Cuando Carmen Martínez-Bordiú fue un icono de moda en España... Y en Francia: trajes de Ungaro, Scherrer o Lanvin y muchas transparencias
Su vida ha estado marcada por la fama y la tragedia, pero también por asuntos menos graves. De hecho, durante una etapa de su vida cubrió los desfiles para una revista, y llegó a atesorar una importante colección de vestidos de alta costura.
POR PALOMA SIMÓN
26 DE FEBRERO DE 2021
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Carmen Martínez Bordiú (Madrid, 1951) se familiarizó pronto con la alta costura. Se presentó en sociedad con un vestido de seda salvaje con pedrería bordada de
Pedro Rodríguez, el modista favorito de su madre,
Carmen Franco; se comprometió con su primer marido, el
duque de Cádiz, con un modelo rosa con el bajo cuajado de plumas que el diario
ABC describió como "de línea clasica", y que le confeccionó el granadino
Miguel Rueda. Un traje, por cierto, con su historia: tal y como contó en 2003 el periodista
Jaime Peñafiel las plumas no eran de marabú, sino de gallo, y las había comprado la familia durante un viaje a Nueva York. Acabó -desplumado, eso sí- en un ropavejero del Rastro. Y se casó de
Balenciaga, el preferido de su abuela
Carmen Polo. "Estaba ilusionada con mi boda, pero nunca la vi como el cuento de hadas que decía la gente, aunque sí tomé la decisión de que el vestido de novia me lo tenía que hacer Balenciaga", diría ella con el tiempo. El suyo fue el último modelo nupcial que confeccionó el modista, y el único diseño que Carmen no subastó cuando, en 2003, decidió deshacerse de su importante colección de
couture.
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Resulta curioso comprobar cómo la relación entre Carmen y la moda, siempre estrecha, ha ido discurriendo de forma paralela a su devenir sentimental. Así, mientras fue la Nietísima y duquesa de Cádiz vistió de las grandes casas españolas. Pero cuando se instaló en París con su segundo marido, el anticuario
Jean Marie Rossi, empezó a frecuentar los talleres de alta costura de la capital. Algo lógico. Lo hacía más como amiga –durante una época de su vida llegó a desempeñarse como cronista de los desfiles en una conocida revista española– que como clienta al uso. Durante aquellos años Carmen llegó a atesorar decenas de modelos de
Christian Dior,
Lanvin,
Pierre Cardin,
Ungaro –le gustaban especialmente sus vestidos de cóctel– y de
Jean-Louis Scherrer. "Me encantaban sus creaciones, también las de
Yves Saint Laurent o
Givenchy. Era una privilegiada que podía vestir de mis amigos”, nos dijo la hoy duquesa de Franco en 2019, a propósito de un reportaje sobre el regreso del estilo festivo y exagerado de la década de los ochenta. De aquella década de hombreras y colores vistosos a ella lo que más le gustaba eran las transparencias. "Nunca les he visto ese posible aspecto de morbo. Bien desnudo, bien insinuado al trasluz, es bonito", reconoció en una entrevista.
Pero cuando se separó de Rossi y emprendió una relación con el arquitecto italiano
Roberto Federicci, con quien se instaló en la localidad sevillana de Cazalla de la Sierra, Carmen se desprendió de sus vestidos de alta costura, que subastó en una sala en París "a beneficio de sí misma", tal y como recogió
Beatriz Cortázar en las páginas del diario
ABC. "Carmen podría haber tenido el gesto de ayudar a alguna asociación pero ella, que es muy franca, ha declarado que el dinero nunca viene mal y que a nadie le amarga un dulce. La verdad es que con esta venta hace todo un negocio dado que la mayoría de los modelos son prestados por las casas para que los luzca en actos sociales o vendidos a precio de ganga. Es ahora cuando sí les sacará pingües beneficios", publicó la periodista el 30 de mayo de 2003.
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Poco después de la subasta Carmen nos regalaría otra aparición estelar enfundada en un costoso modelo de alta costura: el diseño de
John Galliano para Dior que escogió para ejercer de madrina de boda de su hijo,
Luis Alfonso de Borbón, con la heredera venezolana
María Margarita de Vargas en la República Dominicana. Un vestido muy llamativo, de
shantung de seda morado, drapeado y con una cascada de flores bordadas que Carmen combinó con guantes blancos y la clásica mantilla española. Recibió no pocas críticas, en concreto por los orificios que realzaban el ya de por sí atrevido escote. Por lo demás, la novia fue de
Victorio&Lucchino, los diseñadores sevillanos con los que Carmen trabó amistad durante su etapa en Cazalla.
Separada de Federici y superado un tercer matrimonio fallido con el empresario cántabro
José Campos, con quien contrajo matrimonio religioso vestida de
Christian Lacroix, Carmen emprendió un romance con
Luis Miguel Rodríguez El Chatarrero que se prolongó durante un par de años hasta que conoció a su actual pareja: el
coach australiano
Timothy McKeague. Con él vive feliz en Nazaré, Portugal, uno de los destinos favoritos por los surfistas de todo el mundo, ya que McKeague practica este deporte. La pareja también lee, medita, pasea y está deseando retomar su gran pasión en común, los viajes. La duquesa de Franco no parece necesitar ya los vestidos de Scherrer que tanto le gustaban, aunque quizá sea la etapa de su vida en la que pueda permitírselos con más holgura. Según publicaron diversos medios a la muerte de su madre, Carmen Franco, en diciembre de 2917, la herencia de Carmen y sus seis hermanos ascendería a unos 500 o 600 millones de euros. Pero, ahora que es millonaria, prefiere las mallas a la alta costura. Un hecho que vendría a confirmar que Carmencita, como la llamaban en su juventud, viste según le dicte el corazón. Literal.