Quiero compartir algo que me tiene agobiada, pero prefiero hacerlo aquí y no con mi entorno cercano, para no darle más vueltas de las que ya le doy en mi cabeza.
Para dar contexto, llevo 18 años con mi marido, entre noviazgo y matrimonio. Hasta ahora no había tenido grandes problemas con mi familia política porque siempre he preferido hacer mi vida e intentar pasar desapercibida. Sin embargo, hace un tiempo, mi marido y yo ofendimos a un sector de su familia al no asistir al cumpleaños de un nuevo miembro. Soy consciente de que esto sentó un precedente y nos convirtió en blanco de miradas y comentarios. Desde entonces, ya no somos considerados dignos de invitación, pero parece que seguimos en boca de todos y que cada uno de nuestros pasos es analizado minuciosamente.
Siento que llevo un par de años siendo el blanco de sus críticas. Mi pareja y su familia directa no reciben tantos dardos como yo, aunque no tengo pruebas, tampoco tengo dudas de que soy el principal objetivo.
Para agregar un poco más de contexto sobre mi familia política: hace unos seis años, dos de mis cuñados se separaron, cada uno con sus razones. Uno por infidelidades mutuas, el otro porque la mujer decidió irse, llevándose consigo a su hija adolescente. Esa adolescente es ahora la madre que se sintió ofendida por nuestra ausencia en el cumpleaños de su primera hija. Durante esas separaciones, me di cuenta de la dinámica familiar: un nivel de crítica implacable, sacar trapos sucios y manipular versiones según la conveniencia del momento. El nivel de hipocresía que vi entonces me aterrorizó, y supe que tarde o temprano llegaría mi turno en el centro de sus miradas.
Cuando me convertí en madre de un niño precioso, intenté mantenerme fuera del radar familiar. Pero no funcionó. Mi familia política tiene rasgos nórdicos: son blancos, rubios y de ojos azules. Mi hijo, en cambio, es moreno, con cabello negro y ojos avellana. Desde su nacimiento, han examinado cada rasgo suyo, buscando algo que les confirme que “es uno de ellos”. Al principio, los comentarios eran “dulces” pero cargados de ironía: “El niño es muy guapo, se parece a su madre”, “No sacó nada del padre, es un calco de su madre”, “Es muy mezclado, pero se parece a su madre”, siempre dicho con un tono condescendiente y un aire de superioridad.
Todo empeoró tras el conflicto con la nieta mayor de mis suegros y nuestra decisión de no invitarla a los últimos cumpleaños de mi hijo. Desde entonces, estamos en el ojo del huracán. Como no me pueden criticar mucho por mi vida, ya que me he esforzado por mantenerme al margen (ni redes sociales, ni grupos de WhatsApp, ni lazos estrechos con ellos), han enfocado sus comentarios en mi hijo, a pesar de que hay otros nietos que tampoco se parecen a ellos.
Mi suegra ya no disimula. Desde el verano lanza dardos directos: “Dicen que no se parece a nosotros”, “El niño no tiene nada de mi hijo”. Y se encarga de recalcar cómo todos sus hijos son “guapísimos, de ojos azules y rubios”. En una comida reciente, sus comentarios me molestaron tanto que decidí hablarlo con mi marido, pero eso solo ha generado un distanciamiento entre nosotros. Aunque él diga que no pasa nada, la semilla de la discordia ya está plantada.
Me siento agotada, como si estuviera a un paso de mandarles al demonio. Siento que buscan provocarme y eso me tiene en un punto de quiebre. ¿Qué opinan?