Era una noche cálida en un pequeño pueblo perdido entre colinas, donde el cielo era tan claro que parecía un lienzo inmenso de estrellas. Ahí vivían Ana y Rubén, una pareja cuya relación era, por decirlo suavemente, un desastre. Desde hacía años, ambos se amaban con la misma intensidad con la que se herían. Discusiones, reconciliaciones apasionadas y rumores de infidelidades alimentaban el cotilleo del vecindario.
Esa noche, todo comenzó con un mensaje de WhatsApp que Ana descubrió en el celular de Rubén. “¿Cuándo volvemos a vernos? Me encantó lo de anoche
”. Aunque el número no estaba guardado, Ana sabía perfectamente que no era suyo. Enfurecida, decidió confrontarlo, pero antes de que pudiera abrir la boca, una luz intensa iluminó el cielo, deteniendo el tiempo por un instante.
Corrieron al patio trasero. Encima de la casa flotaba un enorme objeto plateado, con luces multicolores girando lentamente. Ana, más preocupada por el mensaje que por el ovni, gritó:
—¡Seguro que te los trajiste para esconder tu infidelidad! ¿Qué más me ocultas, Rubén?
Rubén, nervioso pero negándolo todo, murmuró:
—Ana, no es el momento para esto… ¡Nos están invadiendo!
De repente, de la nave descendió un haz de luz del que emergieron, para sorpresa de ambos, Los Chunguitos. Con sus chaquetas brillantes y ese aire de "héroes de otro mundo", saludaron con entusiasmo:
—¡Tranquilos, chavales! Estamos aquí para protegeros.
Resulta que Los Chunguitos no solo eran cantantes, sino agentes intergalácticos enviados para mediar en conflictos humanos que podían atraer la atención de civilizaciones alienígenas. Mientras intentaban calmarlos, Ana perdió la paciencia y soltó:
—¡Protéjanme de este desgraciado, que seguro se ha estado viendo con otra!
En ese instante, llegó la suegra de Ana, la temida Doña Carmen, montada en su bicicleta eléctrica y cargando una bolsa de churros.
—¡Deja de hacerle escándalos al pobre Rubén! Si tiene a otra, será porque tú no le das lo que necesita.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Ana, furiosa, se giró hacia Los Chunguitos:
—¿Y ustedes qué hacen aquí? ¿Pueden llevarse a mi suegra en su nave?
Los Chunguitos, incómodos, intentaron explicar que ellos no abducían humanos, pero antes de que pudieran terminar, el ovni emitió un ruido ensordecedor. Una figura luminosa apareció en medio del haz: un alienígena con forma de flamenco rosado que dijo en perfecto español:
—Estamos aquí para aprender sobre el amor humano. ¿Por qué parece tan complicado?
Rubén, viéndose acorralado, confesó todo frente al alien y a su suegra:
—¡Vale, lo admito! Sí, estuve con otra… ¡pero fue un error! Ana, yo te amo, aunque seas tan… tú.
Ana lo miró incrédula, a punto de gritarle, pero el alienígena interrumpió:
—¡Esto es fascinante! El amor humano está lleno de contradicciones. Creo que no entenderemos nunca.
Y con eso, el alien y Los Chunguitos regresaron a la nave, no sin antes dejar una nota de despedida firmada: "Con amor, los guardianes del desamor". Cuando la nave desapareció, Ana miró a Rubén y dijo:
—Esto no cambia nada, Rubén. ¡Me largo!
Doña Carmen, por supuesto, no pudo resistirse a añadir:
—Ya te lo dije, hijo. Si pierdes a Ana, es culpa tuya.
Esa noche terminó con Rubén durmiendo en el sofá, Ana empacando sus cosas, y el pueblo hablando sobre la visita de Los Chunguitos y los alienígenas. Aunque Ana y Rubén volvieron a intentarlo meses después (porque el amor tóxico es así), ninguno pudo olvidar esa noche surrealista en la que su desastre amoroso llegó hasta los confines del universo.
Reconozco que a ratos me hizo gracia
