Ferdinand08/13/23 10:17
El reloj iba a marcar las seis y el termómetro de la pared empezaba a perdonar los 36 grados de máxima de aquella tarde de finales de julio. Me encontraba, como era habitual, en la terraza de la Residencia de Tiempo Libre de Roquetas de Mar, sentado en una de aquellas butacas de mimbre, sosteniendo un Nestea que empezaba a coger la temperatura de una meada. Tengo que reconocer que, verano tras verano, nunca me he quedado fuera de las adjudicaciones de estancias gracias a mi discapacidad.
Me acababa de echar una cantidad indeterminada de atomizaciones de Boucheron pour Homme. Era agradable cómo el salitre del mar se pegaba a mi piel, danzando con la atmósfera cítrica de este perfume francés cuya botella me cautivaba con sus formas reminiscentes de un desaparecido Haute Baroque para la clase media, enterrado hoy en día por una mole de minimalismo escandinavo en forma de muebles del Ikea. Era un olor despreocupado y ocioso, que contrastaba con mi habitual vida como grabador de datos en Leroy Merlin.
-Créeme, nadie huele a Boucheron como huelo yo - me susurró una voz por detrás.
Sentí una mano sobre mi hombro y me giré para ver qué clase de persona tenía la audacia de entrar en contacto físico con tanta libertad. Para mi sorpresa, no era otro que el mismísimo Mr. Donald J. Trump. Ciertamente, su estela de Boucheron era poderosísima, y esto debe de ser así porque las fragancias visten y acentúan el alma y la personalidad de los individuos que las portan. Evidentemente, hay que ser un determinado tipo de persona para vestir un perfume en concreto, y muchas veces nos eligen ellos a nosotros, cautivos de nuestra memoria organoléptica. Cuando esto sucede, las características de la fragancia crecen exponencialmente y se convierten en parte de nosotros. Boucheron es, definitivamente, un perfume compatible con la gente como Donald Trump: segura, ganadora y algo conservadora, sin llegar al puritanismo.
Todavía aturdido por tal sorpresa, aquella mole de 1,9 m que era Donald Trump tomó el asiento a mi lado, sonriéndome con esa cálida sonrisa que había visto tanto por televisión y los canales de información alternativa de Telegram. Pero aquí estaba, en Roquetas de Mar, vestido con un polo blanco y unas bermudas beige, tremendo outfit veraniego. No sabía realmente si era por la coincidencia de usar la misma fragancia o si era conocedor de mis numerosas donaciones en la campaña electoral de 2015, pero mostró una gran simpatía hacia mí. Sin saber cómo, empezamos a hablar de nuestros perfumes favoritos, donde vimos que teníamos una gran afinidad, hasta tratar temas más sociopolíticos como el contubernio judeo-masónico de la IFRA al prohibir el uso de musgo de roble. Después de un par de risas y complicidades, además de prometerme que me enviaría un batch entero de Donald Trump pour Homme cuando estuviese de vuelta en su residencia de Mar-a-Lago, me dijo:
-Boy, qué llevas en ese portapuros - la agudeza visual del mister había dado con dos Por Larrañaga que guardaba celosamente en mi bolsillo. -Vamos a fumarlos, ¡tengo ganas de fumar algo bueno!
Alguien como Trump sólo podía tener buenas ideas, pero esta en concreto ya me había dado algún momento desagradable:
-Verá, Mr. Trump, ya he tenido problemas con el personal de la residencia por fumar dentro de las instalaciones, no me gustaría jugármela a quedarme fuera de las adjudicaciones de estancia por comportamiento incívico, ya que, como humilde grabador de datos que soy, no puedo costearme unas vacaciones en hoteles particulares con prestaciones equiparables a las que provee la Junta de Andalucía en esta maravillosa residencia.
Mr. Trump, comprensivo y certero, dijo entonces:
-Miro a la izquierda: mascarillas, gel hidroalcohólico…Miro a la derecha: votantes socialistas mileuristas bañados en Caravan y Saphir. Fak, no creo que aguante mucho aquí. ¿Por qué no damos una vuelta por el paseo marítimo? ¡Vamos a echar un vistazo a esas t*tas que gastan las jovencitas por aquí!
De nuevo, un brillante análisis del Former President de los USA, pero, aun a riesgo de aguarle la fiesta a tal entrañable anciano, le dije:
-Verá, Mr. Trump, es que en la playa últimamente hay unos jóvenes con muy mala pinta que se pasan el día haciendo ejercicio, poniendo música lasciva y degenerada, y pasar por delante de ellos me produce mucha ansiedad.
Al escuchar esto, Donald Trump, visiblemente molesto por mi actitud de perdedor, y como un padre que da una lección cariñosa a un hijo, me espetó con amabilidad:
-Sólo échate dos atomizaciones más de Boucheron, el resultado será apocalíptico.
Y eso hice. Después de pasar por el baño para atomizarme dos o no sé cuántas más ráfagas de Boucheron, nos dispusimos a salir al paseo. Y esa seguridad y fortaleza adquirida se aunó con una pesada estela de Boucheron y dos chimeneas de nuestros puros recién encendidos que Donald Trump definió como un “big, beautiful Wall”. Un muro jabonoso y cítrico donde las miradas y las groserías de esos chuloplayas eran impenetrables. Y, de repente, ya no oía aquella música lasciva y degenerada que emanaba de sus altavoces bluetooth, sino a Franck Pourcel, con su obra maestra de 60.000 Feet.