Espera, que ya lo he pillado entero y es superlargo. Lo pego.
ABCEspaña
Paola con la 'Cruz Blanca' y otras condecoraciones junto al cuartel conquense donde vivía con sus hijas FOTO CEDIDA Y GUILLERMO NAVARRO // EMOTIVA DESPEDIDA A LAS NIÑAS ASESINADAS EN QUINTANAR DEL REY (EP)

CRUZ MORCILLO
Madrid
26/12/2022 a las 01:17h.
20
Susana Buforn no miró el reloj en ese momento ni pudo hacerlo en los días siguientes. Pero eran las 8.53 de la mañana del 15 de diciembre, el día del horror, de la nada. A esa hora, un compañero, guardia civil como ella, le envió un 'whatsapp'. «Susi, buenos días. Has visto esto?». Era un enlace a una noticia: 'Mueren tiroteadas dos niñas y su madre en el cuartel de la Guardia Civil de Quintanar del Rey'. Preguntó a su compañero cuándo había sido. «Mi hermana no me ha dicho nada. Voy a llamarla, que no sé si está trabajando». Susana pensó que era una madre del pueblo y llamó a Paola, su gemela, su mitad. Es imposible cerrar los ojos y olvidar los minutos y el tiempo de incredulidad, vacío e incomprensión que siguió.
Paola no respondió a su hermana, que a casi 800 kilómetros, en Ceuta, empezaba un día normal que les cambiaría la vida a todos. Paola estaba muerta junto a los cadáveres de sus dos hijas, Iris (9 años) y Lara (11), a las que supuestamente mató con su Beretta reglamentaria, antes de quitarse la vida en el pabellón del cuartel de Quintanar del Rey (Cuenca) en el que vivían las tres. Nadie sabe aún con certeza qué pasó en esas últimas horas. Quienes querían a la agente y a sus niñas suman al destrozo de la pérdida esa duda que los carcome. ¿Por qué?
«Paola se desvivía por sus hijas. Vivía para ellas y para su trabajo». Son palabras de su mejor amiga desde hace más de veinte años, cuando las dos militares se conocieron en el cuartel de El Goloso y se hicieron inseparables. El 8 de noviembre se mensajearon por última vez. «¿Qué tal estás?», le preguntó su amiga. «Bueno... ahí voy». Paola quedó en llamarla un día que estuviera tranquila. Sin más. Se habían visto en verano. Como siempre.
«Paola tenía más que superado el divorcio y no estaba sola. ¿Cómo va a estar sola si nos tenía a nosotros?»
Susana Buforn
Hermana gemela de la agente
ABC ha reconstruido las últimas horas –aunque quedan importantes huecos por rellenar– de la guardia civil Paola Buforn y sus hijas gracias a su entorno más cercano. Las versiones difieren radicalmente del runrún de Quintanar y las otras víctimas, la familia de Santiago Escribano, padre de las pequeñas y exmarido de Paola.
El destrozo vital de unos y otros se parece demasiado; los iguala la muerte. Pero en Cuenca solo queda inquina contra la mujer mientras los suyos tratan de encontrar respuestas y en su retina ella es –era– una persona alejada del dibujo perverso y único que nos contaron.
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El martes al mediodía (13 de diciembre) las hermanas hablaron por teléfono. Paola y las niñas estaban comiendo fideuá en su casa, en el cuartel de Quintanar del Rey. Estuvo bromeando con su sobrino, el hijo de Susana. A las nueve de la noche, la pequeña Iris hizo una videollamada a su primo, que este no escuchó. A las nueve y media le mandó dos mensajes, que posteriormente fueron borrados, algo impropio de Iris. Más o menos a esas horas, las niñas también hablaron por teléfono con su padre, que desde la separación vive con sus progenitores a menos de un kilómetro del cuartel. La cría estaba estudiando porque tenía un examen al día siguiente.
El miércoles 14 Paola no trabajaba. Su hermana y su madre la llamaron en distintos momentos del día; también a las niñas que tenían sus propios móviles. Ninguna respondió. Llamaron a la abuela Mari, la madre del exmarido de la agente, con la que las crías pasaban mucho tiempo. No sabía nada de ellas. Nadie se enteró hasta el día siguiente de que Iris y Lara faltaron al colegio. Casi con seguridad las tres estaban ya muertas mientras el puesto de la Guardia Civil de Quintanar, en el que había destinados 11 agentes, un cabo y un sargento, seguía la rutina de una jornada normal. Su hermana se inquietó lo justo: dos niñas, una casa y un trabajo como el de ambas a veces convertían los días en un maratón.
Los tres cuerpos se hallaron el jueves 15 a primera hora porque Paola no se presentó al servicio y su compañero fue a la casa, dentro de las dependencias. Pese a lo que se dijo, las tres estaban solas en el cuartel. La otra pareja que habitaba un pabellón se acababa de mudar. El puesto cierra al mediodía. Nadie escuchó nada en ese bloque de hormigón, a la entrada del pueblo, en mitad de un páramo, porque nadie había. Parece, además, que las cámaras de vigilancia no funcionaban. La agente no dejó la llave para que las encontraran. En los pabellones es costumbre que se quede puesta por fuera.
Un vecino del pueblo asegura que la tarde-noche del martes vio a Paola con su pareja en dos bares de Quintanar. En uno ponían un partido del Mundial de Qatar. La pareja, expareja según contó él a varios conocidos y la propia Paola a su familia, seguía viéndose, pese a que habían roto hacía más de un mes.
Pese a que ha estado de vacaciones con la familia de Paola y en su casa ni siquiera les ha dado el pésame. La agente sentía que de nuevo esta relación era un fracaso y los que la querían le habían insistido en que debía dejarla de forma definitiva. «En algún momento, ella le tuvo miedo», cuentan. Paola está muerta y se llevó con ella esas horas de locura, rabia o miedo. Su familia atravesó el horror para recoger su cuerpo e incinerarlo en Algeciras. No se pudieron despedir de las niñas. «Era una buenísima madre. Algo le pasó esa noche», aseguran
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CRUZ MORCILLO
Madrid
26/12/2022 a las 01:17h.
20
Susana Buforn no miró el reloj en ese momento ni pudo hacerlo en los días siguientes. Pero eran las 8.53 de la mañana del 15 de diciembre, el día del horror, de la nada. A esa hora, un compañero, guardia civil como ella, le envió un 'whatsapp'. «Susi, buenos días. Has visto esto?». Era un enlace a una noticia: 'Mueren tiroteadas dos niñas y su madre en el cuartel de la Guardia Civil de Quintanar del Rey'. Preguntó a su compañero cuándo había sido. «Mi hermana no me ha dicho nada. Voy a llamarla, que no sé si está trabajando». Susana pensó que era una madre del pueblo y llamó a Paola, su gemela, su mitad. Es imposible cerrar los ojos y olvidar los minutos y el tiempo de incredulidad, vacío e incomprensión que siguió.
Paola no respondió a su hermana, que a casi 800 kilómetros, en Ceuta, empezaba un día normal que les cambiaría la vida a todos. Paola estaba muerta junto a los cadáveres de sus dos hijas, Iris (9 años) y Lara (11), a las que supuestamente mató con su Beretta reglamentaria, antes de quitarse la vida en el pabellón del cuartel de Quintanar del Rey (Cuenca) en el que vivían las tres. Nadie sabe aún con certeza qué pasó en esas últimas horas. Quienes querían a la agente y a sus niñas suman al destrozo de la pérdida esa duda que los carcome. ¿Por qué?
«Paola se desvivía por sus hijas. Vivía para ellas y para su trabajo». Son palabras de su mejor amiga desde hace más de veinte años, cuando las dos militares se conocieron en el cuartel de El Goloso y se hicieron inseparables. El 8 de noviembre se mensajearon por última vez. «¿Qué tal estás?», le preguntó su amiga. «Bueno... ahí voy». Paola quedó en llamarla un día que estuviera tranquila. Sin más. Se habían visto en verano. Como siempre.
«Paola tenía más que superado el divorcio y no estaba sola. ¿Cómo va a estar sola si nos tenía a nosotros?»
Susana Buforn
Hermana gemela de la agente
ABC ha reconstruido las últimas horas –aunque quedan importantes huecos por rellenar– de la guardia civil Paola Buforn y sus hijas gracias a su entorno más cercano. Las versiones difieren radicalmente del runrún de Quintanar y las otras víctimas, la familia de Santiago Escribano, padre de las pequeñas y exmarido de Paola.
El destrozo vital de unos y otros se parece demasiado; los iguala la muerte. Pero en Cuenca solo queda inquina contra la mujer mientras los suyos tratan de encontrar respuestas y en su retina ella es –era– una persona alejada del dibujo perverso y único que nos contaron.
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CRUZ MORCILLO
Todos juntos en Nochevieja
«A nosotros la jueza no nos ha dicho aún qué pasó». No sabe qué ocurrió esas agónicas últimas horas, pero está convencida –como todos los que conocían a la agente– de que algo inesperado sucedió. El fin de semana anterior, Paola y sus hijas estuvieron en Algeciras con su hermana y sus sobrinos, de edades similares a las de Iris y Lara. La mujer se compró ropa en El Corte Inglés, salieron, disfrutaron, rieron. Quedó con su familia (son cuatro hermanos) en que pasarían la Nochevieja juntos en la ciudad gaditana, su localidad natal. En Nochebuena las crías estarían con el padre.El martes al mediodía (13 de diciembre) las hermanas hablaron por teléfono. Paola y las niñas estaban comiendo fideuá en su casa, en el cuartel de Quintanar del Rey. Estuvo bromeando con su sobrino, el hijo de Susana. A las nueve de la noche, la pequeña Iris hizo una videollamada a su primo, que este no escuchó. A las nueve y media le mandó dos mensajes, que posteriormente fueron borrados, algo impropio de Iris. Más o menos a esas horas, las niñas también hablaron por teléfono con su padre, que desde la separación vive con sus progenitores a menos de un kilómetro del cuartel. La cría estaba estudiando porque tenía un examen al día siguiente.
El miércoles 14 Paola no trabajaba. Su hermana y su madre la llamaron en distintos momentos del día; también a las niñas que tenían sus propios móviles. Ninguna respondió. Llamaron a la abuela Mari, la madre del exmarido de la agente, con la que las crías pasaban mucho tiempo. No sabía nada de ellas. Nadie se enteró hasta el día siguiente de que Iris y Lara faltaron al colegio. Casi con seguridad las tres estaban ya muertas mientras el puesto de la Guardia Civil de Quintanar, en el que había destinados 11 agentes, un cabo y un sargento, seguía la rutina de una jornada normal. Su hermana se inquietó lo justo: dos niñas, una casa y un trabajo como el de ambas a veces convertían los días en un maratón.
Los tres cuerpos se hallaron el jueves 15 a primera hora porque Paola no se presentó al servicio y su compañero fue a la casa, dentro de las dependencias. Pese a lo que se dijo, las tres estaban solas en el cuartel. La otra pareja que habitaba un pabellón se acababa de mudar. El puesto cierra al mediodía. Nadie escuchó nada en ese bloque de hormigón, a la entrada del pueblo, en mitad de un páramo, porque nadie había. Parece, además, que las cámaras de vigilancia no funcionaban. La agente no dejó la llave para que las encontraran. En los pabellones es costumbre que se quede puesta por fuera.
Un vecino del pueblo asegura que la tarde-noche del martes vio a Paola con su pareja en dos bares de Quintanar. En uno ponían un partido del Mundial de Qatar. La pareja, expareja según contó él a varios conocidos y la propia Paola a su familia, seguía viéndose, pese a que habían roto hacía más de un mes.
Le hacía la vida imposible
El entorno de la agente sostiene que él «le estaba haciendo la vida imposible»; le habían tenido incluso que advertir de que dejara de molestar a Paola. El militar de la UME en excedencia y vecino de Quintanar no acababa de encajar que su novia tuviera dos hijas. «No aguantaba a las niñas», asegura su amiga íntima.Pese a que ha estado de vacaciones con la familia de Paola y en su casa ni siquiera les ha dado el pésame. La agente sentía que de nuevo esta relación era un fracaso y los que la querían le habían insistido en que debía dejarla de forma definitiva. «En algún momento, ella le tuvo miedo», cuentan. Paola está muerta y se llevó con ella esas horas de locura, rabia o miedo. Su familia atravesó el horror para recoger su cuerpo e incinerarlo en Algeciras. No se pudieron despedir de las niñas. «Era una buenísima madre. Algo le pasó esa noche», aseguran