No sabía donde ponerlo. Os lo cuelgo aquí, como protagonista nuestro gran y único buque escuela JSeC
Carta abierta a Jaime Peñafiel en defensa del honor de Pedro Lapique, comandante del Buque Escuela Juan Sebastián Elcano y persona de acreditado prestigio y señorío.
Señor Peñafiel
El pasado día 24 de este mes de agosto tuvo usted la infeliz idea de de dedicar su artículo semanal “azul y rosa” al buque escuela de la Armada, titulándolo “Cachondeo en el Juan Sebastián Elcano”, en referencia a una jura de bandera que tuvo lugar a bordo y que particularizó en los jurandos Julio Iglesias Preysler y Jacobo Martos Figueroa, escogidos entre los más de cincuenta mozos que juraron bandera aquella mañana.
En aquella época la Ley del Servicio Militar establecía unas particularidades reservadas a los jóvenes que residían fuera de España, de manera que aunque se aceptaba que no cumplieran el servicio militar, sí estaban obligados a jurar bandera en la embajada o consulado más cercano a su lugar de residencia. Para dar más empaque y solemnidad a la ceremonia se aprovechaba el paso del buque escuela para llevarla a cabo en su cubierta, por eso aquella soleada mañana de junio el buque escuela se vistió con sus mejores galas para recibir a estos jóvenes henchidos de emoción y también a sus familiares, de lo que doy fe, pues entonces formaba parte de la dotación del buque como teniente de navío.
La jura de bandera de Miami no fue ninguna excepción, pues para entonces ya habíamos celebrado otras cinco o seis a lo largo del viaje, todas ellas con la misma implicación por parte de los componentes de la dotación y los jurandos, dando lugar a momentos que al recordarlos todavía se me pone un nudo en la garganta, como en el caso de aquel viejo español en Acapulco, que temía subir a bordo, pues era un exiliado republicano de la Guerra Civil afectado por un cáncer terminal, cuyo único anhelo era besar por última vez la bandera de España. Yo era ese día el oficial de guardia, y cuando al fin pude convencerle de que no corría ningún peligro, por mucho que hubiera oído que el Elcano era un trozo de España más donde podía ser detenido, y lo vi embarcar penosamente ayudado por sus hijos, abrazar la bandera y derrumbarse de emoción, confieso que una sacudida eléctrica me atravesó de arriba abajo y en mi garganta se instaló ese nudo que acabo de mencionar.
Señor Peñafiel. Para los que hemos vivido de cerca docenas de momentos como este representa un insulto que se refiera usted a aquella solemne jura de bandera en Miami como un cachondeo, porque le aseguró que no lo fue para los más de cincuenta jurandos ni para sus familiares, ni tampoco para nosotros, los oficiales, suboficiales, cabos, marineros, guardiamarinas y personal civil que, cada uno desde su parcela de responsabilidad, contribuimos a hacer de aquel un día especial para los chicos y sus familiares. Y sí, es cierto que al rebufo de la jura de sus niños, aprovecharon para jurar o rejurar, como en otros muchos casos, personas de fama como Julio Iglesias, su padre, el doctor Iglesias Puga, Rafael Martos, su mujer Natalia Figueroa o Bertín Osborne.
Con todo y con eso, incluyendo personajes famosos, hasta ahí todo estuvo dentro de lo normal, ¿y sabe usted en qué momento comenzó a dejar de ser normal y aquel acto solemne pudo empezar a parecer un esperpento? Pues a partir de la llegada de los más de cien profesionales de la información acreditados, entre los que, por cierto, no le vi a usted que ahora, 33 años después, parece conocer tan bien aquel “sarao”, a pesar de que no estuvo allí. Como tampoco vi a ese otro conocido periodista que firmó una crónica más que destructiva y repleta de detalles aparentemente vividos en primera persona y del que otros compañeros suyos comentaban entre susurros que había preferido viajar a cierta isla del océano Índico en compañía de dos efebos con la crónica del “cachondeo” escrita de antemano. No voy a mencionar su nombre porque falleció hace unos años, y a diferencia de usted, yo sí respeto a los muertos. En cualquier caso, con el paso del tiempo, leyendo eso que usted llama crónicas así como las de otros compañeros de la llamada prensa del corazón, somos muchos los que hemos aprendido a comprender que con gente como usted no importa la noticia, sino el daño que con ellas pueda hacerse en beneficio de lo que ustedes consideran su propio “prestigio personal”.
¿Y sabe qué, señor Peñafiel? No voy a quejarme por ello. Tengo ya muchos años y he aprendido que son las reglas del juego. Sin embargo, ha cometido usted un error que no estoy dispuesto a perdonarle ni siquiera en razón de sus muchos años de edad: ha mencionado el nombre de mi comandante, de nuestro comandante, asociándolo a ciertos comentarios que en absoluto se acomodan a él, aunque para usted parezcan moneda corriente, pero mi comandante, nuestro comandante, un señor de los pies a la cabeza de nombre Pedro Lapique no podrá defenderse, pues quiso Dios llamarlo a su presencia hace ya unos cuantos años, si bien dejó una larga estela de prestigio para que los que le seguimos aguas y aprendimos de su ejemplo recojamos el insulto y no estemos dispuestos a consentirlo.
El Juan Sebastián Elcano es un buque escuela, como su propio nombre indica, lo que quiere decir que todos los situados jerárquicamente por encima de los guardiamarinas que forman el alumnado actuamos como profesores de estos, y de todos nosotros, especialmente en este caso, el capitán de navío Lapique era el número uno, el profesor más importante, y lo era principalmente por su ejemplo de gobierno, de manera que no le tolero que venga usted ahora a pisotear su buen nombre, por muy destripa reinas que se considere. La próxima vez que quiera hablar de mi comandante, le aconsejo que se lave la boca. ¿Sabía usted que bajo su mando el Juan Sebastián Elcano sufrió el peor de los temporales de su historia? ¿Y que sin apenas velamen batió su record de velocidad debido precisamente a la furia de los elementos? Durante dos días con sus correspondientes noches lo vimos y escuchamos dar órdenes en el puente de gobierno hasta superar aquella tremenda fuerza de la naturaleza. No, señor Peñafiel, usted no va a descabalgar con sus abyectos comentarios al capitán de navío Lapique del altísimo lugar que se ganó con su ejemplo y caballerosidad, y que entiendo que no sea capaz de entrever, pues le quedan ambas virtudes muy alejadas.
Acompaño esta carta con las letras que con motivo del solemne acto de jura de bandera escribió Natalia Figueroa, una señora de los pies a la cabeza. Debería leerlas usted, que no lo es ni mucho menos. A ver si se le pega algo.
Se despide de usted sin ningún afecto
Luis Mollá Ayuso
Capitán de navío Retirado
En defensa del CN Pedro Lapique tras el artículo mendaz y desafortunado recientemente escrito por Jaime Peñafiel en OK Diario.