Creo que he llegado a ella por puro agotamiento, no hay una sola causa. Hace unos meses empecé con ataques de pánico, problemas de sueño, me bloqueaba haciendo cualquier cosa pequeña que antes no me generaba ansiedad y eso me limitaba muchísimo, tenía problemas para concentrarme y me quedaba que no reaccionaba, miraba al infinito dejando la mente en blanco. Todo me afectaba muchísimo. Incluso mirarme en el espejo y aceptar ciertos cambios, ahora esto lo llevo un poco mejor.
Era un cúmulo de cosas y pedí ayuda porque notaba que se me iba de las manos, que cuando salía del trabajo -donde intento ser fuerte- me derrumbada y no dormir era peligroso. Hace relativamente poco que llegó el diagnóstico.
La parte familiar es un desastre y eso nos está pasando factura a nivel de pareja - estoy harta de verlo todo gris, de no tener ilusión ahí- a lo mejor yo no asumo que las relaciones cambian y que con la familia no puedo /podemos hacer nada, son así y no van a cambiar. De rebote la parte social que no era muy allá se ha visto resentida y yo siento que necesito cultivarla más porque me hace falta. Mi trabajo es muy estresante a veces y poco agradecido. Arrastro varios problemas de salud crónicos que empeoran en momentos gordos de estrés.
De mi entorno solo soy 100% clara con una persona con la que no me siento juzgada, es una amiga que me da mucha paz. Con los demás puedo asomar el brazo pero no me atrevo a pedir ayuda. Para qué? La que tiene que salir soy yo.
Todos los consejos que me deis serán siempre bien recibidos.
Lo que cuentas creo que son síntomas, no el problema. También la depresión es un síntoma, es tu cuerpo diciendo: "se acabó, ya basta de esto, para ya. No puedo más."
El cuerpo nunca miente, otro libro que te recomiendo, de Alice Miller.
Si el origen del problema está en la familia, yo soy la persona menos adecuada para dar lecciones, porque la fuente de mis mayores problemas también es la familia, y todavía lidio con eso y lo llevo como puedo, a veces bien, normalmente regular, y de vez en cuando fatal.
Pero a todo se aprende, y en todos estos años de arrastrar a una familia disfuncional y anodina, solo una cosa me ha servido: cambiar yo.
Cambiar en mi forma de verlos. Dejar de esperar lo que no me van a dar, y de desesperarme por no recibirlo. Perder la esperanza. Empezar a mirar a algunos de ellos como a discapacitados emocionales. ¿Qué hacemos con las personas discapacitadas? Tener paciencia, compasión, entender que hacen lo que pueden (vaya, ¡pues igual que yo!). Aceptarlos.
Y construir desde ahí mi castillo interior, donde solo entran las personas que yo quiero y que me quieren, que son muy pocas, poquísimas, y mantener cierto grado de desapego con todos los demás. No un desapego vengativo ni odiador, sino una distancia sana, que no tiene por qué ser una distancia física (o sí, si es posible), pero al menos sí una distancia emocional, donde sus torpezas afectan menos.
Y poco a poco, con los años, vas aprendiendo a vivir con lo que tienes. No a la espera de la situación ideal (que jamás llega), sino con lo que hay. Con tus circunstancias, con tus miserias y tus maravillas. Y con lo que hay, hacemos lo que podemos, y vamos saliendo adelante, normalmente de forma mediocre, con algunos ratillos bonitos también. Y todo eso es la vida, me parece a mí. Ir tirando.
Que duele la hostia muchas veces, y que la sacamos adelante con esa angustia existencial que tenemos todas, que es la angustia de estar vivas, asustadas, de sentirnos solas, de tener miedo del futuro, de preocuparnos por todo, de sentir que nos falta algo, que algo importante debería estar y no está. Eso también es estar viva.