Esto ha pasado en Galicia
En el segundo plato, el novio se levantó, pidió un taxi y no volvió»
Hace tres años, una boda gallega acabó en drama con él huyendo en pleno banquete
Cada año se celebran en España 179.000 bodas, 9.500 en Galicia, y se rompen 84.551 matrimonios, 4.500 en nuestra comunidad. En el limbo,
los enlaces que casi fueron, las celebraciones que no llegaron a celebrarse y las parejas que duraron casadas apenas unas horas.
El torero Juan Ortega, que el pasado fin de semana plantó a su prometida minutos antes de darse el sí quiero, no es el único que se lo pensó mejor y echó a correr antes de llegar al altar.
Hace tres años, una gallega fue abandonada en pleno banquete por su recién marido.
Relata la historia
Eugenia Pérez, de Alma Eventos, encargada de la organización del enlace. El novio era de Madrid, pero la novia era de aquí, así que se casaron en la provincia de Pontevedra, «en una finca con unas vistas magníficas». El día, sin embargo, acabó en drama. «Ya no empezó muy bien —recuerda Eugenia —.
Él llegó tarde a la ceremonia, una media hora tarde. Nos pusimos nerviosos, porque teníamos a la novia escondida, y además estaba muy serio. Ya había habido problemas, porque
a la familia de la novia no le gustaba el novio, porque era católico y ellos eran de otra cultura; de hecho de ciento y pico invitados fueron solo unos 60, de los invitados de ella fallaron prácticamente el 90 %. Había mucha historia detrás».
Pero la boda arrancó, y novia y novio se prometieron fidelidad, amarse y respetarse en la salud y en la enfermedad todos los días de su vida. Al terminar, se hicieron algunas fotos, pocas; él pidió no hacerse más, y al pasar al recinto del banquete
el padre de la novia empezó a protestar porque no quería compartir mesa con la otra familia y no paró hasta conseguir una nueva ubicación. Con los invitados recolocados y ya sentados, se sirvió el primer plato y a continuación, el segundo. «Fue en ese momento cuando
el novio se levantó discretamente y le dijo a la novia que estaba cansado y que se iba a descansar un rato —cuenta la
wedding planner—. Ella nos pidió que lo acompañásemos y lo llevamos a un sitio apartado para que se tumbase en un sofá. Yo creía que estaba mareado, que se encontraba mal, pero
a los quince minutos pidió un taxi, y hasta hoy».
En cuanto Eugenia vio asomar la tarta, puso la maquinaria en marcha, frenando a los camareros y avisándoles de que no parecía que fuese a haber corte, corrió hacia el pinchadiscos para que no sonase la canción prevista. Mientras, en la mesa presidencial la novia esperaba junto a una silla vacía. «El debió enviarle un mensaje, porque
ella miró el móvil y, de repente, la cara le mudó por completo. Asistir a ese momento fue una de las peores experiencias de mi vida», dice Pérez.
Ni una lágrima
Con
una entereza «del demonio» lo único que hizo ella fue acercarse al disyóquey para pedirle que no apagase la música, que los invitados no tenían culpa de nada. No dijo más, no comunicó nada, ni a la gente que se contoneaba en la pista ni a las organizadoras del evento. «Debió comentárselo a la familia y la gente empezó a atar cabos —continúa Eugenia—. El novio llevaba un rato desaparecido, no había tarta ni baile nupcial; al rato los invitados empezaron a irse». El equipo de Alma Eventos le explicó a la novia lo que había visto, pero ella les pidió discreción, que lo dejaran estar. «Ella
siguió allí hasta el final, su cara era un poema, pero la pobre aguantó como una jabata sin derramar ni una sola lágrima. Incluso nos dijo que si queríamos podíamos llevarnos la tarta y si no, que la repartiesen entre los invitados que quedaban». Por allí deambulaban algunos, desconcertados, a última hora, también familiares del novio. «Yo creo que ni siquiera ellos sabían lo que estaba pasando, fue muy surrealista».
Solo quedaban por pagar las fotografías. Las pagaron. Pero nunca fueron a buscarlas.
«La madre de una novia me amenazó durante días por WhatsApp para que le devolviese el dinero de las fotos»
A
Elvira Tejero, fotógrafa de bodas, le cancelaron el mismo año dos trabajos en el último momento, ambos porque un mes antes los novios cambiaron de opinión. «La primera boda iba a celebrarse en julio del 2019, pero
tres semanas antes ella me llamó y me dijo que no se casaba, que se había ido de casa, que ya no lo aguantaba más. Ya en la preboda, que se hizo mes y medio antes, no pararon de discutir. Hice más de psicóloga que de fotógrafa», cuenta. Dos meses después, Elvira recibió
un mensaje de Instagram de otra de las novias, que tenía previsto pasar por el altar en el mes de octubre. Le decía que no habría boda, que
el novio le había dicho que no la quería, que
le había sido infiel. «Al ver el mensaje, la llamé, pero me dijo que no podía ni hablar, que estaba fatal. Una semana más tarde
empezó a bombardearme al WhatsApp un número desconocido, que resulta que era su madre, diciéndome que le devolviese el dinero de las fotos, que se pagan previamente. Estuvo así dos semanas, acosándome, amenazándome. Se lo dije a su hija y ella no sabía nada. Fue un mal trago», recuerda.
Por contrato, Tejero establece que el primer pago no se devuelve a no ser que el enlace se anule por enfermedad u otra razón de fuerza mayor. Corroboran desde
Con tacones y de boda, expertos gallegos en la organización de este tipo de eventos, que esto es lo habitual, que en casos de cancelaciones motivadas por cambios de opinión de última hora, con poco margen de tiempo,
los novios tienen que correr con todos los gastos de la boda aunque no llegue a celebrarse. Lidia, al frente de
The Godmother, no fue capaz, sin embargo, de hacer cumplir esa cláusula cuando le tocó enfrentarse a esta situación. «Parecíame que facerlle cumprir pagos era sumar máis peso na mochila que estaban cargando».