Ya, ya, cuando salió elegido fue limpiamente, pero si gana su oponente, hubo fraude. Un demócrata de toda la vida.
En 2016 se confiaron. Hay opiniones en el sentido de que alguna maniobra hubo para favorecer a Hillary, pero pensaban que Hillary ganaría sin mucho esfuerzo. Se llevaron la sorpresa al ver que mucha gente por allí, demasiada, no la quería. Algún medio al día siguiente dijo que durante la noche, según avanzaba el recuento Hillary, incrédula, montó en cólera. Cuando era evidente que perdía las elecciones se negaba a salir y felicitar a Trump, y les costó que se tomase un tranquilizante, fuera de sí.
Para 2020 ya no se confiaron. Prepararon a conciencia un gigantesco fraude electoral.
Tampoco hay que sorprenderse tanto. En 1960 ganó Nixon, pero quien movía los hilos había decidido que tenía que ser Kennedy. A Nixon “no le tocaba aún” y lo aceptó. Trump en 2020 no lo aceptó, y casi hasta el final estuvo luchando por hacer valer la verdad. Lo que le dijeran o con que le amenazasen es ya un misterio para nosotros, la gente común que no podemos ir mucho más allá. A saber que pasó a ciertos niveles.
¿Democracia? ¡Ya!

¿Y arriesgarse a que el pueblo elija a alguien “inconveniente”?
Como Bolsonaro en Brasil, que la segunda vez que se presentó para revalidar su mandato recibió la visita de unos caballeros de EEUU conminándole a que aceptase los resultados que saliesen, semanas antes
Hubo brasileños que se dieron cuenta del fraude en diferentes puntos del país, porque ellos habían votado por Bolsonaro pero en su lugar de votación los resultados daban 0 votos a este y todos para Lula. De nada sirvieron las incipientes protestas. Se preparó una encerrona a unos manifestantes y así se justificó la represión posterior.
Bolsonaro aceptó el fraude y se fue del país.
La democracia y tal.