Tu mensaje es la expresión perfecta del gran engaño moderno que los medios de desinformacion y pensamiento imperante os han inoculado: creer que la felicidad se mide en bienes materiales y experiencias efímeras, cuando la esencia de la naturaleza humana trasciende cualquier moda, sistema económico o discurso mediático. Dices que las mujeres hoy tienen más libertad porque pueden comprar casas, viajar, gastar su sueldo en restaurantes caros y darse todos los caprichos que antes dependían de un hombre. ¿Y eso las ha hecho más felices? No.
Los datos son irrefutables:
Las tasas de depresión y ansiedad en mujeres nunca han sido tan altas.
El consumo de antidepresivos y ansiolíticos se ha disparado.
Cada vez más mujeres reconocen sentirse solas, vacías, incluso con todos los lujos que mencionas.
La realidad es esta: la mujer que prioriza su carrera y su independencia sobre su propia naturaleza no se siente plena. Porque la esencia de lo femenino no se sacia con tarjetas de crédito ni con un coche deportivo. Lo dijeron las grandes estudiosas del alma femenina, muchas de ellas mujeres: el ideal superior de la mujer no es el éxito profesional, ni el dinero, ni la independencia material. Es el amor.
Y cuando ese amor no está presente, cuando no se construye una familia, cuando la existencia se reduce a un sinfín de distracciones que intentan llenar ese vacío, la angustia aparece. Se intenta anestesiar con baratijas, con entretenimiento vacío, con compras compulsivas, con discursos de empoderamiento vacíos que no llenan el corazón.
La gran diferencia con el hombre es que él puede trascender esto (muy pocos lo logran, pero en nosotros SI es posible).
Para nosotros, para un hombre y no un mindundi feminizado y domesticado, el amor es secundario frente a su misión, su propósito, su desarrollo interior, incluso su conexión con lo divino. Un hombre de verdad, uno que ha sabido forjarse, no necesita el amor para darle sentido a su vida. Puede amar, sí, pero su centro no es ese. Por eso la historia está llena de hombres que han cambiado el mundo, han liderado imperios, han dedicado su vida a Dios o a una causa superior, sin que su existencia girara en torno a tener pareja.
Pero la mujer que renuncia a su esencia femenina en nombre de una independencia ficticia, tarde o temprano, se enfrenta a la misma pregunta: "¿Y ahora qué?"
Porque puedes viajar por el mundo, comer en los mejores restaurantes y comprarte todas las joyas que quieras. Pero cuando llegues a casa y estés sola, cuando no haya nadie con quien compartirlo, cuando el ruido de fuera se apague y solo quede el eco de tu propia voz… ¿qué te queda?
Esa es la pregunta que os aterra. Porque la respuesta es evidente. Y la angustia que genera es algo que, por mucho que os vendan lo contrario, ni el dinero ni la independencia ni la televisión pueden aliviar.