Lo conocí durante un vuelo. Él, un pasajero y yo una tripulante de cabina. Al ofrecerle la comida, me agradeció con una sonrisa ¡Qué sonrisa! y algunas palabras amables. Era un vuelo largo...en algún momento del trayecto, se acercó al galley trasero donde estábamos la tripulación para conversar un poco. Se portó amabilísimo, educado con todos...
Casi al final del vuelo, cuando pasé por su asiento, me preguntó si me gustaría que nos viéramos en el destino, ya que el tenía una conferencia en una universidad sobre psicoanálisis y después podíamos ir a comer y pasear por la ciudad, la cual el conocía y para mí era la primera vez que iba. Acepté. Él me dio su tarjeta profesional y yo le di mi teléfono.
Aterrizamos, No lo vi desembarcar, el se dirigiría a su hotel y yo al mío. Al llegar al hotel, me quedé pensando en si era una buena idea salir con un desconocido, por muy psicoanalista que fuera... miré su tarjeta y me dije: voy a buscarlo en Google, y depende de la información que obtenga, veo si le acepto la invitación o no. Resulta que efectivamente, era un psicoanalista destacado, profesor universitario en una universidad prestigiosa, escritor y divulgador. Debo decir que el psicoanálisis era un tema que siempre me había llamado la atención. Había leído (sin enterarme mucho) a Freud y había visto la película "las tres caras de Eva"
Cuando cojo el móvil para comunicarme con él, ya tenía un mensaje suyo preguntando si quería que me pasase a recoger. Yo le dije que sí: Resolví que no tenía nada de lo que temer y mucho que ganar. Era un hombre alto, moreno, bien parecido y encima un intelectual.
Al cabo de unos minutos, cuando calculé que podía haber llegado ya, bajé a la recepción. Allí estaba, sentado, esperándome. Al verme, me dedicó esa sonrisa que no olvidaría más y me dijo: "me atrevo a jurar que me has buscado en Google para asegurarte que no soy un ases+no" me reí mucho y le mentí negando que lo hubiera hecho.
Salimos del hotel, anduvimos un rato, hasta que tomamos el transporte público para ir a una especie de parque natural, con un lago precioso. Caminamos mucho, hablamos sin parar de todo. Yo le hacía preguntas de su profesión, de cómo era, de algunos casos, yo estaba extasiada con cada cosa que me contaba. Le conté mi vida y él me contó la suya...después de un tiempo, empezó a llover, él me puso su chaqueta encima, me abrazó mientras caminábamos, entramos a un restaurante, comimos y hablamos más y más y más...fue increíble. Yo era una jovencita de 23 años, él en sus cuarentas tardíos. Para ese entonces yo ya me sentía como en una nube con ese hombre tan especial.
Ya al oscurecer, fuimos a su hotel. Estuvimos juntos y por supuesto después de ese encuentro, nos habíamos unido más y seguimos hablando hasta las tantas. Me mostró sus libros y me invitó a escoger uno. Yo le señalé el que quería y me hizo una dedicatoria. Lastimosamente, ya no conservo el libro pero la dedicatoria ponía: Para (mi nombre), la prueba del azar confirmando el corazón.
Nos despedimos, yo tenía que madrugar para el vuelo de regreso. Su conferencia era por la mañana de ese día siguiente, no pude ir. Prometimos seguir en contacto, él quería seguirme viendo y yo a él también.
Después de unos días, cuando terminó sus actividades en ese país en el que nos habíamos conocido, él cambió su vuelo para poder coincidir conmigo a la hora en que yo regresaba de otro vuelo y así poder vernos en el aeropuerto. Yo le dije a qué hora aterrizaba mi vuelo y de donde venía. Al salir del avión, ya vi su cara entre la gente.
Otra vez estaba allí, esperándome, y otra vez me dedicó esa sonrisa amplia, con unos dientes perfectos y ojos que brillaban. Nos fundimos en un abrazo largo...yo hundí mi cara en su chaqueta y respiré su olor. No sé cuánto tiempo duró ese abrazo...como yo estaba con el uniforme, no me besó, pero al subir al ascensor para ir a la zona de restaurantes estábamos solos y nos besamos. Tomamos algo, mientras hacíamos tiempo para que él abordara su vuelo de camino a casa. Pasó el tiempo entre charla y charla y finalmente tuvimos que separarnos...Él volvía a su país y yo me quedaba en el mío. Él volvió a sus clases, sus pacientes y yo a mis vuelos. Pasó tiempo. Meses. Hablábamos a diario y siempre que era posible hacíamos videollamada. Llegué a contarle cosas de mi vida, mi niñez, mis padres y mis relaciones. Él me escuchaba. Me hacía bien. Él era experto en escuchar.
Eventualmente, yo volví con mi ex y ya apenas le buscaba. Cada vez menos. Él me propuso viajar a su ciudad en algún día libre (para mí era gratis) pero yo no encontraba tiempo. Formalicé la relación con mi ex y nos casamos. Rompí con el pasado, borré números de contacto, etc. Sin embargo, cuando alguna vez me acordaba de él, lo buscaba otra vez en Google y más o menos me actualizaba de su vida (al menos de su vida y quehaceres profesionales) era suficiente para mí. Nunca intenté un contacto ( él tampoco porque yo cambié mi número y hasta me mudé de país) y así pasaron 12 años.
Él otro día, en una de esa veces que vaya usted a saber por qué me vino otra vez su recuerdo, volví a buscarlo en Google: No vi nada nuevo y me pareció raro dada su intensa actividad académica. Seguí navegando y me encontré con una cuenta de una red social suya, con una foto en blanco y negro y una cinta negra. En la descripción, un mensaje de condolencias a su familia, estudiantes y demás. Había fallecido de manera repentina. Sentí un nudo en el estómago, elevé un pensamiento cariñoso para él, y volví a sonreír cuando me lo imaginé con esa sonrisa diciéndome: otra vez Google.
Quería compartir esta historia porque un psicoanalista una vez me enseñó que las emociones hay que expresarlas, y que la palabra tiene poder de curación.