A un juez competente no le importa si la madre era guapa, buena bailarina, tenía mucha vida sexual, quiere dinero con la demanda, es más astuta que el padre, etcétera. A un juez competente solo le interesa si se prueba que esas dos personas (Julio y María Edite) tuvieron relaciones en las fechas de la posible concepción. Una vez se prueba ese punto con fotos, pasajes de avión, reservas de hoteles, cartas, testimonios o lo que sea, ordena la prueba de ADN. Y el ADN es concluyente: si es su hijo, el demandado tiene que asumir la paternidad. Si no, la otra parte asumirá las costas judiciales, incluyendo las del demandado. Y lo mismo: importa poco y nada cómo se dió la relación entre ellos. Lo que importa es el hecho biológico e incuestionable: es su hijo o no.
Si no se hace la prueba ordenándosela un juez se llama desacato a la autoridad y aceptación implícita de la paternidad. Todos los abogados lo saben cuándo llegan a ese punto, así que Julio no puede hacerse el inocente frente a las consecuencias de su accionar.
Lo defienden un montón, cuando el tipo siempre ha hecho gala de cogerse a todo lo que se le cruce, tiene dinero más que suficiente para afrontar varias paternidades más y sabía muy bien las consecuencias de negarse a hacerse la prueba.