Venga, lo voy a contar, porque este comentario de Frau Muir me ha removido recuerdos por dentro, que ya pensaba yo que estaban bien olvidados. El Opus es lo PEOR. Con mayúsculas. Hace muchos años, en una Universidad Politécnica muy lejana, una profesora impartía clases de manera bastante competente. Entre sus alumnas, hay una muy jacarandosa, que está bastante como una regadera, pero que, sorprendentemente tenía, a veces, pequeños destellos de lucidez. Nuestra profesora, se fija en ella. La docente en cuestión es una mujer inteligente, de unos 50 años, sumamente austera, viste como las monjas cuando van de civil y es muy reservada. Se sabe que no está casada y dedica su vida a la universidad y a escribir libros sobre un tema muy concreto de su disciplina. La alumna viste como Lars Ulrich con rescaca, está siempre haciendo bromas y chistes rodeada de compañeros, pero en el fondo, la docente (hábil para detectar el dolor ajeno y la debilidad) sabe que es una chica muy solitaria y que arrastra mucha falta de afecto. No sabemos si movida por un sentimiento de caridad cristiana, para socorrer a esa alma perdida, por egoismo académico, para que la chica le escriba artículos que publica mensualmente en RyR, o por órdenes superiores a ella, para "ejecutar" un reclutamiento, el caso es que la profesora siempre encuentra la manera de cruzarse con la alumna en la biblioteca, en la cafetería... hasta que, una tarde comienzan a charlar en una zona de consulta de textos y fondos de la uni, y terminan tomando un café con mucha sintonía. A la alumna comienza a fascinarle esa mujer, es uno de sus ideales en la vida, es una mujer terriblemente culta, con amplísimos conocimientos no sólo de la materia que imparte, posee una compresión enorme y un conocimiento global de todas las disciplinas de la carrera. A la chica, con 21 años, no le es nada difícil sentirse fascinada por ella, leer lo que le recomienda, y el hecho de que una persona tan docta dedique su tiempo de ocio a charlar con ella, la llena de una especie de sentimiento de reconocimiento. Poco a poco se convierten en más que profesora alumna, la chica le ayuda con los textos que publica, la profesora la aconseja y ayuda con otras asignaturas. La alumna estudia como una perra y obtiene una matrícula en la asignatura de la profesora, bordó el examen, y está encantada; pero lo que más la reconforta es la sonrisa y el orgullo de la profe cuando le dice que ha hecho el mejor examen que ha visto en sus 20 años de docente. La chica la empieza a ver como esa madre ideal que le habría gustado tener, y poco a poco, en un cuatrimestre comienza a tener con ella una confianza que no había tenido casi con nadie. La profesora, poco a poco, le habla de su fe en Dios, de su vocación de servicio, de su entrega; a la chica le suena a rollo monjas (15 años de colegio de monjas la contemplan) y actúa con ella, como hacía con las monjas; amén a todo y sin que el mensaje le cale mucho. Pero la profesora insiste. Le dice que quiere presentarle a más gente y que hay muchas personas interesantes del mundo académico y editorial, a las que ha hablado de ella y quieren conocerla. Con total confianza, y hasta cierto punto con ilusión contenida, la chica acude a una "cena" como acompañante de la profesora. En un chalet modernista precioso, en el centro de la ciudad, y un ambiente culto y elitista; la alumnilla se ha visto en situaciones así, y sale del paso con el barniz de una educación prusiana, incluso se ha vestido de "niña bien". La reciben todos amabilísismos, encantadores, le elogían lo bien que escribe para su edad, lo prometedora que ven su carrera. La chica está alucinada, nunca ha recibido tantos piropos, nadie nunca le había dicho esas cosas, y tan reiteradamente. La niña asustada que vive dentro de ella empieza a sentir como una especie de calor ante tanta consideración. Pero tras la entrada y un ágape en el jardín.... la cosa cambia. De repente todos, todos, se ponen a prepararse, porque van a celebrar una misa en la casa. Antes de la cena. A la chica la cosa le parece rara, y algunos de los personajes de la función, empiezan a aparecer con otra luz. Se da cuenta de que todos son mayores de 50 años, de que son solteros (excepto el matrimonio anfitrión) y todos visten casi igual, con pantalones o faldas grises o azul marino y camisas sencillas y chaquetas de punto. Le preocupa que, pese a su radar, no ha distinguido al cura de entre los hombres que asisten. De repente, las sonrisas empiezan a parecerle muecas estáticas y nota "algo", no sabe el que. Pero "algo" no va bien. Es la misma sensación que tenía de pequeña, cuando sabía que eran los instantes previos a que su madre perdiera los nervios y se desatara una tormenta. Los movimientos de la gente le parecen rígidos, sus posturas, muy medidas. Busca la mirada de la profesora, y se da cuenta de que su sonrisa es exactamente igual que la de los demás, una mezcla de rictus fijo y gesto dolorido. La chica, con esa especie de sexto sentido que sólo da el haber vivido la guerra mundial cada día en su casa, dice muy educadamente que se tiene que ir. Que se encuentra mal. La profesora cambia el gesto, y la chica lo ve, ve como se reprime para no darle una ostia en toda la cara, por la contrariedad. Todos tratan de ayudarla, le ofrecen agua, infusiones, todo amabilidad. Pero, tras las fachadas de correción hay "algo". La profesora insiste en acompañarla a su casa, la alumna lo agradece y no acepta. Sale de modo un tanto apresurado y desde su (atención momento retro) alcatel one touch easy, llama a un follamigo, al más raro de todos. Se coge un taxi y va a casa del chico. Le relata la historia. Él se ríe de ella, le llama tonta a la cara, y le dice que no le había dicho nada, porque pensó que se estaba fol.lando a la profe. Pero que él tenía claro que la señora era del Opus, y que trataría de meterla en el club. La alumna se queda cortada, piensa que es idiota. Se jura a si misma que nunca se va a volver a creer los elogios de la gente tan facilmente y le pide al follamigo que, por favor, sea tan amable de fo.llarla un poco.
La profesora la llamó tres veces, como San Pedro negó a Jesús. La alumna nunca volvió a coger el teléfono. Nunca debió haberselo dado. Las posibilidades de doctorarse en esa universidad se fueron a la mierda, para la alumna. Nunca volvieron a hablar. La decepción para la chica fue horrorosa, porque pensó que la profesora sentía por ella afecto de verdad. Fue dolorosísimo sentirse tan engañada.
A día de hoy, creo que la señora está más que jubilada. La alumna sigue foll.ando con el follamigo, pero ya no escribe artículos doctos más que muy de vez en cuando, a petición de algún amigo. Ahora perpetra posteos en un foro.