alguien que “oscilaba del victimismo a la agresividad”, pero no dejó entrever ninguna sensación de haber sido manipulada o dominada. Al contrario, Rosario se embarcó rápidamente en una relación con su amante, disfrutando de escapadas románticas mientras Alfonso continuaba desempeñando un papel marginal en su vida.

“Asunta se podía quedar con su padre cuando quisiera y él se ofrece a cuidar de la niña siempre que Rosario lo necesite. Rosario aprovecha este acuerdo para irse de vacaciones con su amante. Es una relación bastante práctica, y con pocos visos de subyugación”, asevera el profesor.

Uno de los puntos más reiterados por quienes defienden la teoría de la dominación de Alfonso sobre Rosario es la convivencia que ambos mantuvieron después del divorcio. A pesar de estar separados legalmente, Alfonso seguía encargándose de muchas tareas cotidianas, como hacer la compra, cocinar y gestionar los medicamentos que Rosario necesitaba para tratar su lupus. Esta dinámica ha sido interpretada por algunos como una prueba de que Rosario no podía dar un paso sin Alfonso, que estaba bajo su control.

Sin embargo, esta interpretación resulta simplista y no tiene en cuenta el estado de salud de Rosario ni las características de su personalidad. Rosario, como se ha mencionado, sufría de una enfermedad crónica y de depresión, lo que la hacía incapaz de atender sus necesidades cotidianas sin ayuda. Aunque contaba con los medios económicos para contratar a alguien que la asistiera, prefirió seguir confiando en Alfonso. No porque lo admirara o sintiera que dependía emocionalmente de él, sino por una mera cuestión de conveniencia y familiaridad. Alfonso conocía sus rutinas, sabía cómo cuidarla y se encargaba de Asunta cuando Rosario necesitaba tiempo para sí misma.

Lo que algunos han calificado como una relación de sumisión psicológica no era más, tal y como describe el profesor Peña, que “una dependencia práctica”, propia de alguien que no deseaba hacer frente a cambios adicionales en su vida. Rosario, deprimida y físicamente debilitada, encontraba en Alfonso una solución fácil para sobrellevar su vida cotidiana. Esta dependencia, sin embargo, no debe confundirse con sumisión.

“Leamos una brillante aportación del juez instructor a la psicología criminal: “Formalmente se divorcian, pero Rosario mantiene la doble relación con Alfonso y una tercera persona. Siempre subyugada a Alfonso”. Se divorcia, pero muy subyugada, y totalmente sometida mantiene una relación con otro hombre”, escribe Peña, quien rescata además algunos hechos bastante reveladores.

“Lo criticaba ante sus amigas, lo consideraba un ayudante o un secretario, se la pegaba sin remordimientos y ni se planteaba volver a vivir con él. Por lo tanto, no existía subyugación o sumisión, sino dependencia práctica, lo cual es muy diferente”, comenta, incidiendo en que esta imagen de Alfonso, como alguien que simplemente se ocupaba de las tareas cotidianas de Rosario, contrasta radicalmente con la idea de un hombre que ejercía control psicológico sobre ella.

Otro aspecto que contradice la narrativa de la dominación de Alfonso es la relación extramatrimonial de Rosario. Durante el tiempo que siguió al divorcio, Rosario mantuvo una relación clandestina con un hombre casado, un hecho que en sí mismo desafía la idea de una mujer subyugada. Si Alfonso ejerciera un control total sobre Rosario, sería difícil imaginar que ella tuviera la libertad y la autonomía para continuar con una relación de este tipo.

“Tengo tantas cosas que contarte y tanta lentitud y pésima relación con el teclado (vicio derivado de tener una secretaria o un Alfonso que lo hiciese por mí), que ponerme a escribir un mail de más de cinco líneas, siempre se convierte en una proeza. Soy una mujer divorciada. Creo que es la sentencia de divorcio más rápida de la historia de la humanidad -14 de enero demanda a 14 de febrero sentencia-. Sensaciones encontradas: vértigo y ligereza, aunque prima el alivio. Alfonso sigue sin caer del guindo, oscilando del victimismo a la agresividad. Agotador”, escribe Rosario a una amiga, a la cual también le cuenta acerca de las escapadas románticas que ha disfrutado con su amante, así como que planeaba planeaba continuar con esta relación a largo plazo. De hecho, llegó a viajar a Agadir con su amante, con la esperanza de mantener la relación durante años. Lejos de sentirse atrapada por Alfonso, Rosario se sentía liberada tras su divorcio y buscaba construir una nueva vida fuera de la sombra de su exmarido.

Incluso cuando enfrentaba dificultades para organizar sus escapadas debido a las responsabilidades con Asunta, Rosario no parecía ceder al control de Alfonso. En una ocasión, recuerda el profesor, acudió a una psicóloga con los nervios destrozados porque Alfonso ponía trabas para quedarse con la niña mientras ella planeaba un viaje. Este episodio muestra a una Rosario que, lejos de estar dominada, luchaba por mantener su independencia y por gestionar su vida personal a su manera, aunque esto implicara confrontaciones con Alfonso.

“La dependencia puramente material de Rosario se va a volver absoluta cuando unos síntomas alarmantes la llevan a ser internada”, relata el profesor. Según ella, Alfonso la chantajea: cuidará de ella a cambio de que deje a su amante. Rosario acepta, aunque de mala gana.

“Era Alfonso o la muerte”. “Me daba de comer y de cenar y además empecé a ver que cada vez iba a peor”, llegó a explicar Rosario. Fue una “reconciliación forzada”.

El juez instructor del caso fue uno de los principales defensores de la teoría de que Alfonso ejercía un control psicológico sobre Rosario. En sus declaraciones, insistía en que Alfonso había recuperado su «ascendencia» sobre Rosario tras el divorcio y que la había subyugado psicológicamente, hasta el punto de que ella consentía incluso el maltrato físico. Sin embargo, las pruebas y testimonios que sustentan esta afirmación son, en el mejor de los casos, endebles.

El maltrato físico nunca fue un tema recurrente en las declaraciones de Rosario ni en los testimonios de sus amigos y familiares. Si bien es cierto que la relación entre Rosario y Alfonso no era fácil, y que ambos mantenían una relación tensa y conflictiva en ciertos momentos, no existen pruebas claras de un patrón de violencia o abuso sostenido. La afirmación de que Rosario consentía el maltrato parece más una suposición basada en una interpretación exagerada de su dependencia física que una realidad corroborada por hechos.

El control psicológico que el juez atribuía a Alfonso tampoco encuentra un sustento sólido en los comportamientos de Rosario, quien a lo largo de su relación mostró una notable independencia emocional: continuó viendo a su amante, organizaba su vida personal al margen de Alfonso y, aunque dependía de él para ciertas tareas cotidianas, no mostraba ningún signo de estar sometida a su voluntad.

Según la versión oficial, ambos habrían planificado conjuntamente el crimen, con Alfonso asumiendo un papel de liderazgo y Rosario ejecutando el plan bajo su dirección. Sin embargo, las pruebas de esta colaboración son, en muchos aspectos, ambiguas.

Como ya hemos comentado en anteriores capítulos, no existen evidencias concluyentes de que Alfonso estuviera presente en el lugar del crimen ni de que participara activamente en la asfixia de Asunta. De hecho, uno de los puntos más debatidos durante el juicio fue la falta de pruebas directas que implicaran a Alfonso en el momento crucial del crimen. El Tribunal Supremo, en su sentencia, reconoció que Alfonso había participado en la planificación y ejecución del crimen, pero lo hizo en igualdad de condiciones con Rosario. Esto desmonta la idea de que Rosario era simplemente una figura subordinada que actuaba bajo las órdenes de Alfonso. Si bien ambos fueron considerados responsables del asesinato, la participación de Rosario fue igual de activa y decisiva.

Por otro lado, el plan para asesinar a Asunta, si es que puede llamarse plan, fue un desastre desde el principio. Rosario, con su estado emocional frágil y su torpeza en la ejecución de los hechos, fue rápidamente señalada como la principal sospechosa. Las cámaras de seguridad y otros detalles técnicos desbarataron su coartada en cuestión de horas. Si Alfonso hubiera sido el cerebro detrás del crimen, es de esperar que hubiera elaborado un plan más sofisticado y hubiera preparado coartadas tanto para él como para Rosario.

Pero no lo hizo, lo que sugiere, insiste el profesor Peña, que su papel en el crimen fue mucho menos central de lo que se ha querido presentar.
 
Capítulo VII – Del "tu imaginación calenturienta" al "¿te ha dado tiempo a deshacerte de eso?". Las grabaciones manipuladas que sólo contaban medias verdades.

La conversación grabada entre Rosario Porto y Alfonso Basterra en los calabozos de la Guardia Civil fue desde sus inicios una pieza más que polémica y controvertida debido a la manipulación y tergiversación que sufrió en manos de algunos medios de comunicación. A pesar de que las grabaciones fueron anuladas por la Audiencia de A Coruña por vulnerar el derecho a la intimidad de los acusados, fragmentos seleccionados y reinterpretados circularon ampliamente por los medios de todo el país, lo que generó una percepción pública sesgada que influyó en la opinión sobre su presunta culpabilidad.

Tal y como recuerda el profesor Peña, fue en octubre de 2013 cuando un conocido programa de televisión (ejem, Susana Griso…) transmitió una reconstrucción de esta conversación, utilizando actores que interpretaban las supuestas palabras de Rosario y Alfonso. Sin embargo, en este montaje, el diálogo fue modificado significativamente, y es que los guionistas añadieron frases que nunca aparecieron en la transcripción oficial de la Guardia Civil.

Alfonso: Tranquila, toda va a salir bien, y volveremos a casa, tranquila.
Rosario.: ¿Quién puede estar haciéndonos esto?
A.: No lo sé, nena. Pero por eso mismo hay que tener mucha calma. Yo te quiero y tú me quieres.
R.: Eso es lo más importante pero el problema es… que tienen que tener… no sé.
A.: Calma. ¡Calma! Descansar y ser fuerte.
R.: No te dio tiempo a eso, ¿verdad?
A.: ¿Eh?
R.: No te dio tiempo.
A.: No. Deja la mente en blanco. No pienses en nada ni en nadie. Y esa es la mejor forma de estar relajada.

La frase “Tú y tus jueguecitos… ¿Te ha dado tiempo a deshacerte de eso?” atribuida a Rosario fue una de las invenciones más impactantes y que más repercusión generó, pues sugería una implicación directa de Alfonso en el crimen y la eliminación de pruebas o en actividades comprometedoras.

Sin embargo, lo cierto es que esta frase jamás fue pronunciada, y Rosario, en cambio, dijo algo mucho menos comprometedor: “No tuviste tiempo para hacer eso, ¿verdad?”, refiriéndose, tal y como explicó más tarde la propia Rosario, a que había pedido a su ex marido que borrara de la bandeja de entrada todos los correos electrónicos entre ella y su amante, algo que no tiene relación directa con el caso. Pese a esto, la inclusión de esta versión inventada en dicho programa televisivo fue interpretada como un reconocimiento de culpabilidad por parte de la audiencia, una idea que se extendió rápidamente en otros medios, incluyendo telediarios y publicaciones nacionales, que replicaron la frase sin cuestionarla.

La manipulación del diálogo generó una imagen pública (aún más) nefasta para Alfonso que contribuyó a la construcción de una narrativa incriminatoria contra él y lógicamente también contra Rosario.

En lugar de presentar una conversación entre dos personas angustiadas que intentan entender lo que les está sucediendo, la recreación transmitida al público reforzó la teoría de que ambos habían actuado en complicidad para asesinar a su hija.

Rosario: Vale. Una cosa, Alfonso.
Alfonso: ¿Qué, mi vida?
R.: ¿Tú no saliste en toda la tarde de casa?
A.: No, qué va, tranquila.
R.: Estás seguro, ¿verdad?, Alfonso.
A.: Te doy mi palabra de honor, nena. Tienes mi palabra de honor, Charo, que no salí de casa.

Esta versión, creada para el espectáculo mediático, omitió elementos cruciales que reflejan la falta de coordinación entre Rosario y Alfonso y su desconcierto ante la situación. Rosario, por ejemplo, pregunta repetidamente a Alfonso si había salido de casa la tarde de los hechos, obteniendo de él una confirmación rotunda: “Te doy mi palabra de honor, Charo, que no salí de casa”. Si ambos se hubieran reunido, como sugieren algunos informes, para llevar a cabo el asesinato de Asunta, esta pregunta carecería de sentido.

Por otro lado, la insistencia de Rosario en conocer la ubicación de Alfonso contradice la idea de que ambos actuaron juntos, dejando entrever la posibilidad de que no existiera un plan coordinado entre los dos.

“Si Rosario hace esta pregunta e insiste, es porque no sabe si Alfonso ha salido. Si se hubieran juntado en pleno centro de Santiago de Compostela para meter a la hija en el coche, este breve diálogo no tendría sentido”, argumenta Peña.

Otra distorsión significativa tiene que ver con la supuesta “falta de emoción” en la voz de Alfonso, una afirmación que (cómo no) ciertos medios utilizaron para argumentar que el padre de Asunta mostraba una frialdad sospechosa. Sin embargo, en la conversación real, Alfonso parece asumir un papel de apoyo y protección hacia Rosario, insistiendo en que mantuvieran la calma y la confianza mutua ante la adversidad.

Le recomienda que no diga nada comprometedor, y que se enfoque en mantenerse serena y fuerte, sugiriendo que sigan el consejo de su abogado y limiten sus declaraciones para no perjudicarse. Esta recomendación, que aparece en las transcripciones como un consejo práctico, fue tergiversada en los medios como una especie de “pacto de silencio” entre ambos, algo que tal y como explica el profesor Peña, jamás existió.

“Pese a las interpretaciones de la prensa, Alfonso no propone a Rosario un pacto de silencio, sino un pacto de confianza: no perdamos la confianza mutua, no empecemos a acusarnos el uno al otro, digamos al juez la verdad, sólo la verdad, sin liarnos con otros asuntos privados que no vienen a cuento, porque ese es el mejor camino para salir pronto de esta situación. En realidad, Alfonso le está repitiendo el consejo que le ha dado su abogado, el mismo que dan todos los abogados a todos los detenidos”, comenta este.

Esto continuó alimentando la narrativa de que existía un acuerdo entre ellos para ocultar la verdad. En realidad, tal y como apunta el profesor, Alfonso no pide a Rosario que calle sobre hechos comprometedores, sino que mantenga la calma y evite hablar sobre temas que podrían ser malinterpretados en su contra.

Rosario.: Ya, pero tu imaginación calenturienta nos va a generar, nos va a generar muchos problemas.
Alfonso.: ¿Cómo?
R.: Tu imaginación calenturienta, que nos va a generar muchos problemas.
A.: Bueno. Pues, por eso…
R.: Muchos.

La famosa expresión de la “imaginación calenturienta” de Alfonso, que Rosario utiliza en un momento de la conversación para referirse a los mensajes y reproches que Alfonso le hizo durante su proceso de divorcio, también fue otro de los grandes filones explotados hasta la saciedad por los distintos medios, ya que se daba a entender que esa más que explotada faceta de Alfonso como una suerte de pervertido sexual era cierta, así como que incluso su mujer podría estar al tanto de la misma.

“Como sabemos, en castellano la expresión «imaginación calenturienta» se puede referir fácilmente a alguien que piensa mucho en s*x*, pero también se usa en otros contextos: un científico con mucha inventiva o una persona muy soñadora. Si leemos toda la conversación, vemos que no está hablando de s*x*, ella le dice que su imaginación calenturienta les va a causar problemas porque él, durante el divorcio, había vertido mensajes con graves acusaciones contra ella”, argumenta Peña, quien añade que Rosario “pretendía que había ido al calabozo por esas frases, cuando ella sabía muy bien que había sido detenida por mentir a la policía sobre la hora en que había dejado a su hija”.

En estos mensajes, Alfonso la acusaba en tono sarcástico de querer “ahogarlo con un cojín”, una expresión que, tras la autopsia de Asunta, tomó un significado completamente diferente al haber sido interpretada como una referencia directa a la causa de muerte de Asunta.

La expresión, utilizada originalmente en un contexto de resentimientos de pareja, fue de igual forma distorsionada para insinuar que podría tener una connotación sexual o morbosa, un giro que, al difundirse masivamente en los medios, influyó negativamente en la percepción pública de Alfonso y Rosario, generando una atmósfera de sospecha en torno a ellos.

Además de estas manipulaciones evidentes, los medios también omitieron aspectos de la conversación que “favorecían” a los acusados. Estos, siguiendo la línea que predominó durante toda la cobertura del caso, eligieron convenientemente enfocarse en los detalles manipulados de la conversación, presentando una imagen de ambos padres como fríos y calculadores, sin empatía por su hija fallecida.

Para más inri, la grabación de las conversaciones en los calabozos, que fue posteriormente declarada nula, fue realizada de manera apresurada y sin la fundamentación legal adecuada, un hecho que la Audiencia de A Coruña consideró como una violación del derecho a la intimidad de los acusados.

“Resulta que el juez instructor deseaba sonsacar al sospechoso alguna información comprometedora sobre Rosario o él mismo, pero éste, por consejo de su abogado, se negó a prestar declaración; un consejo sensato, teniendo en cuenta que en unas horas pasaría de testigo a imputado y que nadie tiene obligación de declarar cuando se investiga a un familiar. Así que al juez se le ocurrió un ingenioso truco: hizo detener a Alfonso Basterra y lo puso en un calabozo junto al de su mujer, con una autorización para la “sonorización de calabozos”, o sea, para grabar todo lo que se dijeran”, comenta Peña.

“No se cumplieron los requisitos marcados en la jurisprudencia constitucional”, “ni la ley de enjuiciamiento criminal ni la ley general penitenciaria dan amparo legal a la grabación de conversaciones de detenidos en calabozos policiales cuando solo existen meras hipótesis objetivas”, dictó la Audiencia, si bien, tal y como critica el profesor, el juez instructor “tenía cierta prisa por oír cantar a Alfonso Basterra, ya que lo ordenó con un auto en que faltaba la fundamentación, por tanto, nulo de pleno derecho. Una semana después lo ‘arregló’ con un segundo escrito”.

A pesar de esta nulidad, fragmentos de la conversación circularon ampliamente por televisión, radio y prensa y la manipulación mediática convirtió este diálogo en un juicio paralelo, generando una imagen de culpabilidad que influyó, consciente o inconscientemente, en la percepción de la audiencia y en el jurado que participaría en el juicio.

El clima mediático creado en torno a estas grabaciones contribuyó a construir una narrativa de culpabilidad que se extendió y reforzó a lo largo del proceso judicial, en el que la sociedad española ya había sido expuesta a una imagen distorsionada basada en titulares y titulares sensacionalistas y acusatorios.

Así, tal y como argumenta el profesor Peña, las pruebas que podrían haber sugerido la inocencia Alfonso o, al menos, la falta de pruebas concluyentes de su implicación, fueron relegadas a un segundo plano frente a una narrativa que enfatizaba la casi certeza de su culpabilidad.

En este caso, además del ya comentado poder de los medios para influir en la opinión pública y en el desarrollo de un juicio, hay que sumar la manipulación de las conversaciones y la omisión de elementos clave favorecieron la construcción de una narrativa acusatoria desde el minuto uno.

Y es que un elemento más dentro de todo este proceso fue precisamente la divulgación de fragmentos manipulados y de invenciones puramente dramáticas, algo que contribuyó más aún a la imposibilidad de que Alfonso (y también podríamos reconocer que Rosario) fuesen juzgados en un ambiente imparcial.



Último capítulo - Las 16 razones que nos hacen cuestionarnos que Alfonso sea culpable


Durante la última semana hemos tratado de desgranar punto por punto, apoyados en el inestimable trabajo del profesor Peña, todas las incógnitas, incongruencias, lagunas y demás detalles inconclusos acerca del trágico crimen de Asunta.

Todo esto, además, ha venido aderezado con la premisa que presentamos hace ya una semana y con la que justo iniciamos este informe: cuestionar la culpabilidad de Alfonso.

A lo largo de dicho informe hemos tratado de presentar a los lectores algunas de las claves en este sentido. Recuperando datos, corroborando, analizando y buscando una perspectiva diferente y hasta la fecha inédita acerca de lo que fue uno de los mayores (por no decir el mayor) y más controvertidos casos criminales de la historia de la capital compostelana.

Es justo por eso que hoy, domingo, y a modo de cierre para este informe, iremos directamente a los hechos, a las claves, al grano en lugar de a la Paj* y trataremos y resumiremos uno por uno todo cuanto sabemos, todo cuanto hemos recabado al respecto con la ayuda del profesor Peña y, principalmente, todos los indicios que nos llevaron a hacernos la pregunta que planteamos hace ya una semana: ¿Y si Alfonso Basterra no es tan culpable como dice la sentencia?

16 RAZONES
1 – “Alfonso Basterra fue juzgado tras un aluvión de noticias morbosas e inexactas durante dos años. Era imposible conseguir un jurado imparcial, que es garantía y requisito indispensable de un juicio justo”, sentencia el profesor Peña. A este respecto, nadie puede negar la cantidad de artículos y programas en los medios de comunicación más difundidos del país, donde Alfonso apareció como asesino y una suerte de monstruo depravado pederasta durante dos años antes de que el juicio se celebrara. Ningún jurado de nueve personas elegidas al azar entre la población poco culta de nuestro país puede ser imparcial tras dos años de titulares condenatorios.

2 – Los horarios no cuadran. Asunta salió andando de casa de Alfonso Basterra a las 17:15, por lo tanto no le dieron el orfidal durante la comida. “No tiene ningún sentido drogar a alguien con tranquilizantes para matarlo unas horas más tarde y luego dejar que se aleje, sin controlarlo. Dejaron a su hija irse a casa sola, disponía de teléfono fijo y celular, podría haber hablado con cualquiera. Sería un caso único en la historia, no estamos hablando de un detallito sino de algo verdaderamente absurdo y que requeriría pruebas muy convincentes”, destaca el profesor Peña.

El sedante que tomó no le habría permitido caminar si lo hubiera tomado cuarenta minutos antes de salir de casa de Alfonso, según la declaración de las expertas en toxicología. Una hora después la niña caminó hasta el coche y si hubiera tomado una doble sobredosis de orfidal en casa del padre, no habría podido caminar más de una hora después de haber salido de casa del padre.

“No sólo eso, para afirmar algo en un juicio hay que probarlo. El jurado consideró que la niña había tomado el tranquilizante en casa del padre, sin embargo, no hay ninguna prueba del momento exacto en que se ingirió, aunque si caminó entre las 18:14 y las 18:20 debió de haberlo tomado mucho después de las 17:15”, destaca Peña.

3 – El jurado condenó a Alfonso Basterra por ir con Rosario y la hija a la finca, pero no hay ni una sola evidencia que demuestre que este estuvo allí.

“La cámara grabó a Rosario y una persona bajita con camiseta blanca, que fue reconocida como Asunta, pero a nadie más. El jurado consideró que el padre, si no se le veía, podía ir escondido en la parte trasera, pero el tribunal superior y el supremo lo rechazaron, como “razonamiento poco racional”, destaca el profesor, quien insiste en que “no hay pruebas de que Alfonso acompañase a Rosario y hay pruebas de que el jurado actuaba irracionalmente, no se basaba en pruebas sino en prejuicios”.

Alfonso Basterra captado por la cámara de seguridad de un banco buscando a Asunta la noche en que se conoció su desaparición, pasadas las 21,00 horas.

4 – No hay grabaciones de las 37 cámaras analizadas que demuestren que Alfonso Basterra salió de su casa aquella tarde. El testimonio de una testigo que afirmó ver a Asunta y su padre juntos la tarde del crimen presenta múltiples incongruencias. La testigo dijo haberlos visto después de comprar unas zapatillas, cuya hora de pago (18:23) no coincide con el momento en que una cámara registró el coche de la madre alejándose de la ciudad a las 18:20 p.m., con Asunta en su interior. Además, otra cámara la captó a las 18:25 p.m. en la misma zona, contradiciendo su relato. La policía, que no verificó la hora de compra del ticket, tampoco comunicó estos detalles a la defensa, en contravención de las leyes procesales. A pesar de estas incoherencias, este testimonio fue tratado como creíble en el juicio, omitiéndose la posibilidad de que Asunta bajase al coche con su madre directamente desde su casa, sin la intervención del padre. Las dudas sobre este testimonio sugieren que el supuesto encuentro entre padre e hija en la calle puede haber sido interpretado erróneamente, alterando las conclusiones del caso.

5 – “Alfonso hizo una llamada desde su casa, en el centro de Santiago, a la casa de campo y a los teléfonos celulares de madre e hija. Esta llamada prueba indiscutiblemente que estaba en su casa cuando la madre estaba lejos, y cuando se cree que se preparaba para tirar el cadáver”, destaca el profesor Peña.

¿Alfonso la acompañó, para asesinarla, y luego la dejó sola para tirar el cadáver y recorrió cuatro kilómetros sin ser visto y sin que se sepa que vehículo utilizó?, ¿tiene sentido que este salga de casa para ayudar a meter a la niña en el coche, pero luego se quede y no la ayude en lo demás?

6 – El tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG) y el Tribunal Supremo consideraron que no había pruebas de que el padre hubiera ida a la finca y anularon esa afirmación del jurado. Pero no se repitió el juicio, lo condenaron a la misma pena, 18 años, por haber participado en la preparación del crimen y haber ayudado a la madre.

7 – Rosario era totalmente incompetente por su enfermedad, por tanto, tal y como argumenta el profesor Peña, “es absurdo que Alfonso planee algo con Rosario, y más absurdo que se encargue ella de todo lo difícil, y también absurdo, si ella se encarga de lo más difícil, que no pudiera ella darle el orfidal”, a lo que añade que “Rosario era muy dispersa, muy despistada, había delegado todas las gestiones en Alfonso, y estaba con una fuerte depresión en los meses antes de la muerte de Asunta. Planear un asesinato no la animaría mucho”. En definitiva, Alfonso jamás podría fiarse de las reacciones o del aguante de Rosario ante los policías.

8 – Alfonso apareció en la prensa como un depravado con fotos comprometedoras de su hija en el ordenador, aunque las fotos no eran tan comprometedoras y estaban, borradas, en el móvil que había sido propiedad de Rosario. Sin embargo, este apareció como un monstruo con propensión por las mujeres orientales, algo que no se demostró ni tiene relevancia para el caso.

Además, destaca Peña, “el ordenador fue registrado por la Guarda Civil, miraron los archivos borrados y no había ninguna foto de ninguna menor. Después de meses de filtraciones, en el juicio el agente declaró que había por**grafía de todo tipo, no hizo ninguna mención a ninguna tendencia orientalista ni a ninguna menor”.

“Este rumor no fue inventado por los periodistas, se filtró cuando el caso estaba bajo secreto incluso para los abogados defensores, y ayudó a denigrar la imagen del acusado, es decir, anuló o perjudicó gravemente el derecho a un juicio justo”, destaca este.

Además, el relato mediático sobre Alfonso Basterra se vio empañado por informaciones sin verificar y sensacionalismo, especialmente en torno a sus contactos en redes y supuestos hábitos personales. Varios medios sugirieron que Alfonso mantenía una lista de contactos en Facebook con jóvenes asiáticas en poses eróticas, pese a que estas imágenes no figuraban en su perfil y sus contactos eran adultas, no menores. Además, la revista Interviú insinuó su asistencia a un burdel que promocionaba servicios de mujeres con aspecto aniñado, basándose únicamente en el testimonio de una trabajadora del establecimiento, una fuente sin corroborar y poco fiable. La publicación, conocida por pagar a personas en situaciones vulnerables para obtener declaraciones, no contactó con Alfonso ni verificó los detalles de su historia.

Otro rumor difundido sin pruebas fue la supuesta presencia de imágenes de la hija en el ordenador de Alfonso, un bulo ampliamente difundido en la prensa. Estas fotos fueron tomadas por la madre de Asunta y, tras ser borradas, estaban en el teléfono antiguo de la niña, no en los dispositivos de Alfonso. La falta de verificación en estas historias alimentó una narrativa distorsionada y dañina, que influyó en la percepción pública sin bases sólidas.

9 – Otro bulo fueron las palabras tan conocidas de «Tú y tus jueguecitos», pero Rosario dijo al padre «Tú y tus jueguecitos… ¿te ha dado tiempo a deshacerte de eso?», y él responde: «Calla, que a lo mejor nos están escuchando».

Esto último simplemente fue inventado, pero se repitió en casi todos los medios de comunicación españoles, y pese a los desmentidos y los avisos, nunca lo han reconocido. Lo que está probado que en verdad dijo Rosario fue «Tú imaginación calenturienta nos va a generar muchos problemas».

10 – La imagen de Rosario como una mujer sometida a Alfonso, evidentemente no era cierta. “Rosario tenía muchas propiedades heredadas y Alfonso era un trabajador precario con ganancias mínimas para sobrevivir. Estaban divorciados por una infidelidad de ella. Él no tenía muchos ingresos y cuidaba de ellas, pero no era una relación de confianza y amor. Había una dependencia material mutua, él era el cuidador y ella le ayudaba económicamente”, destaca el profesor.

“No hay ninguna prueba de que Alfonso dirigiera a su mujer ni la dominara. Los amigos de la pareja, desde luego, cuentan todo lo contrario. Ella lo llamaba «mi secretario», tiene un amante, tras el divorcio siempre mostró una actitud despreciativa hacia Alfonso, se ríe de él en las cartas…”, añade este.

11 – No hay ninguna prueba de que Alfonso estuviera en casa de Rosario cuando Rosario denunció un ataque nocturno ni de que esa noche le hubieran dado orfidal.

12 – No existía ningún motivo comprobado que explicara por qué Alfonso Basterra quisiera asesinar a su hija. Las teorías sobre un «terrible secreto» carecen de sustento: si realmente hubiera una razón tan grave, no se explica por qué habrían intentado asesinarla en julio y luego dejado que se fuera de vacaciones, sin vigilancia, hasta septiembre. Tampoco resulta lógico que Alfonso, si fuera un “hombre astuto”, comprara Orfidal en una farmacia cercana, dejándose exponer innecesariamente.

Otra teoría sugiere que Rosario mató a sus padres, pero ambos fallecieron por causas naturales y sin indicios de intervención alguna. Rosario tampoco ganaba nada al apresurar su muerte, ya que ambos la apoyaban. Por otro lado, la hipótesis de abuso sexual tampoco tiene base, ya que en los registros exhaustivos de los dispositivos de Alfonso no se encontró material ped*filo. Todas estas teorías, sin pruebas reales, son especulaciones que no sostienen la acusación.

13 – “Todo se entiende mucho mejor si se supone que la madre actuó sola”, destaca el profesor Peña, así como que no hay ningún problema para imaginar un móvil si sólo pensamos en la madre: “era una persona desequilibrada, con depresión crónica, testimonios que hacen pensar en fases de exaltación o hipertimia, y había declarado a un psiquiatra que su hija la agotaba y que no podía más. Fue la madre la que se llevó a la hija, la que dijo que la había dejado en casa, la que dice que la hija fue atacada por un hombre vestido de negro, la que dice la hija que le daba los polvos blancos…”, argumenta.

14 – Según apunta el profesor Peña, el crimen de Asunta parece más un acto impulsivo que un plan detallado. Rosario, la madre, desactiva la alarma de su finca a las 18:30 y afirma haber dejado a su hija en casa a las 19:00, lo cual no se ajusta a una estrategia cuidadosa. Además, abandona el cuerpo en un camino forestal visible, junto a viviendas, sin intentar ocultarlo en un lugar menos accesible, como si hubiera decidido el sitio al azar, atraída quizá por la señal en gallego “camino forestal”.

Las cuerdas encontradas junto al cadáver tampoco llevan huellas, y existe otra cuerda separada, sugiriendo confusión o nerviosismo en el acto. Además, tres días antes Rosario había mencionado a una profesora que Asunta no asistiría a clase debido a un medicamento que la hizo sentir mal, algo incoherente si había un plan premeditado para usar sedantes en su contra.

15 – “La instrucción fue deficiente y parcial, se presentó como indicio cualquier nadería. Se usaron razonamientos circulares: como creo que es culpable, esto es sospechoso; como todo esto es sospechoso, creo que es culpable. Como es culpable, lo ha planeado. Es culpable porque lo ha planeado. Como es culpable, le dio orfidal a la hija durante la comida. Es culpable porque le dio orfidal a la hija durante la comida. Como es culpable, debe de ser pederasta. Es culpable porque es pederasta…”, explica Peña.

Por otro lado, la sospecha de que Alfonso escondiera su ordenador fue cuestionada, ya que podría haber sido pasado por alto por los agentes. Finalmente, el equipo fue encontrado intacto, sin haber sido manipulado ni con contenido inapropiado. Además, Alfonso cometió errores en su declaración, afirmando que Rosario y Asunta salieron juntas de su casa, aunque las cámaras y el testimonio de Rosario lo desmienten, lo cual sugiere falta de planificación detallada.

16 – Tal y como resalta el profesor, una persona ha de ser condenada con pruebas y razonamientos rigurosos, pero, a veces, cuando no hay pruebas, se admite la condena por indicios.

Para una condena basada en indicios, la ley española exige que estos sean variados, claros y comprobados, algo que no se cumplió en el caso de Alfonso Basterra. Los dos indicios en su contra son débiles.

Primero, Alfonso compraba Orfidal para Rosario, algo normal dado que realizaba todas sus gestiones. El Orfidal estaba recetado para Rosario y él no tenía por qué sospechar de un uso indebido dado a esas compras.

Segundo, la somnolencia de Asunta un día en clase se interpretó como efecto de Orfidal, aunque ella solo mencionó que su madre le daba “polvos blancos”, sin señalar al padre. Además, es incoherente pensar que Alfonso la llevaría a clase estando drogada si quisiera ocultar su estado. La falta de pruebas concluyentes y la ausencia de indicios adicionales refuerzan la idea de que las sospechas no estaban bien fundamentadas.

https://www.diariodesantiago.es/esp...hacen-cuestionarnos-que-alfonso-sea-culpable/
 

INFORME BASTERRA


¿Y SI ALFONSO BASTERRA, PADRE DE ASUNTA, NO FUE TAN CULPABLE COMO DICE LA SENTENCIA?

  • Un exhaustivo trabajo de documentación y análisis realizado por Julián Peña desvela datos pasados por alto que siembran dudas razonables

  • El autor, profesor de latín en el País Vasco, es bilbaíno, como el condenado, ambos nacieron en 1964, no se conocen, reside en San Sebastián y publicó varios libros en castellano y euskera

  • Tras muchas lecturas sobre el caso está convencido de que no hay ninguna prueba de que el padre hubiera matado a su hija



Capítulo I: Introducción


“Cuando mis amistades supieron que estaba escribiendo sobre ‘el caso Alfonso Basterra’, me preguntaban con sorpresa por qué había elegido ese tema. Un amigo mío llegó a decirme que no podía creer que todo el mundo se hubiera equivocado y yo fuera el único en descubrir el error”, relata Julián Peña. Y no es para menos.

Porque hablar de Asunta Basterra y su trágico asesinato, hace ya más de 11 años, supone referirse a uno de los episodios más mediáticos, polémicos y truculentos no solo de la capital compostelana, sino de toda la historia de nuestro país. Al respecto se han escrito ríos y ríos de tinta, se han filmado documentales e incluso recientemente se estrenó en Netflix una serie de gran éxito que volvió a poner de actualidad un hecho de tal magnitud.

Ante esto, uno podría llegar a pensar que poco o nada queda por decir que no se haya dicho ya acerca de este caso… ¿o tal vez no sea así?

Precisamente para Peña, veterano profesor de latín en el País Vasco y también licenciado en antropología, quedaba muchísimo por decir. Él mismo, tras una exhaustiva y profunda investigación, se decidió a hacerlo, pero desde una perspectiva diferente y nunca antes vista, desafiando las narrativas establecidas y yendo un paso más allá al atreverse a cuestionar firmemente la culpabilidad de Basterra a través de su libro.

“No soy exactamente el único que cree que Alfonso Basterra es inocente, pero sí es cierto que es una opinión muy poco habitual”, confiesa.


Nacido en Bilbao en 1964 (curiosamente en el mismo lugar y el mismo año que el propio Alfonso Basterra, si bien jamás llegaron a conocerse), hoy reside en San Sebastián y ha dedicado gran parte de su vida a la enseñanza y a la escritura, publicando obras en euskera y castellano. A lo largo de su carrera, ha creado un variado repertorio que incluye narraciones satíricas y de ciencia ficción, además de un diccionario escolar de latín-euskara-castellano y una traducción de la «Apología de Sócrates». Con todo, es bien probable que nada de esto pueda compararse a la decisión y el trabajo de abordar un caso que no estuvo exenta de dudas. Tal y como confiesa el propio Peña, esa reacción escéptica de algunos allegados lo llevó a reflexionar sobre su papel en la defensa de alguien ya condenado por la opinión pública y los medios.

“¿Qué pinto yo en esto?, ¿qué tengo que ver yo con este caso?, ¿cómo me metí a defender a alguien ya condenado por todo el mundo, todos los tribunales y todas las cadenas de televisión?”, llegó a preguntarse el profesor, quien, sin embargo, no dudó en echar el resto y seguir adelante, profundizando en los hechos.

Según comenta, Peña se interesó en el caso de Alfonso tras la lectura de un libro de Cruz Morcillo sobre el asesinato de Asunta, que ya había tenido lugar varios años atrás, al igual que el impactante su***dio de su madre, Rosario Porto.

“Tenía un doble interés”, explica. Por un lado, varios detalles del suceso habían llamado poderosamente su atención. “¿Por qué habían detenido al padre si era la madre la que aparecía en una grabación con la hija y era ella la que había mentido a la policía y luego había cambiado de versión?, ¿cómo podía afirmarse en un veredicto que, si un acusado no ha sido grabado por ninguna cámara, puede ir oculto en la parte trasera del coche? Había estudiado primero de derecho antes de torcerme hacia las lenguas clásicas y eso era una barbaridad. La barbaridad fue corregida por el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia, pero aun así lo condenaban a la misma pena, por colaborar y participar con el mismo grado de responsabilidad. Entonces ¿daba igual que lo hubiera hecho o no?”, cuestiona.

Por otra parte, también le motivaba el encontrar un argumento para una “narración sórdida, con detalles escandalosos”, pero fue a medida que investigaba cuando se dio cuenta de que estaba ante un tema mucho más complejo: “No había ninguna prueba de que Alfonso Basterra hubiera matado a su hija. Los argumentos contra él, argumentos por los que había sido enjuiciado y condenado, eran totalmente inconsistentes, a veces no pasaban de insultos a la inteligencia”, afirma el profesor, quien de repente cayó en la cruda realidad de que su novela sobre un crimen macabro había terminado por convertirse en un relato sobre un error judicial… sin embargo, podría decirse que aquello no hizo sino motivarle aún más en su investigación.

Buscó información adicional en el libro de Mark Guscin («Lo que nunca te han contado sobre el caso Asunta») y se sumergió en recursos legales, series documentales y respuestas de tribunales que aparecían en línea. Su búsqueda de información lo llevó incluso a conectarse con abogados y periodistas, tratando de desentrañar la verdad detrás de la condena de un Alfonso Basterra cuya historia lo llevó a casi replanteárselo todo.

“A menudo me venía a la mente un reparo muy serio: ¿cómo convencer a la gente de la inocencia de un padre que había llevado a su hija a clase con síntomas de haber consumido orfidal?, ¿mi esfuerzo serviría para algo?”, nos confiesa Peña, quien incluso rememora ese escepticismo de algunos que, tras leer el libro y a pesar de reconocer ciertas incongruencias, no paraban de plantearle una cuestión más que recurrente: ¿cómo puedes defenderlo?

“Porque todo lo que se ha dicho y escrito sobre Alfonso Basterra, a veces cierto y a veces inventado, nos confunde y nos distrae de lo que sí se sabe: no hay ninguna prueba de que Alfonso Basterra saliera de su casa la tarde del crimen, no hay ninguna prueba de que lo planeara ni de que colaborara y, desde luego, Alfonso Basterra no dominaba a Rosario Porto ni podía manipularla para que ella cumpliera sus deseos”, afirma nuestro autor.

Con todo, dentro de este caso tan plagado de interrogantes que sobrepasan por mucho a las certezas con las que contamos, en la cabeza de Peña resonaba uno por encima de todos los demás. Si de verdad un hombre inocente podría ser condenado y convertirse en el criminal más odiado del país como consecuencia, en gran parte, de la fallida cobertura mediática y de un sistema judicial que a veces parece simplemente actuar sin justicia.

Es justo decir que no sería la primera vez que sucede algo similar. La coruñesa Dolores Vázquez o Sally Clark, Lindy Chamberlain y Lucia de Berk fuera de nuestro país son el mejor ejemplo de esta realidad, pero, también es conveniente señalar algo bien cierto, y es que, tal y como señala este, la presunta inocencia de Alfonso Basterra no es una noticia muy comercial.

De hecho, en cierto modo el profesor vasco incluso se resigna al afirmar que “seguramente no valga la pena intentar defender a Alfonso Basterra”. En este sentido, el Supremo confirmó la sentencia años atrás y resultaría difícil el crear un movimiento que apoye la presunción de inocencia de alguien tan denostado y arrastrado por el fango de la prensa y las cadenas televisivas.

Sin embargo, la detallada y profunda investigación y el trabajo de Peña sí tiene para este un propósito muy claro.

“Al menos, quede para el recuerdo una instrucción deficiente y parcial, así como un auto de apertura de juicio oral, tan lleno de contradicciones, razonamientos pueriles y supuestos infundados que debería ser estudiado en la escuela judicial y en todas las facultades de derecho de nuestro país”, reflexiona.


EDITORIAL
Por nuestra parte, desde DIARIO DE SANTIAGO, y tirando de la analogía empleada por el propio Peña, nosotros no buscamos ni mucho menos una “noticia comercial”. Tan solo, movidos por la naturaleza de esta nuestra profesión, buscamos una sola cosa: hacer periodismo. Esto es, recabar información y datos y ser valedores de la responsabilidad que dicho oficio nos confiere: la de ir tras la verdad, la de ser intermediarios entre esta y la opinión pública y, sobre todo, la de escuchar y dar cabida a todas las voces que existan en esta sin distinción.

Justo por eso, por nuestro afán irrenunciable de poner blanco sobre negro, decidimos volver sobre este caso que conmocionó a la capital compostelana y a todo un país. Analizando, recabando, escuchando, corroborando…

Y es que si bien, a priori y tal y como señala el autor, el papel de los propios medios de comunicación en este preciso caso refleja en buena medida algunos de sus grandes defectos y la capacidad de los mismos para influir en la opinión pública y (por consiguiente y sobre todo) en un proceso judicial, nuestra máxima es la de alejarnos de ese plano.

Nosotros huimos de eso. Nosotros, desde el instante mismo de nuestro humilde nacimiento como diario independiente, solo perseguimos una cosa: trabajar incansablemente con la mayor objetividad y diligencia para ser el altavoz de los hechos para aquellos que nos leen y que confían en nuestro trabajo. A quienes, huelga decirlo, les estamos profundamente agradecidos.

Justo por eso, desde nuestro diario decidimos hoy dar inicio, con este primer capítulo, a un especial a través del cual diseccionar todo cuanto conocemos, todo cuanto creemos conocer y todo cuanto el exhaustivo trabajo del profesor Peña nos aporta con un único fin: dar con los hechos. Justo por eso nos cuestionamos: ¿Y si Alfonso Basterra, padre de Asunta, no fue tan culpable como dice la sentencia?



Capítulo II - La ruta invisible de Alfonso


Uno de los puntos en los que más hincapié hace el profesor Julián Peña a lo largo de su extenso trabajo es en el de la importancia de discernir entre “las pruebas concluyentes y los meros indicios”.

Es precisamente por este motivo, tal y como enfatiza nuestro autor, donde la culpabilidad de Alfonso Basterra comenzaría a tambalearse, ya que existen varios elementos no exentos de dudas y controversia que sirvieron para cimentar en buena parte el relato acusatorio contra el padre de Asunta. Uno de ellos es el asunto de las cámaras de seguridad, un total de 37 que fueron revisadas minuciosamente por la Policía.

Ninguna de ellas sitúa a Alfonso ni en la calle ni en el trayecto entre Santiago y Teo en la tarde de los hechos
, haciendo que este fuese condenado tras aparentemente recorrer una suerte de “ruta invisible”…

LAS CÁMARAS QUE NO VIERON NADA


Uno de los principales aspectos que genera dudas en torno a la participación de Alfonso Basterra en el crimen sería la evidencia (o más bien “no evidencia”) proporcionada por las cámaras de seguridad. El propio Alfonso afirmó en todo momento que nunca abandonó su domicilio durante la tarde de aquel fatídico 21 de septiembre de 2013, cuando según este estuvo leyendo en su casa. Y, si atendemos estrictamente a lo que nuestros ojos pueden ver en todas las filmaciones, no hay nada en ellas que demuestre lo contrario.

“No hay ninguna cámara de seguridad
en el centro de Santiago de Compostela, de las 37 examinadas, que lo sitúe esa tarde en la calle”, resalta el profesor Peña, algo que resulta más que extraño teniendo en cuenta que fueron las cámaras las que comenzaron a desmontar el relato inicial de Rosario Porto. De hecho, la acusación sostuvo que Alfonso ayudó a su mujer a trasladar a Asunta desde su casa hasta la finca de Teo, donde fue hallado el cuerpo de la niña.

Sin embargo, aquella tarde, tan solo Rosario fue captada en varias ocasiones por las propias cámaras de seguridad conduciendo su coche con Asunta en el asiento del copiloto. Esta, inicialmente, había afirmado que había dejado a su hija en casa haciendo los deberes, descubriendo al llegar que no estaba. Con todo, las imágenes obtenidas por la cámara de la Galuresa a las 18:21 horas mostraban claramente a la niña en el coche junto a su madre, lo que la obligó a cambiar su versión de los hechos y decir que se detuvo en su domicilio dejando el coche en doble fila y que subió a coger algunas cosas, diciéndole entonces Asunta que no se quería quedar sola y prefería acompañarla.

Por tanto, siguiendo esta narrativa a través de cierta lógica, alguna de las diversas cámaras instaladas en puntos como República Argentina o General Pardiñas tendrían que haber capturado la imagen de Alfonso, pero no. Ni una sola.

“La acusación afirmaba que Alfonso Basterra salió de casa, esquivando las cámaras, y acompañó a Rosario Porto para ayudarla en el crimen. Esto, de nuevo, es una suposición; lo cierto es que no hay ninguna cámara que recoja a Alfonso Basterra saliendo de la casa o paseando por la ciudad. Si Alfonso Basterra hubiera querido salir de casa sin ser grabado para colaborar en un asesinato, sabiendo lo que se jugaba, jamás podría haber estado seguro de conocer la colocación de todas las cámaras. Hay cámaras para controlar el tráfico, sobre los semáforos, dentro de las tiendas, aunque a menudo graban también a los que pasan por delante de los escaparates, otras situadas en el exterior de muchos establecimientos y en edificios públicos, algunas que recogen imágenes de 360 grados, y las hay ocultas”, comenta Peña, quien no solo pone en duda lo verosímil de esta teoría, sino que apunta a que, aún de haber conseguido escabullirse de ser filmado, “nada lo protegía de darse de bruces con o ser visto por cualquier conocido”.

En definitiva, Alfonso habría tenido que conocer con exactitud la ubicación de todas y cada una de las cámaras de seguridad instaladas en la ciudad y así planificar minuciosamente su recorrido para no ser captado por ninguna de ellas, una tesis que no solo parece improbable, sino que también carece de pruebas concretas que la respalden.

Por supuesto, también hay que considerar que las cámaras captaron a Rosario conduciendo el coche con Asunta en el asiento del copiloto, por lo que si Basterra hubiera estado implicado en el traslado de su hija a Teo, como sugirió la acusación, lo lógico habría sido que él también fuera visto en las grabaciones donde aparece el vehículo. Pero no es así. No se puede comprobar la presencia del propio Alfonso en ningún punto de dicho trayecto, aunque la acusación justificó este hecho con un argumento un tanto cogido con pinzas y contra el que el profesor Peña carga fuertemente.

“Sostenían los acusadores que Alfonso Basterra pudo ir agachado en el asiento trasero del coche donde viajaba Rosario Porto con su hija adoptiva, la víctima, porque en las imágenes de las cámaras no se ve si alguien ocupa el asiento posterior. Se puede suponer que Alfonso Basterra se escondía en el asiento de atrás pero también vale suponer que allí iba oculto un astronauta o dos vulcanólogos”, comenta este con sorna.

Según el propio Peña, una de las afirmaciones más curiosas en el veredicto del jurado es precisamente la de que “no se podía descartar” la presencia de Alfonso en el asiento trasero del Mercedes de Rosario.

“En un caso normal, un buen recurso habría conducido, como mínimo, a la repetición del juicio. Si el jurado afirma que no lo pueden descartar, es que entonces tampoco lo pueden afirmar. Y en caso de duda deben fallar a favor del imputado, es decir, deben considerar no probada la presencia de Alfonso Basterra en ese vehículo, por tanto, en la casa de campo”, llega a afirmar.

También vale la pena reparar en otro hecho que no es en absoluto baladí. Vale, pongamos que asumimos como cierta la narrativa que se terminó imponiendo y que, efectivamente, de alguna forma incomprobable, Alfonso salió de su casa, acompañó y ayudó a Rosario y estuvo en la casa de Teo. ¿Cómo hizo para regresar después desde la escena del crimen al centro de Santiago? Y es que resulta que a las 20:43, el propio Alfonso llama por teléfono a Rosario y esta no responde. En ese instante, los repetidores lo sitúan en Compostela y en la zona de su apartamento. Es decir, que no existe evidencia alguna ni de cómo fue a Teo ni tampoco de cómo volvió a Santiago.

Incluso, la posterior sentencia del TSXG admitió que se trataba de un “razonamiento poco racional” e “incompatible con los criterios lógicos de la inducción asentada en hechos probados”, aunque en su momento los miembros del jurado aceptaron este razonamiento que, afirma Peña, resulta incompatible con la presunción de inocencia.

Sin embargo, destaca el autor vasco, “fue un juez instructor con mucha experiencia el primero que lo utilizó”.

“Como era culpable seguro, entonces ‘debió de’ estar en el lugar del crimen”, cuestiona el profesor, quien añade que “todo el empeño en convencerse de que Alfonso Basterra, a quien hay que condenar, acompañó a la madre hasta el lugar del crimen, procede de la presunción, que sólo es una presunción, de que Rosario Porto no era capaz de hacer todo eso por su cuenta”.

Alfonso Basterra con su abogada, Belén Hospido, durante el juicio.
Cabe señalar a modo de cierre que no queda ahí la cosa, ya que si bien ambos progenitores fueron condenados a 18 años de cárcel por drogar y asesinar a su hija, finalmente, en 2016, el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia y más tarde el Tribunal Supremo corrigieron el veredicto del jurado y declararon como «no probado» que Alfonso Basterra hubiera acompañado a su ex mujer aquel trágico día, pero continuó siendo condenado a los mismos 18 años por planear, colaborar y permitir que sucediera el asesinato, con igual grado de responsabilidad que el de Rosario.

“Primero has matado y luego no, no estabas en la escena del crimen pero te vas a la cárcel igual porque lo has planeado y tienes la misma responsabilidad”, comenta Peña, que cierra con una interesante reflexión: “La prensa, que recogía los más nimios detalles de la vida y circunstancias de los implicados, por ejemplo, que la madre acudió a la peluquería el día antes del asesinato, apenas hizo comentarios sobre este cambiazo, que calificó de ‘matiz’. ¿No resulta curioso?”.
Ese señor es profesor de latín , escritor y licenciado en antropología (por ningún lado encontré que fuera la rama forense o criminalista)

Quizá entendería que por eso continuó implicado y se le igualó la condena, porque el tribunal superior le acusó de planear, colaborar y consentir como él mismo expone.
Y como ya dije antes Artículo 28 del Código Penal Al cooperador necesario le corresponde la misma pena que a la persona que lo ejecuta, ya que, como hemos visto, también se le considera autor. 🤷
 
Ese señor es profesor de latín , escritor y licenciado en antropología (por ningún lado encontré que fuera la rama forense o criminalista)

Quizá entendería que por eso continuó implicado y se le igualó la condena, porque el tribunal superior le acusó de planear, colaborar y consentir como él mismo expone.
Y como ya dije antes Artículo 28 del Código Penal Al cooperador necesario le corresponde la misma pena que a la persona que lo ejecuta, ya que, como hemos visto, también se le considera autor. 🤷
Falacia ad hominem. Ni siquiera te has leído el informe para poder criticar su contenido. No me interesan tus prejuicios. Buenas noches.
 
Falacia ad hominem. Ni siquiera te has leído el informe para poder criticar su contenido. No me interesan tus prejuicios. Buenas noches.
He llegado hasta el punto que habíamos debatido antes. Y al igual que preferiste zanjarlo, me he planto un párrafo más adelante 🤣 lo siento, para mí su colaboración está clara y para los de arriba, resultó que también.
Que conste que he tenido teorías de terceros implicados, pero él no se libra.
 

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