Una brigada de voluntarios que entregan comida en Catarroja desde el paso de la dana describe tres meses de necesidades, desesperanza, falta de coordinación política, mucha solidaridad y muchas lágrimas
El puesto de entrega de bocadillos de los voluntarios de Muro de l'Alcoi en Catarroja atiende a los soldados de la UME
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Felip Vivanco
Catarroja (Horta Sud, Valencia)
29/01/2025 05:00 Actualizado a 29/01/2025 17:53
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“Si le quedan bocadillos de pisto caliente, ¿me puede dar dos por favor?” Tres meses después del diluvio salvaje, nadie ha limpiado la fachada de la parroquia María Madre de la Iglesia en lo que queda de
Catarroja, ciudad de la comarca de l’Horta Sud, ahora mismo un submundo a solo 8 minutos de València.
“El día después, esto era Gaza, pero sin bombas”, recuerda una vecina. El agua se lo llevó todo, el futuro más inmediato incluido. La riada dejó su marca: la destrucción absoluta, el fango como plaga bíblica y una línea de arena fina de más de dos metros de altura. Hasta ahí llegó la inundación. El maestro Raimon ya lo cantaba: “
Al meu país la pluja no sap ploure”.
El 'Infierno' de Dante a 8 minutos de València
“El día después, esto era Gaza, pero sin bombas”, recuerda una vecina. “Era Siria, Somalia”, añaden otros
El pasado sábado chispeó justo cuando los bocadillos de sofrito, de lomo, de pechuga de pollo, de tortilla de patatas y de queso ya se habían acabado a tocar del mediodía. Quince sacos de barras de pan, sándwiches ya preparados, cuatro peroles de pisto,
kilos y kilos de carne. La brigada está muy bien organizada. Los que cortan el pan, Montse; la que ponen aceite y remueve el pisto, Alicia; los que montan los bocadillos, María y Santi; los pinches que les llevan la carne humeante...
Solo en catarroja, se han recuperado más de 14,000 coches listos esperando a la chatarra
Manuel Bruque / Efe
“¿De verdad que no os queda pan, por favor?”, lamentan los últimos de la fila. “Nos queda pollo y lomo caliente, si quiere se lo envolvamos en papel de plata”, responden Nea y Sara, madre e hija. Detrás de ellas, todavía humeando, las tres planchas sacando chuletas sin parar durante horas. Los tres parrilleros -Benjamín, Quique y Jordi- van girando los cortes de carne con garbo de masterchefs, aunque se ganen la vida muy lejos de los fogones.
“Se necesitan 55 bocadillos para los del ejército”, vocea Nando, un teniente de la brigada cárnica antes de que lleguen en un rato
los soldados de la brigada
de verdad, miembros de la UME, que siguen sacando barro.
Los voluntarios de Muro que han repartido muebles en Catarroja han montado 33 cocinas en los tres últimos meses
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Al final, la gente se lleva la carne sin pan, después de tanta cola. Algo es algo… Deambulan por la plaza como en la fila, uno detrás de otro: sin hablar entre ellos, con la cabeza gacha, entre la vergüenza y la desesperanza. “Sí, ya hay dos supermercados abiertos, pero con qué dinero vamos a comprar si no tenemos”, lamenta una señora sin nombre y ojos acuosos tras las gafas de sol, en una fila que se forma después de la de los bocadillos y que no se mueve porque nadie llega.
“Van a traer huevos”, dice un señor. “Mantas y sábanas”, cuentan un poco más atrás. “Cacerolas”. “Muebles”. Nadie se mueve. “Yo nunca pensé que haría cola para pedir comida. Mi madre entró en shock y no ha venido ni un día”, recuerda Glenda Daane, profesora de inglés y voluntaria en la iglesia.
Esperando a Godot
Además de la cola de los bocadillos que organizan voluntarios de Muro, hay otra de gente que espera sábanas... no llega nadie
Más de 90 días después de la dana, Catarroja es el escenario de una tregua, de un alto al fuego. Camiones militares, excavadoras, grúas, comercios desventrados, bajos desnudados sin puertas y con las losetas arrancadas. Los carteles a fuera de los comercios oscuros abiertos para que se ventilen dan una mínima idea de tres meses en las que los vecinos han pasado las de Caín: “
Ni vida, ni llum, ni servicis. Comerç en perill de mort”.
Al comercio, una tienda de ropa, ya no hay quien la salve: ya le han hecho la autopsia. ¿Causa de la muerte? Abandono, desidia de las autoridades. Parafraseando a nuestros poeta. “
Han passat tres mesos, han passat moltes coses» (Vicent-Andrés Estellés). «
Plagués a Déu que mon pensar fos viu e que no passàs ma vida en torment» (Ausiàs March).
Muchas viviendas y locales de Catarroja aún siguen así tres meses después del diluvio, desnudas o con las persianas desventradas
Miguel Lorenzo
Al tercer día después de la dana, según las Escrituras, una farmacéutica llamada Marisa Fitor, de Muro de l’Alcoi (El Comtat, Alicante) llenó un coche de materiales sanitarios de toda clase, silla de ruedas incluida. Lo que tenía. Enfiló el camino a València.
Mea culpa
Fuentes gubernamentales reconocen que la coordinación entre poderes “fue un desastre el primer mes, un desmadre”
“En Paiporta había muchos coches que querían entrar, también en Albal, así que entré en Catarroja, pasé cinco controles pero como iba con la bata me dejaron pasar. Cuando descargué el material –recuerda con emoción- una señora vino y me preguntó: ‘No habrás traído pan. Llevamos cinco días sin comer pan. Tengo hambre’”.
Los vecinos siempre van con bolsas y carritos para cargar todos los alimentos y enseres que puedan los días de reparto
Fitor le prometió que al día siguiente traería. Llegó con 300 barras pagadas de su bolsillo, luego empezó la colaboración de unos y otros y las llamadas incesantes, casi siempre infructuosas, a las autoridades. “Iba todos los días y no volví a la farmacia hasta finales de diciembre, mi hermano estaba al cargo”, rememora.
Según cuentan muchos vecinos, algunos suministros que llegaron eran pura basura: contenedores de melones podridos, lechugas pero no carne ni pescado. Otros camiones llegaban con comida caducada, pero se la llevaban igualmente. “Después de las panaderías, nos ayudaron los supermercados de Muro y trajimos fiambre, huevos. La gente lloraba y nos abrazaba porque sólo comían arroz y leche con galletas”, relata Fitor, que ya es conocida como Marisa de María Madre, el nombre de la parroquia.
“Después de las panaderías, nos ayudaron los supermercados. La gente lloraba y nos abrazaba: solo comían arroz y leche con galletas”
Marisa FitorVoluntaria
A mediados de noviembre pidió ayuda a amigos del pueblo porque las empresas de catering de un inicio ya no llegaban tan asiduamente. Mientras, las autoridades no reaccionaban, enfangadas en disputas, como si la zona cero fuera El Ventorro y no la gente deambulando como zombies. “Es verdad, el primer mes fue un desastre, un desmadre”, confirma una fuente muy cercana a una de las máximas autoridades políticas de la capital.
“Era como si el pueblo fuera un escenario de
The Walking Dead”, recuerda Daane. “Cuando entré el primer día parecía Siria”, musita Fitor. Su terapia ha sido llorar y llorar cuando dejaba la localidad y se paraba en el arcén. Ante ella, barreras jersey de cemento partidas por la mitad por el efecto del agua y un cementerio de coches, apilados de tres en tres en una hilera interminable. La terapia de muchos voluntarios ha sido, irremediablemente, ir al psicólogo porque, como en la película de Liam Neeson, caminaban sobre tumbas.
La opinión casi unánime de los vecinos es que la parálisis política ante la tragedia fue enorme. En la imagen el presidente Mazón
Biel Ariño /EFE
“La noche de la Dana, sobre las cuatro de la mañana, los primeros que llegaron a Catarroja fueron los ladrones. Sí, los ladrones, arrasaron con todo lo que pudieron en los supermercados, jamones, televisores, hasta las máquinas de crossfit de un gimnasio”, cuenta Glenda. “La brigada de José Andrés llegó antes que el ejército”, afirma con ironía.
La noche de la Dana, los primeros en llegar a Catarroja fueron los ladrones: se llevaron jamones, teles, máquinas de gimnasio”
Glenda DaaneProfesora y voluntaria
Además de la brigada de los bocadillos, los voluntarios de Muro han traído regularmente camiones de muebles. Empresarios y ex empresarios como Prato, José Luis Pérez o Manolo Porta han conducido o dejado sus vehículos grandes. En todas estas semanas han amueblado 33 casas y equipado cocinas en aquellas casas cuyas paredes estaban secas. “Diles a tus padres que tienen que están muy orgullosos de ti”, le dicen a Tomàs, 22 años, en su primera visita a Catarroja.
La humedad es el mal de muchas casas y bajos: hasta que no se sequen las paredes todo es provisional
Propias
En las casas, los vecinos son solidarios, si solo les hace falta un colchón, avisan que los vecinos de al lado necesitan dos. También ha habido peleas y tumultos cuando una furgoneta repartía sobre de serrano que valen un euro. Como una escena de un camión del Acnur en un país depauperado. “Por momentos Catarroja era Somalia”, recuerda Fitor. “Sábado tras sábado, la situación te deja sin piel”, recuerda Benjamín, el masterchef de las pechugas de pollo.
Algunas de las escenas que cuentan los voluntarios son dantescas, gente mayor, sin hijos, sin seguro, viviendo en bajos con una humedad absoluta, sin apenas nada. Ecos de Dickens, del barrio hediondo de Offal Court donde vive Tom Canty, el niño mísero de
Príncipe y mendigo de Mark Twain. Imágenes de
Los Miserables de Victor Hugo: “El cuchitril (de los Jondrette) era abyecto, sucio, fétido, infecto, tenebroso y sórdido. No había más muebles que una silla de Paj*, una mesa tullida y unos cascos de loza vieja”.
Viaje al siglo XIX
Los voluntarios que reparten muebles y montan cocinas hablan de gente mayor que vive en condiciones dickensianas
Arrabales de París y callejuelas de Londres del siglo XIX. Calles de Catarroja del siglo XXI. “Sí, hay ayudas que están llegando, pero tenemos la sensación de que estamos abandonados”, se oye por la calle. “
Només el poble salva al poble”, se lee en un cartel escrito a mano.
La brigada de cocina ha limpiado todo. No ha quedado nada. Sólo las migas del pan cortado. El equipo de reparto de muebles descansa de tanto ajetreo. Sólo queda lavar los platos en el lavadero del humilde patio de la iglesia, donde el párroco oficia un bautismo. “Oremos hermanos”. La vida que se abre camino como puede.
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SALVADOR ENGUIX
Antes de la partida, con el corazón compungido, a la entrada de la avenida Múrcia, dos señales juntas que hunden el ánimo y que apuntan al cementerio y a Hacienda. Las dos cosas imprescindibles en la vida (la muerte y los impuestos) están en la misma dirección y de las que ahora mismo, en Catarroja nadie quiere pronunciar. La cola de los huevos, las cacerolas, las mantas y las sábanas sigue estoica y ordenada, pero no llega nadie.
Decenas de miles de coches destrozados se han repartido por varias comarcas (en la imagen, un descampado de Picassent)
José Manuel Vidal /EFE
La gente empieza a hablar de que es un bulo, algunos se marchan. Esperando a Godot a un tiro de piedra de la València de los turistas y de los anuncios que la pintan como un paraíso como Abu Dabi o Dubai. Los voluntarios siguen sacando barro: “
M’aclame a tu mare de Terra sola / arrape als teus genolls amb ungles brutes”, escribe Estellés. En el linde del término municipal un último mensaje atado a una reja: “
Molts ànims”. Que no falten.