Primas en el Planeta de los Simios, o de cómo los hombres hacen lo que haga falta para defender su frágil masculinidad.

Si se trataba de un guía de pago (excursión programada) quiero pensar que no volvisteis a contar con él jamás. O que os buscasteis otra empresa que organice estos saraos.

Era un guía que se ofreció voluntario, prima. Nada que reclamar, salvo que tomas nota mental: en el futuro cuidado con este que es imbécil, y pone el salvamento de su frágil masculinidad por delante de cualquier otra consideración.
 
Una vez trabajé en una imprenta por unos pocos meses. El jefe era el hijo del dueño, que había heredado el trono, pero no sabía mucho del negocio.

Viene un comercial, ejemplar perfecto del Cuñadismo Vendehumos más Premium que os podáis figurar. Lo enreda para que saquemos del almacén una máquina que se había quedado obsoleta y volvamos a usarla. Porque era tecnología alemana, de estas ya no se hacen ahora, esto sí que eran máquinas. ¡Pero hombre, tienes una Wekherffaulsen y la tienes en el almacén criando polvo! ¡No me lo puedo creer!

Total, que nos hizo cambiar la máquina. Cuando se fue el comercial, fui a hablar con él y le expliqué que esa máquina se había quedado antigua, que era más lenta, que usaba además unos consumibles distintos a los que teníamos para las otras. Me dice que no hay problema, porque el comercial le ha vendido varias cajas de consumibles para la máquina.

Le explico que seguramente de eso se trataba, de colocarle esos consumibles que el comercial tendría criando polvo porque eran para máquinas que se habían quedado obsoletas.

Me mira como se mira a una ladilla que pretende saber más que tú. Así que me callo, claro.

A las dos semanas, la máquina vieja no daba más que problemas. Se atascaba, tiraba muchísimo material a la basura, defectuoso. Costaba un mundo ponerla a funcionar cada mañana, costaba media hora cambiar de consumibles, hacía un ruido infernal. Estábamos todos hartos, y mientras tanto la máquina buena en el almacén. :notworthy: Aquello era como volver a usar la imprenta de Gutenberg teniendo impresora digital.

Bajó la producción y se retrasaron pedidos, pero entonces le tocaba pasar el trago de admitir que se había equivocado, que el comercial lo había engañado, y que yo, ¡una mujer!, lo avisé. Supongo que estuvo varios días barruntando la forma de hacer las cosas para que quedara a salvo su frágil masculinidad.

Encontró la solución más machota: la máquina no funcionaba bien porque YO no sabía trabajar con ella. ¿A quién se le ocurre poner a una mujer al mando de una buena máquina?. No me renovó el contrato, y la máquina vieja volvió al almacén.

Asunto resuelto.
 
Hace mucho tiempo que pensé en abrir un hilo así, donde las primas pudiéramos compartir graciosamente esas ocasiones en las que hemos tenido que soportar a hombrecetes que se ponían en ridículo sin saberlo, con tal de defender su masculinidad contra viento y marea. Esto de la frágil masculinidad debería ser algo más estudiado y de lo que se pudiera hablar sin tanto tapujo, como pasa con nuestros cambios de humor previos a la menstruación, de los que se hartan de hacer chistes, sin saber que lo suyo es peor, porque lo suyo es constante, no cuatro días al mes.

Pongo un ejemplo, sufrido hace poco.

Me apunto a una excursión para visitar determinado lugar que está en mitad del campo, a las afueras de ninguna parte. Vamos en tres coches: el mío, el de otra chica, y el de los organizadores de la excursión, una pareja. Todos los coches hasta arriba.

Iniciamos la ruta por mitad del campo en fila, en primer lugar el coche del guía, que sabe exactamente dónde vamos. Yo detrás con mi coche, y detrás de mí, la otra chica con el suyo.

El camino era en principio bueno, pero poco a poco fue empeorando, y lo que empezó siendo una pista forestal más o menos buena, terminó siendo un camino de cabras, lleno de baches, obstáculos, pedruscos de todo tamaño, matorrales, en fin. Mi coche iba rozando los bajos, es un coche urbano, no un 4x4, y encima es de por sí bastante bajo. Reduzco velocidad para no cargarme el coche, mientras me arrepiento a cada segundo de haberme metido en ese lío.

La chica que iba detrás de mí con su coche, lo había estrenado hacía menos de un mes. Figuraos las ganas que tendría de dejarse los bajos en aquel monte.

Pues el guía, un señor maduro, cuando vio que reducíamos velocidad, ¿qué diréis que hizo? Acelerar.

Acelerar todo lo que pudo, hasta que llegó el punto que ya no se le veía, ni cerca ni lejos.

Pensé "será que el camino va a ser vía única todo el rato, y ha pensado que nos espera en la meta". Pero resultó que no. A paso de tortuga como íbamos, llegamos a una bifurcación. ¿Y ahora, qué hacemos? ¿Es por la derecha, por la izquierda, por debajo del puente? Ni idea.

Llamo por el móvil al guía, pensando "este tío es gilipollas, vaya guía", y me da las instrucciones no solo para ese cruce, sino también para los dos próximos. Yo iba flipando, la verdad.

Cuando llegamos al sitio, allí estaba el guía, con esa sonrisa de suficiencia que se le pone a un hombre cuando ha dejado claro que su gran masculinidad ha triunfado por delante de dos mujeres, tontas perdidas, que no saben conducir por mitad del monte. Le explicamos que nuestros coches son bajos y que tampoco esperábamos un camino tan complicado.

"¿Complicado? ¡Qué va! Si por aquí conduce hasta un niño " Nos dijo, partiéndose de risa, y sin darse cuenta que había quedado como un imbécil maleducado.
Me doy la vuelta y me voy,’pero rápidito
 
A mí me vino un técnico de la Mutua a mirarme un fallo que no me arrancaba el coche y me regaló un despliegue de chulería y paternalismo que aún recuerdo con bastante desagrado. Luego me intentó tangar para colocarme de motu proprio una pieza que me vendía a módico precio...

Pero vamos, no lo considerr representativo de "los hombres", en todo caso de "los gilipollas".
 
A mí me vino un técnico de la Mutua a mirarme un fallo que no me arrancaba el coche y me regaló un despliegue de chulería y paternalismo que aún recuerdo con bastante desagrado. Luego me intentó tangar para colocarme de motu proprio una pieza que me vendía a módico precio...

Pero vamos, no lo considerr representativo de "los hombres", en todo caso de "los gilipollas".


Hay un patrón general, prima. No es que sean gilipollas, es que son hombres, y la defensa de su masculinidad se salta cualquier barrera de sentido común que le pongas. Cuando te haces vieja y has pasado por muchas, por muchísimas, te vas dando cuenta de este patrón general. Habrá excepciones que confirman la regla, nada más.

Yo me llevé una vez una bronca en un concesionario porque le dije al vendedor que mi coche llevaba varios golpes por culpa de un vecino idiota, que no quería que aparcase en su puerta. No te imaginas el despliegue de paternalismo que sufrí, de ser una clienta me convertí en su hija la pequeña que no cuidaba bien el coche familiar. No le compré nada, por supuesto.
 
Fui a cenar con un amigo al restaurante que había abierto un amigo suyo.

Pido un bistec, y me lo trae una camarera, novia del dueño. En el bistec había un pelo largo y negro, que coincide exactamente con la melena larga y negra de la camarera.

Se lo digo, muy mosqueada, le enseño el pelo, y se lleva el plato con desagrado, como si estuviera incordiando porque sí. Me lo vuelve a traer, ya sin pelo, y me lo tira en la mesa de malas maneras: "el bistec".

Le digo a mi amigo que aquello era inaudito, y que no monto un pollo ni pongo una reclamación porque el dueño es amigo suyo. La camarera me oye y me contesta que aquel es un restaurante de lujo y que si no tengo clase para estar allí que mejor me vaya. Mi amigo se levanta y va a hablar con el dueño y entre los dos llegan a la conclusión de que aquello es "una pelea de gatas", las mujeres ya se sabe, siempre con sus cosas. Se dan un par de golpes de machote en el hombro, y asunto resuelto.
 
Un compañero de trabajo me dice que están quedando unos cuantos de la oficina para ir a echar un partido de tenis de dobles el sábado, y que si me apunto.

Le digo que sí, encantada, que en mi juventud jugué bastante, incluso llegué a ganar algún campeonato a nivel regional.

Así que estupendo, quedamos. Me planto en la pista el sábado por la mañana con mi raqueta desempolvada, cuando empiezan a llegar mis compañeros y veo que son cuatro para jugar, y entonces entiendo por qué me han invitado amablemente: sus mujeres les han endosado a los niños y necesitan a alguien que los cuide mientras ellos juegan su partido.
 
A mí me vino un técnico de la Mutua a mirarme un fallo que no me arrancaba el coche y me regaló un despliegue de chulería y paternalismo que aún recuerdo con bastante desagrado. Luego me intentó tangar para colocarme de motu proprio una pieza que me vendía a módico precio...

Pero vamos, no lo considerr representativo de "los hombres", en todo caso de "los gilipollas".
"Los muy justitos".
Nunca se me ha puesto paternalista un gran doctor, ni me ha hecho mansplaining un gran profesional, ni me ha dado el coñazo míster España, ni me ha contado chistes machistas un tío muy inteligente, etc., etc.

Se ponen garrulos porque se sienten un poco inferiores, pero en realidad son más tontos que una piedra.
 
Un compañero de trabajo me dice que están quedando unos cuantos de la oficina para ir a echar un partido de tenis de dobles el sábado, y que si me apunto.

Le digo que sí, encantada, que en mi juventud jugué bastante, incluso llegué a ganar algún campeonato a nivel regional.

Así que estupendo, quedamos. Me planto en la pista el sábado por la mañana con mi raqueta desempolvada, cuando empiezan a llegar mis compañeros y veo que son cuatro para jugar, y entonces entiendo por qué me han invitado amablemente: sus mujeres les han endosado a los niños y necesitan a alguien que los cuide mientras ellos juegan su partido.
Por supuesto fingiste vómitos/ calambres y te fuiste en 0,3 ¿ No?
 
Es que del Planeta de los Simios podría contar trescientas mil.

Allá va otra.

Iba a una peluquería de las que están en una casa particular, en la planta baja la peluquería, en la planta de arriba la vivienda de la peluquera y de su marido.

Era Agosto, centro de España, cinco de la tarde. 40 grados a la sombra.

En la peluquería estábamos otras dos clientas, yo, y la peluquera. Charlando animadamente y disfrutando del aire acondicionado, nuestro salvador.

Entra por la puerta un hombre, joven, con paso firme y va derecho hacia la estantería. Coge el mando del aire acondicionado y lo apaga. No dijo ni buenas tardes. Lo apagó, dejó el mando en su sitio, y subió las escaleras para su casa. Punto. Así se comporta un auténtico hombre, con decisión.

La peluquera siguió charlando como si nada hubiera pasado. Pensé que estaba acostumbrada a no pintar una mierda en su propia casa ni en su propio negocio. Si no, no podría vivir con este señor. La sumisión al macho es obligatoria.
 
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