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Prince: antología de momentos delirantes
Publicado por Emilio de Gorgot
Prince recogiendo unas flores para añadirlas a su pantalón. (Foto: Corbis)
Prince. El Artista. El Símbolo.
His Royal Badness. O sencillamente «Él». Fue el hombre cuya genialidad marcó una época a nivel musical, de eso no hay duda. Pero también fue el hombre que se comportaba de manera embarazosamente extraña en las entregas de premios, que concedía entrevistas en plan gurú, que sacaba de quicio a
Kevin Smith y que pretendía conseguir dromedarios a las tres de la mañana en pleno invierno de Minnesota, sin entender por qué sus empleados le aseguraban que tal cosa resultaba imposible. El hombre que ha dado colorido al
show business con algunas salidas de tono altamente hilarantes, de las que vamos a hablar aquí.
Por si acaso, no piensen ustedes que ponerme a narrar algunos momentos delirantes de Prince significa que no siento una enorme admiración por su trabajo. Hubo un tiempo, de hecho, en el que
Prince Roger Nelson era lo máximo para algunos de nosotros, jovenzuelos que todavía estábamos en el colegio. Sé que algunos lectores ni siquiera habrían nacido por entonces y quizá en pleno 2015 resulte más difícil de entender, pero Prince era, y con razón, el epítome de artista rompedor. Durante toda una década, entre 1982 y 1992, adoptó un papel único en la industria musical. De entre todos los artistas que fabricaban éxitos masivos en el
mainstream, Prince era el que con mayor atrevimiento recogía y hacía suyas tradiciones musicales que parecían haberse difuminado en el olvido, durante aquella apoteosis del pop fabricado en serie a la que llamamos Años Ochenta. Su habilidad para respetar el legado de sus ídolos mientras moldeaba un estilo absolutamente personal suscitaba asombro y admiración.
En el pódium de los artistas de éxito no faltaba el talento, claro. En aquellos mismos años
Michael Jacksonreinaba en las listas gracias a un disco tan inatacable como
Thriller, que se escuchaba en TODAS partes. El encumbramiento de Jackson fue absolutamente merecido; al contrario de lo que sucedía con otros productos masivos de la época, su éxito venía precedido por una carrera tan precoz como sólida y nadie podía dudar de su talento. Además, un disco como
Thriller era un artefacto tan poderoso que difícilmente se le podían poner reparos: incluso hoy, si alguna vez me da por escucharlo, me sorprende lo extraordinario de su inspiración. Sin embargo, le faltaba algo. Era puntero en lo musical, pero no llegaba a producir la sensación de estar en el filo. Y no es que Jackson no tomase sus riesgos, al contrario, fue pionero en bastantes cosas. Aquel largo
videoclip de «Thriller» que era casi como una pequeña película fue un alarde que triunfó por todo lo alto y marcó una pauta a seguir, sí, pero que bien podía haberle salido completamente al revés. Imaginen que el público hubiese decidido tomarse el experimento a pitorreo. Con su voz atiplada y su físico delicado, Jackson no era
Gary Cooper precisamente, aunque con el maquillaje de zombi fuese terrorífico. En fin, a todos nos gustaba su música pero su figura resultaba demasiado inofensiva, porque sabíamos de dónde venía y quién era: el pequeño Michael de los
Jackson 5, alguien a quien el público había visto crecer. Los posibles aspectos oscuros de su personalidad todavía no se nos pasaban por la cabeza —como mucho se le atribuía alguna paternidad— y en el fondo era como uno más de la familia. No digo que un artista deba necesariamente tener una imagen afilada, pero tampoco puede negarse que en el ámbito de la música juvenil eso siempre constituyó un aliciente extra. Hoy la idea se antoja increíble, pero a principios de los ochenta Michael Jackson no nos parecía
tan raro.
Prince, en cambio, era como su reverso tenebroso. Más vanguardista, más atrevido. Iba más lejos en lo musical, en lo visual y en lo conceptual. Combinaba la sonoridad típica de los ochenta con estilos como el
funk, que estaba en horas bajas (al menos en su versión más primitiva y auténtica) y el
rock guitarrero, al que la crítica más
hipster ya había empezado a mirar con desprecio. Su música era como el resultado de mezclar a Michael Jackson con
James Brown,
Sly Stone,
Jimi Hendrix y los
Beatles. Una combinación inverosímil pero que él hacía funcionar. Prince se salió con la suya. Ya en 1979 tuvo cierto éxito con su segundo disco, llamado simplemente
Prince, pero la explosión llegó en 1984 gracias a la banda sonora de su primera película,
Purple Rain. Con los sencillos superventas de aquel disco («Purple Rain», «Let’s Go Crazy», «When Doves Cry», etc.) alcanzó cotas de éxito que lo situaban como competencia directa del rey Jackson. Además, el giro que Prince había dado hacia un sonido más pop (en sus inicios era más
funk) ayudó a hacer su música accesible para un amplísimo público.
La gran diferencia entre los dos artistas consistió en que Prince no se durmió en los laureles. Ambos pegaron un pelotazo con esos respectivos discos, pero mientras Michael Jackson tardaba cinco años en grabar la continuación de
Thriller, devanándose los sesos para no defraudar a sus millones de seguidores y entrando en una espiral cada vez más obsesiva de inseguridades, Prince dejaba fluir alegremente su creatividad sin importar adónde lo llevase. La disparidad de actitudes era muy notable. En el tiempo que Jackson empleó para editar solamente tres álbumes (
Thriller,
Bad y
Dangerous) con ayuda de compositores a sueldo, Prince publicó nueve, todos ellos éxitos compuestos por él mismo. A Michael Jackson le aterrorizaba que el público pudiese no entender cada nueva obra y por eso se tiraba años rumiándola. Pero eso a Prince no parecía importarle. Él, de hecho, iba por delante de su público. No solamente no ponía fácil que los oyentes le entendiesen, sino que casi los obligaba a seguirle el paso a marchas forzadas. Y durante aquella década siempre lo consiguió. Estaba en estado de gracia. No en vano la prensa empezó a llamarlo «el genio de Minneapolis», y no me refiero a algún artículo concreto escrito por un crítico entusiasta; era un apelativo generalizado. Prince estaba situando el listón creativo del
pop-rock a nuevas alturas.
Para quienes éramos unos chavales por entonces, una de las mejores cosas de la radio y la televisión era esperar cada nuevo disco de Prince. La televisión solía emitir videoclips entre un programa y otro, en horario familiar (tus padres no cambiaban de canal porque no había más opciones). Casi siempre eran vídeos de los artistas más vendedores del momento, y se repetían bastantes veces a lo largo de algunas semanas. Algunos de aquellos artistas
mainstream eran interesantes, como
Queen, aunque los puristas nos recordaban —con razón— que sus mejores discos databan de los setenta. Pero bueno, siempre estaba bien ver a
Freddie Mercury y compañía. También había mucho clip de
Phil Collins y
Madonna, durante los cuales, por lo menos yo, aprovechaba para ir a la nevera a comer mortadela con mantequilla o esas cosas que comemos los hombres cuando estamos en estado larvario (grasas, carne roja, madera, yeso de las paredes, ¡lo que sea!). Pero, ¡ah!, cuando se editaba un nuevo disco de Prince y se estrenaba su nuevo videoclip, sabías que iba a cambiarte la existencia durante semanas. No diré que sus discos fuesen perfectos, pero ¡joder!, sus canciones de presentación siempre te dejaban descolocado. Vean la racha de impresionantes
singles que siguió a
Purple Rain: el disco
Around the World in a Day llegó precedido por la increíble «Raspberry Beret». El siguiente álbum,
Parade, tenía como principal
single la todavía más increíble «Kiss» (¡Esa forma de cantar! ¡¡Ese solo de guitarra!!).
Sign o’ the Timesse anunciaba con la canción homónima «Sign o’ the Times», tan impresionante como las anteriores.
Lovesexyhacía lo propio con «Alphabet St.». La banda sonora de
Batman nos golpeaba con «Batdance» y «Partyman». Y aunque a partir de ahí su música empezó a perder filo, siguió fabricando
singles que nos obligaban a prestar atención: «Cream», «Sexy MF», «Peach», etc.
Prince en la película
Purple Rain. Imagen: Warner Bros.
En resumen: si descontamos el
rap, Prince fue el primer estandarte en la vanguardia de la música negra, al menos de la que triunfaba en las listas. Solamente
Terence Trent D’Arby pareció disputarle ese puesto con su primer álbum (
Introducing the Hardline According to Terence Trent D’Arby), pero su segundo disco, pese a su calidad, fue ignorado por una crítica y público que no perdonaron que se atreviese a abandonar su pegadizo
soul-pop. Ya sin rivales en el horizonte y tras gobernar durante toda una década, Prince se acomodó y las nuevas olas musicales (
grunge, fusión, etc.) lo adelantaron por la derecha, haciéndolo parecer repentinamente pasado de moda. Seguro que las nuevas generaciones ya han perdido el interés por su figura («Ah, sí, Prince es el tipo que hace esa música de ascensor que le gusta a mis padres»), pero algunos de nosotros siempre lo consideraremos uno de los más grandes. Porque lo es. Tremendo compositor, tremendo cantante, tremendo guitarrista, tremendo bailarín, tremendo
frontman.
Además era una figura incómoda para los sectores conservadores. Fue una canción suya, «Darling Nikki», la que provocó la fiebre censora en el negocio musical estadounidense, con aquel PMRC comandado por
Tipper Gore (esposa de
Al Gore y mujer que hubiese hecho un perfecto equipo con
Rajoy y
Cospedal To The Metal). En los años más desquiciados del infame reaganismo, el s*x* en la música quedaba relegado para grupos marginales… pero cuidado con hacer referencias explícitas en discos comercialmente exitosos. Y Prince, claro, las hacía. Uno podía llevarse las letras de Michael Jackson al colegio y ningún profesor de inglés hubiese levantado una ceja, sin embargo Prince era otra cosa. Como descubrió Tipper Gore el día que compró el disco
Purple Rain para su hija y descubrió que, ¡horror!, una de las canciones hablaba de s*x*. Y no de s*x* dentro del matrimonio para concebir una lozana nueva generación que después enviar a invadir Irak, no, sino de pecaminosa mas***bación. Aquello inició una alocada carrera política y judicial por intentar levantar muros a la libertad de expresión. Lo más divertido de todo es que mientras músicos como
Frank Zappa peleaban sin cuartel contra aquella corriente censora, Prince, que la había originado, reaccionó en su mejor estilo. Esto es, ignorando todo lo que no estuviese en la órbita de su ombligo. Prince era Prince. Nunca se esperó verlo declarar en un comité del Congreso. Y claro, no lo hizo. De hecho casi no concedía entrevistas y mantenía un aire enigmático que, al menos por entonces, le funcionaba de maravilla. En aquellos años previos a la era Twitter uno podía imaginar fácilmente que sus ídolos eran gente cabal. Y Prince no lo era, pero suponíamos que sus aires de grandeza, su extravagancia y su enorme ego formaban parte del espectáculo. Y bueno, vistos hoy, sabemos que simple y llanamente Prince se comporta así porque siempre fue así. Sus ínfulas y extravagancias tienen un punto ingenuo que llega a resultar entrañable. ¿Sabe realmente Prince cómo es percibido por el mundo? La respuesta es: ¡No! Ni falta que le hace.
Así que quienes ignoran a Prince no se están perdiendo solamente su legado musical, un puñado de canciones que llegan a provocar adicción, sino también el peculiar microcosmos de un artista infinitamente pagado de sí mismo que vive en una torre de marfil, a años luz del individuo común. Prince, de hecho, ha producido muchos momentos verdaderamente psicodélicos sin necesidad de hacer nada excepto limitarse a ser él mismo. Es decir, hoy ya hemos descubierto que Michael Jackson era un tipo extraño, pero lo era de un modo inquietante y más bien deprimente. A nadie le hace demasiado feliz indagar sobre ello. A mí no, por lo menos. Pero Prince es como el personaje secundario de alguna serie. Es como el Sheldon Cooper del
rock. Pura comedia involuntaria. Está completamente en las nubes, no es consciente de ello ni por un segundo, ¡y eso es maravilloso! Repasemos pues algunos de los momentos cumbre de esa forma de vivir y de relacionarse con el mundo a la que podríamos llamar, por qué no,
Being Prince:
Cuando Prince le encargó un documental a Kevin Smith
Les confieso que no soy el mayor seguidor de las películas de Kevin Smith. Me gustan algunas, otras me dejan indiferente, y en general puedo vivir sin ellas. Cuestión de gustos. Pero eso no impide que me interese mucho su figura y no necesariamente por su trabajo como director. Por ejemplo, me encantó su impresionante cameo en
La jungla 4.0. Aquella breve aparición fue, al menos para mi gusto, lo mejor de la película. Se merendaba sin problemas a
Bruce Willis. También me gusta recordar aquella vez que apareció en las noticias formando parte… ¡de una protesta católica en contra de su propia película! O sus constantes pullas a
Tim Burton, del que se mofa cada vez que tiene oportunidad. Pero sobre todo, si Kevin Smith me parece uno de los individuos del negocio al que de verdad merece la pena prestar atención, es por sus conferencias en universidades y similares, que son una verdadera joya. Es ahí donde nos da lo mejor de sí. Kevin Smith es rápido de mente y muy ingenioso, pero sobre todo tiene un don especial: sabe cómo contar una historia. Es capaz de convertir cualquier anécdota intrascendente en un espectáculo, simplemente con su forma de estructurar el relato, y así mantener a un público hipnotizado durante largo rato mientras narra las historias más estúpidas imaginables. Lo dicho: tiene un don. Y claro, qué mejor anécdota que el día que Prince lo llamó para que rodase un documental. Gracias a Kevin Smith tenemos una de las más descojonantes descripciones psicológicas de Prince que encontrarán jamás por ahí. Iba a comentar este vídeo al final del artículo, como colofón, pero creo que define tanto al personaje que les ayudará a entender mejor las siguientes anécdotas. Háganme caso, búsquense un rato libre y véanlo, porque no hay mejor aproximación teórica a los esquemas de pensamiento de nuestro iluminado favorito. Bienvenidos al universo Prince:
Cuando Prince desvarió en un concierto de James Brown y se fue a tomar por **** con una farola
Disculpen los asteriscos, pero es que no hay otra forma de describir este glorioso momento. Todo sucedió durante un concierto de James Brown, que invitó a pisar el escenario nada menos que a Michael Jackson y Prince. Algo histórico, sin duda. Primero salió Jackson, que durante apenas un minuto cantó y bailó en su típico estilo, para delirio del público. Hasta aquí, todo bien. Después Brown empieza a decir por el micrófono: «¡Prince! ¡Prince!», reclamando a nuestro amigo, que estaba en algún rincón del recinto. Y bueno, Prince hace una aparición completamente apoteósica. Llega al escenario a hombros de su guardaespaldas, un tipo con pinta de Papá Noel motero. Después se cuelga la guitarra y toca unos cuantos compases haciendo algún arreglo en plan «Soy Prince, mirad cómo molo». Después, aunque adopta una postura de seguir tocando la guitarra, no lo hace y entra en una especie de trance durante el cual, seguramente, se da cuenta de que es Prince y de cuánto le gusta ser Prince. Extasiado, se quita la chaqueta, se acerca al micro para cantar… y no canta, pero efectúa un par de pasos de baile en plan acrobático. Vuelve a acercarse al micrófono —segundo intento— y tampoco esta vez canta, pero lanza una especie de berrido que suena, literalmente, como
Axl Rose depilándose las ingles a la cera. Después sigue con su numerito de arrebatamiento en plan
santa Teresa puesta de MDMA, hasta que llega el momento cumbre: se acerca con actitud vacilona a una farola que forma parte del
atrezzo escénico, intenta usarla para un baile en plan
Gene Kelly… y, claro, descubre que las farolas de adorno no están atornilladas al suelo como las de la calle. Su espectacular salida del escenario, agarrado a la farola falsa que cede y le hace desaparecer repentinamente entre el público, es algo tan desastrosamente molón que solamente podría haberle sucedido a él. Desde luego este tipo sabe cómo montar un
show con prácticamente nada. Vean a Prince en Su Salsísima:
Cuando Prince fue para MOLAR (a su manera) en los American Music Awards
Si 1984 fue el año de Prince por antonomasia gracias al apoteósico éxito de
Purple Rain, 1985 fue el año de Prince gracias a los premios, que le llovieron a chaparrones. Eso no constituyó una sorpresa para nadie, porque en aquel momento era sencillamente el rey. Por ejemplo, barrió en los American Music Awards y a nadie se le ocurrió discutir la justicia de su encumbramiento. Pero claro, él era Prince. No podía asistir a una entrega de premios y mostrar una actitud de persona medianamente normal. Eso hubiese sido como pedirle a
Frank Sinatra que actuase en chándal. Así que preparó cuidadosamente una imagen con la que epatar al mundo, y en esa imagen entraba todo: desde su atuendo hasta sus reacciones ante las nominaciones y los premios. No defraudó. Para empezar se presentó con un tocado digno de
Mata Hari, el cual solo dejaba ver uno de sus ojos. Había adoptado la imagen de
Sly Stone en su etapa más salida de madre, pero llevándola todavía más al extremo.
Sentado en las primeras filas, sobreactuó de una manera que él consideraba enigmática y misteriosa, pero que resultaba increíblemente cómica. Durante la presentación del primero de los premios importantes a los que aspiraba, y como es habitual en estos casos, la cámara enfocó los rostros de los nominados. Y, bueno, el plano de la cara de Prince mostrando una expresión de Artista Imperturbable Al Que Le Resbalan Los Premios fue tan, tan apoteósico, que ni siquiera los locutores pudieron evitar soltar una carcajada. Ganó el premio, claro, y salió al estrado acompañado de su banda para decir un escueto «Muchas gracias». Durante la segunda nominación los realizadores habían aprendido la lección y no enfocaron su rostro (¡¡lástima!!). Volvió a ganar. Salió al escenario de la mano de su guitarrista
Wendy Melvoin y esa vez ni siquiera se molestó en hablar, siendo Wendy su Portavoz Ante La Plebe. Después, tras otro premio, Prince finalmente decidió comunicarse y soltó un entrecortado discursito filosófico de unos tres renglones mientras adoptaba su mejor y más hilarante pose de Artista Tímido, Complejo y Misterioso. ¿El resultado? Puro espectáculo, claro. Como debe ser. ¿Quién coxx quiere ver a gente normal en entregas de premios? Es más, ¡Prince debería recibir un premio todos los años! Solo para que podamos ver su reacción.
Cuando Prince [casi] se emocionó en los Óscar
El aluvión de premios de 1985 incluyó también el Óscar a la mejor canción, que ganó, con justicia, por la consabida «Purple Rain». En esta ceremonia, sin embargo, Prince tenía planes distintos. Decidió no mostrarse indiferente ante los premios concedidos por Los Inferiores, sino todo lo contrario. Ataviado con su mejor capa
jedi de lentejuelas, recibió su estatuilla con una actitud que solamente puedo describir diciendo que por lo visto le había invadido el espíritu de
Judy Garland. De hecho, estoy completamente convencido de que se esforzó todo lo posible por echarse a llorar —o al menos por hacer algún puchero— durante su discurso de agradecimiento. Pero no lo consiguió. Es muy probable que los Óscar le importasen lo mismo, o menos, que los American Music Awards (él debía de pensar que todos aquellos premios eran merecidos así que, ¿para qué molestarse en distinguir unos de otros?), pero así era él: tenía una actitud prefabricada para cada ceremonia. En todo caso lo único que consiguió fue comportarse como una tímida colegiala a la que acabasen de entregar el premio a la mejor delegada de curso, demostrando que es tan mal actor como ya habíamos podido comprobar en su película. Pero lo importante es que, sin necesidad de grandes aspavientos, legó a la posteridad otro instante de alocado divertimento:
Cuando Prince concedió LA entrevista
Aprovecho el hecho de dirigirme a ustedes desde Mi Atalaya Mediática (Oh Dios, ¡tanto material de Prince está empezando a afectarme!) para aclarar un concepto importante. Las entrevistas se dividen en dos tipos. El primer tipo es la entrevista convencional en la que un personaje comparte con nosotros su visión del mundo. El segundo tipo es LA entrevista con Prince, en la que Él desciende a la esfera terrenal para iluminarnos con sus ideas y seducirnos con su aureola mágica.
En los ochenta Prince era conocido precisamente por su negativa a aceptar entrevistas, lo cual abundaba en su halo de misterio. Por eso mismo fue sonada la que concedió a la MTV. Y claro, no podía tratarse de una entrevista normal. Apareció como
Jesús con sus discípulos, rodeado de ¿Fans? ¿Acólitos? ¿Extras a sueldo? ¿Esclavos? Desde luego una escena digna del Monte de los Olivos. Pero lo mejor era su tono, y por supuesto sus expresiones faciales. Hablaba de manera entrecortada, en plan «reflexiono muy fuerte para que sintáis que mis declaraciones provienen de ese lugar especial llamado
Being Prince», y de vez en cuando se quedaba con la mirada perdida en el infinito, o lanzaba a la cámara lo que él interpretaba como una seductora caída de ojos que derretiría a los espectadores en sus casas. En definitiva, todo un acojonante recital de lo que Prince entendía por proyectar una aureola especial. Tengo que decirlo: Tim Burton, eres un jodido aprendiz.
Claro está, la descacharrante entrevista captó la atención de gente como
Weird Al Yankovic, que realizó una parodia intercalando secuencias de la entrevista original de Prince con otras grabadas por él donde fingía ser el entrevistador (y en las que, por descontado, aparecía también rodeado de sus propios discípulos). Hablamos del humor típicamente chorra de Yankovic, nada demasiado intelectual, pero lo cierto es que el
sketch es hilarante porque resalta todavía más la absurda extravagancia de nuestro genio favorito:
Cuando Prince se cambió de nombre
Supongamos que se llama usted Manolo. Va caminando por el barrio y está cansado de que todos le saluden diciendo «hola, Manolo» o «qué tal, Manolo». Llega a su casa y su mujer le dice «Manolo, ¿te has acordado de comprar el pan?». Va al trabajo y su jefe le dice «Manolo, nos vemos obligados a retirarte una paga este año». Mira las fotos de su comunión y en todas pone: «Manolito». Usted está harto. Tener un nombre, qué vulgaridad. Y de repente, un buen día, decide que es hora de cambiar. Usted ya no es Manolo. Les dice a todos que a partir de ese momento deberán dirigirse a usted como:
Imagen: DP
Y claro, nadie entiende absolutamente nada. De hecho, la gente le dice cosas como «no me jodas, Manolo». Todo el mundo le sigue llamando Manolo. Incluso su mujer, después de pasarse varias semanas prefiriendo el apelativo de «imbécil», se limita a volver a dirigirse a usted por su cochambroso nombre de pila. Pero usted es tozudo. Y cambia de estrategia. Decide que quizá sea mejor hacerse llamar «el fontanero anteriormente conocido como Manolo». Pero tampoco eso funciona. Es como si llevase el Manolo tatuado en la cara. Nadie lo olvida nunca.
Pues bien, algo así es lo que le sucedió a Prince. Primero, decidió que llamarse Prince, o llamarse cualquier cosa que contuviese caracteres legibles, era algo demasiado vulgar que lo acercaba peligrosamente a la plebe. Así pues, decidió adoptar un símbolo que lo representaría en adelante. Algo que resumiera su complejo espíritu de manera comprensible (ejem) para el populacho. Le gustó tanto la idea que incluso se hizo fabricar guitarras alegóricas con la forma del símbolo. Helo aquí:
Imagen: Wikicommons (DP)
Por descontado, con guitarras alegóricas o no, la gente continuó llamándolo Prince. Así que decidió ponérselo más fácil a sus seguidores aclarando que podían referirse a Él como «el Símbolo», o más concretamente como «el Símbolo del Amor». Tampoco funcionó. Todos seguían con lo de «Prince esto», «Prince lo otro». Exasperado, hizo circular un nuevo apelativo: «el artista anteriormente conocido como Prince». La prensa lo usó durante un tiempo —porque los periodistas son básicamente individuos a quienes les aterra ser pillados en el renuncio de no estar a la última, aunque la última sea una completa gilipollez—, pero el público, a quien esto de la Última Hora le importa más bien poco, ignoró por completo el circunloquio. Después, el Símbolo del Amor trató de simplificar las cosas haciéndose llamar sencillamente «el Artista» (porque Artista solo hay uno y es Él, ni
Picasso ni narices). Ni por esas. Tras una larga década de lucha conceptual contra un mundo prosaico e indigno de sus ocurrencias, el Artista anteriormente conocido como Símbolo decidió volver a llamarse, oficialmente, Prince. Fue la primera y única vez en que notamos que Su Princísimo había reconocido la existencia de límites en la realidad circundante. Se había rendido a la evidencia de que se llamaba Prince. Y qué puedo decirles, hasta me dio un poco de pena. No puede decirse que no pelease por la aceptación de su concepto. Pero claro, es lo que pasa cuando decides cambiarte el nombre por el impronunciable logotipo de una exposición del Guggenheim. Hoy, Prince es el artista anteriormente conocido como el artista anteriormente conocido como Prince, pero no nos cebemos en aquella su única derrota.
Cuando Prince apareció como Dios lo trajo al mundo en la portada de un disco
Situémonos. Era 1988. Hacía trece años que había muerto
Franco. Pero es que en aquella época esas cosas no se veían aquí, ni tampoco en el extranjero. Ni siquiera Madonna, provocadora de marca blanca que —recordemos— se andaba todavía cantando cosas tan
hardcore como «True Blue» y «La isla bonita», hubiese tenido los redaños de aparecer desnuda en la portada de un disco. Sin embargo, creo que a estas alturas de artículo ya vamos conociendo mejor a nuestro amigo anteriormente conocido como El Artista. Y claro, decidió que era buena idea posar para la portada de su siguiente álbum en pelota picada. Y la postura, amigos. La postura. Pero bueno, visto desde hoy cabe admirar su valentía. Una portada así era toda una declaración de principios y más sabiendo que Prince era uno de los objetivos más odiados para las histéricas madres del PMRC y sus no menos histéricos maridos de Washington, adalides de la censura.
Recuerdo ir a la tienda de discos, ver esto y pensar: «Oh no, joder, ¿pero por qué?». Imagen: Warner Bros.
Sin embargo, no voy a mentir diciendo que sus fans recibimos la ocurrencia con agrado. Hoy estas cosas apenas llaman la atención porque la sociedad ha cambiado mucho, pero entonces uno no podía ir a una tienda de discos, llevarse esa portada bajo el brazo y llegar a casa confiando en que sus padres no formulasen
la pregunta. He de decir que mis padres, que ya conocían mi afición por los discos del Artista, se lo tomaron a guasa, lo cual resultaba incluso más humillante que un conservador enfado como Dios manda. En fin, Prince se lo había puesto difícil a sus compradores, especialmente a los más jóvenes. La prueba es que el disco vendió bien, pero fue menos exitoso que los cuatro anteriores… y que los cuatro siguientes. Eso sí, lo que algunos todavía no sabíamos y descubrimos después es que en 1980 Prince había publicado ya un disco (
Dirty Mind) con una portada incluso más apocalíptica. En una infausta palabra: tanga.
La portada de
Dirty Mind. Cuando salió, yo era demasiado pequeño para comprarlo. A Dios gracias. Imagen: Warner Bros.
Cuando Prince le tiró los trastos a una Spice Girl
En 1998 Prince había abandonado su torre de marfil, al menos en el aspecto mediático (porque sabemos que mentalmente continuará allí para los restos) y ya se prestaba a ser entrevistado con cierta frecuencia. Una de las entrevistadoras que más le gustó, por lo visto, fue
Melanie Brown (más conocida como Mel B. durante su paso por las Spice Girls y también conocida por su relación, entonces ya rota, con el actor y cómico
Eddie Murphy). La entrevista en sí no es nada del otro mundo, porque Mel B. no era
Julia Otero precisamente; resultaba obvio que ni era demasiado inteligente, ni se había preparado las preguntas, ni sabía muy bien de qué hablar con el genio. Pero esto le importó bien poco a Prince. La chica era
sexy, de eso no cabe duda, y eso bastó para que el Símbolo del Amor se sintiera como en casa. Flirteó con ella todo el tiempo, elogió su culo con total descaro, e hizo que la entrevista pareciese una extraña sesión de ligue en algún garito nocturno. Aunque lo mejor vino al final, cuando ambos se pasearon por un parque infantil cual quinceañeros en celo. En fin, aquí tenemos la versión más relajada y cercana (cercana a Melanie, sobre todo) de nuestro ídolo; a ustedes corresponde dilucidar si la entrevista tuvo final feliz o no, pero desde luego es un documento muy ilustrativo, casi a lo
National Geographic, de cómo el Prince de la sabana realiza su ritual de caza.
https://youtu.be/T5YL9PNWIfI
Cuando Prince puso de los nervios a Bob Marley
En 1979, el entonces
manager de Prince,
Don Taylor, tuvo una idea brillante: ¿y si su todavía más brillante representado grababa una canción a medias con la superestrella jamaicana del
reggae? Artísticamente ambos procedían de mundos que parecían muy distintos, pero algunas de sus raíces musicales eran comunes y desde luego andaban lo bastante sobrados de talento como para saber cómo trabajar juntos. Con eso en mente, Taylor organizó un encuentro entre los dos músicos después de un concierto. Pero digamos que Marley y el Artista no estaban destinados a entenderse. Sí, puede que Internet esté repleto de recopilaciones de edulcoradas citas atribuidas a Bob Marley —en su mayor parte son falsas, por cierto— y que le hacen aparecer como una especie de versión caribeña de
Confucio. Bueno, creo que Marley era sin duda un genio como escritor de canciones, uno de los más grandes quizá, y además un personaje profundo e interesante, pero desde luego no era el santón iluminado que sus seguidores perroflautas parecen pensar que era. Algunos aspectos de su mentalidad se podían calificar más bien como conservadores. Cuando Prince se presentó a la cita con su atuendo artístico de la época, el cual incluía un esplendoroso tanga de leopardo, el músico jamaicano no pareció sentirse demasiado feliz. El tenso encuentro, marcado por caras de circunstancias y los silencios embarazosos causados por el ultra-
funky atuendo de Prince, no duró demasiado. La expresión de desagrado en el rostro de Marley resultaba tan evidente que Taylor pensó que era mejor no forzar la situación, y la posible colaboración quedó en nada. Ya saben: cuando vayan a hablar de negocios, procuren no llevar puesto su tanga de leopardo. No sin algo encima, por lo menos.
Cuando Prince aterrorizó a Michael Jackson
Pese a lo que afirmaba cierta prensa de la época, los dos reyes del negocio musical eran amigos. Su rivalidad comercial no se interponía entre ellos y de hecho quedaban de vez en cuando para pasar el rato, por ejemplo jugando al baloncesto, aunque claro, cuesta imaginar que aquello se pareciese en algo a la NBA. Su única y verdadera rivalidad personal se limitó a una partida de
ping-pong en la que como público tenían a la entonces novia de Prince, la bellísima
Sherilyn Fenn, que tenía veinte añitos y que hoy debe de recordar con asombro haber vivido aquella indescriptible experiencia (señoritas del público: ¿qué situación más surrealista se les ocurre que Prince y Michael Jackson intentando impresionarlas jugando al
ping-pong?). Parece ser que Jackson perdió la partida con todas las de la ley y Prince, en un indiscutible arrebato de ingenio, describió así las habilidades de su rival: «Michael juega al
ping-pong como
Hellen Keller». Pero ni siquiera esto enturbió la relación entre ambos. Sin embargo, las cosas sí se pusieron tensas cuando ambos cantantes se reunieron para discutir la posibilidad de que Prince colaborase en la grabación de «Bad». Nuestro amigo el Artista no tuvo mejor ocurrencia que llevarle un pintoresco regalo a Jackson. Y claro, era un regalo 100% Prince, esto es, 100% incomprensible. Se trataba de una caja que contenía varias piezas de metal coloreado y un puñado de plumas (¿¿???). Jackson recibió el obsequio con asombro, y, claro, ya sabemos que tampoco era un individuo que tuviese los pies muy en la tierra, así que empezó a alimentar paranoias en las que imaginaba que Prince ¡estaba intentando hacerle vudú! En fin… por culpa de esa ocurrencia, la colaboración nunca se produjo. Está claro que Prince no termina de asimilar el secreto para que funcione una reunión de negocios. Tangas de leopardo, regalos inquietantes… ¿por qué la gente no le comprende? Ah, sí, porque es Él.
Cuando Prince declaró que internet «había terminado»
Sépanlo: internet va a pasar de moda. En cualquier momento. Esto decía el Artista en 2010. Todos sabemos que Prince lucha ferozmente para proteger los derechos de su música en la red, y por ejemplo tiene un equipo de empleados dedicado a eliminar cualquier canción de sus discos que alguien cuelgue en YouTube. No voy a criticarlo por ello y creo que tiene su buena parte de razón en esa lucha. Pero esa sería otra discusión.
Ahora bien, si bien sus argumentos sobre derechos de autor pueden parecer lógicos, como él es Prince y es incapaz de hacer nada de manera normal, tuvo que añadir otros argumentos marca de la casa. Anunció que la era de internet había terminado porque «Internet es como la MTV. Hubo un tiempo en que la MTV era lo más y de repente quedó anticuada». Una gran muestra de razonamiento principesco. Aunque lo mejor es cómo justificaba su oposición a las computadoras y demás aparatos electrónicos: «Lo que hacen es llenarte la cabeza de números, y eso no puede ser bueno». ¡Brillante! Me recuerda a una tía mía que afirmaba que «los libros no dicen más que mentiras». Eso sí, hoy Prince ha debutado en Twitter (¡Sí! ¡En serio! ¡¡Prince ha tenido Twitter!!), aunque por lo visto se limitó a unos pocos
tweets —incluyendo, cómo no, una foto de su próxima comida… ¿para cuándo una de sus pies en la playa?— y desapareció al poco tiempo, no fuese que se le llenase la cabeza de números. Al parecer no llegó a enterarse de que una descacharrante parodia llamada @PrinceTweets2U estaba siendo incluso más Prince que él mismo. Lo único que sabemos es que, a día de hoy, internet sigue sin pasar de moda. Ya llegará.
Cuando Prince se adelantó a Metallica, pero bueno, mira, mejor no
En 1987 Prince ya se consideraba a sí mismo lo bastante grande como para emular a los
Beatles. Si los de Liverpool habían editado un álbum con la portada completamente blanca, él haría lo propio con un disco de portada completamente negra. Lo grabó, lo mezcló; se imprimieron las copias para la venta y se repartieron algunos cientos de ejemplares promocionales. Esto, años antes de que Metallica hiciesen lo propio. Pero de repente, cuanto todo estaba ya a punto y se iba a poner el vinilo en las estanterías de las tiendas, decidió retirarlo de la circulación sin más explicaciones. Tal cual. Un disco grabado, impreso y distribuido, todo para nada. La gente, claro, se preguntó por el motivo de esta súbita retirada. Se corrió el rumor de que había decidido que el disco era «maléfico». Según parece todo se debió a una mala experiencia con el éxtasis, tal y como ha contado gente cercana a él. Lo cual es grande, porque ese inesperado aflojamiento de tornillo que le llevó a pensar que su propia música era diabólica lo emparentaba con grandes figuras del pasado como
Jerry Lee Lewis,
Little Richard o
Brian Wilson. Eso sí, la retirada permitió que Metallica se apuntasen el tanto de ser los primeros en editar un «álbum negro». Aunque, en justicia, deberíamos aclarar que la idea original no fue ni de Metallica ni de Prince, sino de
Spinal Tap. Pero bueno, qué cosa más Spinal Tap hay que el propio Prince, exceptuando a los propios Metallica, claro.
Portada original del nunca publicado
Black Album de Su Artistísima. Imagen: Warner Bros.
Cuando Prince mantuvo una conversación madura con David Bowie
Las bailarinas que participan en las giras de grandes figuras del pop y el
rock no suelen recibir demasiada atención, aunque en muchas ocasiones han trabajado muy duramente para estar ahí. Pero el público no suele reparar en ellas. Lo cual no significa que las estrellas no lo hagan. La bailarina
Cat Glover tuvo ocasión de comprobarlo a mediados de los ochenta; tras haber ganado un concurso televisivo y estar peleando por intentar hacerse famosa, recibió dos llamadas telefónicas con dos increíbles ofertas de trabajo en una misma semana. Primero la llamó Prince un viernes para decirle que la quería contratar como coreógrafa, corista y bailarina principal en su inminente nueva gira. Al día siguiente fue David Bowie quien llamó para reclamar sus servicios (¡a eso se le llama un fin de semana intenso!) . Completamente anonadada y sin saber muy bien qué hacer, terminó decantándose por la gira de Prince. Para suavizar la negativa a Bowie, le recomendó a a este que contratase a una amiga,
Constance Marie, que terminó ocupando el puesto de bailarina principal en la gira del británico. Ambas giras coincidieron en algunas ciudades y Bowie, aunque no había conseguido contratar a Cat Glover, terminó haciendo buenas migas con ella.
El asunto no daría más de sí de no ser porque un año después los cuatro (los dos músicos y las dos bailarinas) coincidieron en una fiesta organizada por Prince. Cuando se encontraron, Prince señaló con la cabeza a Cat Glover, que acompañaba a Bowie, y, dirigiéndose a él, inició una maravillosamente surrealista lucha de egos
PRINCE: «Yeah, esa es mi chica».
BOWIE: «No, esta es mi chica».
PRINCE: «Bueno, pero yo la tuve primero».
BOWIE: «No, se suponía que debía estar conmigo antes».
Y todo así. Entretanto, Cat y su amiga se miraban completamente atónitas. Una le preguntó a la otra: «¿Esto está pasando?». Aunque cabe decir que no lo recuerdan como un alarde de machismo por parte de las dos estrellas ni nada parecido, sino más bien como una divertida demostración de sus egos infantiles. De hecho, Cat se sintió enormemente halagada al ver que aquellos dos estrellones se disputaban el haberse fijado primero en ella, porque como decía, las bailarinas estaban acostumbradas a ser meras empleadas que se esforzaban en la oscuridad para mayor gloria de sus jefes. Pero bueno, parece que Prince tenía más en común con Bowie que con Bob Marley, eso seguro.
Cuando Prince montó una jam session consigo mismo
Vayamos con una última anécdota. En 1978 Prince no era nadie. Es decir; él ya sabía que era un Genio, por supuesto, pero el resto del planeta no se había enterado. Desesperado ante la insoportable idea de que el mundo estuviese ignorando Su Talento, empezó a telefonear una y otra vez a la revista
Right On!, especializada en difundir a figuras de la cultura afroamericana. Sus constantes llamadas a la redacción martirizaban sobre todo a la redactora
Cynthia Horner: «Me telefoneaba una y otra vez, y yo no le devolvía las llamadas porque no sabía quién era y en realidad no me importaba lo más mínimo. Pero llamaba tanto que al final quise deshacerme de él». Completamente harta, como medida desesperada, Horner decidió que la mejor manera de quitárselo de encima era aceptar su insistente invitación para contemplar una
jam session en el estudio. Ya saben, una sesión en la que varios músicos se juntan (de
jam, mezcla) para improvisar o para tocar temas que todos se saben. Cynthia, pues, acudió esperando ver a todo un grupo. Pero se encontró con una sorpresa. No había más músicos. En el estudio estaba solamente Prince, que empezó a tocar distintos instrumentos, saltando de uno a otro para demostrar cuán polifacético era Su Talento. Esto, claro, era lo que él entendía por
jam session.
Aquel mismo año Prince consiguió publicar su primer disco,
For You, cuyos créditos decían que el álbum estaba «Producido, arreglado, compuesto e interpretado por Prince». Tenía, recordemos, diecinueve años. Él tocaba todos los instrumentos, una lista de más de veinte, aunque que incluía toda clase de percusiones (que la gente normal no enumera una a una, sino que engloba como «percusión») y sintetizadores (lo mismo). Vamos, lo que se viene a decir exagerar para dárselas de hombre del Renacimiento. Porque una cosa es tener talento musical y otra que en los créditos del disco la enumeración de los instrumentos que interpretas parezcan la lista de compra del Carrefour. Aunque esto no es nada. Probablemente la más descacharrante muestra de este afán por superar a todos los genios habidos y por haber se produjo cuando Prince apareció por primera vez en la televisión nacional y el presentador le preguntó: «¿Cuántos instrumentos tocas?». El joven Prince, sin inmutarse lo más mínimo, respondió: «Miles».
Con dos coj*nes. Que para eso es Prince.
Nota: Agradezco a mi amiga
Monty Peiró haberme dado la idea para este artículo.
«A ver, que levante la mano quien sepa tocar más de mil instrumentos» (foto: Corbis)