Me encantaría tener una mansión viejuna, con el jardín lleno de matojos y aspecto de abandono total, y en el sótano, gigantesco, un montón de columnas de cemento en las que encadenar a todos los hombres heterosexuales que me han jodido la vida, desde la niñez hasta la actualidad. Incluidos aquellos que ya han muerto.
Me encantaría bajar todas las tardes a mi sótano, relajada y canturreando, y elegir a cuál torturar hoy. Me encantaría descubrir nuevas formas de tortura: meterles cangrejos vivos por el culo, clavarles bajo las uñas palillos contagiados de lepra, hacerles comer cristales, reventarles el bazo a patadas, colgarlos del cuello dejándoles la punta de un pie tocando tierra... Yo creo que sobre la marcha se me irían ocurriendo muchas.
Conforme fueran muriendo (a lo largo de los años, porque alargaría su agonía hasta el infinito), los congelaría, luego los haría rodajas y las utilizaría para dar de comer a los que quedaran vivos y también a mis caniches gigantes, Chip y Chop.
Con los huesos de la columna vertebral me haría bonitos muebles para mi mansión, mesas de té, cómodas, lámparas, apliques para el pasillo, y con las calaveras, ceniceros y divertidos juegos de bolos, todo lo cual podría vender después en la deepweb por una auténtica pasta.